Café Van Gogh (Les Miserables...

By resnovae

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"Eran nueve. Eran jóvenes, idealistas y brillantes, y querían cambiar el mundo". Astrea ha vuelto a Madrid a... More

Advertencia
Los Vientos del Pueblo
Pontificar
La luna y el preso
Barricada
Johan
Triunvirato
Boxeo
Amigos
Algo distinto
Mejor como amigos
Café Van Gogh
Poliamor
Enemistad
Madrid
Imperialismo
Interrupción
Contradicción
Enamorado... otra vez
Erni
Nina
A primera vista
Normas
¿Revelación?
Borrachos
Hermana
Provocación
Calabozo
Patatas fritas
Intento
Parejitas
Raquel
1 de mayo
Mudanza
Presentación
Primera confesión
Novia
Segunda discusión
Absurdo
Tercera declaración
Don Juan
Regreso
Incredulidad
Navidad
Celestina
Oferta
Reacción
Acoso
Despertar
Relación
Disturbio
Atrevimiento
Insurrección
Preocupación
Revolución
Apuestas
Utopía
Salvación
Astrea
Nota
Personajes
Gasolinera

Lupercalia

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By resnovae

-Venga, A, es San Valentín, hay que celebrarlo....

-Me niego en redondo. Es una fiesta fruto de la imposición católica y doblegada al capitalismo. No hay forma de que me convenzas de esto, Dorian.

-¡Pues como todas! Y no por ello dejas de celebrar la navidad...

-Yo no celebro la navidad.

-Pero es el día del amor y la amistad, piensa en lo bien que podría venirle al grupo, sería una oportunidad única...

-¿De intentar ligar con todo el mundo? ¿No lo haces ya a diario?

-Pero esta vez sería especial, venga, déjanos organizar algo bonito...

-¡Tengo una idea! -interrumpió Joan, y como era Joan, había que escucharle- . Si no quieres no celebramos el San Valentín católico, pero podemos celebrar la fiesta pagana a la que suplantó. Así todos ganamos, ¿verdad?

-¿Lupercalia? -Astrea frunció el ceño.

-¡Exacto! No podrías decirme que no a eso, ¿verdad? -Joan la miró con unos ojitos de cachorrillo tales que habrían ablandado a un verdugo y, que al parecer, funcionaron también con Astrea.

-Ah, haced lo que queráis -suspiró- . Pero a mí me dejáis fuera de ello.

-Ah, mademoiselle, qué más quisieras... -y ella no respondió con más que otro suspiro.

Y así empezaron los preparativos para su (San Valentín) Lupercalia. No había obligatoriedad de regalarle nada a nadie, pero por supuesto, todos se iban a encargar de que nadie se quedase sin regalo. Bueno, al menos Joan y Dorian iban a hacerlo.

Y así llegó el 15 de febrero, el día en que, según Joan, debían celebrar la Lupercalia. La mayoría no sabía ni siquiera en qué consistía tal fiesta, pero como Dorian había prometido que habría alcohol, se reunieron todos en su sala habitual del café dispuestos a celebrarla. Algunos incluso se vistieron de forma un poco elegante, aunque, por supuesto, Raquel no estaba en ese grupo.

Félix le regaló a Renée, quién sabe si en broma o si en serio, una máscara de doctor de la peste medieval, y ella no supo si ponerle mala cara o reírse a carcajadas. Se vengó de él regalándole una herradura de la suerte y un marcapáginas en el que había pegado un trébol de cuatro hojas, a ver si de alguna forma conseguía espantar a su mala suerte. A Bea le compraron ente todos unos nuevos guantes de boxeo de cuero rojo, y luego tuvieron que quitárselos para impedir que empezara una pelea allí mismo con un borracho demasiado suelto de lengua. Raquel le había dibujado a Mikel una bandera de Polonia que, por algún motivo, le hizo muchísima ilusión, y él le devolvió un abanico que había (robado) tomado prestado de su fábrica. A Joan fue a quien más regalos le cayeron: varios libros antiguos (de parte de Erni, Dorian, y una preciosa edición de los cuentos de Carmen de Burgos que todos sospechaban que era de Astrea, pero no lograron hacer que confesara), una pluma estilográfica de Bea y Mikel, y una magnífica libreta nueva de parte de Raquel. Alguien dejó sobre la mesa con nada más que una nota con el nombre del destinatario un sombrero de copa para Dorian, que tras preguntarse durante tres segundos quién habría podido ser, no tardó en ponérselo. Él le regalo a Erni un libro de entomología que este recibió con un suspiro exasperado, y se perdió en él apenas lo tuvo en las manos.

Dorian y Joan, como ya habían prometido, se encargaron de que todo el mundo tuviera algo suyo, pero de formas muy distintas. Mientras que Johan escribió unos versos para cada uno de ellos (incluso para Astrea, que aceptó los suyos con una sonrisa agradecida, para sorpresa general), Dorian les regaló tonterías de tiendas de baratijas: unas gafas con pajita, un gorro de cascabeles, un cubo anti-estrés, una corbata-piano... Por lo menos, hizo reír a todos.

La fiesta seguía, el alcohol corría, e incluso Erni y Astrea participaban en las tonterías generales y reían con el resto.

-Deberías dárselo -le susurró Joan a Raquel, que alternaba su mirada entre Astrea, su cerveza, y el paquete que tenía en el regazo.

-¿Para qué? -no despegaba la mirada de Astrea, que en ese momento, amonestaba a Dorian por perseguir a Erni para besarle. Ya había besado a Renée (que ahora se miraba en el espejo comprobando que no le hubiera pegado ningún herpes) y a Mikel, y todo indicaba a que Erni no iba a librarse fácilmente- Sólo la asustaría. Además, no existo para ella, no cuando ya los tiene a... ellos.

Ambos dirigieron una mirada triste a la mesa del Triunvirato. Dorian había conseguido sujetar a Erni, y le estaba besando... durante bastante más tiempo del que había besado a los otros.

-¡Pero te has pasado semanas pintándolo! -insistió Joan, forzándose a no mirar.

Era cierto. Aquel retrato había ocupado todo el tiempo libre de Raquel durante semanas. Se había obsesionado con retratarla como la había visto el primer día, fiera, guerrera, enarbolando la bandera arcoíris ante la noche y el odio, tomando el papel de la Libertad de Delacroix. Hasta cierto punto, estaba orgullosa del resultado.

-Ha sido una gilipollez -gruñó.

-¡Venga, R! Aunque sea, déjaselo de forma anónima...

-¿Como cierto sombrero de copa?

Joan se sonrojó hasta las orejas, y calló durante el resto de la noche.

A Dorian le había gustado besar a Erni. Mucho. Aunque al principio se hubiera resistido, y sólo después le hubiera devuelto el beso, de forma lenta y, hasta cierto punto, fría. Era la forma de besar que se esperaba de él, y le encantaba. Pero le había apartado cuando el beso había empezado a alargarse, y Dorian se había dejado apartar, o habría resultado sospechoso.

Y ahora sus ojos buscaban al otro sacerdote de sus lupercales. Lo encontró en una esquina, discutiendo con R. Esbozó su mejor sonrisa, se colocó el sombrero nuevo, y se dirigió hacia ellos.

-Buenas noches, señoritas -saludó con una exagerada reverencia que le sacó una risita a Johan- . Es vuestro turno.

Raquel fue primero. Sabía a alcohol y tabaco y a tristeza, y sus labios eran torpes, pero rompió el beso al estallar en carcajadas.

-Venga, confiesa. ¿Quién te ha retado a besarnos a todos?

-Yo mismo, por supuesto. Era algo que tenía pendiente desde hace mucho, ¿y qué mejor día para cumplirlo?

-¡Ja! Suerte con los que te quedan...

-Pero si sólo me quedan dos, y uno de ellos es esta preciosa flor de aquí...

Johan se sonrojó tanto que resultaba imposible decir que su piel en algún momento había sido de otro color. Los ojos verdosos de Dorian parecían reírse de él. Se volvió en busca de la ayuda de R, pero ella había desaparecido convenientemente. Se había marchado, dejando sobre la mesa el retrato de Astrea.

-Así que quieres convertir la fiesta en unas auténticas lupercales, ¿no? -intentó bromear, y la risa cantarina de Dorian fue su recompensa- ¿No tendríamos que estar todos desnudos para eso? ¿Y con látigos?

-Shhh, no se lo digas al resto, les asustarás, y luego me matarán -sonrió con su típica sonrisa pilla- . Pero, si eso es lo que quieres, así podemos celebrarlo tú y yo...

Joan no pudo contestar. Se había atragantado con su sonrojo.

-Es broma, es broma. Yo sólo he venido a por mi beso, ¿me lo das?

Joan tragó saliva, cerró los ojos, y se lanzó hacia sus labios. Su beso era cálido, salvaje, intrépido, tal como Joan había imaginado. El de Joan, en cambio, era dulce, tímido, con un leve aroma a flores que estaba volviendo loco a Dorian. Podía sentir su pulso acelerado bajo sus manos, y tuvo que contenerse para no sonreír .

No se separaron, no voluntariamente. Pero Beatriz llegó furiosa, agarró a Dorian del cuello de la camisa, y se lo llevó de allí sin ningún miramiento.

-No, no, eso sí que no -le gruñó, tirándole de nuevo a su mesa, donde Astrea y Erni resoplaban exasperados- . Al niño me lo dejas en paz, que aquí todos te conocemos. Aleja tu numerito de don Juan de él.

-¡Oye! -protestó, pero Bea se crujió los nudillos y le fulminó con la mirada, y optó por dejarlo estar.

-Eres un caso perdido -regañó Astrea, arreglándole el cuello que Bea había arrugado.

-Lo que me recuerda que a usted todavía no la he besado, mademoiselle.

-Ni vas a hacerlo. Lo lamento, pero voy a estropearte la apuesta.

-¡Oh, venga, A! ¡Es el día del amor! Ven aquí.

Pero Astrea le evitó, y cuando quiso acercarse, se levantó y salió huyendo entre las mesas.

-¡Pero no te atrevas a huir! ¡Vuelve aquí, pequeña cobarde!

Lo que había empezado como un estúpido reto derivó en una divertida persecución entre las mesas del café, que acabó cuando, animado por las risas y las apuestas de todos (Mikel y Félix habían apostado a que Astrea se escapaba; Erni, Renée y Bea, a que no se libraba del beso), Dorian consiguió acorralarla junto a la mesa donde se había sentado con Johan.

-Se acabó, mademoiselle, ya no tiene escapatoria.

Y ante la sorpresa general, le dio un beso en la mejilla, y se alejó entre carcajadas.

Astrea se sonrió internamente, y se sentó a la mesa. Un paquete que descansaba sobre ella le llamó la atención; no parecía de nadie, no tenía nombre, y a todas luces, alguien lo había olvidado allí. Curiosa, lo abrió con la intención de encontrar algo que le diera una pista sobre la identidad de su poseedor.

Casi dejó escapar una exclamación de sorpresa. Era un cuadro. Un cuadro de colores brillantes y vivos, de claroscuros, que la representaba a ella enarbolando la bandera LGTB y guiando a una marabunta de gente enardecida. No estaba firmado, pero no le hacía falta imaginar mucho para deducir de cuál de sus amigos venía.

Volvió a guardarlo, con un sentimiento cálido instalado en el pecho. Se dejaría matar antes de admitirlo, pero aquel cuadro ocupó desde entonces el lugar de honor de su habitación, junto a la cabecera de su cama.

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