Cap 21-25

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                                                                                      21

Petrov entró al jardín de las mesas junto a Rhia.

–Ha desaparecido otra –le dijo Petrov a Nel –. Ha desaparecido en una sala de fiestas. Les he dicho que iremos ahora.

Nel no perdió tiempo y le ofreció la hoja que encontró en el bolsillo de Stelle.

–Es lo único que encontré de Stelle –le dijo mientras Petrov lo desplegaba.

Petrov se acercó una silla y se dejó caer sobre ella cuando leyó lo que había escrito en la nota. Se hizo un silencio. Rhia y Nel permanecieron a la espera de que Petrov lo rompiera.

–Stelle era gran amiga de Celine–. Petrov encendió un cigarro. Nel desconocía el perfil fumador de Petrov. –Cuando desapareció Celine, Stelle se vino de Egipto y le hablé del ritual. De alguna forma Stelle sabía que el ritual venía de allí, de esa forma que Stelle sabía las cosas. Yo al principio no la creí, pero llevaba razón. Se basaba en el símbolo de Ra, el círculo con el punto en medio y en alguna que otra cosa, que yo no entiendo ni entenderé en la vida. Y los brazales. Ella fue la que se dio cuenta de que no eran esposas ni grilletes. Es raro que los brazales no le hicieran ningún tipo de herida. Pero no son brazales normales, creemos que los usan para atarlas de alguna forma y no provocarles más daño que el del propio ritual. También usan unas tobilleras similares si el sacrificio requiere más sujeción. Al tercer día del comienzo del ritual apareció Celine. No me alargaron mucho la incertidumbre ni el sufrimiento.

–Lo siento–. A Nel no se le ocurrió decir otra cosa, Petrov ni siquiera parecía escucharle.

–Llevo treinta años de mi vida dedicado a buscarlos. Canadá, Italia, EE.UU., Noruega… –tomó aire–. Se las llevan y lo único que podemos hacer es esperar a que aparezcan. Una, y otra, y otra.

–Esta vez no –le animó Rhia.

–Lo que Stelle quería decir… –Petrov no dejó terminar a Nel.

–Luego hablaremos de esto, vamos ahora a la sala de fiestas que os dije antes.

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Petrov, Rhia, y Nel entraron en fila india, casi a empujones, en un local de fiesta abarrotado de gente. Hacía calor, muchísimo calor y olía a algo que Nel no sabía explicar. La música la reconocía, la había oído alguna vez en la radio. Sí, la había oído, estaba seguro, pero allí sonaba demasiado alta, demasiado rápida.

–Nunca has estado en un sito similar, ¿verdad? –le preguntó Rhia divertida, advirtiendo la cara de espanto de Nel.

–No, la verdad es que no. No soportaría este ruido ni unos minutos.

Nel habló muy alto, casi gritando, para no tener que acercarse al oído de Rhia tanto como lo había hecho ella. De vez en cuando, recibía algún codazo o algún empujón de alguien que intentaba pasar sin pedir permiso. Pero a Nel lo que más le sorprendió de todo aquello que estaba experimentando era que las personas que estaban a su alrededor parecían no percibir ningún mal olor en el ambiente, nada incómodo en el volumen de la música, ni en ver caras azules, luego rosas, luego verdes, amarillas; o que él fuera el único que considerara de mala educación echar el humo en la cara a otro o pisotear a un desconocido para saludar alguien. A Nel, en su corto trayecto, lo habían empujado, quemado, mojado, empañado las gafas y pellizcado el culo. Y cuando pensó que ya no podrían caber más personas en menos metros cuadrados, vio una auténtica bola de masa humana botando al unísono en el centro del local.

Décima doctaWhere stories live. Discover now