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Merlina.

Salgo para recibir a Andrés, que me está esperando para ir al fin a retirar los centros de mesa y varias cosas más de cotillón. Lo abrazo a modo de saludo y comenzamos a dirigirnos hacia la parada de colectivos. Tenemos que correr porque justo está estacionado, pero logramos subir. Pagamos el boleto y nos sentamos, por suerte no hay mucha gente.

—¿La pasaste bien el sábado? —me pregunta. Que ni me hable de eso, en lo único en que puedo pensar es en cómo su hermano me hizo sentir única, linda y sensual. Me aclaro la voz y asiento con la cabeza.

—Sí, estuvo muy lindo, gracias por invitarme —respondo intentando sonar con normalidad. Él sonríe y me mira, sé que está conteniendo una de sus frases burlonas.

—No te preocupes, no voy a contar nada de lo que pasó con Emanuel. Técnicamente fue mi culpa, yo hice que se besaran y bueno... claro que estaban los dos borrachos, yo sé que se odian y probablemente ese odio era tensión sexual y ya la pudieron liberar, así que pueden seguir odiándose sin problemas —manifiesta verborrágico—. De todos modos, creo que deberías hablar con mi hermano para solucionar las cosas porque me comentó que no quedaron bien entre ustedes.

Frunzo el ceño y lo observo con confusión. ¿En qué momento quedamos mal? Bueno, supongo que tampoco lo traté de muy buena manera, pero fue él el que me pidió que hiciéramos como si nada. Y sí, me jodió muchísimo, pero es lo mejor. Lo malo es que, después de esa noche, pienso el doble en él. Suspiro y hago una mueca de desinterés.

—No tengo nada que hablar con él —expreso—. Lo hecho, hecho está. No podemos cambiar lo que hicimos, tampoco podemos arrepentirnos ni ser amigos por eso, fue una sola noche, nada más.

Entrecierra los ojos y asiente con gesto pensativo. No sé porqué se hace el misterioso, lo estoy conociendo bastante últimamente y sé que ese movimiento significa que está pensando en alguna maldad. Me cruzo de brazos y lo miro con expresión de reproche. Arquea las cejas.

—¿Qué? —cuestiona divertido—. No estoy haciendo nada.

—No, pero lo estás pensando.

Rueda los ojos y se encoge de hombros. Luego se ríe.

—Sí, probablemente ya empieces a leerme los pensamientos. Es lo que pasa cuando uno pasa tiempo con gente, ya la conoce y empieza a meterse en su cabeza —comenta sonriendo—, pero eso significa que también te conozco a vos y que seguramente no estás creyendo en ni una sola palabra de lo que estás diciendo.

Abro la boca sorprendida y siento que me voy sonrojando de a poco.

—No me conocés mucho —intento desafiarlo—. Estoy creyendo en lo que digo, tu hermano se me hizo sexy y bueno, dejé que sucediera lo que pasó, estaba borracha y me sentía sola, lo hice sin pensarlo. Así que no considero que sea de mucha importancia, y tampoco creo que a tu hermano le importe lo que hicimos, porque él es así. Frío y arrogante.

—No sabés cómo es —replica chasqueando la lengua y mirando por la ventanilla—. Ema es buena persona, es un buen hermano y un buen tipo. Creo que él si se preocupa por lo que pudiste sentir en ese momento, él piensa que te ofendió porque sentís que te utilizó para una noche, pero no es así. Emanuel jamás haría sentir mal a una mujer, jamás pasaría una noche con ella y la dejaría al día siguiente, pero vos le pediste que eso pasara.

Lo miro como si estuviera loco y notablemente herida.

—¿Acaso pensas que yo le pedí a Emanuel que se olvidara de lo que hizo conmigo? ¡Por supuesto que no! Él me lo pidió a mí, por eso yo le hice caso. No sé de dónde sacaste tremenda estupidez, ¿él te lo contó? —digo enojada. Su rostro demuestra que no entiende nada y suspira tocándose el puente de la nariz. Sus ojos negros me observan con profundidad y luego niega con la cabeza.

Un flechazo (des)organizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora