Títeres De Hilos Invisibles©

Von yepescritora_98

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Los zombies devorarán tu psique. Ni siquiera esta pantalla podrá protegerte. Cierra los ojos y reza fuerte, p... Mehr

Sinopsis
Booktrailer
Playlist
Prólogo
Títeres de hilos invisibles
Capítulo 1: "La llamada"
Capítulo 2: "Imaxtol"
Capítulo 3: "Cuchillos voladores"
Capítulo 4: "Intrusos"
Capítulo 5: "Suicidio Colectivo"
Capítulo 6: "Primeras impresiones"
Capítulo 7: "Uno y medio"
Capítulo 8: "Un mordisco amargo"
Capítulo 10: "Bajo la sombra del viejo roble"
Capítulo 11: "Blancas sábanas de hospital"
Capítulo 12: "¿Y ahora qué?"
Capítulo 13: "El retorno al Edén"
Capítulo 14: "¿Amy?"
Capítulo 15: "Los senderos del destino"
Capítulo 16: "Tormenta eléctrica"
Capítulo 17: "Ese sabroso estofado"
Capítulo 18: "El origen del pecado"
Capítulo 19: "Otra perspectiva"
Capítulo 20: "Una sombra"
Capítulo 21: "Tras la tormenta, calma"
Capítulo 22: "Efluvios del pasado"
Capítulo 23: "Es uebos, no huevos"
Capítulo 24: "Ardiente asfalto"
Capítulo 25: "El olor del bosque"
Premios #houseawards2020
Premios #Retroawards2021

Capítulo 9: "Llanto escarlata"

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Von yepescritora_98

   Con las ropas hechas jirones, las caras ensangrentadas y el terror en sus rostros, Jon y Adam se precipitaron al exterior del habitáculo. Al verlos salir, las chicas corrieron a su encuentro. A medio camino, Becca saltó a los brazos de Jon con lágrimas de alivio recorriendo sus pómulos.

   —¿Qué ha pasado? —preguntó la joven con tono aún alarmado—. ¡¿Dónde está Sam?! —El timbre de su voz comenzaba a rozar la histeria.

   Aún confusos, Jon y Adam miraron a su alrededor en busca de su compañero, pero Sam no había salido con ellos. La respiración de los chicos comenzó a acelerarse al comprender que habían dejado atrás a su compañero.

   —¡MIERDA! —exclamó Jon con los ojos casi al borde de sus cuencas. Se llevó las manos a la cabeza en un gesto desesperado por convencerse a sí mismo de que aquello no estaba ocurriendo.

   —¿Cómo que mierda, Jon?, ¡no me jodas! ¡No, no, no...! —Rebecca sujetaba a Jon de los hombros y tiraba de él zarandeándolo con brutalidad, intentando inútilmente, hacerle reaccionar.

   —Pe-pero..., estaba aquí —susurró Adam.

   La mirada del joven se quedó clavada en el suelo que se extendía en el espacio vacío a su derecha. Murmuraba palabras inconexas y sus ojos bailaban de un lado a otro, buscando algo, pero sin mirar realmente. Permaneció así por lo que pareció una eternidad, con la mente totalmente perdida en un bucle infinito de incertidumbre e incredulidad.

   Becca seguía tirando de la vieja y sucia camisa de Jon sin obtener reacción alguna de su compañero. Dana le puso una mano en el hombro y le pidió que parase, pero Rebecca seguía gimiendo maldiciones mientras se golpeaba duramente la cabeza contra el pecho de Jon una y otra vez, sin que él hiciera nada por impedírselo. Los ojos del joven estaban tan húmedos y vacíos como los de ella y sus pensamientos se hallaban atrapados en un infinito bucle sin escapatoria. Glenn se les acercó por detrás y sin mediar palabra, sujetó fuertemente a Becca de sus enredados bucles cobrizos y con tremenda violencia la tiró al suelo. El golpe pareció surtir efecto, dado que, de una vez por todas, Becca pareció haber recuperado al menos parte de su cordura.

   Se levantó de un salto y se dirigió enfurecida hacia lo que, a aquellas alturas, ya consideraban su hogar, chocando su hombro contra el brazo de Jon y golpeando suavemente la frente de Adam con la palma abierta, al pasar a su lado. Glenn y Dana la siguieron con sus armas y mentes preparadas para la batalla, seguidas de cerca por los aún algo aturdidos muchachos.

   Nada más cruzar el umbral de la puerta, dos cuerpos putrefactos saltaron a su camino. Dana ya tenía una flecha preparada para disparar a uno de aquellos seres entre los ojos y Glenn estaba a su vez a punto de lanzar uno de sus cuchillos. Pero antes de que les diera tiempo siquiera de parpadear, Becca ya había desenfundado su catana y de un solo golpe, limpio y elegante, les partió el cráneo a ambos cadáveres andantes. Una lluvia cálida y mal oliente bañó las pieles de los cinco supervivientes y salpicó sobre las mohosas paredes del recibidor.

   Siguieron adelante. Guiados por el sonido de unos agonizantes gritos, llegaron atropelladamente al corredor principal de la casa y continuaron avanzando hasta llegar a las escaleras que llevaban al segundo piso. Para cuando alcanzaron la ubicación exacta de la que procedían aquellos estremecedores chillidos, su sonido hacía milésimas de segundo que se había extinguido entre los gruñidos de los tres títeres de la muerte que se hallaban agazapados sobre un familiar e inerte cuerpo del que provenían.

   Un vacío caparazón de carne y huesos descansaba en una macabra posición sobre las primeras escaleras, con sus miembros doblados en ángulos imposibles. Su rostro ensangrentado había quedado encajado entre las barras de la barandilla de madera astillada, cuya pintura, antaño blanca, estaba desconchada. Las cuencas de sus ojos estaban huecas y encharcadas por el líquido escarlata de su sangre, que se derramaba a modo de sádicas lágrimas sobre el suelo.

   En el preciso instante en el que los cinco amigos alcanzaron a divisar semejante escenario, uno de los tres esbirros de la mismísima muerte, se encontraba agachado con sus putrefactos labios pegados a los del inerte Sam, recorriéndolos maniáticamente con su amoratada y supurante lengua. Con las dos manos sujetaba la mandíbula superior e inferior de su víctima, manteniendo la boca abierta y para hacerla más accesible, las forzó hasta desencajarlas y de un solo tirón le arrancó la carnosa y rosada lengua sujetándola entre sus negruzcos dientes.

   Un grito amargo quería escapar por entre los contraídos labios de Dana, pero no encontró el oxígeno necesario en sus pulmones, pues de la impresión hasta se le había olvidado respirar. Sin que nadie pudiera haber nada por detenerla, se abalanzó hacía Becca. Dejó caer su ballesta y le arrebató la catana de las manos a su compañera. Acto seguido se enzarzó contra aquellas bestias del infierno. Sin ninguna experiencia y sin ningún miedo, movida únicamente por la rabia y la sed de venganza, hizo bailar el filo de aquella espada en un espasmódico baile mortal. Una mezcla de sangre y vísceras de zombies con sus propias lágrimas bañaban su angustiada cara.

   Los ciegos, aunque certeros movimientos de la joven, no cesaron hasta que unos fuertes brazos la rodearon con firmeza, obligándola a soltar el arma de sus temblorosas manos y dejarla caer sobre el encharcado suelo. Todo esto pareció suceder como a cámara lenta ante los ojos de la abstraída Dana.

   Las piernas de la joven cedieron ante la repentina ausencia de adrenalina en su cuerpo, pero los brazos que la sujetaban no la dejaron caer. Sin embargo, Dana luchó por librarse de su persistente abrazó y, aunque sus piernas le fallaron y terminó cayendo al suelo, se arrastró como buenamente pudo hasta alcanzar el pie de las escaleras. Entre sollozos abrazó el desgarrado cuerpo del que fuera su primera esperanza en aquel mundo desolado, la única luz que había hallado entre tanta oscuridad, su alma gemela, su primer y último amor.

   Tan fugaz como llegó a su corazón, se esfumó ante sus ojos, sin darle siquiera la oportunidad de despedirse. Dejándola, con el amargo sabor de una promesa que aún resonaba en su cabeza, una promesa con las esperanzas en un futuro "normal", una esperanza que le atormentaría desde entonces, cada noche, en sus sueños.

   Volvía a estar sola y desnuda ante las maldades de aquel infierno al que llamaban mundo. Pero esta vez algo había cambiado, ya que Sam se había llevado consigo la poca humanidad y conciencia moral, que perduraban en Dana a pesar de todo el caos que envolvía el mundo. Caos que ahora había hallado la manera de apoderarse de su persona, tiñendo su corazón del más oscuro y ponzoñoso de los negros, arrasando con la más mínima luz que albergara en su interior, pervirtiendo todos sus sentimientos e incluso alterando su razón.

   El cuerpo le temblaba de ira y sus dientes rechinaban. La expresión facial de Becca se contrajo en una terrorífica mueca. De un salto se abalanzó sobre Dana daga en mano, con intención de matarla.

   —¡Apártate de él, zorra! —gritó al tiempo que tiraba de la enmarañada trenza de Dana.

   Rápidamente Jon la sujetó de las axilas levantándola del suelo de un tirón y abrazándola fuertemente contra su tembloroso pecho. Ella terminó enjuagándose las lágrimas contra la sucia camisa de su amigo, mientras estrujaba la prenda entre sus apretados puños y sollozaba repetidas veces.

   —No tienes derecho, tú no le conoces. No tienes derecho, maldita intrusa. No tienes derecho... —La rabia, la impotencia, el dolor, se hacían palpables en su desesperado llanto.

   Con delicadeza, Adam se agachó junto a Dana y la ayudó a levantarse, dejando que la joven apoyara todo su peso sobre su magullado hombro sin quejarse siquiera. Dana lloró desconsolada y en silencio durante toda la noche, hasta quedar inconsciente sobre uno de los mugrientos colchones. Glenn ayudó a los chicos a preparar el cuerpo de Sam para enterrarlo la mañana siguiente.

   —Aseguraros de que pueda descansar en paz —fue todo lo que dijo Becca antes de marcharse a por trapos viejos y productos de limpieza.

   No le quedaban fuerzas ni físicas ni mentales para afrontar la realidad en aquellos momentos. Y como solía hacer incluso antes de la llegada de la gran masacre, se dispuso a enfocar toda su frustración, enfado y dolor en algo que realmente resultara útil, no como las lágrimas y las pataletas. Se dispuso por tanto a limpiar el hall.

   Jon y Adam se miraron desolados. Sin pronunciar palabra, Glenn sacó unos de sus afilados cuchillos y lo tendió en frente de ambos chicos. Finalmente, Jon alargó la mano y lo cogió. Se agachó ceremonioso ante el ahora, más o menos, recompuesto y limpio cadáver de su amigo. Se hallaba tendido sobre la más pulcra sábana blanca que habían encontrado y una venda cubría sus mutilados ojos. Saladas gotas comenzaron a correr sobre los rostros de los dos chicos, a quienes aún les invadía el sentimiento de culpabilidad por lo sucedido.

   La mano con la que Jon sostenía el arma, temblaba violentamente. La acercó a la sien izquierda del que fue para él como un hermano desde hacía ya más de un año. Permaneció allí parado durante lo que se pudo sentir como una eternidad, incapaz de controlar los espasmos que poseían su cuerpo por culpa del desconsolado llanto que lo agitaba desde dentro. Glenn se agachó gentilmente junto a Jon y sujetó con delicadeza su indecisa mano, dándole el pequeño empujón que necesitaba para llevar a cabo la acción requerida.

   Con mucho mimo, Adam se agachó a limpiar la sangre que comenzó a brotar de la reciente incisión y acto seguido, se dispusieron a cubrir el cuerpo envolviéndolo entre la pulcra blancura de la sabana.

   Una vez hecho, Glenn recuperó su cuchillo, se levantó tendiéndole una mano a su compañero para ayudarle a subir también. El enorme chico cayó entre los pequeños aunque fibrosos brazos de la muchacha, abrazándola y hundiendo su rostro entre el hombro y el cuello de la chica. Esta, a pesar de la sorpresa, le dejó hacer. Adam no tardó en acercársele por detrás y unirse a tan dramático abrazo.



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