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Andrés.

Luego de la charla con Merlina, vuelvo a casa con bastante inquietud. No puedo creer lo que me contó, me cuesta digerirlo. ¿Realmente mi hermano iba a ser padre y no me lo dijo? ¿Cómo puede ser que me haya alejado tanto de él si éramos tan unidos de chicos? De tan solo pensar en que me perdí demasiado de su vida me siento mal. Debo haber sido un idiota todos estos años, la fama se me subió a la cabeza y dejé a mi familia de lado.

Cuando llego a casa, lo primero que hago es buscar a Emanuel. Tengo que intentar sacarle información, necesito saber si sufrió por esa pérdida que yo desconocía. Está en la cocina, haciéndose un licuado de banana. Le pediría uno, pero la leche de coco es un asco y él la está tomando con eso.

—Hola —le digo sentándome en el taburete frente a él. Asiente con la cabeza mientras pasa el licuado a un vaso—. ¿Qué tal tu día?

—¿Estás bien? —cuestiona divertido—. ¿Desde cuándo preguntás cómo me fue?

—Bueno... hoy estuve pensando que no fui tan buen hermano. Me gustaría que seamos más compañeros, que me cuentes tus cosas... —digo con lentitud. Me mira con las cejas arqueadas y se sienta a mi lado con un suspiro—. Sé que soy un hermano de mierda, pero quiero cambiar eso.

—A ver, ¿de verdad estás bien? —pregunta ahora más serio—. ¿Te pasó algo?

—¡No me pasó nada! Solo que quiero ser una mejor persona. Dejé las drogas, dejé las apuestas y ahora quiero mejorar con mi familia. Este último tiempo siento que cambié mucho —contesto.

Toma su bebida y luego vuelve a fijar su vista en mí.

—Es cierto, sos un hermano de mierda, pero no puedo pedirte mucho, yo también lo soy. Y también estuve pensando mucho todo el día. —Se aclara la voz—. Merlina me dijo algo que me hizo click en la cabeza y tiene razón. Hasta que yo no cambie no voy a poder ser yo mismo ni tampoco voy a poder decir lo que siento.

—¿Tenés muchas cosas guardadas? —interrogo con interés. Se encoge de hombros.

—Muchísimas, pero no te las voy a contar —replica terminando su licuado. Se pone de pie nuevamente para lavar el vaso y yo me río con ironía.

—Querés cambiar, pero no me vas a contar lo que tenés guardado... ¿Ese no sería el primer paso? —expreso. Me mira con disgusto.

—Es que no tengo ganas de hablar ahora.

—A ver, ¿qué es lo que te hizo tan reservado? Porque cuando éramos chicos no eras así, Ema. Yo creo que debe haber algo que te lastimó tanto que tuviste que imitar a una roca para no sufrir.

—¿Ahora sos psicólogo? —inquiere atónito—. Sí, algo cambió en mí desde que nuestros padres se separaron, ¿está bien?

—¿Entonces es eso lo que más te duele? ¿Un trauma familiar?

Resopla y se apoya contra la mesada mientras se frota los ojos.

—Básicamente, para ser claro y conciso, mamá nos abandonó, papá se encerró en su trabajo y vos saliste de gira con tu banda para escaparte, así que me quedé solo y por eso me hice reservado. Punto —responde molesto—. Ahora me voy al gimnasio, no tengo tiempo para continuar con esto.

—¿Entonces me odias porque te dejé solo? ¡Yo también tenía que aprender a lidiar con la separación de nuestros padres! Y no se me ocurrió mejor manera que yéndome, deberías haber hecho lo mismo.

—Tenía quince años, Andrés, ¿a dónde me iba a ir? Vos ya habías terminado el secundario y todo, además, papá te daba todo lo que pedías. Mamá me venía a visitar una vez cada dos semanas, pero después crecí, ella tuvo a la otra nena y hace cuatro años que no la veo. Cuatro —manifiesta con tono cansado—. Ya no me importa mucho, la verdad, ya lo superé. Por eso es que no entiendo qué bicho te picó.

Un flechazo (des)organizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora