Incluso en la obscuridad, totalmente a ciegas. El sonido distintivo de sus cuchillas es inconfundible.
La pista no está iluminada del todo, apenas la luz nocturna se cuela por las ventanas y deja en penumbras ciertas zonas. Cuando él las atraviesa parece que se vuelve la luz y su baile suena, por eso mismo no me hace falta verle con fuerza para distinguirlo.
Patina con fuerza, patina con lentitud, patina con magia.
Se desliza, gira y cae con gracia sobre la punta de sus pies. Echa la cabeza hacia atrás y me parece verle años atrás. El recuerdo me invade sin piedad; creo ver sus cabellos grises largos danzar en el viento, un rostro más relleno y juvenil. Me siento a mí mismo más pequeño destellando emoción por él y mirándole con asombro. Tengo doce años de nuevo y sigue siendo lo mismo.
Perfecta danza con aires de ensueño.
Se mueve y lentamente veo desparecer la imagen de su yo más joven, un nuevo corte deja a la vista su nuca y las facciones de su rostro toman una forma atractiva de madurez. Mantiene una expresión serena con una mezcla de con confianza que se transforma en una sensualidad sutil, incluso lo es la forma en que entreabre los labios para respirar.
Realiza un salto impecable con los ojos cerrados, abre los brazos y luego vuelve hacer otra pirueta.
¿Qué ese salto? Se desliza hacia atrás y se eleva. ¡¿Otro más?! Sí, hace otro. Estoy seguro que tengo una mueca de asombro y admiración porque al mirarme él ríe con discreción.
La sensación es la misma.
Incluso con el paso del tiempo no deja de sorprenderme.