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Merlina.

Salgo del gimnasio y suspiro al mirar el cielo cubierto, asustándome al ver un rayo cayendo a lo lejos. Me pongo mi abrigo de algodón, no hace frío, pero el viento otoñal es fresco y no sería bueno resfriarme, sobre todo porque aún sigo con el cuerpo caliente debido al ejercicio. Acomodo la correa de mi bolso en mi hombro y comienzo a caminar un segundo antes de que la tormenta se largue con todo, como un baldazo de agua fría.

Genial, el pronóstico no anunciaba lluvia así que no me traje el paraguas y en consecuencia voy a llegar empapada a casa. Es más, si alguien me hubiese dicho esta misma tarde que saliera con paraguas porque iba a llover, me le habría reído en la cara. ¿Cómo iba a llover si había un sol tremendo? Claro, en la hora que pasé en el gimnasio no noté el viento que se levantó, ni cómo las nubes negras empezaban a ubicarse sobre el lugar.

Como si el día no pudiera empeorar, mientras espero a que el semáforo se ponga en rojo para poder cruzar, un auto pasa a máxima velocidad y termina mojándome más de lo que estoy. Le grito insultos hasta que desaparece, a pesar de que no puede escucharme, pero de igual manera sirve para descargarme.

Cuando al fin puedo cruzar la calle, miro sobre mi hombro y observo a un hombre corriendo hacia mi dirección agitando una mano con velocidad y con la otra sosteniendo un paraguas más grande que una sombrilla. Doy un respingo y empiezo a caminar con mayor velocidad, pero él es mucho más rápido que yo y se aproxima cada vez más mientras grita agitando su paraguas. No me da confianza, así que yo también empiezo a correr. ¿Quién se cree que es para perseguirme de esta manera? La que falta es que quieran robarme.

Me gano varios insultos por parte de personas empujadas, varios toques de bocina por cruzar sin mirar e incluso miradas de reproche de gente que camina lento y con paraguas por debajo del balcón.

«¿Por qué caminan debajo del balcón si tienen paraguas?», me pregunto con enojo.

El agua comienza a caer con más intensidad, mojándome por completo, incluso siento cómo mi abrigo se va haciendo cada vez más pesado, haciendo más difícil mi caminata veloz. Más allá del ruido de la lluvia y el viento, sigo escuchando a aquel hombre. ¿No se va a dar por vencido?

Pero repito, mi día no está yendo bien, así que en mi acción de querer huir de aquel desconocido, piso una baldosa suelta y caigo de cola al suelo, provocando la risa de varios transeúntes que ni se detienen a ayudarme.

Al instante siento una mano sobre mi brazo y desde abajo puedo observar al ladrón más hermoso que vi en mi vida. A pesar de que me mira con expresión divertida, puedo notar su preocupación. Se pone de cuclillas para quedar a mi altura y tapa la lluvia con su paraguas azul.

—¿Estás bien? —cuestiona con una voz tan masculina que mis oídos se deleitan. Es ronca, baja y dulce, pero estoy segura de que esa no es su voz normal, sino una que emplea con personas desconocidas que acaban de caerse.

Cruzo mis ojos asquerosamente negros con los azules cielo de él, haciendo que el autoestima que tenía hace diez minutos en el gimnasio se desplome al notar que me mira como si fuera un bicho raro. Debe pensar que soy sorda o algo por el estilo ya que debería haberle respondido hace un minuto. Obligo a mi boca a que se mueva de una maldita vez.

—Sí, sí —contesto finalmente, poniéndome de pie otra vez y limpiando mi cola con las manos, algo inútil ya que sigo mojada—. Gracias, señor ladrón. ¿Ahora qué necesita? ¿Mi billetera, el celular, mis zapatillas? Mi dignidad ya la perdí, así que...

Suelta una carcajada y no puedo evitar admirar su sonrisa digna de una publicidad de pasta dental. Es el hombre de mis sueños, ¡por Dios! ¡Miren esa cabellera rubia! Mis manos podrían enredarse en su pelo sin problema, a pesar de que lo tiene corto. Sacudo la cabeza para alejar esos pensamientos. Ni hablar de la barba incipiente que decora su mandíbula, me dan ganas de acariciarlo. Mi nariz no tendría inconveniente en rozarse con la de él, tan perfilada y definida, sin rastro de imperfecciones. Sus labios son pequeños, pero su labio inferior sobresale e invita a morderlo. ¡Y es tan alto! Debe medir un metro ochenta aproximadamente.

Un flechazo (des)organizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora