65

210 4 0
                                    

Seguía sin tener pizca de sueño. Estaba acostumbrada a dormir poco. Mala costumbre que adquirió de niña, de la que luego se benefició en sus años de estudiante. El silencio de la noche le recordó su infancia, era capaz de pasar noches y noches despierta. Recordaba que los primeros días se aburría y las noches se le hacían largas, pero pronto se acostumbró y aprovechó las horas nocturnas con tanta lucidez como las del día.

Natalia se sumió en aquellas noches de infancia y comenzó a temblar de frío. Lamentaba recordar todo lo que ocurrió durante aquellos cinco años con tanta claridad.  Su memoria podía ser brillante en la mayoría de ocasiones, pero cuando se trataba de los flashes que recibía de las noches en la casa de su padrastro, sobrepasaba el límite. El olor, el silencio, volvía a transportarse a la habitación de una niña con demasiadas curiosidades y que era visitada por su captor con frecuencia intermitente. Temblaba al escuchar el sonido del pomo de la puerta, de la misma forma que temblaba cuando escuchaba el sonido de los cerrojos chirriar. Tuvo que abrir apresuradamente la boca para tomar aire.

Fue en aquella época cuando comenzó a sentir los primeros latigazos de lo que catorce años después se volvió incontrolable. Y aunque a veces se sintiera culpable, después de haber entrado en el zulo, comprendió que al fin y al cabo fue una suerte hacer todo lo que hizo antes de que la encerraran.

Miró a sus compañeras, sabía que morirían cinco más antes que ella. “Tengo que mentalizarme en ello. Eli…”. No quería que muriera ninguna, pero que Eli ocupara la tercera posición le torturaba. Temía su reacción al ver a Eli morir a manos de aquellos locos, no sabría hasta qué punto podría controlarse en aquel momento.

Respiró hondo, llenó sus pulmones de aire y aguantó unos segundos antes de expulsarlo. “Tengo que encontrar al topo”.

Décima doctaWhere stories live. Discover now