Capítulo XXIV: Los dioses Antiguos

945 92 25
                                    


Los cálidos ojos del sacerdote estaban ocultos bajo una fría máscara. O quizás, pensó Tatiana, la máscara había sido la calidez que percibió la noche anterior. Fuese por la razón que fuese, algo había cambiado en el sacerdote Evan. Y ese algo tenía que ver con lo que Kayros le había mostrado antes de enviarla al pasado. Algo que tenía que ver con Pisínoe, y evidentemente, con lo que acababa de decir el sacerdote.

― La entrada al inframundo... ―repitió Tatiana―. ¿Por qué buscaba el padre de Zale la entrada al inframundo?

― Esa, querida, es una gran pregunta ―aseguró el sacerdote―. Zale me ha hablado de ti. Una chica extraña, procedente de algún lugar extraño, que está vinculada a Pisínoe de algún modo. Una chica que pretende salvarlo de algo que no conoce de un modo que no sabe. Pero no podía estar seguro de las palabras de Zale sin verlo por mí mismo.

Tatiana intentaba ocultar su confusión, pero parecía ser imposible, y tuvo la certeza en la sonrisa burlona del sacerdote.

― Pisínoe conocía el secreto que Arsen guardaba en su interior, pero jamás lo reveló a nadie. Ni siquiera ahora, a ti que tanto lo necesitas. Ni siquiera sabes porque estás buscando esto ―su afirmación fue acompañada por un gesto de la mano en la que seguía sujetando el diamante rojo.

― ¿Pisínoe es quien me ha revelado la llave de la entrada al inframundo?

Tatiana frunció ligeramente el ceño. Por supuesto que no había sido Kayros, se dijo. Quien le había enviado todos esos sueños, todos esos recuerdos, había sido Pisínoe. Y también ella la había guiado, de un modo u otro, hasta ese lugar.

―¿Por qué quiere que vaya al inframundo? ¿Qué tengo que hacer allí? ―consiguió preguntar pese a la confusión.

El sacerdote se permitió unos segundos de silencio antes de contestar. Quizás, pensó Tatiana, decidiendo el modo más sensato de responder a sus preguntas.

― Pisínoe me hizo jurar que no le revelaría a nadie la existencia de esta llave ―Tatiana observó con curiosidad el diamante rojo que el sacerdote mostraba en su palma abierta―. No podía saberlo ni siquiera el propio Arsen. La entrada al inframundo solo podía ser abierta en el momento adecuado y por la persona adecuada. No cualquiera puede llegar al inframundo y encontrar al titan para liberarlo.

―¿El titan?

El sacerdote Evan se acercó a una de las paredes, donde las pinturas relataban historias pasadas de dioses y hombres lejanos. Se detuvo delante del mar, donde un ser sin forma se alzaba entre las olas.

―El Titan Océano ―contestó―. Al principio de los tiempos, antes de que los dioses del Olimpo dominaran el mundo, los elementos eran controlados por quienes ahora son conocidos como los Titanes. Gea y Urano, diosa de la tierra y dios del cielo, engendraron a seis Titanes y seis Titánides. Doce dioses descendientes directos del dios de los cielos, quien gobernaba el universo y lo sometía bajo su yugo.

«Como ha sucedido siempre, la tierra era esclava del cielo. Ni siquiera los Titanes, en su grandeza y fuerza, se alzaron contra quien los gobernaba. Gea, por el contrario, clamaba por alguien que lograra cambiar las cosas.

«Los ruegos de la madre tierra, llegaron a oídos del más joven de los Titanes: Cronos. El titán se reveló contra su propio padre, lo decapitó y lo despojó de su poder. De ese modo, Cronos se convirtió en el sucesor de su padre e instaló en el mundo la nueva Era. Una Era de Titanes, los llamados dioses antiguos.

Vínculo (Part2 Hera)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant