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Yun había sido llamada a la Sala del Maestro. Cuando entró, Mad ya estaba allí junto a un hombre, alto y moreno, ataviado con túnica y capa negra.

–Kev –lo saludó Yun. El hombre hizo una leve inclinación con la cabeza.

Se dirigió al Maestro y a Mad.

–Nos estamos retrasando demasiado –dijo secamente.

No le respondieron, Mad había perdido la noción del tiempo. El reloj marcaba las 23.30 horas. Antes de media hora tenía que empezar el ritual, no cabía retraso. Los miembros de la hermandad, y los de la orden del ritual estaban impacientes.

–He hablado con el Gran Maestro –comenzó el Maestro–, dice que lo que pides es romper el ritual y, por tanto, dar carta blanca a los Hijos de Nellifer.

A Yun no le sorprendió la noticia. Mad pensó que seguramente ella misma había hablado con el Gran Maestro, que todos excepto ella y el Maestro del ritual desconocían.

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–Seguiremos como teníamos previsto Yun –le dijo el Maestro directamente.

–¿Le has dicho lo que piensa el Guardián? –le respondió ella levantando su mano hacia Kev.

–Sí, dice que aun si ellos la hubieran mandado, Natalia, en las condiciones en las que se encuentra, no podría hacer nada contra el ritual ni contra nosotros.

–¿Qué es lo que temes de ella Yun? –le preguntó Mad.

A Yun pareció ofenderle aquella pregunta.

–Yo no le tengo miedo ni a la propia Nellifer, Mad –respondió sonriendo–, ni a sus hijos quienquiera que sean. Como comprenderás a Natalia menos.

–¿Entonces por qué quieres matarla la primera? –volvió a insistir Mad.

–Porque cree que puede enfrentarse a una hermandad milenaria y reírse de ella –dijo Yun mirando de cerca la urna con el puñal de Nellifer.

–Porque sabe que va a morir, Yun, ¿qué quieres que haga? –le explicó Mad con humildad.

Yun le lanzó esa mirada asesina que Mad tanto temía.

–Quiero que se calle y que me respete cuando me tenga delante –le contestó Yun levantando el puño.

–Dudo que consigas eso –la retó Mad.

–A partir de las doce tengo total libertad contra ella –dijo Yun fríamente.

–Total libertad no –intervino el Maestro.

–Nosotros intentaremos contenerla –añadió Kev–, todo lo que esté en nuestra mano.

–¡Os juro que nos respetará! ¡A mí, a vosotros y al resto de los miembros de la orden! –sentenció Yun.

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Mad ladeó la cabeza haciendo una leve reverencia a Yun, su superior en la orden del ritual. Ambas miraron al Maestro que giraba la llave de la urna. Abrió la puerta y agarró el puñal por una de las dos asas. Kev permanecía a su lado, sin perder de vista aquel atrayente objeto sagrado.

–Vamos –dijo el Maestro–. Es la hora.

Kev se colocó una capucha que le cubría toda la cara y el cuello, con dos únicos agujeros que dejaban ver los ojos. Sobre la capucha, otra propia de la capa. Mad y el Maestro también se ajustaron la capucha de sus capas. Mad se situó delante del Maestro. Este colocó entre ellos el puñal de Nellifer. Mad lo agarró por el asa que quedaba libre. Yun y Kev, cada uno a un lado de Mad, y el Maestro abrieron sus manos y acercaron sus palmas, lo máximo que pudieron sin tocarlo, al puñal. Mad se fijó que Yun había apurado al milímetro su cercanía a él. Los cuatro miraron fijamente el puñal.

“Una vez más, Maestro, Dama,

Guardián y Protectora te llaman Nellifer,

Protege a tus discípulas

y cumple tu promesa o morirán.”

Dijeron los cuatro al unísono, sin dejar de mirar el puñal. Se hizo silencio, como si estuvieran esperando algo. Luego se miraron los unos a los otros. Yun y Kev alejaron lentamente las palmas de sus manos del objeto sagrado. Mad soltó despacio el asa de la empuñadura. El Maestro permaneció como el único portador del arma.

El Maestro se colocó en la puerta, seguido de Yun, Mad y, por último, el ahora sin rostro, Kev. Los cuatro bajaron la cabeza.

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“¡Nos protegemos de los Hijos de Nellifer!”

Volvieron a decir al unísono antes de sal

Décima doctaWhere stories live. Discover now