Un flechazo (des)organizado

By MyCherryBomb

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Merlina está completamente segura de dos cosas: La primera es que está absolutamente flechada por el jefe de... More

Presentación
Presentación #2
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Epílogo
Nueva historia

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By MyCherryBomb

Merlina.

Miércoles por la tarde. Al fin puedo relajarme y tomar un poco de tiempo para mí misma. Estoy a tan solo dos días de la fiesta, pero, extrañamente, no me siento tan nerviosa como pensaba que iba a estar. Por el contrario, creo que di todo de mí para que salga todo perfecto, como debe ser. Solo me faltan detalles, como hacer el video de compilación de fotos de la empresa y eso me toca mañana. Lo único que me tiene nerviosa es no poder llegar con esa presentación.

Ahora, con mi pequeño tiempo libre, voy al gimnasio. Necesito descargar toda esta pesadez que siento de algún modo y es mejor hacerlo gastando calorías. Me pongo los auriculares y camino hacia el lugar. Al llegar, saludo a los compañeros que siempre veo, me dirijo al entrenador y dice que hoy me toca hacer piernas. Tengo que venir más seguido, pienso cuando me meto en la prensa y apenas puedo levantar las pesas con las piernas.

—¿Te ayudo? —cuestiona una voz muy conocida. Miro su rostro y, antes de que se me caigan las pesas y me quiebre una pierna debido a mi torpeza, sostiene el peso, pongo nuevamente las trabas a la máquina y me ayuda a sentar—. ¿Estás bien? Creo que eso es mucho peso para vos.

Desde el lunes que no lo veía. Desde que nos dimos la mano y no dejamos de mirarnos. Desde que me di cuenta de que por más que intente olvidarlo, no voy a poder. Y está perfecto con esa musculosa blanca que le marcan todos sus músculos y un short negro de gimnasia que le marca bastante sus virtudes.

—Sí, estoy bien —replico finalmente—. El entrenador me puso como ochenta kilos pensando que vengo todos los días, pero no. Hace bastante no hago esto. Me salen mejor las sentadillas.

—Lo sé —contesta esbozando una sonrisa. Yo me sonrojo al recordar porqué lo dice. Luego sacude la cabeza y se aclara la voz—. No me refería a eso, en ese sentido, sino a que seguramente te salen mejor las sentadillas porque son más fáciles y posiblemente te guste hacerlas cuando te tocan. —Arqueo las cejas—. ¡No dije eso! Quise decir que te gusta hacerlas cuando toca el día de hacer piernas. —Me muero de risa al ver que está enredado en sus propias palabras y cada vez se pone más rojo.

—Tranquilo, Emanuel, sé a lo que te referís —lo interrumpo antes de que siga metiéndose en el pantano—. ¿También tenés que hacer prensa?

—Sí, me mandaron para acá.

Se sienta en la máquina y levanta el peso que yo tenía como si fuese una pluma. Hace varias repeticiones en un minuto y ni se inmuta. Cuando se levanta quita un poco de peso para que yo pueda hacerlo bien.

Nos vamos turnando y, al terminar con este ejercicio, el entrenador nos manda a hacer glúteos. Me acuesto por debajo de la máquina y comienzo a levantar y subir mi pelvis con todo el peso encima. Me duele una barbaridad, pero me hago la fuerte. Cuando le toca a él... siento que se me incendia todo el cuerpo. Obviamente, a él no le pesa nada, así que sube y baja sus caderas con rapidez, haciéndome recordar la manera en la que el sábado me hacía suya y, uf, creo que estoy necesitando urgentemente un ventilador o ir a la Antártida. Qué hombre tan sexy, por favor.

Hacemos varias repeticiones más y con cada una que él hace siento que estoy perdiendo la concentración cada vez más.

Continuamos con los ejercicios, más glúteos, en los que hay que ponerse cola hacia arriba y subir y bajar las piernas haciendo fuerza con ese músculo. Luego otra máquina en la que hay que abrir y cerrar las piernas, lo cual me produce más excitación al ver que no deja de mirarme. Maldita sea, necesito una ducha de agua fría porque en este momento está tomando agua y se le cayó un poco, resbalando hacia su camiseta y provocando que se moje y, por Dios, soy capaz de abalanzarme a él ya mismo. Ayuda. Me convida un poco de su bebida y acepto, está fría y puede que me ayude a calmarme un poco.

Ahora tocan las sentadillas. Saco cola y comienzo a bajar y subir con el peso sobre mis hombros. No es mi intención verme sensual, pero simplemente me está saliendo así. O quizás la mirada que está poniendo Emanuel mientras lo hago me está haciendo sentir así. Es una expresión de hambre, lujuria, sensualidad y algo más que no logro descifrar.

Él también hace el ejercicio bastante bien, pero los otros se le daban mejor.

—No suelo entrenar con esta máquina —manifiesta secando su frente con el dorso de la mano—. No me gusta, siento que es para mujeres nada más.

—Pero si los hombres también tienen glúteos —respondo haciendo una mueca pensativa. Él se ríe sentándose en un banco para descansar. Me pongo a su lado.

—Sí, pero no nos interesa entrenarlo tanto como las chicas. Los hombres preferimos hacer brazos —replica, señalando sus fuertes bíceps. Me contengo para no tocarlos y es bastante difícil—. ¿Hace cuánto venís al gimnasio?

—La primera vez que nos vimos fue mi primer día, cuando me seguiste por tres cuadras —comento. Me mira con asombro—. Iba a otro gimnasio antes, un poco más lejos, pero más equipado. Lo dejé porque la cuota aumentó mucho, este es más barato.

—Lo entiendo —expresa suspirando—. Bueno, creo que ya terminamos, ¿no?

—¡Ojalá que sí porque no doy más! —exclamo.

Justo el entrenador viene y nos mira con los brazos cruzados.

—¿Ya se cansaron? —cuestiona. Asentimos rápidamente, a lo que él suspira—. Está bien, pero antes de irse, necesito que me hagan un favor. En el piso de arriba hay una habitación que es solo para los entrenadores, pero yo no puedo ir ahora porque estoy vigilando a una chica que es nueva y me da miedo que le pase algo. Necesito que me traigan una colchoneta, mancuernas de tres kilos y una pelota negra, por favor. Después se pueden ir.

—Bien, no hay problema —replica Emanuel—. Primero voy al baño.

—Sí, yo también —manifiesto antes de ponerme de pie y dirigirme al tocador de mujeres.

Me doy un baño rápido y me visto aún más rápido. Me perfumo, me peino y salgo. Él ya me está esperando afuera, pero también está bañado y perfumado. Su aroma me encanta. Nos dirigimos a las escaleras hasta el primer piso y abre la puerta de "Solo personal" con la llave que nos dio el entrenador. Es un paraíso de colchonetas y pesas, con pelotas de todos los colores y tamaños.

—Agarrá la colchoneta —me manda Emanuel—, yo llevo las pesas y la pelota, son pesadas.

—¿Me estás diciendo debilucha? —cuestiono con tono divertido, agarrando lo que me pidió. Tiro para sacarlo de la pila, pero está estancado—. No sale.

Él viene a ayudarme y también tira, pero sigue difícil de sacar. Suspira y revisa lo que pasa, avisándome que hay un seguro que la mantiene atada. Cuando logra desatarlo, vuelvo a poner todas mis fuerzas para sacarlo y termino cayéndome al piso porque está mucho más liviano de lo que creí. Suelto una carcajada y él se ríe conmigo.

—Ay, Merlina —dice entre risas—. ¿Estás bien? ¿Te golpeaste fuerte?

—Sí, mi dignidad se golpeó —contesto sonriendo, a lo que Emanuel vuelve a reír.

Estira la mano para ayudarme a poner de pie y de un tirón me pega a su cuerpo. Mi corazón late a pura velocidad y mi respiración se vuelve entrecortada en cuanto sus manos se dirigen inquietas a mi cintura. No puedo evitar acariciar su pelo y quedarme ahí por un instante, estoy volviéndome adicta a esto, a su roce, a su mirada, a su cuerpo. Trago saliva, tengo que alejarme, pero no puedo. No dice palabra, simplemente acerca su rostro al mío y me besa con suavidad, haciendo que mi mente se disperse y deje de sentir todos mis sentidos, excepto el tacto. Incrementa la profundidad del beso hasta tornarse en uno desesperado, apasionado, salvaje. Me toma por los muslos y me sube a él para posicionarme sobre una mesa. Siento su excitación a través de la ropa, la que me muero por sacarle. El calor que siento es insoportable, y se vuelve peor cuando sus labios comienzan a dirigirse a mi cuello, besando y mordisqueando cada rincón. Con impaciencia, lleva sus manos a mi espalda y me desabrocha el sostén en un movimiento. Luego acaricia y aprieta mis pechos con suavidad, logrando sacarme un suspiro de placer.

—¿Y chicos? —escuchamos que el entrenador pregunta desde abajo, cortando todo el momento.

—Mierda —murmura Emanuel, volviendo a abrochar mi corpiño—. Perdón, me dejé llevar, no debería... —se excusa alejándose y volviendo a agarrar las pesas.

Hago una mueca de disgusto y vuelvo a agarrar la colchoneta. Sin decir nada, volvemos a bajar y le dejamos todo al entrenador, quien nos mira con reproche.

—¿Por qué tardaron tanto? —cuestiona.

—No podíamos sacar la colchoneta, después nos dimos cuenta de que estaba atada —replica mi acompañante con irritación—. En fin, hasta mañana, Juan.

Yo también saludo al tipo y salgo junto a Emanuel. Nos quedamos en la entrada, mirándonos. Hace más frío del que creí y olvidé mi abrigo, así que me cruzo de brazos.

—Bueno, nos vemos —digo comenzando a caminar hasta casa.

—¡Te llevo! —exclama, haciendo que me detenga. Sin ganas de pelear, acepto ir con él y me meto a su coche. Suspira comenzando a manejar y sé que quiere decir algo, pero no se anima. Chasquea la lengua—. Merlina, no quiero que pienses que te estoy usando para... bueno, ya sabés qué. Es que no puedo.

—¿Qué cosa, Emanuel? Yo no entiendo qué es lo que no podés. A mí me gusta cuando al fin demostrás lo que sentís y hay momentos en los que no sé qué te pasa —digo enojada—. ¿Por qué me agarraste la mano el lunes? ¿Por qué me besaste hoy? Y después actuás como si yo fuese la estúpida que se está empezando a sentir enamorada de un idiota que solo la usa para tener sexo —suelto repentinamente. Creo que hablé de más porque me mira sin poder creer mis palabras. Una mezcla entre asombro y confusión.

—No quiero que te sientas así —termina expresando. Suspiro y miro por la ventanilla. Siento un nudo en la garganta.

—¿Así, cómo? ¿Una estúpida o una enamorada? —cuestiono en un murmullo. No quiero ni mirarlo, me da vergüenza.

—Como una estúpida —replica—. Claramente estás confundida, yo en ningún momento dije que te estaba usando.

—Creo que fuiste bastante claro cuando esa noche me dijiste que nos olvidáramos de todo al día siguiente...

—No quise decir eso —me interrumpe con nerviosismo—. Yo pensé que eso iba a ser mejor así porque trabajás para mi papá y no quiero que él piense que estás conmigo por la plata, porque él es así. Es para mantener tu imagen.

—Es que no me interesa mantener mi imagen porque yo sé quién soy —manifiesto con irritación—. Y los que me conocen saben quién soy. Me da igual lo que piense tu padre sobre mí porque yo estaría con vos, no con él. ¿Me entendés? Pero lo que sí creo, es que a vos te importa mucho la opinión de tu padre y no te gustaría que te vea con una chica de clase media que es organizadora de fiestas y no pertenece al mismo círculo social al que pertenecen ustedes, los empresarios ricos que se creen que saben todo cuando no tienen ni puta idea de lo que es el amor.

Se queda en silencio, aun manejando. Creo que esta vez sí me pasé, me pasé terriblemente. Su rostro me lo dice, está enojado, es obvio. Estaciona en la puerta de casa y no sé qué hacer. Creo que debería haberme disculpado.

—Per... —comienzo a decir.

—Tenés razón —me interrumpe mirándome—. Tenés razón en todo lo que dijiste. Siempre busco la aprobación de mi padre, siempre intento mejorar y ser mejor en todo y tenés razón en que no tengo ni idea de lo que es el amor. Quiero que me enseñes, quiero saber qué es el amor —continúa con sus ojos sobre los míos. Mi corazón late con tanta fuerza que siento cómo mis extremidades llegan a calentarse, el cosquilleo en mi estómago se incrementa, pero no puedo dejar de sentirme confundida.

—¿Qué significa eso? —inquiero en un susurro. Toma mi rostro entre sus manos y acaricia mis mejillas con sus pulgares.

—Quiero que estemos juntos, que me demuestres lo que es el amor y quiero aprender sobre la marcha... estando con vos —murmura—. ¿Me das la oportunidad?

Esbozo una sonrisa y asiento aun sorprendida. ¿Esto es real? ¿De verdad me está pidiendo que estemos juntos? Antes de que se arrepienta, me lanzo a sus labios y le doy un beso lleno de ternura. Luego abro la puerta del auto y bajo.

—Nos vemos mañana, señor Lezcano —le digo manteniendo la sonrisa. Me saluda con la mano, como si estuviese embobado y me dirijo a casa.

Ya adentro, no puedo evitar ponerme a saltar y gritar como una loca. ¡Emanuel quiere estar conmigo!

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¡Hola! Último capítulo...

Por esta semana JAJA no se asusten. Nos vamos  a ver de nuevo el 30 de diciembre porque para las fiestas navideñas no voy a estar y tengo trabajo, así que no creo poder subir. Lo bueno es que voy a volver con un maratón... Y quizás con el final de la historia, aún no lo sé :O

Gracias por leer <3

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