18. Construyendo sobre fango.

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En Monterrey me recibieron cálidamente. Mi hermana estaba feliz de tenerme cerca y su presencia me ayudaba. Era cariñosa conmigo y muy prudente. Esas vacaciones mi padre se dedicó a enseñarme la ciudad junto con Miriam y Carla. Equiparon mi habitación con todo lo que podría llegar a necesitar. Aun así, yo permanecía igual: inmutable, impasible. Papá se daba cuenta de que hacía un gran esfuerzo por integrarme y levantarme cada día. Hablaba casi a diario con mamá, me contaba solo lo que tuviera que ver con su vida. Así lo hizo a partir de esos meses, como intuyendo que me dolería saber más.

Entré en agosto a «Diseño gráfico y Publicidad». Todo en mí había cambiado. Ya no era ni por asomo la de hacía unos meses, ya nada en mí era igual. No reía con facilidad, ni hablaba de más y la verdad era que socializaba muy poco. Robert me escribía a menudo por mail o mensajería instantánea, pues solo él y mi madre tenían mi nuevo número. No tocaba el tema de mi partida, solo me hablaba sobre sus cosas y acerca de su escuela, yo hacía lo mismo.

Raúl y Jane tampoco sabían mis verdaderas razones, sin embargo, coincidían en que no era la que solía; además de ellos, no sabía nada de nadie más. Generé nuevas cuentas para todo y eliminé las anteriores, ni siquiera me llevé el móvil, lo dejé en casa el día que partí, junto con todos mis recuerdos, junto con todos mis sueños.

Los meses pasaron lentos, demasiado en realidad, el vacío seguía presente en mi pecho, pero con el tiempo se fue haciendo parte de mí, ya no me molestaba sentirlo cada día. Por las noches a veces despertaba llorando y empapada en sudor, era imposible conciliar el sueño después de eso, así que bajaba silenciosamente hasta la sala, me sentaba en uno de los sillones que daban a un bello jardín, subía mis rodillas, recargaba mi cabeza en ellas, dejándome llevar; solo así encontraba la paz, el sosiego.

La Navidad llegó y mi madre viajó para allá. Esas vacaciones me las pasé en casa de los abuelos junto a ella. Las cosas con Ralph iban muy en serio. Tenían planes de comenzar a vivir juntos. Me dio gusto por ella, por lo menos una de las dos era feliz y el verla así, lograba hacerme sentir que valió la pena lo que hice. En varias ocasiones me di cuenta de que me observaba muy triste, sin embargo, no me decía nada. Al parecer comenzaba a entender que cambié, que lo que ocurrió me marcó y que jamás volvería a ser la misma. Incluso, por esas fechas a petición de mamá, tuve que entrar a terapia, a los meses me dieron de alta, no veían mucho qué trabajar conmigo, pues como era obvio, no mencioné la verdad de lo que ocurría y por lo mismo la psicóloga no me pudo ayudar.

Ya llevaba más de un año en Monterrey. No salía mucho, a menos que fuera para trabajar o porque alguno de mis compañeros, que todavía no podía catalogar como mis amigos, me insistía que asistiera a algún lugar. Ignoré a todo aquel que se acercara con una doble intención. Conocí a muchas personas de mi edad, no obstante, con nadie intimaba demasiado, no me interesaba nada, salvo la escuela, y como el dibujo y creatividad no eran mi fuerte, me absorbía toda la energía.

En noviembre mi madre anunció que se casaría en las vacaciones de invierno para que yo pudiera ir. La noticia me tomó por sorpresa y me llenó de ansiedad nuevamente. No dormí por noches y de nuevo el apetito desapareció. Me sentía como en aquellos días y los ataques de pánico retornaron.

-Mamá... por favor... No puedo ir...

-Kyana... es muy importante para mí, te lo suplico... tu lugar está a mi lado, es muy especial para mí, ¿cómo haré esto sin ti? -lloré sin poder contenerme. Para mí no había pasado el tiempo, seguía igual que cuando me fui. La distancia no ayudó en lo absoluto. Me sentía exiliada. No olvidaba cada detalle, cada momento, todo permanecía muy fresco en mi mente. Su recuerdo me perseguía todo el tiempo, no pasaba un segundo en el que no lo tuviera presente. Aún lo amaba, no lograría olvidarlo nunca. Pero, por otro lado, el pavor y pánico a aquella mujer seguía asombrosamente vivo en mi interior. Incluso, en más de una ocasión a lo largo de ese tiempo, ya me habían llegado correos recordándome «el trato» y después de ser leídos, como por arte de magia, desaparecían sin dejar un solo rastro-. Hagamos algo, ven solo ese día, llega por la mañana y te vas por la noche, te necesito junto a mí, hija... -ella estaba realizando un sueño y era lógico que me quisiera a su lado para sentirse completamente feliz. No podía ir, arriesgaba demasiado si lo hacía. Sabía que mi madre jamás me lo perdonaría, sin embargo, no tenía otra opción, todo se podría venir abajo por eso.

Muy profundo © COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora