Cap 29-30

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                                                                                29

Aquella no era una imagen distorsionada de su fantasía. Los tres hombres y la mujer eran reales, tal y como los veía. Ellos, exactamente iguales de estatura y rozando los dos metros, iban vestidos con túnicas de gruesa tela negra, guantes negros y capuchas del mismo color, que permitían únicamente ver sus oscuros ojos. La mujer sí tenía la cara al descubierto. Llevaba el pelo suelto, de un horroroso rizo encrespado castaño y gris cano. Su indumentaria era similar a la de los hombres, se distinguía en la parte baja de su túnica, que era abombada.

Los cuatro miraron fijamente a Natalia. La mujer tocó a uno de ellos en el hombro y este se aproximó a Natalia. El hombre se colocó junto a ella y se dispuso a inclinarse para cogerla del brazo. Natalia le lanzó a la cara encapuchada el zapato sin tacón que aún tenía en la mano.

–¿Qué queréis de nosotras? –les preguntó. El hombre se retiró de ella.

La expresión de la cara de la mujer cambió en cuanto Natalia hubo hablado.

–¡Tráela! –le ordenó a la vez que salía del zulo la mujer al encapuchado que se había acercado a Natalia.

Natalia se incorporó sin ayuda, y no puso impedimento alguno a la gran mano que le agarraba débilmente del brazo. Atravesó la puerta tras los otros dos encapuchados.

El portón se cerró a su espalda ante la mirada aterrada del resto de muchachas. En aquella otra estancia a la que la llevaron obligada tampoco había ventanas, aunque la luz no era tan tenue como en la anterior. Natalia observó unas escaleras de las que provenía todavía más luz.

–¿Qué queréis de nosotras? –volvió a preguntar mirando a la mujer que estaba de espaldas a ella, mientras controlaba sus piernas para que no echaran a correr escaleras arriba.

La mujer giró y la miró. Algo vio en la cara de Natalia que su expresión cambió por completo.

–¿Cómo te llamas niña? –le preguntó la mujer de forma brusca.

Natalia recordó a Emanuel, el miedo iba y venía a su cuerpo. “Temen a Nellifer”. ¿Pero cómo podía aquella gente temer a nadie?

–Sabéis quiénes somos, sois los que nos habéis traído –le respondió Natalia lo más serena que pudo.

Los hombres se colocaron detrás de la mujer. Natalia no sabía cuánto tiempo iba a poder aguantar sin derrumbarse, viéndose allí sola ante los cuatro.

–¿Quiénes sois vosotros? –les preguntó asombrosamente serena.

–Estás muy equivocada con tu actitud, ya se lo advertimos a las primeras –le dijo la mujer con voz

severa. –Los próximos que vengan no serán tan permisivos.

Natalia no podría contener el miedo mucho más tiempo, los músculos de las piernas hacían esfuerzos para contraerse. Se quitó, sacudiendo con fuerza el pie, el único zapato que le quedaba. El zapato rebotó contra la pared, y los cuatro y ella misma se quedaron absortos en la trayectoria.

–Ese genio –continuó la mujer –podría influir en tu estancia aquí.

Natalia no sabía qué decirle a aquella mujer protegida por tres encapuchados, que seguramente estaría deseando matarla.

–¿Por qué no hay agua? –preguntó Natalia, primera cuestión que se había propuesto preguntar desde que pateó el portón del zulo.

–¿Cómo? –la mujer se sorprendió.

Décima doctaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora