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Yun fue la primera en llegar hasta ellas. El Maestro había vuelto a coger la gubia y Natalia la siguió con la vista para comprobar hacia dónde la llevaba. Se hizo un silencio absoluto.

Miró a su alrededor. Los individuos de las túnicas ya no levantaban las palmas de las manos. Permanecían rectos y fijos en ellas. Sería otra vez el momento del estremecimiento, del pánico, pero Yun paseaba por delante de ellas, observándolas sonriente y eso distrajo a Natalia. Yun se detuvo delante de ella, y su sonrisa se amplió. Natalia la miró seria y Yun rompió en carcajadas.

Las carcajadas de Yun resonaron en la sala y Natalia se sintió humillada ante aquella risa. Reconoció aquellos ojos, los de Yun, los de alguien que quiere matar, los de alguien que está impaciente por matar y se preguntó si Yun reía porque ella era la primera. “El círculo no tiene ni principio ni fin, podría ser yo la primera”.

Natalia cerró los ojos. Yun levantó las cejas extrañada por aquella reacción. “Nueve noches os

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mostraremos lo que nueve días veréis al amanecer” recordó, “cada noche muere una, al amanecer la entregan a alguien. Si el símbolo de Nellifer fuera el primero yo sería la octava en el sentido de las agujas del reloj, o la séptima si el símbolo fuera neutral. En sentido contrario sería la tercera o la cuarta”. No le tocaba a ella, no esa noche, no la noche siguiente. Abrió los ojos y los dirigió a Yun.

–Hoy no puedes matarme –le susurró a Yun, desapareciendo la sonrisa de esta inmediatamente.

Yun se acercó mucho más a Natalia, como solía hacer con todo el mundo cuando quería intimidarlos.

–Pero llegará tu momento, Natalia –le susurró casi al oído.

Natalia volvió a tomar las palabras de Yun y volvió a comprobar que esas palabras no le producían miedo. “Hoy no me matará” se dijo, y su cuerpo se relajó. Respiró hondo y el aire entró de lleno en sus pulmones, lo cual le permitió mirar a Yun satisfecha. Yun se dio cuenta de la indiferencia de Natalia ante su amenaza, pero no le preocupó. Sabía, como veterana del ritual, que aquella tranquilidad terminaría en minutos, momento en que muriera la primera de sus compañeras.

Yun no apartaba sus ojos de los ojos transparentes de Natalia. Se fue apartando lentamente de ella con pequeños pasos hacia atrás.

–Llegará tu momento –le repitió.

Los guardianes de una de ellas dieron un paso adelante. Natalia no pudo ver la cara de terror de la chica porque aún mantenía la mirada sobre Yun.

Un sonido parecido a un trueno que ya había escuchado antes volvió a retumbar en la sala. Natalia apartó la mirada de Yun para mirar de nuevo al

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cilindro y a la placa de metal, que descendía hacia la piedra. El cordón dorado serpenteaba al bajar la placa, hasta dejarla milimétricamente encajada sobre la piedra circular de granito negro.

Natalia miró a la joven que habían adelantado. “La primera”. No sabía quién de sus compañeras era. Los encapuchados la acercaron a la piedra. Natalia comprendió que iban a matarla allí mismo, en aquel momento, delante de todos. Una mezcla de ira, impotencia, miedo y dolor se apoderó de ella, hasta el punto de perder el sentido de su propio peso, y su relación con la gravedad. Basculó el cuerpo a un lado, luego a otro, hasta apoyar su tronco en el brazo de uno de sus guardianes.

Los guardianes sujetaban por las muñecas a la primera, protegidas ahora por los brazales, y la apoyaron sobre la placa que cubría la gran piedra tallada. La joven se encontraba de espaldas a las demás.

Décima doctaWhere stories live. Discover now