No es una historia de amor (B...

By MnicaGarcaSaiz

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Bilogía Alas II. Wendy se ha pasado toda la vida en las sombras acatando órdenes sin rechistar. Viviendo bajo... More

Sinopsis
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Epílogo
Agradecimientos
Mis novelas
Sobre la autora

Capítulo 12

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By MnicaGarcaSaiz

Capítulo 12

Wendy:

—No te quita el ojo de encima.

—Lleva un rato mirando en nuestra dirección.

No entendía a qué venía su repentino cambio de tema. Habíamos estado repasando las actividades del día cuando, así como así, habían soltado esos comentarios. Levanté la mirada y, al instante, me crucé con esos ojos grises. Sin poder evitarlo —me salió tan natural como el respirar— una sonrisa se instaló en mis labios.

Aiden era un hombre muy guapo y sexy, y lo peor de todo era que el muy listillo lo sabía y lo utilizaba a su favor. Me encantaba el hoyuelo que se le marcaba solo cuando sonreía de verdad, con ese brillo tan vivaracho que iluminaba todos sus rasgos. Lucía sus dos grandes alas con orgullo y elegancia; me moría de ganas de acariciarlas y verificar si su tacto sería tan suave como parecía.

Cometí el error de quedarme perdida en sus ojos.

—Disimula, mujer, va a pensar que estás loquita por él —dijo mordaz Allie. Juro que mataría a esa rubia con mis propias manos.

—¿Necesitas un pañuelo? Creo que incluso él nota que se te está cayendo la baba —la acompañó Sophia.

Pero, ¿qué mosca les había picado a ese par? ¿En qué momento habían pensado que a mí podría gustarme un hombre como Aiden Rosenzberg? Vamos, las chicas como yo no podíamos siquiera soñar con salir con chicos como él. Estábamos tan lejos en la clase social. Mientras que él lo tenía todo, yo debía rascar del poco sueldo extra que ganaba a escondidas de Katrina como profesora particular para pagarme la ropa de segunda mano que llevaba. Él lo tenía todo y yo estaba... rota.

Desde hacía años había aprendido y asimilado que no tenía nada que hacer contra mi malvada madrastra, no hasta que la ley me librara de ella. Debía conformarme con lo que tenía y buscar un plan para cuando saliera del nido. Tampoco podía escaparme —lo intenté varias veces y todas ellas Katrina me había encontrado fuera donde fuera y sometido a verdaderas torturas a modo de castigo por mi osadía—. Con el tiempo había comprendido que era inútil, que la única forma de ser libre de verdad sería cuando por fin cumpliera los veintidós años y por fin la ley de Ahrima me viera como una mayor de edad y en condiciones para cuidarme a mí misma sin ningún problema.

—Estáis locas y solo estáis viendo una ilusión.

Ambas se lanzaron una miradita que no me gustó nada de nada antes de centrarse de nuevo en mí.

—El que está loco por ti es el príncipe. Eres la única chica con la que ha hablado desde que ha llegado y, según hemos visto, siempre que puede intenta hacer contacto visual contigo, como ahora. No mires, pero te está dando un repaso. ¿Por qué no te pones nunca un vestido ni te sueltas el pelo? Estarías más guapa.

Claro, como si fuera tan sencillo. Katrina tenía normas muy estrictas para conmigo y una de ellas era que nunca, jamás de los jamases, debía soltarme el pelo. Me obligaba a llevarlo atado en peinados más sencillos —tampoco podía llevar moños elaborados— porque, según ella, las de mi clase solo podíamos aspirar a eso. Era una tontería, porque ahora que no estaba ella podía rebelarme, pero había una parte dentro de mí que temía que se enterara de que infringía una de sus normas y tener que sufrir así sus terribles consecuencias.

Ya me había rebelado años atrás cuando era más joven e ingenua. Quizás fuera rebeldía o una forma de demostrarle que no me daba ninguna orden, pero cuando entré en la adolescencia pasé por una etapa en la que las normas que se me imponían me daban absolutamente igual y más de una vez me dejaba el pelo suelto o desobedecía las órdenes que se me daban... hasta que descubrí por las malas las consecuencias de desobedecer. A mi madrastra no le temblaba el pulso a la hora de imponerme castigos brutales, como encerrarme días en mi propia habitación en el sótano o dejarme en ayunas o simplemente darme brutales palizas hasta casi la inconsciencia. Había aprendido por las malas lo que iba a conseguir si le llevaba la contraria.

Por eso acataba todo lo que me pedía, a pesar de que fueran casi imposibles de cumplir o que tuviera cero ganas. Lo único que me mantenía viva y cuerda era el hecho de que me quedaba muy poco para ser libre, para empezar una vida desde cero. Tenía mis ahorros que, aunque fueran escasos, por algo se empezaba. Las clases particulares que daba a escondidas no me servirían en el futuro para poder costearme una casa, pero sí que me ayudarían a empezar. Además, sabía que papá en vida tenía una pequeña fortuna que había dejado a mi nombre y tenía pensado utilizarla para costearme una carrera digna en la universidad —porque sí, estudiaría una carrera en cuanto pudiera. Katrina no iba a gobernar nunca más sobre mí—y compaginar los estudios con el trabajo en palacio. El sueldo era bastante bueno y ya había investigado qué apartamentos podría alquilar.

Soñar con un futuro mejor mantenía mi fe y esperanza, pero no solo de los sueños se vive.

—No digas tonterías. Ya sabes que el pelo suelto me molesta —mentí. Era mejor que confesarles la terrible realidad en la que vivía. Además, ¿quién me creería a mí? No tenía nada que hacer contra la palabra de Katrina. Estaba segura de que, de contar toda la verdad, esa arpía se inventaría cualquier excusa para justificar todos sus actos o que, por lo contrario, diría que era una mentirosa y una chiquilla que no sabía apreciar todo lo que hacía por mí.

Ojalá no hubiera caído en sus manos. Ni siquiera los Servicios Sociales habían encontrado nada fuera de lugar en sus visitas bimensuales. Katrina era una profesional del engaño y en cada visita me obligaba a sonreía y a fingir que la quería con locura. Era el único día que podía llevar ropa bonita e incluso el pelo suelto, todo con tal de pasar la inspección. Si tan solo supieran de qué pasta estaba hecha.

—Sigo pensando que no deberías dejar que tu madrastra te gobernara. Ya es hora de que esa perra coseche todo lo que ha sembrado —comentó Allie con un suspiro.

Les había contado cositas sobre ella, pero no todo. Poco sabían de las consecuencias terribles y del verdadero calvario que sufría allí dentro. Era mi manera de protegerlas, pues Katrina ya me había amenazado más de una vez con ellas, con estropearles su vida. Me tenía atada de manos y pies.

Sophia vivía en Feare, un pequeño distrito a varias horas de distancia de Allura, la capital, donde yo vivía. Su madre murió de cáncer cuando tenía cuatro años y como no se sabía nada de su padre ni tenía más familia pasó a manos de los Servicios Sociales. Había estado en varias casas de acogida, unas peor que otras, hasta llegar a la que estaba, donde, según me había contado, sus padres de acogida eran un encanto y la trataban como una hija más. Ya era hora de que encontrara a alguien que le diera ese amor que tanto necesitaba.

Allie, en cambio, vivía en Slorah, a un par de horas en coche. Sus padres eran traficantes de drogas y, por suerte, los arrestaron cuando ella era tan pequeña que apenas los recordaba. La madre de acogida era un encanto y en más de una ocasión la había llevado a Allura para que pudiera reunirse conmigo.

Me alegraba que ellas tuviesen una vida plena, que pudieran estudiar lo que les llenaba y que sus familias las quisieran tanto. Me gustaría encontrar una que me brindase ese amor que me faltaba, que me arropara en mis peores días y me animara a seguir mis sueños.

Suspiré.

—Ya sabéis que es imposible llevarle la contraria a Katrina.

—Pero...

—¿Creéis que no me habría escapado ya de haber podido? Vaya a donde vaya siempre me va a encontrar y me temo que incluso cuando tenga la edad para valerme por mí misma me estará vigilando desde las sombras —confesé. No era la primera vez que lo pensaba, pero sí la primera que lo decía en voz alta—. ¿Ahora podríamos cambiar de tema, por favor?

Ambas me lanzaron una mirada llena de interrogantes, pero no insistieron con el tema. Mejor. No estaba de ánimos, no cuando se trataba de mi temida madrastra. Estaba harta de todo.

. . .

La gran competición empezó aquella misma tarde con un partido de baloncesto mixto. Jugamos los más mayores del grupo contra Los Escorpiones y, por suerte, ganamos. El segundo partido, contra otro de los equipos, lo jugaron los pequeños, quienes consiguieron una mayor puntuación. La verdad es que estaba muy contenta con el grupo en el que estaba y Aiden no se movía nada mal sobre la pista, aunque era obvio teniendo en cuenta nuestro encontronazo de aquella mañana. Lo había pillado en pleno recorrido cuando me había ayudado.

Aquella noche, tras la cena y la ducha, nos reunimos entorno a una hoguera y tostamos nubes de azúcar mientras un par de compañeros tocaban la guitarra. Se notaba la felicidad de haber empezado con buen pie la guerra de las cabañas, puesto que incluso los tocapelotas de Markus y su grupito estaban de buen humor. Bebí un trago del refresco de naranja y miré el cielo. Allí, en medio de la nada, se podían ver todas y cada una de las estrellas. Era precioso.

No sabéis cuánto había añorado ese lugar, estar en ese momento, sin ninguna preocupación en mente. Era lo bueno del campamento: me permitía ser quien era, una chica de veintiún años que no estaba dictada por estrictas normas.

. . .

Estaba muy ilusionada. La semana siguiente iba ser la puesta en escena de la obra de teatro escolar y a mí me habían dado el papel principal. Tenía ganas de que papá y Katrina me vieran con mi traje y hacerlo super bien en escena. Agatha, mi hermanastra, también estaba en la obra y tenía un papel secundario muy chulo.

Papá había cogido el coche para hacer unos recados antes de llevarme a un ensayo extra que mi profesora había convocado para los protagonistas. Solo éramos unos críos, pero para ella esa obra era un mundo entero. Me gustaba ensayar y decir mis líneas; era tan divertido. ¡Qué ganas tenía de que llegara el día del estreno y que mi papi me viera como toda una estrella sobre el escenario!

Katrina se había encargado de que merendara mientras él estaba fuera. Era tan buena conmigo. Aunque no fuera mi madre, la quería como si lo fuera.

—Tienes que terminarte el bocadillo antes de que llegué papá, Wendy. Acaba de limpiar el coche y no querrás llenarlo de migas de pan, ¿verdad?

Tenía razón. Bebí un sorbo del zumo de naranja natural que había preparado para Agatha, Dana y para mí y le di otro mordisco. No tenía mucha hambre, ya que habíamos almorzado más tarde de lo usual, pero me obligué a acabarlo.

Papá llegó justo cuando estaba terminando de lavarme los dientes. Escuché la puerta principal abrirse y su saludo lleno de alegría. Cuando bajé a toda pastilla, lo vi saludando cariñosamente a su mujer y abrazando con amor a Dana y a Agatha. Al verme, se le iluminaron los ojos, como siempre hacía cada vez que me miraba. Llevaba dos bolsas llenas de productos en las manos, pero, aún así, se las ingenió para darnos un abrazo a las tres.

Cuando dejó las bolsas en la cocina, miró la hora en el reloj enorme que había en la pared y me preguntó:

—¿Estás preparada para el ensayo, ratoncita?

Así me llamaba de manera cariñosa.

—Sí, papi. ¡Tengo muchas ganas de ir!

Katrina me ayudó a ponerme la mochila rosa llena de brillantitos que tanto me gustaba y me dio un sonoro beso en la mejilla.

—A darlo todo, tesoro.

Me subí al asiento trasero, detrás del asiento del copiloto. Estaba tan ilusionada por la obra que me vi incapaz de dejar de balancear las piernas y me pasé todo el trayecto hablando como un loro. Papá me escuchaba con atención, como si lo que estuviera contando fuera lo más interesante del mundo.

Lo siguiente ocurrió a cámara lenta. De repente, sufrimos un gran impacto y todo a mi alrededor se volvió oscuro hasta que una luz blanca me cegó por completo. Estaba en el hospital y tenía el brazo derecho escayolado. Una mujer que no conocía de nada entró en la habitación de paredes blancas y olor a desinfectante unos minutos después y, al verme, se acercó a la cama donde estaba postrada.

—¡Qué bien que ya hayas despertado! Voy a avisarle a tu doctora y a tu familia.

Sentía la boca pastosa, como si hubiera tragado un kilo de arena del desierto más árido; pero aun así me obligué a hablar.

—¿Dónde está mi papá?

Sin embargo, antes de que la mujer pudiera siquiera responder todo a mi alrededor se tornó negro y cuando la claridad volvió ya no era aquella niña de siete años. Mi yo actual me devolvía la mirada desde el espejo retrovisor. Al instante, sentí que la sangre abandonaba mi rostro. ¡No podía ser! ¿Qué hacía yo... qué hacía... en un coche? Pero no era uno cualquiera, era el de mi padre. ¡Aquello era imposible! Había quedado destrozado por el accidente; si había sido un milagro que sobreviviera.

¿Qué hacía allí?

Empecé a hiperventilar. Busqué de manera desesperada la forma de quitarme el cinturón de seguridad, ¡pero era imposible! Por más que lo intentara era como si estuviese pegado a mí. Estaba aterrada, más cuando el vehículo arrancó. No podía ver al conductor, no podría distinguir sus facciones; era una sombra oscura.

—Por favor —supliqué con la voz estrangulada—, déjame salir.

Pero él no me hizo ni caso. Aceleró y aceleró mientras mi pulso se disparaba y mis instintos más primitivos de supervivencia se despertaban. Debía salir, fuera como fuera.

Giré el manillar de la puerta en un intento por abrirla, pero estaba echado el cerrojo.

—¡Necesito salir de aquí! ¡Abre la puta puerta! —grité desesperada.

Su silencio me puso aún más nerviosa si cabe. Empecé a notar la respiración cada vez más entrecortada y a jadear con fuerza, como si el oxígeno no llegara a mis pulmones. Conocía muy bien esa sensación desagradable: me estaba dando un ataque de pánico.

Estaba peleándome con el cinturón de seguridad de nuevo cuando un fuerte haz de luz me dejó ciega durante unos segundos seguido de un claxon. Una furgoneta se puso justo delante, en dirección contraria, y yo chillé con fuerza.

Me desperté con los ojos llenos de lágrimas y la respiración entrecortada. Tenía enrollada la sábana como un churro y la frente perlada en sudor. Solo había sido un sueño, un mal sueño; un viejo recuerdo tornado pesadilla.

Miré la hora en mi reloj de pulsera: solo eran las cinco de la madrugada. Por suerte, no había despertado a nadie. Mejor.

Me sentía muy inquieta y sabía que me sería imposible volver a conciliar el sueño. Por eso, decidí salir al exterior, teniendo mucho cuidado de no despertar a nadie. El aire fresco de la noche contrarrestó todo el calor que había en mí y ayudó a que mi corazón desbocado se tranquilizara.

Estaba completamente sola... o eso creía.

—¿Te encuentras bien?

Estaba tan alterada que no me había dado cuenta de que había alguien más. Estaba sentado en uno de los bancos que había junto a la entrada de la cabaña de los chicos. La luz suave del porche iluminaba sus cincelados rasgos.

Aiden parecía preocupado, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa.

Pegué un pequeño bote al oírle. Si ya de por sí estaba inquieta, escuchar su voz entre las sombras había revuelto todo mi sistema. Mi corazón volvió a bombear con fuerza. Me acerqué a él intentando aparentar tranquilidad, aunque mi paso tembloroso no es que ayudara mucho en mi intento de parecer relajada.

—¿Alguna vez te han dicho que es de mala educación asustar a los demás?

Gracias a la luz que provenía de una de las lamparitas del porche pude ver cómo una sonrisa suavizaba sus facciones masculinas.

—Es más divertido así. —Se puso serio y me examinó—. ¿Estás bien?

Me abracé a mí misma para que no notara cómo me temblaban las manos.

—Estoy bien.

Pero no sonó muy convincente. Incluso un tonto se daría cuenta de que algo marchaba mal en mí.

Él me examinó de arriba abajo en silencio. Se levantó del banco y avanzó un par de pasos en mi dirección. Era alta, pero Aiden lo era mucho más. Pese a mi más de metro setenta debía alzar la cabeza si quería mirarlo a los ojos.

—Mientes, mi don me lo dice. Desembucha, ¿qué es lo que te ha pasado para que estés tan alterada? Las chicas bonitas como tú no deberían llorar nunca.

Yo no estaba... Pero tenía razón; no sé cuándo había empezado, solo que en aquellos instantes tenía las mejillas empapadas en lágrimas. ¡Qué patética debía verme!

—Ha sido... una mala noche.

Apenas podía hablar. Tenía la garganta cerrada.

—¿Quieres hablar sobre ello? Te prometo que sea lo que sea no se lo diré a nadie.

Me encogí de hombros, con los labios apretados y la vista puesta en el lago. Me quedé callada un buen rato, todavía con el corazón acelerado y la huella de la pesadilla en mí. Había sido tan real que había estado a punto de sufrir un ataque de pánico. Hacía meses que no tenía una y había creído que ya no volvería a sufrirlas, ilusa de mí.

—He tenido una pesadilla —confesé. No sé cuándo empecé a hablar, pero en el momento en el que abrí la boca, no pude quedarme callada. Necesitaba hablarlo con alguien y Aiden me inspiraba confianza. ¡Si incluso le había contado mi pequeño secreto!—. No las tengo tan seguido, ya no, pero de pequeña las tenía noche tras noche. Era horrible, el constante recordatorio de una tragedia.

—¿Quieres contármela?

Aparté la mirada de las aguas cristalinas para posarla en la suya. Sus ojos color ceniza estaban ávidos por saber.

—No sé si estás preparado para saber cuán rota estoy.

Dio un paso adelante.

—Cuéntamelo, por favor —suplicó en un susurro.

Me mordí el labio inferior, aunque pronto me vi incapaz de callarlo.

—Íbamos en el coche, mi padre y yo. Siempre es igual, un completo recordatorio de la pesadilla que viví cuando era una niña. Papá me llevaba a un ensayo que tenía cuando, de repente, un coche se pone delante de nosotros, en dirección contrario y choca contra el nuestro. Después, mi yo de ahora se ve en un accidente similar. ¡Es horrible, Aiden!

Estaba llorando, no sabría deciros en qué momento de mi relato me había derrumbado, pero a medida que le iba narrando lo sucedido notaba cómo las lágrimas descendían por mis mejillas, incapaz de pararlas. Los rasgos del heredero se tornaron preocupados, como si no supiera qué hacer o cómo actuar. Al final, acercó una mano a mi rostro y limpió con sus dedos las lágrimas que brotaban de mí; su caricia fue tal cálida y dulce que me estremecí bajo su contacto.

—Te aferras al pasado, a lo que fue, y no eres capaz de mirar hacia delante. Hasta que no lo superes no se irán las pesadillas. Siempre hay una razón para que un sueño se repita.

Tenía razón.

—Me... me siento... culpable. —Me temblaba la voz y estaba hecha un mar de lágrimas—. Si no hubiese sido la protagonista de esa estúpida obra de teatro, no habría tenido que ir a ese ensayo y papá ahora estaría vivo.

No era la primera vez que lo pensaba, pero sí la primera que lo confesaba en voz alta. Ni siquiera lo había hablado con Dana ni con mis amigas.

De pronto ya no estábamos cara a cara. Aiden me atrajo hacia él y me envolvió entre sus brazos. Su abrazo fue tan reconfortante. Sentir una de sus manos en mi espalda y la otra en mi pelo me hizo sentir mejor y llevó un torrente de mariposas por toda mi piel. Dejé que me abrazara, cerré los ojos y me dejé querer, porque en ese instante lo que más deseaba en el mundo era eso, que me quisieran tal cual era, que me dieran cariño. Vivir en una casa en la que no era valorada pasaba factura y si bien actuaba como si no me importara, en realidad me afectaba que Katrina no actuara como una madre cariñosa conmigo.

Ojalá papá no se hubiera ido tan pronto, ojalá no me hubiera dejado sola.

—Me he sentido tan sola estos años.

—¿Qué hay de tu familia?

Aún entre sus brazos, hice una mueca.

—No me valoran y me han obligado a dejar de estudiar porque lo único que se espera de mí es que sea servicial. —Me separé de él unos centímetros, los justos para quedar cara a cara y mirarlo a los ojos—. Creen que, como ya tengo un trabajo, no hace falta que estudie una carrera ni que siga formándome. No les interesa mis sueños.

—Eso es muy triste, Wendy. Todos deberíais tener el derecho de hacer lo que más os guste. De poder estudiar, ¿qué carrera elegirías?

No tuve ni que pensármelo. Una pequeña sonrisa se instaló en mis labios, mínima.

—Quiero ser abogada y defender a los que de verdad merecen justicia. No sabes la barbaridad de injusticias que se viven a diario. Quiero defender a los que de verdad lo necesitan y no tienen los recursos. Ya lo sé, es una tontería.

Volvió a acariciarme la mejilla con los dedos.

—No es ninguna tontería. Me parece un gesto muy bonito de tu parte, propio de un corazón puro.

—Ojalá me admitan en la Universidad Privada de Allura. He oído que las pruebas de acceso son muy estrictas y que solo los mejores logran estudiar allí. Además, la carrera de Derecho es una de las mejores y de las más demandadas.

—Seguro que lo consigues. En el poco tiempo que nos conocemos me has dado la impresión que eres una mujer que consigue todo lo que se propone. La vida ha sido dura contigo, pero has sabido devolverle el golpe. Solo las personas más nobles y bondadosas quieren obrar el bien pese a todo lo malo que les ha pasado.

Sus palabras me calaron muy hondo. Papá siempre decía que debíamos guiarnos por la luz y no caer en la tentación del mal, porque una vez que la oscuridad te consume es muy difícil hallar el camino de vuelta.

Una pequeña sonrisa se instaló en mí al mismo tiempo que una lágrima solitaria descendía por mi mejilla.

—Mi padre solía decir algo similar. ¿Sabes? No siempre fue el hombre rico que era. Hubo una época en la que tuvo que trabajar en la empresa de su padre antes de poder montar la suya propia y, aun así, jamás permitió que fuera una niña mimada y caprichosa, y me alegro mucho de que no lo hiciera. No me imagino siendo otra Wendy.

Aiden se dejó caer de nuevo en banco de madera en el que estaba sentado antes y yo me uní a él.

—Por suerte para todos, no lo eres. No sabes lo poco que me gustan las niñas de papá, ricas y estiradas. —Puso los ojos en blanco y, acto seguido, reposó la cabeza en el respaldo.

Lo miré, sorprendida en su totalidad.

—¡No te creo! Vamos, si siempre que te pillo con una de ellas cuando he de hacer mis tareas pareces estar en tu salsa.

Hizo una mueca.

—Eso es lo que os hago creer a todos. Como futuro rey, se espera de mí grandes cosas y, entre ellas, que encuentre una esposa digna del puesto que hay tras la corona. Llevo años intentando dar con la indicada, pero se me hace imposible encontrarla. Mire por donde mire solo veo mujeres que no desean estar conmigo por quién soy sino por el título.

Apoyé una mano en su hombro. No sé qué me llevó a hacerlo, solo sé que sentí que era lo correcto.

—Suena horrible. ¿Jamás has sentido nada por ninguna de ellas? A lo mejor no les has dado tiempo para conocerlas mejor.

Aiden dejó descansar su cabeza en mi mano y aproveché para acariciarle la mejilla con cariño, perdida como estaba en esa tormenta eléctrica que se había desatado en sus ojos.

—Créeme que lo he intentado, pero, al parecer, todas las mujeres con las que me he juntado son estiradas o niñas obsesionadas con el dinero y las joyas o unas creídas, y no me van ese tipo de mujeres. Las prefiero más auténticas, como tú.

—¿Cómo yo?

Me quedé impresionada, muda. Mi semblante debió ser un reflejo de todo lo que estaba sintiendo, porque en sus labios se dibujó una sonrisita.

—Eres la primera que se muestra tal cual es ante mí, te da igual quién sea. Eres la primera con la que siento que es fácil charlar, como si fuésemos amigos de toda la vida, ¿sabes? ¿Crees que soy muy exigente pidiendo enamorarme de una chica con la que me sienta cómodo?

—Todos deseamos estar con personas que nos hagan sentir bien, como en casa. No te culpes a ti mismo por no haber encontrado a tu princesa; estoy segura de que pronto lo harás, de que solo debes esperar. Sabrás que es ella cuando la tengas en frente de tus narices.

—¿Tú crees?

Asentí.

—Lo verás cuando sientas un huracán en tu interior, el temor a meter la pata o a decir cualquier tontería que la ofenda, querer verla sonreír... Presta mucha atención a las señales.

—Tienes razón. Seguro que estoy dándole muchas vueltas.

—No debes forzar al amor. Aparecerá cuando tenga que aparecer.

Nos quedamos un rato en silencio, mirando el cielo oscuro lleno de luciérnagas. Cuando volvió a hablar, su voz fue apenas un susurro:

—Gracias. Es fácil hablar contigo.

Una sonrisa involuntaria se instaló en mis labios.

—No tienes que darlas. Para eso están los amigos.

—Amigos... —En sus ojos vi brillar una chispa que no supe descifrar. No me dio tiempo a procesarlo, ya que, movido por un resorte, se inclinó sobre mí y, durante unos segundos, creí que me besaría. Me llevé un pequeño chasco cuando sus labios se posaron en mi mejilla y no en mis labios, pues una parte de mí estaba ansiosa de probar sus labios y comprobar si eran tan sabrosos como parecían—. ¡Que pases una buena noche! Y no le des muchas vueltas a esa pesadilla.

Se marchó de allí dejándome con el corazón bombeante, el pulso acelerado y con los pensamientos hechos un mar de confusión.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, mis queridos lectores!

¿Qué tal estáis? Espero que todo os vaya bien.

¿Qué os ha parecido el capítulo? No os podéis quejar, eh, que ha sido largo. Repasemos:

1. Allie y Sophia shippean a Aiden y a Wendy.

2. Actividades de campamento.

3. La pesadilla.

4. Conversación con Aiden.

5. ¡Se gustan!

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos! Un besito virtual. Os quiero.

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