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Merlina.

Tengo que contener las ganas de tirarme a él en cuanto lo veo apoyado sobre el marco de la puerta con un ramo de rosas en una mano, la otra en el bolsillo, con el traje de piloto y una sonrisa conquistadora. Mamá, ¿qué hice para merecer semejante bombón? Habré sido un ángel en mi otra vida.

—Buenas tardes, señorita Ortiz —dice entregándome las flores y dándome un beso en la mejilla tan cerca de mis labios que me pone la piel de gallina. Le sonrío con timidez.

—Buenas tardes, piloto Lezcano —respondo. Él se ríe y le hago un gesto para que me siga hasta la cocina. Agarro el florero, lo lleno de agua y coloco las rosas dentro. El olor llega a mis fosas nasales y me encanta—. Gracias —agrego cuando lo vuelvo a mirar. Se encoge de hombros y sonríe.

—No es nada, pero no estaba seguro de si sos una chica de rosas o chocolates, así que por las dudas... —No sé de dónde saca una caja de chocolates surtidos y se me cae la baba porque son riquísimos.

—Los voy a esconder abajo de mi cama porque sino se los comen —comento antes de salir corriendo. Subo las escaleras, escondo la caja y vuelvo a bajar. Emanuel me mira con expresión divertida—. Y sí, soy más de los chocolates.

—Me lo imaginé —comenta entre risas.

—¿Recién llegás de un vuelo? —cuestiono con curiosidad, volviendo a ver su atuendo. Le queda tan sexy que hasta me daría pena sacárselo.

—Sí, la verdad es que estoy cansado, pero no iba a perderme la oportunidad de estar con vos por nada en el mundo, así que vine de todas maneras. Y además me olvidé mi cambio de ropa, así que voy a estar con el uniforme todo el día.

—Primero está tu salud, si tenés que dormir nos vemos más tarde. Deberías recuperar energías —contesto más enamorada que antes por el simple hecho de que vino aun estando cansado.

—Mi energía se recarga con verte, estoy bien —replica acercándose. Toma mi rostro entre sus manos y mi respiración se corta al ver sus ojos azules tan cerca y tan brillantes. Si me llega a besar ahora mismo no me para nadie, me estoy derritiendo por dentro. Solo sonríe y me da un beso en la frente antes de volver a alejarse—. Vamos a almorzar, muero de hambre.

Agarro mi abrigo, toma mi mano y salimos. Abre la puerta del coche para que entre y luego sube él. Comienza a manejar con mucha tranquilidad, como si no tuviera apuro. Y la verdad es que yo tampoco. Vamos por la ruta, el cielo está despejado, el sol calienta a pesar de que hay viento frío y no hay nada de tráfico. Es como si todo estuviera a nuestro favor.

—¿Querés poner música? —cuestiona.

—No, estoy bien —respondo mirándolo de reojo.

Su perfil me encanta, más cuando tiene apenas una barba incipiente que decora su mandíbula y lo hace ver más sensual. Nota que lo estoy mirando y sonríe. Las cosquillas en mi estómago se incrementan, ¿por qué tiene que ser tan lindo? Debería ser ilegal.

—¿En qué pensás? —inquiere aprovechando el semáforo en rojo para mirarme.

—En que debería ser ilegal que una persona sea tan sexy —admito. Suelta una carcajada—. En serio, una persona como vos no puede andar en la calle, debería haber multas para la gente linda.

—A ver, ¿qué clase de multa se te ocurre?

—No sé, quizás algunas clases comunitarias para la gente fea, enseñarle consejos para verse bien y ayudarla para no sentirse mal —replico pensativa. Ríe más fuerte y se muerde el labio mientras niega con la cabeza.

Un flechazo (des)organizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora