15. Fin de mi primavera.

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Cenamos en silencio, sabía que tenía que hablar con ella. No encontraba la forma.

—Kyana, no de nuevo por favor, me lo prometiste. Desde ayer no sé qué te sucede, apenas si comes y tu cara... lloraste toda la tarde... —no era una pregunta, lo afirmaba. Tomé aire y la miré.

—Mamá, he decidido que quiero estudiar en México —escupí sin más. El tenedor se le cayó sobre el plato generando un ruido sordo que no logró inmutarme.

—¿Qué?, ¿por?

—Porque... ya lo pensé y eso es lo que quiero —distanció su comida y me observó confusa arrugando la frente. No se la tragaba, obviamente.

—No, señorita, las decisiones no se toman a la ligera. Tú no eres así, durante meses no te cansaste de decir que lo que más querías era ir con Liam a la universidad, ¿Por qué cambiaste de idea?, ¿te peleaste con él?, ¿él quiere ir ahí? No comprendo y exijo que me expliques.

—No, no es eso —evadí sus ojos chocolate dedicando toda mi atención al cubierto que tenía entre mis dedos.

—¿Entonces? —Parecía molesta, bastante.

—Mamá... creo que yo... ya no quiero estar con él... —abrió los ojos y pestañeó varias veces. Pobre, la estaba volviendo loca de verdad.

—Kyana, es una broma. ¿Cierto? Digo, tú puedes decidir con quién estar, pero esto es abrupto, salido de la nada, ayer los vi y estaban perfectamente bien, así que no te creo. ¿Qué ocurre? —ese tono de voz en ella lo desconocía. Enarcó una de sus cejas esperando, tamborileando los dedos sobre la mesa.

—Nada y no, no es broma, es la verdad, ya no quiero estar con él y quiero ir a México, quiero estudiar allá... Eso es todo —soné más firme de lo que creí, retiré también mi plato y la confronté sin titubear. Estaba completamente desencajada, confusa, perdida.

—Escucha, hija, sé que no te he dado un ejemplo que pueda guiarte cuando cruzas momentos complicados con un chico, pero no siempre la solución es mandar a volar todo, además no es maduro tomar decisiones arrebatadas, guiadas por el enojo, por el impulso del sentimiento. —Me levanté de la mesa mirándola severa.

—Yo ya no sé lo que siento, después de todo estoy muy joven para una relación tan seria, mi papá te lo dijo cuando vino y creo que tiene razón... No quiero ir allá con él, quiero ir a México, no estoy lista para algo tan formal, así que... ¿Me vas a apoyar o no? —me observó asombrada ante mi reacción. Jamás me ponía así y mucho menos le hablaba de esa forma. Fuera de enojarse, respiró varias veces colocando sus dedos en el puente de su nariz.

—No puedes estar cambiando así de opinión...

—Nunca lo he hecho, siempre he permanecido estable, si no hubiera sido porque nos vinimos aquí a vivir por «tu» trabajo, hubiera terminado mi escuela con las mismas personas que conocí desde pequeña, con los amigos de toda mi vida. Así que no es impulso, no es enojo, no es nada, salvo que no deseo enfrascarme en una relación tan absorbente, quiero mi espacio, mi tiempo —sabía que lo primero que le dije fue un golpe muy bajo, sin embargo, necesitaba que me dejara ir, era por su bien. Bajó la vista demasiado contrariada, acerté y eso me dolió.

Muy profundo © COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora