Títeres De Hilos Invisibles©

By yepescritora_98

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Los zombies devorarán tu psique. Ni siquiera esta pantalla podrá protegerte. Cierra los ojos y reza fuerte, p... More

Sinopsis
Booktrailer
Playlist
Prólogo
Títeres de hilos invisibles
Capítulo 1: "La llamada"
Capítulo 2: "Imaxtol"
Capítulo 3: "Cuchillos voladores"
Capítulo 4: "Intrusos"
Capítulo 5: "Suicidio Colectivo"
Capítulo 6: "Primeras impresiones"
Capítulo 7: "Uno y medio"
Capítulo 8: "Un mordisco amargo"
Capítulo 9: "Llanto escarlata"
Capítulo 10: "Bajo la sombra del viejo roble"
Capítulo 11: "Blancas sábanas de hospital"
Capítulo 13: "El retorno al Edén"
Capítulo 14: "¿Amy?"
Capítulo 15: "Los senderos del destino"
Capítulo 16: "Tormenta eléctrica"
Capítulo 17: "Ese sabroso estofado"
Capítulo 18: "El origen del pecado"
Capítulo 19: "Otra perspectiva"
Capítulo 20: "Una sombra"
Capítulo 21: "Tras la tormenta, calma"
Capítulo 22: "Efluvios del pasado"
Capítulo 23: "Es uebos, no huevos"
Capítulo 24: "Ardiente asfalto"
Capítulo 25: "El olor del bosque"
Premios #houseawards2020
Premios #Retroawards2021

Capítulo 12: "¿Y ahora qué?"

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By yepescritora_98

   Había pasado más de una semana desde el funeral de Sam. El ánimo de los habitantes de aquella destartalada casa seguía por los suelos, como cabría esperar. Sin embargo, y por mucho que doliera, aquella era la más habitual de las circunstancias en aquella oscura y retorcida realidad.

   Todos ellos habían perdido a sus seres queridos en algún momento de su carrera por la supervivencia, pero la clave para no ser los siguientes en abandonar aquel mundo –o peor aún, quedar allí atrapados incluso después de la muerte–, era seguir corriendo aquella maratón de meta inexistente. Sin importar los obstáculos con los que pudieran tropezar en el camino.

   Precisamente eso era lo que trataban hacer en aquellos momentos, reunir la fuerza y templanza necesarias para calmar el alma y aclarar la mente antes de salir de nuevo a la carrera.

   Se encontraban los cinco reunidos alrededor de la coja mesa del comedor. Guardaban distancia entre sí, estaban incómodos y esto no afectaba positivamente al, ya de por sí, extraño ambiente que se generaba siempre que Becca y Dana estaban en la misma habitación.

   —¿Y a... ahora qué? —pronunció Adam sin poder evitar que se le quebrara la voz.

   Al escucharlo, Becca no pudo evitar que se le cayera el alma a los pies. 

  Adam era el más joven de ellos, tendría unos trece o catorce años cuando Sam y ella, lo encontraron escondido detrás de la barra de un bar, que había sido previamente saqueado por una banda de bárbaros, quienes no dudaron en maltratar al pobre crío por la mera diversión que eso les proporcionaba. El niño se hallaba en posición fetal, tirado en medio de un charco de sangre y miles de cristales rotos empapados por el aún fresco líquido. Entre gemidos el joven susurraba palabras inconexas que se ahogaban en su desconsolado llanto.

   —Me... me llamo Adam, me... me llamo, vi...vivo en casa, en... en mi casa. ¿Do...dónde?, perdido, en casa...—gimió con un sonido tan agudo que le taladraba los oídos a quien lo percibiera—. Duele, a...ay, duele. Qui... quiero ir a casa.

   Sam fue el primero en acercarse al desconsolado niño. Con tremendo cuidado, se acuclilló a su lado y lentamente, para no asustar al herido, abrió su mochila de tela para sacar gasas y una botella de agua. Al principio el niño se escondió más en sí mismo, no facilitándole a Sam la tarea de limpiarle los cortes que le cubrían el rostro y la mayor parte del cuerpo y que el otro joven supuso, se había hecho con los punzantes fragmentos de cristal que se encontraban esparcidos por el suelo.

   El crío siguió recitando la misma serie de palabras inconexas una y otra vez, como un maldito disco rayado, y aunque ya se dejaba hacer con las curas, aquel discurso sin sentido comenzaba a crispar a Sam y no era precisamente que fuera una de esas personas fáciles de sacar de sus casillas. Al contrario, siempre había sido una persona paciente y de corazón bondadoso, pero lo cierto era que aquel día, había transcurrido como una cadena de eventos desafortunados que fueron consumiendo el habitual buen humor del muchacho.

   Becca, viéndose venir la peor reacción por parte de su compañero, decidió intervenir. Se acuclilló junto a Adam y se dispuso a calmar a la asustadiza criaturilla.

   —Hola, ¿cómo te llamas? —le preguntó con un tono calmado y una sonrisa amistosa en los labios.

   No recibió respuesta del niño, aunque su descabellado discurso comenzó al menos a serenarse. La muchacha lo volvió a intentar.

   —Yo me llamo Rebecca, pero puedes llamarme Becca y este de aquí es mi amigo Sam. ¿Tú cómo te llamas?

Aquella vez el pequeño se quedó mudo.

   —¿Qui... quién eres? —pronunció Adam, a quien aún le temblaba la voz.

   Rebecca se quedó sorprendida ante aquella pregunta. Parecía que los pensamientos de aquel niño no fluían con la coherencia esperada, estaba en estado de shock. Tendría unos doce años, calculó aproximadamente Rebecca, sin embargo, en aquel estado parecía mucho más joven de lo que aparentaba físicamente.

   —Ya te lo he dicho, soy Becca.

   —Pero... ¿Quién eres?, ¿eres de los malos?

   —De los malos... —repitió algo perpleja la joven.

   —Te estamos curando las heridas y preocupándonos por ti. ¿Tú crees que alguien malo haría algo así? —intervino Sam habiendo recuperado parte de su habitual serenidad.

   —No —respondió avergonzado el pequeño.

   Su cuerpo aún temblaba, pero parecía que, poco a poco, se le iban destensando los agarrotados músculos y comenzaba a tomar una postura más relajada.

   —¿Dónde está tu mamá? —preguntó Becca.

   Aquel efímero rubor que hacía tan solo un instante coloreaba las mejillas de Adam, desapareció de golpe. Su mirada se quedó congelada y vacía, mientras que su cabeza voló a otra parte. Más concretamente, quedó atrapado entre imágenes, a cada cual más violenta, que iban saltando de una a otra sin ningún orden.

   Estos destellos del pasado, arrastraron al niño a revivir una serie de macabros acontecimientos, desencadenando una serie de sensaciones que afloraron en su cuerpo, como una respuesta reflejo de lo que ocurría en su cabeza. Su persona al completo comenzó a temblar incontroladamente y aquella agitación no cesó hasta el irremediablemente oscuro desenlace de aquellos recuerdos. Memorias de un pasado no demasiado lejano de aquel presente.

   Becca no necesitó de una respuesta verbal para hacerse una idea de lo que le estaba pasando por la cabeza al pobre Adam en aquellos momentos, ni tampoco pensaba insistir en ello. Simplemente, dejó que sus rodillas golpearan contra el húmedo suelo y se abalanzó hacia el muchacho, envolviéndolo entre sus brazos, dejando que el niño escondiera su rostro entre sus ropas.

   Un río de agua salada comenzó a manar desde sus pequeños ojos, desatado, raudo, enfurecido. Las lágrimas fluyeron, arrastrando a su paso el dolor que oprimía el corazón de aquella alma en pena, perdida y perturbada por los horrores que aquel nuevo y roto mundo le habían mostrado descaradamente, a pesar de su temprana edad.

   —No estás solo. No vamos a dejarte aquí tirado. Encontraremos la manera de sobrevivir y nos cuidaremos los unos a los otros. No llores cielo —susurró Becca repetidas veces hasta que el niño cayó rendido por el cansancio y el estrés acumulado.

   —Supongo que ahora seremos tres bocas a alimentar —suspiró Sam una vez los ronquidos de Adam se hicieron audibles.

   —Eres el primero que sería incapaz de dejar tirada a esta criaturilla aquí, así que no me vengas con esas —le reprochó la joven.

   Sam respondió con un único y chistoso gruñido, se echó la mochila a la espalda y cogió al pequeño Adam en brazos para reanudar su viaje. En aquel lugar no quedaba ni comida, ni nada de provecho que pudieran usar.

   Caminaron durante horas, evitando a toda costa los caminos más transitados. En aquellos tiempos no es que pudiera decirse que los supervivientes fueran menos peligrosos que los infectados. El mundo en general había sido consumido por un tóxico coctel de demencia y agresividad.

   El velo de la noche cayó a plomo sobre las siete de la tarde de aquel día. Era invierno, las horas de luz diaria reducidas y las bajas temperaturas se volvían afiladas y mortales cuando el sol se ocultaba para dar paso a su hermana la luna. Los tres jóvenes tuvieron la suerte de encontrar una cabaña de guardabosques totalmente intacta, sin señales de haber caído en manos de los saqueadores.

   Becca forzó la cerradura de la puerta y decidieron pasar allí aquella noche. Adam permaneció profundamente dormido durante todo el viaje y el resto de la noche. Su sueño tan solo se veía interrumpido por alguna tiritera ocasional, que le agitaba el cuerpo entero violentamente, provocando que hasta le castañeara la dentadura.

   —¿Qué vamos a hacer ahora? —susurró Becca mientras arropaba al niño con unas sabanas que encontraron dobladas en un pequeño vestidor.

   La casita estaba equipada con lo básico, pero en aquellos tiempos, lo que antes podía considerarse básico, ahora era un lujo para la mayoría inalcanzable. Había una cama con un colchón blando y algo viejo, una pequeña cocina, una nevera con algunas conservas a medio comer, un baño un tanto rústico y obviando todas las pequeñas cosas que pudieron encontrar, lo más destacable era la pequeña estufa de gas.

   Aquel artefacto fue lo mejor que les pudo haber pasado, pues aquella noche sería la más fría desde hacía al menos 70 años en aquella región de Carolina del Norte. Muchos de los que sobrevivieron a la infección gracias a su inmunidad, serían incapaces de combatir aquella histórica helada y perecerían ante su mortal abrazo.

   —¿A qué te refieres? —preguntó Sam mientras olisqueaba una de aquellas latas de conserva de la nevera.

   Rebecca se giró para observar a Adam dormitar. El niño parecía algo alterado, probablemente debido a una pesadilla. Aquellos malos sueños eran de lo más habituales para los pocos supervivientes que aún eran capaces de cerrar los ojos al caer la noche.

   —Ni siquiera sabemos su nombre —suspiró la joven sentándose frente a la estufa y apoyando su cabeza sobre el hombro de Sam.

   —Ya nos lo dirá —contestó mientras se llevaba a la boca una de aquellas anchoas en salazón que, al parecer, el muchacho había decidido que aún eran comestibles.

   —No podemos dejarle solo, no es más que un niño.

   —Becca, ahora está con nosotros, deja de preocuparte por "el niño sin nombre". Cuidaremos de él —respondió Sam alegremente, pues había descubierto que aquellos pescadillos eran realmente un manjar.

   Rebecca se le quedó mirando mientras él se llevaba a la boca la tercera pieza. Sam sonrió inocentemente, con el aceite de la conserva escurriéndosele por entre las comisuras de los labios.

   —¿Quieres probar? —le ofreció.

   —Obvio —respondió quitándole la lata de las manos.

   —Están fuertecillas eh —le advirtió entre risas al ver cómo la cara de Becca comenzaba a enrojecer y contraerse.

   —¡Repámpanos! Están saladísimas —se rio ella misma entre toses.

   Aquella noche la pasaron ambos en vela, discutiendo lo que harían en adelante. La esperanza de recuperar aquella vida normal y monótona de la que tanto se quejaba la joven hacía tan solo unas semanas, y a la que ahora ansiaba regresar, habían muerto junto con las de sobrevivir a aquella locura más de un mes, o dos a lo sumo.

   La cabeza de Rebecca comenzó a dar vueltas y más vueltas, ahogándose en aquellos oscuros pensamientos, tan rápido que se mareó y el terror que sentía se vio cristalinamente reflejado en su rostro. Sam dejó que se acurrucara entre sus brazos y le susurró al oído:

   —Ni se te ocurra dejar de correr. ¿Me oyes?

   Becca levantó la cabeza y se giró para mirarle a los ojos perpleja.

   —Estamos todos metidos en esta carrera mortal. No lo hemos elegido, pero tampoco podemos salirnos de ella, no nos queda otra opción que correr.

Sam sujetó el rostro de Becca entre los largos dedos de su mano, obligándola a que le devolviera la mirada que ella acababa de apartar apesadumbrada.

   —Solo hay un objetivo Becca, sobrevivir, y lo único que hay que hacer para alcanzarlo es correr. Así que, que ni se te pase por la cabeza dejar de hacerlo. Si estas cansada, si te sientes fatigada, solo tiéndeme la mano y tiraré de ti. ¿Me lo prometes?

   Becca asintió con una nueva sonrisa asomando por entre sus labios.

   —Te lo prometo.

   Sam le besó la frente y la volvió a invitar a acurrucarse contra su cuerpo. Pasaron así toda la noche hasta que amaneció el día siguiente. El sol apenas fue visible durante casi una semana debido a la fuerte ventisca de nieve que azotaba los cielos, por lo que pasaron en aquella cabaña más tiempo del planeado. Sin embargo, esto les vino bien para finalmente crear lazos con su nuevo amigo e ir abriendo fronteras entre ellos.

  —¿A qué te refieres con "ahora qué"? —respondió Jon pasándole un brazo sobre los hombros a Adam.

   —La verdad es que esa misma cuestión me andaba merodeando a mí por la cabeza. ¿Cuál es el plan a seguir a partir de ahora? —respondió Dana en un tono relajado, pero que de alguna manera resultaba amenazador.

   —Sam acaba de morir. ¿Cómo te atreves a hacer como si nada? —se encaró Becca a Dana.

   La joven se hallaba consumida por el dolor y la melancolía del recuerdo que recientemente acababa de evocar.

   —Becca —intervino Adam con firmeza—. Sabes que es lo que Sam hubiera querido.

   —No te atrevas a decirme lo que Sam hubiera querido, Adam. Sabes que te tengo mucho cariño, pero esto no te lo podría perdonar —le reprocho Becca alterada.

   —Pero sí que lo sé. Sam te lo pidió, Becca —se atrevió a responder Adam—. ¡No te atrevas a romper tu promesa!, ¡TIENES QUE CORRER, MALDITA SEA!

   Las lágrimas comenzaron a correr por las mejillas de ambos jóvenes. Becca se abalanzó sobre Adam y lo envolvió en un emotivo abrazo. Los demás observaron aquella escena, atónitos y sin comprender lo que realmente estaba pasando.

   —¿Estabas escuchando?, pensábamos que estabas dormido —le reprochó cariñosamente Becca.

   —Lo intentaba, pero por mucho que susurraseis aquel espacio era tan pequeño que era casi como si me estuvierais hablando al oído —se rio Adam enjuagándose las lágrimas.

   —¿Alguien me puede explicar lo que está pasando? —se quejó Jon.

   —Algún día —respondió Becca contagiada por la risa de Adam.


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