46

5K 528 56
                                    

Merlina.

Espero junto a mi mamá a que el doctor nos llame y, por suerte, no pasa mucho tiempo desde que nos sentamos en el pasillo. La acompaño, saludamos al profesional y nos sentamos frente a él. Comienza a hacerle varias preguntas a mi mamá que no logro entender mucho ni tampoco quiero escuchar porque me da un poco de vergüenza.

Básicamente, a pesar de que ya entró a la menopausia, quiere tomar pastillas anticonceptivas porque desde que está con Carlos no puede parar de tener relaciones. Y yo me quedo completamente estupefacta porque no puedo creer lo que oigo. Ayudame, Dios mío. De todos modos, el doctor le pide análisis de sangre y pasa a hacerle una citología para luego ver si todo está bien. Por suerte yo no tengo que hacer nada de esto, me da pavor.

Cuando terminan, mi mamá vuelve a vestirse y aparece completamente colorada. Supongo que tampoco se acostumbra a que un desconocido mire tan de cerca sus partes.

—Perdón, doctor, ¿le puede dar pastillas a mi hija también? —cuestiona ella mirándome con seriedad. Arqueo las cejas y trago saliva.

—No hace falta... —murmuro negando con la cabeza.

—¿Sos activa sexualmente? —me interrumpe el doctor.

—Sí, pero...

—Entonces sí. El preservativo no es cien porciento confiable, Merlina —vuelve a cortarme mientras anota la receta en un papel—, no tengas vergüenza ni miedo, no es para tanto —agrega riendo al ver mi expresión mortificada.

Esto es terrible, si llego a decirle a Emanuel que voy a tomar esto... creo que nadie podría controlarlo, porque no sé si voy a poder seguirle el ritmo. Estoy segura de que él puede hacerlo más de tres veces en una sola noche y yo, a pesar de que me encanta estar con él, me siento inhibida porque no tengo tanta experiencia. Lo voy a tomar, pero no voy a decirle nada, por lo menos hasta que pueda seguirle un poco más el ritmo.

Me siento tan avergonzada de esto, debería hablar con Vale, ella tiene más experiencia. Me va a aconsejar bien. Mi mamá se levanta, saluda al doctor y yo la imito antes de salir casi corriendo del consultorio.

—¿En serio, Mer? —cuestiona ella mirándome con reproche mientras caminamos hacia la parada del colectivo—. ¿Tanto escándalo por esto?

—¡No hice escándalo! —exclamo—, solo que me incomoda hablar sobre esas cosas con alguien que no conozco y frente a vos.

—Ay, hija, no tenés que tener vergüenza conmigo y lo sabés, sino yo no podría haber contado todo eso que le dije al doctor sobre lo que me pasa con Carlos —dice.

—No escuché nada porque en ese momento un pitido sonó y me tapó los oídos —comento con ironía. Ella ríe por lo bajo, pero no dice nada.

—¿Qué te parece si vamos a almorzar a ese lugar? —interroga al final, señalando un restaurante que se me hace muy conocido. Aprieto mis labios y me cruzo de brazos para contenerme a mí misma, pero no me aguanto. Comienzo a caminar con velocidad hacia allí mientras mi madre corre detrás de mí—. ¿Qué pasa, Merlina?

—Tengo que arreglar unos asuntos pendientes —replico con firmeza.

Irrumpo en el lugar con tranquilidad. No voy a estar a los gritos, me voy a mantener en calma, como lo educada que soy. Al principio no la veo, así que comienzo a dirigirme a la cocina.

—No puede entrar ahí, señorita —me dice el de seguridad. Le hago caso omiso y entro de todas maneras.

En cuanto Vanina nota mi presencia, se pone completamente pálida e intenta dedicarme una sonrisa, pero su labio tiembla.

Un flechazo (des)organizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora