22. Pruebas.

520K 15.5K 3.3K
                                    



El móvil sonó a media mañana. Era Santiago. Hablé con él intentando ser lo más cariñosa que pude, sin embargo, no logré que me creyera. Me sentía seca, rendida.

-No estás bien... ¿Qué pasa? -no tenía idea de lo mucho que odiaba esa pregunta.

-Nada, he estado recordando... eso es todo...

-De acuerdo. Maldición, estoy en una teleconferencia... Dios, debo dejarte, ¿nos hablamos mañana? -pensé en decirle que había regresado, pero necesitaba estar sola y que él pensara que seguía allá, era lo mejor, necesitaba espacio, tiempo.

No salí en cuarenta y ocho horas de mi refugio. Por la mañana del segundo día volví a ducharme, le hablé a Santiago, tomé una manzana y me senté de nuevo ahí enfundada en su sudadera. El tercer día fue igual, engullí unas galletas, le marqué a mi madre para saber cómo seguía y otra vez a mi... prometido. Él estaba preocupado, mi voz era plana, sin emoción. Así me sentía, juraba que en cualquier momento me hablarían dándome alguna terrible noticia, no obstante, el teléfono jamás sonó.

La locura nunca estuvo tan cerca de mí como en aquel momento. Sabía que debía salir, ir a trabajar, continuar con mi vida, pero no podía, si era necesario me enclaustraría en aquel apartamento para siempre.

Ya era de noche, martes, cuando tocaron mi puerta. Me alerté por un segundo, enseguida pensé que sería uno de los vecinos, el interphone no sonó. Intenté tranquilizar la taquicardia de mi corazón y abrí confiada.

-¿Kyana? -¡Maldición! Era él, era Liam, ahí, en mi apartamento. Sujeté la puerta fuertemente. Dejé de respirar y juro que mi corazón se detuvo, no podía ser, simplemente no podía ser.

-¿Qué... qué haces aquí? -logré decir impactada, eso no podía estar ocurriendo, era irreal. Parecía no haber dormido al igual que yo, su ropa se encontraba un poco arrugada y me miraba desesperado. Haló la puerta sin esfuerzo importándole poco mi resistencia y entró. Sin más me recorrió con sus asombrosos ojos, anonadado, dándose cuenta de lo que traía puesto. De inmediato me alejé regañándome por abrir sin cambiarme.

Cerró tras él con la vista nublada de deseo. Conocía muy bien esa expresión y cómo sus pupilas se dilataban cuando querían ir más allá. Sentí la boca seca y un extraño calor que hacía años no circulaba por mi cuerpo comenzó a derretir mi ser. Las palmas empezaron a sudar y mi respiración se aceleró peligrosamente.

Di otro pequeño paso hacia atrás mordiéndome el labio sin romper el contacto visual. Sabía en qué podía terminar eso y qué estaba ocurriendo. En cuanto me vio hacer aquel gesto, se acercó a mí, me tomó por la cintura con una mano sin siquiera pensarlo y me pegó a él de un solo movimiento.

-Esto es una locura, pero... cómo te deseo -susurró contra mi boca, su aliento tan cerca de mí logró hacer que las piernas me temblaran, sujetó mi nuca suavemente y me besó.

¡Dios, por Dios, esto no podía estar ocurriendo! Su roce era aún mejor de lo que recordaba, sabía dulce y era muy cálido. Logré separarme sin saber cómo, no tenía idea de lo mucho que lo necesité hasta ese instante.

-Liam... ¿Qué haces? -parecía todo tan fantástico que me aterraba. Me miró turbado y volvió a besarme sin hacer caso de lo que acababa de preguntar. Comenzó a tomar todo de mí como solía hacer, mi cuerpo se rindió enseguida ante él, olvidando todas las defensas que construyó, olvidando todo lo que pasó, olvidando lo que estaba haciendo.

Sin comprender cómo, me aferré con una mano a su camisa y con la otra rodeé su cuello acercándolo más a mí, ansiosa. Me tenía pegada a la pared, devoraba mi boca, mi cuello, mi barbilla, cada rincón de mi rostro gimiendo, gruñendo. Me elevó logrando que enrollara mis piernas alrededor de su cintura. Ya no me importó nada, no podía pensar, no quería hacerlo... ya no.

Muy profundo © COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora