22. Revolución

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El día había llegado.

Era esa clase de día en que el aire se sentia diferente, la clase de día que esperas con una cuenta regresiva y marcas en el calendario.

La clase de día que al cruzar la puerta de casa te hace sentir un retumbar en el pecho y  el cosquilleo entre tus dedos.

El ambiente en el pueblo era extraño, no solo por la el aire frío y denso que mecía las ramas de los árboles y hacia rechinar la madera de las puertas, o por el cielo gris gracias a las nubes hinchadas de agua, de angustia y tristeza,  como si los Dioses supieran que venía la tempestad...

Esa, finalmente era la tormenta después de la calma.

Era el vendaval que se acercaba para hacer caer todo a su paso.

El olor a inconformidad era difícil de ocultar y las miradas cansadas te lo advertían.

Todos habían esperado suficiente.

El día de hoy, Quackity se miró a si mismo y apreció con mayor detenimiento los cambios en él. Su cabello era mucho más largo, rozaba su espalda y su flequillo comenzaba a cubrir su mirada. Era tan negro como siempre había sido, se veía desordenado por el terrible corte qué tenía, rebelde, como su personalidad. Últimamente el corsé apenas le quedaba, su abdomen estaba mucho más inflamado, las estrías ahora adornaban el resto de sus cicatrices y un par de lunares.

Le resultaba curioso como su vientre, el vientre de un guerrero, lleno de heridas de batalla ahora era redondo y maternal. Sentía que no encajaba.

De cualquier forma Quackity se colocó el corsé con aquella camisa blanca lo mejor acomodada debajo, tiró de las cuerdas con fuerza, sintiendo los hilos suaves entre los dedos tensarse, escondiendo lo mejor posible su tesoro más grande.

Colocó aquel listón lila en el cuello de la camisa, qué significaba todo lo que ya no es, y lo ató con la delicadeza qué ya no lo representaba.

Sobre su cama yacía un cinturón de cuero, era grueso y las rayaduras dejaba en claro que tenia una historia que contar, poseía espacio para guardar dos armas, era una pieza cara y ostentosa si sabias de pieles y metales.

Ese había sido uno de sus regalos de quince años, dado por el hombre que consideraba su padre, Cochi y Beni se lo devolvieron esa mañana, pues lo tuvo que dejar cuando huyó de su tierra.

Paso aquel cinturón por las pequeñas entradas de su pantalón generando ese sonido que hace la tela al rozar con el cuero, abrochó aquella pieza dejando sonar un gélido ruido metálico y finalmente, tomó el sombrero con el que había comenzado todo esto, y retirando su clásico gorro, colocando aquella pieza en su cabeza.

Era claro que el hombre que iba a salir de aquella habitación no era Quackity.

No era el Quackity bromista e hiperactivo.

No era el Quackity Omega.

No era el Quackity confiado y distraído.

No era el Quackity amigable y desinteresado.

No era el Quackity que ama a Luzu con cada parte de su ser.

No era el Quackity que ama a sus hijos.

Y no  era el Quackity qué ama algo más que a él mismo.

Cuando atravesó la puerta de su habitación, con pasos firmes, haciendo rechinar el piso de madera Caìn y Benjamín hicieron una señal de respeto.

Cochi extendió las manos con algo envuelto en un pedazo de tela.

Quackity sonrió desenvolviendo aquel objetivo.

Eran dos pistolas calibre 38, con algunas incrustaciones de oro en el mango. Quackity  siempre había sido alguien petulante, le gustaba presumir. Como si las hubiera extrañado, tomó ambas armas y las colocó en su cinturón de manera ágil.

"La ruina de mi existencia" -LuckityWhere stories live. Discover now