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–¡Héctor! –lo llamó de repente alguien desde la esquina del salón.

Héctor levantó la cabeza para ver quién lo llamaba. Estaba sentado en una gran mesa de despacho, llena de documentos. Soltó el que tenía en la mano, en el que figuraba un sello grande dorado y rojo. No era difícil distinguir el símbolo de Nellifer.

–¿Qué pasa? –le preguntó al hombre que lo había llamado.

–Hay que reunir al concejo –le respondió el hombre acercándose a la mesa.

–¿Y no puede esperar a que el ritual finalice?

–No.

–¿Qué es lo que pasa entonces?

–El Señor ha recibido una llamada. Parece que una de las diez es diferente.

–Una de las diez siempre es diferente, lo escucho cada cinco años.

–Lo sé. Pero aún así el Señor quiere reunir al concejo.

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–El concejo está esperando el aviso de que el ritual haya comenzado a su tiempo. No puedo contactar con ellos antes.

–El Señor insiste –el hombre miró a Héctor desafiante– como máxima autoridad en la hermandad.

–Muy bien –acató Héctor.

–Además, insiste en que tú tendrás que estar presente en la reunión.

Héctor frunció el ceño.

–Yo solo tendré que estar presente en un concejo cuando se decida ir a por ellos y aún no podemos tocarlos.

–Héctor, haz lo que se te ordena y no cuestiones las decisiones del Señor.

–Dile al Señor entonces que lo avisaré cuando tenga la fecha de la reunión.

–El Señor ya ha puesto fecha.

–Vale. ¿Y cuándo es esa fecha?

–Hoy.

Héctor abrió un cajón de su mesa, y sacó un viejo libro.

–No sé si podrán venir todos –dijo.

–Lo harán –le dijo el hombre dándole la espalda y dirigiéndose hacia la puerta.

–¡Everest! –lo llamó–. ¿Y qué razón tengo que darles para la urgencia de la reunión?

Everest no detuvo el paso, ni se giró para mirarlo.

–¡Que alguien cree que ella ha vuelto!

Everest cerró la puerta. Héctor quedó petrificado. Era aún muy joven y no tenía tanta experiencia sobre el ritual como los otros. Sin embargo, siempre había escuchado que alguna de las muchachas era diferente, alguien veía siempre la posibilidad de que alguna detuviera el ritual.

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Hace bastantes años, cuando era todavía un niño, una de las diez estuvo a punto de interrumpirlo, sí, le habían hablado mucho de ella. Sin embargo, resaltando sobre las demás, murió la tercera. Recordó su nombre, la nombraban mucho en los cultos, Celine. Cada cinco años, alguien cree ver a Nellifer en alguna docta, porque se pareciera a la imagen que ellos tenían de Nellifer, porque su conocimiento fuera similar, pero todas terminaban muriendo. Y curiosamente nunca, absolutamente nunca, ninguna de las que tenían trazos de la gran Nellifer, eran las décimas.

Décima doctaحيث تعيش القصص. اكتشف الآن