Que Nadie Pase por esa Puerta.

166 10 1
                                    

Louise despertó de su pesadilla sintiéndose aliviada de que su mamá no la haya levantado. Leila se iba a ir de nuevo a su casa ese día, así que Louise iba a poder volver a dormir sin presión alguna.

Se levantó de la cama e hizo su rutina de todas las mañanas, luego, una vez lista, tomó su bolso y se dirigió a su cocina para comer algo de desayuno.

—Buenos días, hija –Dijo Leila al sentir unas pisadas detrás de ella mientras preparaba unas tostadas.

—Buenos días, mamá –Dijo Louise y se sentó en su lugar.

Lo bueno de tener a su mamá cerca era que no tenía que preparar el desayuno por sí sola.

Su madre se acercó y le dejó un plato con cuatro tostadas sobre la mesa frente a ella, luego sirvió algo de jugo en un vaso y lo dejó junto al plato para después sentarse frente a Louise.

—Que no haya ido a tu cuarto no significa que no haya escuchado nada de tus pesadillas –Dijo Leila y Louise rodó los ojos.

—Gracias, mamá, eres una persona muy considerada –Dijo y luego bebió un poco de su jugo.

Se hizo un silencio que sólo lo llenaba el ruido de Louise al tragar y masticar.

—Hablé con tu padre –Dijo Leila y Louise le prestó atención—. Hace dos semanas ya.

—¿Y qué quería? –Preguntó Louise agriamente.

—Ofrecerme dinero –Dijo Leila y Louise rodó los ojos.

La relación de Louise con su padre era buena, pero cuando ella era una niña. A la edad de 15 años, su padre las abandonó para trabajar con narcotraficantes (por supuesto, de esto de enteraron Louise y Leila por su parte ya que él no les había dicho nada).

A la edad de 16 años Louise había decidido unirse a la CIA para poder atrapar a gente como él, pero nunca tuvo la oportunidad de encontrarlo.

Cuando Louise cumplió los 20 años, su padre había encontrado la forma de hablar con Leila. Le mandaba mensajes de texto diciendo: "¿Cómo está mi niña?", "¿Tienes suficiente dinero?", "Estoy haciendo esto por nuestro bien". Y cada vez que Leila cambiaba su número de celular, él encontraba la forma de saberlo y volvía a mandarle mensajes.

—Sinceramente, no tengo ganas hablar sobre papá, no quiero arruinarme el día –Dijo Louise y agarró su bolso bruscamente haciendo que todas sus cosas cayesen al suelo—. Perfecto –Susurró y comenzó a tomar todas sus cosas para luego guardarlas, pero cuando terminó, notó que algo faltaba—. Em... ¿Mamá?

—¿Qué sucede, hija? –Preguntó Leila mientras Louise se paraba con su bolso en la mano.

—Yo tenía una carpeta negra que tenía el nombre de Nicholas Crawford escrito en su tapa, ¿tienes idea de dónde está?

—No sé de qué hablas, sabes que no soy fan de esas cosas raras que hacen en tu trabajo –Dijo Leila y Louise dejó caer su bolso en el suelo para después salir corriendo directamente a su cuarto y empezar a buscar la carpeta por todos lados.

—No, no, no, no –Decía Louise a medida que iba buscando con desesperación. Cuando notó que en su cuarto, evidentemente, no estaba, suspiró con frustración—. No puede ser.

(...)

Nicholas había entrado en la escuela notando que Willa se encontraba leyendo en uno de los bancos junto a la fuente en reparación.

—Hermoso –Dijo Nicholas y luego hizo una pausa mirando a Willa a la cara cuando ella separó la vista de su libro—. ¿Cómo estás?

—¿Sabes que soy una chica, verdad? En todo caso tendrías que decirme: "hermosa".

Double Life.Where stories live. Discover now