5. Nuestro secreto.

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Me encerré en la recámara. Tomé el pijama. Después de ponérmelo, me acosté. Metí la mano bajo la almohada y saqué su sudadera. Aún olía a él. Absorbí su aroma abrazándola ansiosa, no dormiría con facilidad. Eso solía pasar cuando algo me tenía inquieta.

Y es que la conversación con él en el mirador, sus confesiones, su... historia, dolió. ¿Cómo fue que los dos perdimos la cabeza y la razón por la clase de personas que juramos nunca aceptar en nuestra vida? Liam nunca quiso a quien no fuera igual a él. Yo... yo siempre odié a los de su clase. El destino era realmente extraño, al fin lo entendía: prejuzgar, enjuiciar, rechazar... todo eso no tiene ningún sentido, ni justificación, menos si no se conoce desde el fondo las razones y porqués de las personas.

Perdida, observando a través de la ventana, acostada sobre la cama, me deleité contemplando las copas de los árboles mecerse tranquilamente, con el aire un poco frío del exterior. Sin darme cuenta eso logró relajarme, no supe cuándo al fin cerré los párpados.

Annie pasó por mí. Robert y ella quisieron saber con quién me marché a casa el día anterior.

—Con Liam —escupí rápidamente. Ambos me miraron y se carcajearon animosos.

—De verdad que las cosas están cambiando —expresó Robert, sereno. Lo observé sonriendo. No me preguntaron más, por lo que cambié el tema por algo de la clase de ciencias, funcionó.

En el almuerzo hablamos de cosas sin importancia, eran en serio agradables. No sabía nada de Liam para ese momento, por lo mismo me sentí más tranquila, aunque si era sincera, moría por verlo.

Cuando entré a literatura, no estaba. Pasaron varios minutos y no apareció. Mis palmas sudaron. Miraba una y otra vez la puerta. Ni él, ni ninguno de sus dos amigos se asomaron. Tomé mi mochila discretamente y busqué el móvil. Parpadeaba. Piqué la tecla central y vi que tenía un mensaje de Liam. No lo había escuchado.

«Kya... hoy tenemos entrenamiento especial... Te veo a las cuatro... Te extraño».

Sonreí, ahí estaba mi respuesta. Perdida escuchando al profesor, me di cuenta de que su ausencia la percibí desde que bajé del auto... Ya no lo podía evitar.

En el segundo receso nos reunimos en el jardín, bajo un árbol. Intercambiamos apuntes hablando distraídamente. Un alboroto se escuchó, enseguida alzamos la vista. El equipo de fútbol, todos iban llegando en diferentes autos.

Caminaban juntos rumbo a nuestra dirección, reían y se aventaban entre sí por algo que otros decían. Esa era la entrada trasera del instituto, estaba rodeada por grandes áreas verdes donde solían pasar el tiempo los estudiantes en el segundo receso y por donde se entraba si se venía del estacionamiento.

Nadie dejaba de verlos y es que era imposible, resultaban «llamativos», por así decirlo. Iban sin su uniforme, con sus grandes cuerpos y he de confesar que, en su mayoría, no eran nada feos. En un segundo grupo llegó él. Vestía una playera negra que, si bien no era ajustada, lograba que se adivinara su espectacular cuerpo, un jean ya gastado como los que solía usar y tenis oscuros.

Muy profundo © COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora