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Se oyó un sonido parecido al de un trueno que retumbó en toda la sala.

Natalia notó que el cilindro que sujetaba la placa que tapaba la piedra empezó a moverse. Quien le sujetaba la nuca apretó los dedos, y ella instintivamente apretó sus manos contra las manos de cada una de las compañeras que tenía a cada lado.

La placa empezó a elevarse y dejó al descubierto la gran piedra negra.

Tal y como Natalia esperaba, estaba tallada con las mismas líneas y símbolos de la nota que les enviaron antes de raptarlas. Solo que para resaltar el tallado de esas líneas y símbolos en el negro absoluto de aquella piedra, los habían pintado de dorado.

El centro de la piedra estaba marcado por un punto del mismo color y de él salían veinte líneas, diez para dividir la piedra en diez porciones y el resto más cortas, que parecían señalar a cada una de las muchachas.

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Natalia se encontraba en el centro de una de esas diez porciones en las que estaba dividido el círculo y supuso que lo mismo pasaría con cada una de las demás jóvenes. Justo delante, en un hueco en la piedra, había dos brazales abiertos de oro macizo, y, sobre ellos, entre Natalia y el rayo solar que la señalaba y presidiendo todo el ancho de su porción, un símbolo. Lo conocía, lo había visto y lo había dibujado. Un círculo con cuatro aberturas y un dibujo dentro en forma de gota.

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El Maestro subió los peldaños, caminó por encima de la piedra hasta colocarse en el centro y levantó las dos manos con las que sostenía el puñal de Nellifer, como si estuviera mostrándolo a los individuos de alrededor. Todos los presentes fueron doblando sus brazos hacia él y colocando las palmas de las manos hacia arriba. Seguidamente, el Maestro se arrodilló, levantó aún más el puñal, y lo bajó lentamente hasta introducirlo en el punto que marcaba el centro de la piedra. Natalia no apreció que la piedra tuviera ninguna abertura, al menos no que se viera desde donde ella se encontraba, pero la gubia profundizó hasta la altura en donde comenzaban las asas.

Miró la piedra, juró que era granito. Ninguna gubia que conociera perforaba el granito, todavía menos con esa lentitud de movimiento y sin ejercer ninguna fuerza. La hoja de la gubia tenía que ser de un material realmente duro, el más duro que Natalia hubiera visto en su vida.

El Maestro se levantó. Bajó los peldaños y se colocó entre Mad y la Dama. Al otro lado de Mad, estaba el hombre encapuchado. Era el único que ella podía ver, por el rabillo del ojo, de los cuatro.

La piedra crujió, obligando a Natalia a mirarla con recelo. Volvió a crujir y comprobó que el crujido procedía de su parte baja, que empezaba a ascender, hasta subir al menos cinco centímetros.

La mano que le envolvía la parte trasera del cuello, hizo fuerza, obligándola a levantar la cabeza, tanto, que no tuvo más remedio que dirigir su vista al techo.

Empezó a oír un chirrido, que fue apagándose hasta desaparecer. Frente a ella, aunque no pudiera verlo, la piedra empezó a girar levemente, adqui226

riendo a cada giro más rapidez. Todos los presentes, incluidos los cuatro líderes, también dirigieron su vista hacia arriba.

“¡Los que buscan el conocimiento te llaman!”

Gritaron todos al unísono en la sala. Natalia notó como se le ponía la piel de gallina, desde las piernas hasta la cabeza. La persona que tenía la mano sobre su nuca lo habría notado, ya que sintió un leve movimiento de sus dedos, levantándolos uno a uno y luego volviéndolos a colocar. Aunque no pudiera ver lo que ocurría bajo su vista, sentía de alguna forma la leve brisa que producía la piedra al girar a gran velocidad. La extraña gubia giraba al son de la piedra. El trenzado en forma de cordón de su empuñadura serpenteaba con el movimiento y sus asas apenas podían apreciarse a causa de la velocidad.

Natalia apretaba con fuerza las sudorosas manos de sus compañeras y notaba que ellas le respondían apretando también las suyas.

De repente se escuchó un chirrido y la leve brisa que producía el movimiento de la piedra fue disminuyendo. La mano sobre su nuca apretó su cuello y con un movimiento brusco la obligó a bajar la cabeza. La piedra giraba y giraba a gran velocidad, los símbolos pasaban ante su cara tan rápido que apenas podía distinguirlos. Agradeció que siguieran sujetándola por el cuello, porque de otra forma hubiera perdido el equilibrio y caído al suelo. La piedra chirriaba, y su movimiento se fue haciendo más lento. Las inscripciones pasaban delante de sus ojos, el círculo con el punto en medio, la curva con los rayos, la línea recta, Nellifer, otra vez la línea recta.

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La piedra frenó demasiado rápido. Tendría que pesar muchísimo para descender la velocidad de aquella manera. Iba lenta, pareció querer dar un paso más, y sin embargo, paró en seco, como si alguien la hubiera sujetado impidiéndole seguir el giro.

Natalia comprobó a cada lado que la piedra no volvió a desplazarse. Una de las líneas centrales la señalaban directamente, y, entre la línea y ella, un símbolo. Lo recordaba a la perfección, el que más fácil le fue recordar y pintar desde la primera vez que lo vio. Cerró los ojos y respiró hondo.

“El espiral.”

Desde su posición, el hombre encapuchado levantó los brazos. Inmediatamente, los guardianes colocaron las muñecas de Natalia sobre la curva que formaban los brazales, las apretaron con fuerza contra ellos y los cerraron, quedando sus muñecas y parte de sus antebrazos atrapados dentro de duro oro macizo. Natalia notó el peso cuando intentó elevar las manos. Ahora tendría que acostumbrarse a ellos el tiempo que le quedara viva, porque estaba segura de que aquellos grilletes eran definitivos. Se los acercó a la cara, girando sus manos para verlos mejor. No le apretaban y, para su comodidad, era una sensación más relajante que la forma en la que los guardianes la sujetaban. No tenían cerradura, cerraban a presión y presentaban un grabado en cada lateral, un círculo vacío en relieve.

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Ya las habían retirado a todas de la piedra, solo faltaba Natalia. Volvieron a sujetarla, pero sin apretarle por los brazales, efecto que le agradó. La Dama la miraba fijamente, con una sonrisa de satisfacción que la hizo arder de nuevo. Natalia no comprendía el porqué de su sonrisa, pero no había duda de que fuera lo que fuera lo que pasaba por la cabeza de aquella mujer mientras la miraba, era algo malo.

Décima doctaWhere stories live. Discover now