Café Van Gogh (Les Miserables...

By resnovae

2.5K 143 2.8K

"Eran nueve. Eran jóvenes, idealistas y brillantes, y querían cambiar el mundo". Astrea ha vuelto a Madrid a... More

Advertencia
Los Vientos del Pueblo
Pontificar
La luna y el preso
Barricada
Johan
Triunvirato
Boxeo
Amigos
Algo distinto
Mejor como amigos
Café Van Gogh
Poliamor
Enemistad
Madrid
Imperialismo
Interrupción
Contradicción
Lupercalia
Enamorado... otra vez
Erni
Nina
A primera vista
Normas
¿Revelación?
Borrachos
Hermana
Provocación
Calabozo
Patatas fritas
Intento
Parejitas
Raquel
1 de mayo
Mudanza
Presentación
Primera confesión
Novia
Segunda discusión
Absurdo
Don Juan
Regreso
Incredulidad
Navidad
Celestina
Oferta
Reacción
Acoso
Despertar
Relación
Disturbio
Atrevimiento
Insurrección
Preocupación
Revolución
Apuestas
Utopía
Salvación
Astrea
Nota
Personajes
Gasolinera

Tercera declaración

25 2 74
By resnovae

A Raquel le gustaba ir a la Rosaleda a dibujar. Se sentaba en uno de los bancos bajo las flores, sacaba el bloc, y dejaba vagar la mente y los lápices durante horas sobre el papel en blanco. Solía dibujar las cosas que le rondaban por la mente, o a la gente con la que había estado aquel día. Así, tenía el bloc lleno de retratos de Bea y Mikel, pero también de Renée, Félix, Nina, e incluso Dorian y Erni. Su favorito era uno de Joan, de un día que la había acompañado, abstraído en un libro, rodeado de rosas anaranjadas, y con una mariposa posada en la trenza. La única a la que no se permitía dibujar era a Astrea, porque ella ya ocupaba todos sus demás materiales de trabajo y sus pensamientos. Quería mantener ese espacio y ese bloc lejos de ella, de su belleza, y de lo que dolía quererla.

Pero aquel día, había caído. Acababa de terminar los exámenes, y era perfectamente consciente de que, si aprobaba, sería gracias a su musa de la épica. Después de sacarla de su encierro autoimpuesto tras el uno de mayo, Astrea no había dejado que se tambaleara de nuevo ni siquiera un instante. La había estado acompañando a comer después de clase a la cafetería de la facultad para asegurarse de que comía todos los días que lo permitían sus respectivos horarios. La había animado a terminar sus trabajos a tiempo. Todas las noches, si la veía "En línea" en redes sociales después de las once y media, la llamaba para obligarla a acostarse. La había ayudado a estudiar, habían estudiado juntas. Incluso la había llevado a comprarse algo de ropa nueva. Pero, cuando le preguntaba por qué tantas molestias, su Calíope sólo respondía que "no podía permitir que ninguno de los Vientos se hundiera, ya que eso hundiría al resto". A la segunda semana, había dejado de preguntar.

Así que ese día, la dibujaba a ella. Tal como le gustaría verla a su lado, rodeada de flores y con una sonrisa en los labios, y una rosa roja en la coleta a juego con su chaqueta. Pero se estaba frustrando, porque no conseguía ser totalmente fiel a su aura magnética, ni captar por completo el brillo de sus ojos.

Finalmente, desistió. Empezaba a atardecer, y, aunque ya había acabado las clases, no quería volver muy tarde. Astrea se enfadaría con ella igualmente, y llevaba mucho tiempo sin enfadarla a propósito. No quería romper esa racha. Recogió sus cosas, y decidió ir dando un paseo hasta el metro.

No miraba por dónde iba, realmente. Las flores y la calle se le colaban por los rabillos de los ojos, pero su mente iba abstraída en el rock a todo volumen que le taladraba los oídos. No había nadie por la calle, y ya había tenido suficiente abstracción bohemia por un día.

Distraída como estaba, ocurrió lo más obvio: que se estrelló con la primera persona que se cruzó en su trayectoria.

La culpa era un poco de dicha persona también, para ser justos. Es decir, a nadie en su sano juicio se le ocurre ir leyendo por la calle, por muy poca gente que haya, ¿verdad? Y más si es una cuesta. Así que ocurrió lo esperable cuando una estudiante demasiado absorta en su lectura y una rockera entregada a escuchar música con los ojos cerrados se estrellan por la calle: ambas se golpearon en la cabeza, cayeron al suelo, y sus respectivos objetos personales (el libro, la bolsa de dibujo) se desperdigaron sobre el asfalto.

Raquel, medio cegada por el golpe, apagó la música, y tanteó a su alrededor en busca de su bolsa. Pero sus manos dieron con el libro. “El segundo sexo”, rezaba la portada. Genial, bufó Raquel, otra pseudofeminista en formación. Se reproducían por esporas, o algo.

La otra ya se había puesto en pie, aunque era un milagro que pudiera mantenerse erguida y sin temblores en las piernas con semejantes tacones, lo único que alcanzaba a verle Raquel. Su mirada subió por sus piernas blancas y en el punto perfecto entre fornidas y estilizadas (como debían ser para poder calzar esos tacones), y se detuvo en la abertura del muslo de su falda roja. Tragó saliva. Eran unas buenas vistas...

-Ejem -carraspeó la otra, y Raquel quiso matarse, porque conocía aquella voz, mierda, claro que conocía aquella voz- . ¿Te ayudo?

Y le tendió su mano blanca y elegante, con las uñas perfectamente pintadas de rojo y un anillo en forma de estrella brillando en el dedo corazón. Raquel tragó saliva, y tomó su mano.

-¡Artemis! -se esforzó en disimular la molestia por no haber podido seguir mirando. Astrea tiró de ella, y la levantó de golpe, tan de golpe que Raquel se tambaleó- Qué sorpresa, ¿cómo tú por aquí? ¿Trabajo?

-No, descanso -Astrea le tendió su bolsa, y la intercambió por su libro- . He venido a pasear por el cementerio de La Florida. Me gusta ese lugar.

Raquel se tragó la risa. Puedes sacar al emo de la estudiante, pero no puedes sacar a la estudiante del emo, por lo que había dicho Mina. Faldas de cuadros, pintalabios rojos demasiado oscuros, botas o sandalias con tachuelas (como las que llevaba en ese momento), esa extraña afición a pasear por cementerios... las pistas y remanencias del pasado emo, o punk, o lo que fuera, de Astrea, estaban allí, a simple vista, y siempre resultaba divertido buscarlas.

Por otro lado... Obviamente, el cementerio de La Florida. Allí estaban enterradas las víctimas de los fusilamientos del 3 de mayo, tras el alzamiento contra los franceses que dio inicio a la Guerra de la Independencia. Iba mucho con Astrea el caminar por allí. Aunque siguiera preguntándose cómo podía caminar sobre aquellos zancos.

Raquel quiso decir muchas cosas. Quiso ser sarcástica, quiso elogiar lo guapa que iba. Quiso reírse de que aún no se hubiera leído El segundo sexo (¡si se lo había leído hasta ella!), quiso agradecerle la ayuda. Pero tantas intenciones le cortocircuitaron la lengua.

-No sabía que te pintaras las uñas -dijo en cambio. Y luego quiso que se la tragara el asfalto, por idiota.

-Es Dorian quien me las pinta, en realidad. Le entretiene hacerlo cuando viene por casa.

Se habrían quedado en silencio, las dos, como idiotas, pero Astrea estaba harta de desaprovechar oportunidades.

-Mmm... ¿Vuelves a casa? ¿Quieres que te lleve?

-¿Qué tienes en contra del metro? -se burló Raquel.

-Me gusta conducir -y Raquel tuvo, muy seriamente, que contenerse para soltarle un "no deberían dejarte hacerlo", porque, realmente, la periodista era un peligro al volante- . Y es más agradable llevarte que acompañarte en metro.

Raquel no supo qué contestar, así que aceptó en silencio. Astrea cogió un coche de alquiler, y en pocos minutos, ponía en peligro el tráfico en dirección a Tirso de Molina. Pero Raquel no podía quejarse. Porque, por muy imprudente que fuera la rubia al conducir, la estaba llevando, y podía sentarse a su lado sin discutir ni gritarse durante cinco minutos. Era una especie de pequeño paraíso.

Pero el viaje llegó muy pronto a su fin, y el coche aparcó prácticamente delante del portal. Raquel creyó que su amiga esperaría a que entrara y luego se marcharía, igual que la primera vez que la llevó, pero Astrea finalizó el alquiler, y bajó con ella.

-Mmmm... Gracias... -pudo decir al final- por traerme. Y por haber cuidado de mí estas semanas, aunque no lo mereciera. No tenías por qué hacerlo.

-Sí tenía -respondió Astrea, aunque no la miró. Raquel creyó verla sonrojarse, pero tenía que habérselo imaginado, porque la piel de Astrea sólo cambiaba de color cuando se enfadaba.

-¿Quieres...? ¿Quieres subir? Bea no está, va a pasar la noche en la biblioteca, tiene examen mañana, o algo así, y por una vez quiere presentarse. Tengo pizza y horchata. Creo.

-Claro -sonrió ella, y resplandeció como una estrella- . Jamás le diría que no a una buena horchata.

La parte racional, responsable y obsesionada con su causa de la mente de Astrea gritaba que qué demonios estaba haciendo. ¿Subir a casa de Raquel, casi de noche, las dos solas? Aquello sólo podía acabar catastróficamente... ¿o no?

Por otra parte, era casi la primera vez que veía sobria a Raquel fuera de la universidad. Le habían desaparecido las ojeras, y hasta se había peinado en vez de recogerse el pelo en el moño alborotado y sucio que llevaba habitualmente. Incluso la ropa le olía a limpio, y eso sí que era inusual, aunque no espantaba el aroma a pintura que siempre la acompañaba y que Astrea encontraba secretamente tan atractivo. Aquello bien se merecía un pequeño traspiés.

Así que subieron, y se sentaron en el sofá con una botella de horchata y una pizza quemada delante. Era... curiosamente agradable hablar las dos solas sin discutir, tuvo que admitirse Astrea. Y hablaban, hablaban de tonterías y trivialidades como cuáles eran sus autores favoritos o a qué profesores habían odiado más ese curso, y por una vez, estaban conversando, sólo conversando.

-¿Qué hacías tú por allí? -se obligó la rubia a preguntarle cuando sus pensamientos empezaron a circular por caminos inquietantes.

-Oh, mmmm... -Raquel deseó, en ese momento, tener una copa a mano para contestar, pero Astrea se habría molestado- Me... me gusta ir a pintar a la Rosaleda.

-¿Y qué pintas allí?

-Er... A mis amigos, sobre todo.

-¿De verdad? -los ojos de Astrea brillaron con auténtica curiosidad. Había visto (más bien, robado vistazos) las obras de Raquel, y le fascinaban. Y si además eran retratos de sus amigos, realmente quería verlos- ¿A quién has pintado hoy? ¿Pintas a carboncillo, o a lápiz, o llevas colores? ¿Me los enseñas?

Raquel nunca había imaginado que Astrea pudiera ser tan curiosa respecto a cuestiones tan triviales. Se sonrió, y por unos segundos, estuvo tentada de enseñárselo. Luego recordó que, aquella misma tarde, la había estado dibujando a ella, y que su trazo sin duda la delataría, y decidió que la opción inteligente era negarse.

-Ni hablar, rubita. Mantén tus narices de periodista alejadas de mi arte -y para enfatizar sus palabras, escondió el bloc debajo del cojín más cercano.

-¡Oh, vamos! Quiero verlos.

-No. Tu mirada entrenada en la objetividad desvirtuaría su propósito artístico.

-Yo te mato -gruñó la otra, y se lanzó sobre ella con un salto digno de un jaguar. Estaba sonriendo, sin embargo.

Forcejearon largo rato sobre el sofá, una intentando proteger el bloc, la otra tratando de robarlo. Raquel había sacado provecho de ayudar a Beatriz en sus entrenamientos, pero Astrea entrenaba de verdad, y tenía mucha más fuerza de la que parecía a simple vista. Así que pronto, Raquel yació bocarriba en el sofá, con los brazos inmovilizados bajo las rodillas de Astrea que, sentada a horcajadas sobre su pecho, pasaba las páginas del bloc de dibujo inspeccionando los bocetos.

Le fascinaban. Los trazos de Raquel, que cualquiera habría esperado que fueran de todo menos rectos a causa del alcohol, eran precisos, delicados. Incluso sus bocetos estaban excesivamente cuidados. Dejaban entrever una parte de la personalidad de la pintora que ella se esforzaba demasiado en enterrar en cinismo y alcohol.

-R, esto es... es fantástico.

-Te agradecería el cumplido, Artemis, pero seguro que no es tan fantástico como la vista desde aquí -bromeó, o quizá no tanto. La única respuesta de Astrea fue incrementar la presión de sus rodillas sobre los hombros de ella.

Siguió hojeando los dibujos, y llegó a ese que Raquel más temía, el que había pintado aquella tarde. Porque no era sólo un dibujo, sino los cientos de bocetos que había esbozado, las miles de poses que había intentado retratar. Era casi una declaración.

Y Astrea se quedó con la boca abierta cuando lo descubrió. Porque jamás había visto una imagen tan hermosa de sí misma. Tan viva, tan cuidada, tan fiera y delicada a un tiempo. Porque jamás había pensado que nadie la bocetaría tantas veces, de tantas formas.

Y eso era lo único que le faltaba para terminar de reunir el valor.

Astrea no decía nada, y Raquel empezaba a sudar. Era imposible que ella hubiera visto los retratos de su habitación, el cuadro perdido que pretendía darle por San Valentín y desapareció... ¿verdad? Era sólo un dibujo. Sólo uno, entre tantos de sus amigos. No decía nada, no significaba nada.

-¿...por qué? -porque Astrea los había visto. Porque aquella no era la primera vez que se veía así retratada, porque aquel dibujo sí lo decía todo- ¿Por qué me dibujas tantas veces? ¿Por qué... por qué soy una diosa a través de tus pinturas?

-... -Raquel sintió que le robaban el aire de los pulmones y la fuerza de las venas- ¿De verdad necesitas que responda a esa pregunta?

-R, yo...

-Ya, ya lo sé -espetó, intentando quitársela de encima. Ella no se resistió, y pudieron ambas sentarse como personas normales- . Tú estás casada con tu causa, no tienes tiempo para estas cosas, no son más que distracciones. Lo único que te importa es el futuro, y blablablabla. Ya lo sé. Todos lo sabemos, por dios, que no te importa, y que...

-R, no. Yo... estoy enamorada de ti.

Continue Reading

You'll Also Like

453K 46.2K 116
La verdad esta idea es pervertida al comienzo, pero si le ves más a fondo en vastante tierno más que perverso. nop, no hay Lemon, ecchi obviamente, p...
396K 36.3K 67
Freen, una CEO de renombre, se ve atrapada en una red de decisiones impuestas por su familia. Obligada a casarse con Rebecca, una joven que llegó a s...
1.2K 79 9
Una serie de eventos desafortunados lo van alejando cada vez más de su familia ¿Podrá volver a retomar el caminó?
501K 80.4K 34
Park Jimin, un padre soltero. Por culpa de una estafa termina viviendo con un completo extraño. Min Yoongi, un hombre solitario que guarda un triste...