El Viaje De Ereas

By AugustoGodoysinn

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Escapando de su pasado, Ereas, el último de una raza olvidada, deberá emprender la mayor travesía de su vida... More

INTRODUCCIÓN
EPÍGRAFE
PRÓLOGO
I - El Bosque Sombrío
II - El pantano
III - Aceite Perfumado
IV - Tormena
V - El Mago Que Enfrentó a La Oscuridad (Pt.1)
V - El Mago que Enfrentó a la Oscuridad (Pt.2)
VI - Arrow
VII - El Paso de Lahar (Pt.1)
VII - El Paso de Lahar (Pt.2)
VIII - Antímez (Pt.1)
VIII - Antímez (Pt.2)
IX - Bajo Las Estrellas (Pt.1)
IX - Bajo las Estrellas (Pt.2)
X - Othila, el Ocioso
XI - Los Bosques Mágicos de Valahall (Pt.1)
XI - Los Bosques Mágicos de Valahall (Pt.2)
XII - La Tierra de los Gigantes (Pt.1)
XII - La Tierra de los Gigantes (Pt.2)
XIII - El Valle Pantanoso (Pt.1)
XIII - El Valle Pantanoso (Pt.2)
XIV - El Polvo de las Hadas (Pt.1)
XV - Morbius (Pt.1)
XV - Morbius (Pt.2)
XVI - Bajo Fuego y Ceniza (Pt.1)
XVI - Bajo Fuego y Ceniza (Pt.2)
XVII - El Paso de la Muerte
GLOSARIO
CURIOSIDADES

XIV - El Polvo de las Hadas (Pt.2)

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By AugustoGodoysinn

—¡Saludos, Ereas! —sonrió una de ellas, la más llamativa, portaba una pequeña corona dorada con un diminuto rubí rojo en el centro. Su vocecita era cálida, infantil, pero de cierta forma a Ereas le resultó extrañamente sensual. Su manera de entonar parecía continuar con la atrapante melodía de la tonada. Llevaba puesto un holgado vestidito rosado semitransparente, le sonrió mientras revoloteó a su encuentro.

—¿Qué... que es todo esto? —preguntó Ereas sin dejar de sentirse perplejo. Su corazón comenzó a latirle a ritmo acelerado, no sabía si aquello era real o algún tipo de trampa ilusoria desconocida, porque la certeza de que estaba despierto la tenía al cien por cien.

—Soy la reina Damira —dijo la pequeña Hada— ¡Seas bienvenido al reino de las hadas subterráneas! —agregó mientras la caverna se iluminó por completo. Ahí, en las paredes, un sinfín de lucecitas de múltiples colores se encendieron súbitamente. Ereas alzó la vista extasiado, un sinnúmero de pequeñas madrigueras se extendían hasta el techo, mostrando una especie de magnifica ciudad panal. No supo que decir.

—Muchos han osado llegar a nuestro reino y robar nuestras riquezas y magia —tomó la palabra la reina— ¡Hasta ahora nadie lo ha logrado! —dijo apuntando con sus delicadas manitas hacia el suelo.

Allá abajo, a varios metros de profundidad, un escarpado acantilado se dejaba ver. En el fondo, entre sombras y oscuridad, una serie de huesos y cadáveres ya secos se asomaban entre un sinnúmero de incalculables tesoros: Oro, plata, cofres cargados de monedas y joyas, nácar, ámbar, diamantes, zafiros, rubíes y una cantidad tan astronómica de finísimas piedras preciosas que podrían llegar a eclipsar hasta al reino más acaudalado. Ereas se quedó fascinado y aterrado a la vez, los cadáveres y tesoros cubrían todo el fondo y hasta donde su vista podía apreciar. No supo que decir, al menos él no había llegado allí por los tesoros.

—Yo no... —intentó excusarse asustado— Solo escuche...

La reina sonrió, las hadas cuchichearon entre risitas mientras lo miraban de reojo.

—¿Pensaste que podrías saciar tus deseos con una de nosotras? —preguntó la reina alzando una ceja de manera sugerente— ¿Tal vez dos? —agregó apuntándole con sus diminutas manecitas.

Ereas se quedó pasmado, era en lo que menos había pensado.

—¡No... yo nunca...! —tragó saliva ¿Cómo saldría de aquello? Miró los espeluznantes cadáveres del fondo, los innumerables tesoros que allí albergaban y sintió que empezaba a temblar.

La reina rió con una chillona vocecita, las demás hadas hicieron lo mismo. Ereas se sintió tremendamente incomodo, ridiculizado ¿Tal vez si se daba la vuelta y corría no fuera demasiado tarde? pensó "¡Podía hallar el camino de regreso!" pero conocía bien las historias de hadas, eran dueñas de poderosa magia. Sabía que era demasiado tarde, jamás podría escapar. Se llevó instintivamente la mano a la cintura buscando algo con lo que defenderse, ni su espada ni su ceñidor estaban allí, seguramente ya se los habían llevado los goblins para ese entonces. Lamentó no haber sido más cuidadoso al momento de despertarse, jamás debió haberse alejado de su lecho sin siquiera una espada.

—¡Tranquilo, Ereas! —dijo la reina finalmente, se arregló el cabello revoloteando frente a él, se detuvo justo frente a su rostro— Te hemos traído aquí por una razón —agregó— ¡Eres hermoso! —jugueteó analizándolo de cerca— ¡Me alegra que te haya seducido nuestro canto! —alzó una ceja.

Ereas seguía sin saber que decir, estaba totalmente confundido ¿hacia dónde iba todo aquello?

—Voy a tenerte en mi cama en su momento —dijo sobándose una redonda y prominente barriga. Ereas no lo había notado, aquel holgado vestido rosado apenas lo dejaba ver, pero la reina estaba embarazada.

—¡Por ahora tenemos una pequeña ofrenda para tu viaje! —dijo alejándose hacia las demás, que a su orden volaron hacia el panal regresando rápidamente con una pequeña bolsita aterciopelada negra sellada con un cordón dorado brillante. Ereas tragó saliva. ¿Acaso le estaban jugando alguna broma? conocía historias de hombres que se habían perdido en lugares remotos solo para descubrir que al volver habían pasado más años de los que pudieran imaginar, otros nunca volvían. Volvió a tragar saliva asustado, hubiera preferido quedarse con los demás, sería prisionero, pero al menos no estaría solo y de seguro algo se le ocurriría al mago, había visto su poder, no podrían tenerlo prisionero por tanto tiempo.

—¡Debo volver! —dijo Ereas tratando de zafarse de tan incómodo situación.

—¿Despreciaras nuestro regalo? —preguntó la reina un tanto indignada— ¡Estás sangrando! —agregó señalándole la mano derecha.

Ereas la alzó curioso, con el fulgor del canto y el terror hacia sus cazadores, ni siquiera lo había advertido, estaba todo amoratado y una profunda herida a la altura del codo aun emanaba sangre, repentinamente le vinieron todos los dolores sufridos por la caída.

—¡Wow! —exclamó un tanto mareado— ¿Cómo no...?

—¡Prueba esto! —señaló abriendo la bolsita que habían traído al vuelo sus congéneres, desde su interior sacó un fino polvo brillante multicolor idéntico al resplandor que segregaban sus alas en su revoloteo, solo que este era mucho más intenso al punto que deslumbró a Ereas y antes de que este pudiera poner cualquier reparo, la reina voló hacia su brazo con algo de polvo esparciéndolo rápidamente sobre sus heridas. Para sorpresa de Ereas se curó de inmediato, dejó de sangrar, los moretones desaparecieron y la herida de su brazo se esfumó dejándole una agradable sensación a frescura. Se sintió reconfortado, con nuevas energías.

—¡Polvo de hadas! —dijo la reina volviendo a la altura de su rostro, le sonrió— Te será muy útil en lo que aun te queda por enfrentar ¡Esta es nuestra ofrenda para el último de los gorgos! ¡Por favor acéptala! Te rogamos.

Ereas no supo que decir, su brazo estaba intacto, como si no hubiera pasado nada, solo la sangre seca en el resto de su brazo evidenciaba que lo ocurrido no había sido una mera ilusión. Se sintió halagado, dudó un instante, pero finalmente alargó su mano agradecido.

—G-Gracias —dijo tomando la pequeña bolsa entre sus manos, la miró boquiabierto, apenas si ocupaba su palma y apenas si pesaba, la selló amarrando firmemente el cordón dorado y se la guardó cuidadosamente en uno de sus bolsillos. Aun le costaba entender de que iba todo aquello, pero no podía rechazar un regalo así, tan útil. Aquel polvillo podía ayudarlo en un sinnúmero de circunstancias, incluso salvarle la vida, suspiró con alivio, su suerte estaba cambiando.

—¡Ahora nos debes! —dijo la reina seriamente.

Ereas la miró confundido, se había equivocado, su suerte seguía siendo la misma, había caído en su trampa, hizo ademan de devolverle el regalo, pero la reina lo detuvo.

—¡Sssssssshhhh! —lo calmó moviendo su dedo índice en señal de negación— ¡Las ofrendas no se devuelven! —dijo con cierta apatía. Ereas se quedó helado.

—¿Qué... qué es lo que quieres? —preguntó molesto. "¡Malditas bicharracas tramposas!" ¿En que se estaba metiendo ahora? tragó saliva asustado, le aterraba oír la respuesta.

—Lo sabrás en su momento —contestó el hada sonriendo picara— Te lo pediremos cuando seas rey —agregó dejando a Ereas boquiabierto, totalmente desconcertado.

—¿Seré... seré rey? —preguntó confundido. Trató de pensar en cuales eran las posibilidades para que algo así ocurriese, su familia estaba muerta, el reino de su padre destruido y sería más que la última opción para ser rey en caso de ser adoptado por Volundir, por lo que hasta ese entonces no veía ninguna.

—Largos y misteriosos son los caminos de Thal ¿Quién puede ser dueño de su destino sino él? —contestó el hada.

Ereas no supo que decir, aquello no le decía nada, en aquellos infantiles cuentos que solía leer cuando niño siempre había hadas, y siempre parecían hablar de forma enigmática, no dejaban nada claro, todo a la libre interpretación. Se sintió repentinamente molesto, frustrado, aquello no era un estúpido cuento, era la realidad, su realidad. Su vida y futuro estaban en juego.

—¿Entonces...? ¿Seré rey? ¿O no? —insistió seriamente.

El hada lo miró intuitiva, supo que Ereas no estaba dispuesto a irse sin una respuesta clara, creía que estaban jugando con él, tras un momento le contestó.

—Nadie es dueño de su destino, Ereas ¡Solo Thal conoce todos los caminos! Y tú aun tienes mucho camino por recorrer ¡Si te pierdes! Caerás en el olvido ¡Si logras sortearlo todo con éxito! Tu nombre perdurará hasta el final de los días ¡Tus acciones definirán tu destino! ¡Y con la vara que midas serás medido! ¡No lo olvides, Ereas! Que tus días más oscuros aún están por venir y será fácil que pierdas el camino ¡Estamos confiando en que serás inteligente y tomaras las decisiones correctas que te llevarán a la gloria! ¡Pero solo el tiempo dirá!

Ereas se quedó boquiabierto, lo que le estaba diciendo el hada era cierto, serio, honesto, verdadero, directo... y si sus días más oscuros aún estaban por venir no quiso imaginarlo. El dolor que sentía desde que se había iniciado todo aquello le era tan insoportable que el solo darle una vuelta le hacía revivir todo, le atormentaba hasta casi desfallecer. ¿Qué más quería la vida de él? suspiró acongojado.

—De acuerdo —dijo con más aplomo— Pero si vamos a hacer esto voy a necesitar que hagan algo por mí ¡Algo de verdad!

El hada lo miró intuitiva.

—¿Qué más podemos hacer por ti? ¡Ya te hemos dado algo de incalculable valor! —dijo seriamente.

—¡Algo que no pedí! —aclaró— Quiero que me ayuden a rescatar a mis amigos ¡Sino no hay trato! —demandó meciendo la bolsa justo sobre el acantilado. La había abierto, solo le bastaba girar su mano y vertería todo el contenido sobre aquel enorme pozo de riquezas y cadáveres. No sabía que podían llegar a pedirle a futuro, pero estaba dispuesto a sacarle el máximo de provecho al asunto. Las hadas lo miraron asombradas, algunas incluso se llevaron las manecitas a la boca en señal de horror. La reina Damira lo miró con el ceño fruncido, aparentemente aquello no le estaba agradando para nada.

—¡Vaya! Así que finalmente has sacado tus garritas —dijo sin disimular su evidente molestia, se mantuvo un instante dubitativa.

—¿Habrá trato? —insistió Ereas con seriedad.

La reina dio un chasquido de dedos hacia sus congéneres. Las hadas sin demora se agruparon a su alrededor como enjambre al panal, se alejaron de Ereas dándole la espalda, se alejaron lo suficiente como para que este solo escuchara sus incesantes cuchicheos.

Tras un momento la reina se alzó de entre sus compañeras de manera radiante, volvía a traer su pícara expresión en el rostro.

—Tus amigos son prisioneros del poderoso mago Dominus —dijo Damira— Su magia supera con creces a la de nosotras ¡No podríamos arriesgarnos contra él! ¡Sin embargo, podemos guiarte a cambio de tu rosa! —Sonrió con malicia.

Ereas se quedó perplejo ¿cómo sabían todo aquello? ¿cómo sabían lo de la rosa? pero el hada continuó:

—Ella es Tinky, una de mis mejores hadas —señaló una hermosa hada de vestido verde y cabellos dorados que revoloteaba alegre junto a ella— Te mostrará el camino ¡Si logras rescatarlos o no, dependerá enteramente de ti! ¡Es todo lo que podemos ofrecerte! —recalcó.

Ereas suspiró resignado, pensativo, otro mago en el asunto sonaba peligroso, sin olvidarse de los goblins y los orcos por supuesto, pareció sopesar sus opciones por un instante ¿Qué otra cosa podía hacer?

—Está bien —dijo finalmente. Sus palabras parecieron salir a duras penas, guardó la bolsita con el polvo mágico en el bolsillo y sacó tímidamente la rosa, la llevaba bajo su chaqueta justo sobre el corazón, estaba tan radiante y hermosa como si no hubiera pasado ni un solo día desde que la habían arrancado de su rosal. No quería perderla, le dolía, era casi lo único, aparte de los recuerdos, que le quedaba de Mina. No obstante, dadas las circunstancias, aquel trato era su mejor opción. Después de todo, tal y como le había dicho Gianelo, varios lo consideraban una carga para el grupo, era el momento de demostrarles lo contrario, encontrar una manera de dejar en claro que podía ser un aporte. No sabía cómo, pero al menos debía intentarlo. Hallaría la forma, lo sabía.

Mientras pruebes la miel, probaras la hiel —le dijo la reina arrancandole la preciada flor de entre las manos, ni siquiera la tocó, sino que la hizo levitar ágilmente con su magia a través de la caverna hasta donde se hallaban sus compañeras que la recibieron diligentes. Entonces se le acercó tanto a Ereas que estuvo a milímetros de tocarle la nariz con la punta de los dedos, lo miró con seriedad un instante.

—Puedes retirarte —añadió con mirada asesina— ¡Tinky te mostrará el camino!

Ereas no supo que contestar. Se limitó a obedecerle ¿Había hecho un buen trato o no? se preguntó confuso. Solo el tiempo podría darle la respuesta.

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