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Había llegado al trabajo a la hora de siempre pero bastante más cansado que otros días. La noche de ayer me había costado dormir y no sabía porqué así que no tenía ganas de levantarme, pero tenía una obligación que cumplir.

A parte, de que Ian sería capaz de venir a buscarme a mi casa y llevarme con el pijama puesto si fuera necesario y eso no era una opción viable que me agradara.

-¡Hey! -Dijo mi amigo a media mañana abriendo la puerta de mi despacho como si fuera su casa.

-Ian, te he dicho que toques en la puerta antes de entrar. -Dejé el bolígrafo que estaba usando para rellenar unos papeles sobre la mesa y le miré.

-Lo siento, papá. -Se rió. -Ya es la hora del desayuno, vamos. -Salió y dejó la puerta abierta para que lo siguiera.

Pensando en cómo una persona como él podía ser amigo mío, me volví a poner la chaqueta que había dejado en el espaldar de la silla al llegar y le seguí cerrando el despacho con la llave.

Ian me esperaba al lado del ascensor con las manos en los bolsillos de su pantalón vaquero y silbaba alegre mirando algún punto del techo hasta que llegué y llamé al ascensor con el botón.

-Tienes mala cara, hermano. -Dijo cuando entramos y le dio al botón 0 para ir a la entrada.

-Gracias, tú también te ves bien. -Ironicé y se rió.

-Me refiero a que se te ve cansado. -Metí las manos en los bolsillos de mi pantalón de vestir.

-Eso es porque estoy cansado. -Él chasqueó la lengua y yo reí un poco. -Anoche no dormí bien, no sé porqué. Supongo que tendré que cambiar de colchón. -Me encogí de hombros indiferente.

Las puertas del elevador se abrieron y salimos hablando de otras cosas irrelevantes o saludando a algunos compañeros que estaban en la entrada.

Cruzamos las puertas dobles de cristal y luego la calle para ir a la cafetería de siempre, Juice, en la acera de en frente unos dos locales a la derecha de donde nosotros trabajábamos.

Al entrar y pasar por la puerta, la campanita de ésta hizo su sonido característico de que alguien había entrado al local.

Nosotros dos fuimos directamente hasta nuestra mesa de siempre al lado de la ventana, pero antes de sentarme vi algo rojo pegado en la silla.

Me extrañó y miré hacia todos lados por si era de alguien que se había sentado aquí anteriormente, incluso pensé en decirle a la camarera que estaba detrás de la barra que alguien se había dejado esto aquí.

-¿Qué pasa? -Preguntó Ian cuando vio que no me sentaba.

-Hay una nota pegada en la silla. -Fruncí el ceño.

-Pues cógela y léela. -Dijo tan simple.

-¿Cómo voy a coger y leer algo que no sé qué es? -Pregunté apoyándome en la mesa.

-Si no lo haces tú, lo haré yo. Además, ¡está en tu silla! -Con un suspiro despegué el post-it y me senté.

-La silla no es mía, Ian. Hay más gente que se sienta aquí. -Dije con lógica.

-Pero tú eres quien lleva sentándose ahí, en esa misma silla a la misma hora, durante meses. -Señaló la silla con el dedo. -¿Por qué si no iba a haber una nota pegada ahí justo cuando llegas tú? -Me reí de su estupidez.

-A lo mejor se le quedó a alguien que estuvo aquí antes que yo. -Me encogí de hombros.

-Ya, justo pegado para que te dieras cuenta, ¿no? -Se rió. -Venga, léela. -Me incitó.

Su chica.Where stories live. Discover now