34

5.5K 580 64
                                    

Merlina.

Miércoles por la tarde. Al fin puedo relajarme y tomar un poco de tiempo para mí misma. Estoy a tan solo dos días de la fiesta, pero, extrañamente, no me siento tan nerviosa como pensaba que iba a estar. Por el contrario, creo que di todo de mí para que salga todo perfecto, como debe ser. Solo me faltan detalles, como hacer el video de compilación de fotos de la empresa y eso me toca mañana. Lo único que me tiene nerviosa es no poder llegar con esa presentación.

Ahora, con mi pequeño tiempo libre, voy al gimnasio. Necesito descargar toda esta pesadez que siento de algún modo y es mejor hacerlo gastando calorías. Me pongo los auriculares y camino hacia el lugar. Al llegar, saludo a los compañeros que siempre veo, me dirijo al entrenador y dice que hoy me toca hacer piernas. Tengo que venir más seguido, pienso cuando me meto en la prensa y apenas puedo levantar las pesas con las piernas.

—¿Te ayudo? —cuestiona una voz muy conocida. Miro su rostro y, antes de que se me caigan las pesas y me quiebre una pierna debido a mi torpeza, sostiene el peso, pongo nuevamente las trabas a la máquina y me ayuda a sentar—. ¿Estás bien? Creo que eso es mucho peso para vos.

Desde el lunes que no lo veía. Desde que nos dimos la mano y no dejamos de mirarnos. Desde que me di cuenta de que por más que intente olvidarlo, no voy a poder. Y está perfecto con esa musculosa blanca que le marcan todos sus músculos y un short negro de gimnasia que le marca bastante sus virtudes.

—Sí, estoy bien —replico finalmente—. El entrenador me puso como ochenta kilos pensando que vengo todos los días, pero no. Hace bastante no hago esto. Me salen mejor las sentadillas.

—Lo sé —contesta esbozando una sonrisa. Yo me sonrojo al recordar porqué lo dice. Luego sacude la cabeza y se aclara la voz—. No me refería a eso, en ese sentido, sino a que seguramente te salen mejor las sentadillas porque son más fáciles y posiblemente te guste hacerlas cuando te tocan. —Arqueo las cejas—. ¡No dije eso! Quise decir que te gusta hacerlas cuando toca el día de hacer piernas. —Me muero de risa al ver que está enredado en sus propias palabras y cada vez se pone más rojo.

—Tranquilo, Emanuel, sé a lo que te referís —lo interrumpo antes de que siga metiéndose en el pantano—. ¿También tenés que hacer prensa?

—Sí, me mandaron para acá.

Se sienta en la máquina y levanta el peso que yo tenía como si fuese una pluma. Hace varias repeticiones en un minuto y ni se inmuta. Cuando se levanta quita un poco de peso para que yo pueda hacerlo bien.

Nos vamos turnando y, al terminar con este ejercicio, el entrenador nos manda a hacer glúteos. Me acuesto por debajo de la máquina y comienzo a levantar y subir mi pelvis con todo el peso encima. Me duele una barbaridad, pero me hago la fuerte. Cuando le toca a él... siento que se me incendia todo el cuerpo. Obviamente, a él no le pesa nada, así que sube y baja sus caderas con rapidez, haciéndome recordar la manera en la que el sábado me hacía suya y, uf, creo que estoy necesitando urgentemente un ventilador o ir a la Antártida. Qué hombre tan sexy, por favor.

Hacemos varias repeticiones más y con cada una que él hace siento que estoy perdiendo la concentración cada vez más.

Continuamos con los ejercicios, más glúteos, en los que hay que ponerse cola hacia arriba y subir y bajar las piernas haciendo fuerza con ese músculo. Luego otra máquina en la que hay que abrir y cerrar las piernas, lo cual me produce más excitación al ver que no deja de mirarme. Maldita sea, necesito una ducha de agua fría porque en este momento está tomando agua y se le cayó un poco, resbalando hacia su camiseta y provocando que se moje y, por Dios, soy capaz de abalanzarme a él ya mismo. Ayuda. Me convida un poco de su bebida y acepto, está fría y puede que me ayude a calmarme un poco.

Un flechazo (des)organizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora