—¿Por qué no le cuentas a tu noviecito cómo nos estamos divirtiendo?—preguntó Travis enfocando el flash de su móvil frente a mis ojos.
Quedé algo cegada por la luz. Intenté alejar su rostro del mío, pero me quitó la mordaza y dejo un beso mojado sobre mis mejillas. Tragué saliva intentando ignorar las náuseas que sentía dentro mío.
—Vete a la mierda— solté. Observé cómo apagó la pantalla de su teléfono y centró toda su atención en mí.
De un momento a otro, sujetó con fuerza la parte baja de mi cabello y arrastró mi cabeza justo frente a la suya. Su respiración comenzó a agitarse y su mirada se transformó en algo aún más siniestro.
—Vuelve a responderme de esa manera y verás lo que te espera— me amenazó. Cerré los ojos con fuerza intentando ignorar el dolor que sentía bajo su agarre.
—Vete. A. La. Mierda— repetí.
Su mano derecha viajó con rapidez hasta mi cuello, en donde se moldeó sobre mi piel. Comenzó aparentando despacio, pero poco a poco intensificó la fuerza impidiéndome respirar.
Colocó su cuerpo sobre el mío y, con la ayuda de su otra mano, siguió apretando aún más fuerte. No me resistí. Solamente me dediqué a observar sus ojos con detenimiento. Cada parte de ellos y de lo que transmitían. Aún para ese entonces, no podía entender cómo había llegado a enamorarme de él. Cómo había logrado ocultar toda esa oscuridad que llevaba dentro. Cómo ni siquiera pude haberla notado.
—Hazlo— susurré con las pocas fuerzas que me quedaban—. Mátame. Ahora.
Dejé que una sola lágrima se derramara sobre mi piel. Mantuve el contacto de miradas hasta el último segundo. El aire ya no lograba llegar a mis pulmones. Y estaba empezando a perder la visión.
Cuando creí que el final había llegado, las manos de Travis se separaron de mi cuello y todo el aire pasó de repente haciéndome ahogar. Tosí con fuerza mientras lo observaba alejarse con una sonrisa en el rostro.
—¿¡Por qué no lo haces de una puta vez!?— pregunté a los gritos, con algo de dificultad.
—Esta noche— respondió antes de abandonar la habitación con un portazo.
No podía negar que, haber escuchado sus últimas palabras me produjeron unas ganas inmensas de llorar. Pero... no de tristeza, ni de angustia.
Quería llorar de felicidad. Porque después de tanto haberlo esperado, había llegado el día en el que todo terminaría.
El día en el que, finalmente, sería libre.
*
No pude percatarme del tiempo que había transcurrido desde que Travis me hizo la promesa hasta que volvió a ingresar a la habitación. Tal vez era producto de las drogas. O tal vez simplemente, ya había perdido por completo la noción del tiempo.
Durante esas horas, que parecieron segundos, no hice más que pensar. Dejarme llevar con mi mente, hasta los lugares más oscuros que jamás había explorado. Solo me quedé allí, en una esquina, sin ser capaz de moverme.
¿Realmente Matthew está muerto? ¿O hay alguna mínima posibilidad de que haya logrado salvarse?
¿Travis cumpliría con su promesa? ¿De una vez por todas, pondrá fin a este sufrimiento?
¿Dolerá mucho?
¿Me encontraré con mi madre en el cielo? ¿O en el infierno, tal vez?
¿A dónde iré ahora?
Intenté mantenerme tranquila cuando la puerta volvió a abrirse. Por más de que quisiera evitarlo, no podía no sentirme asustada.
No me negué cuando, sin decir nada, Travis colocó una capucha sobre mi rostro. Tampoco intenté escapar cuando me dirigió fuera de la habitación, casi arrastrándome por lo débil que se encontraba mi cuerpo.
Caminamos durante un par de minutos. No lograba ver ni oír absolutamente nada. Pude memorizar el trayecto a la vez que contaba los pasos que habíamos dado.
Quince pasos a la derecha. Nueve hacia adelante. Trece pasos hacia la izquierda. Cinco hacia atrás.
El chirrido de una puerta oxidada me hizo sobresaltar. Él empujó mi cuerpo hacia adentro, para luego obligarme a sentarme sobre algo parecido a una cama.
—En silencio todo es mejor, ¿no crees?— preguntó, quitándome la venda para utilizarla como mordaza.
Eché un vistazo rápido a mi alrededor. La habitación era muy parecida a la anterior, a diferencia que esta no se encontraba del todo vacía.
Las paredes de ladrillo estaban decoradas con cuadros abstractos, la cama se encontraba centrada entre las cuatro paredes y había algunos archiveros a los lados.
No pude seguir observando. Travis empujó mi cuerpo hacia atrás con brusquedad y se posicionó sobre mí. Rebuscó entre los bolsillos de su pantalón hasta dejar en evidencia otra de sus inyecciones.
Intenté resistirme. Realmente no quería esa drogas en mi cuerpo, no otra vez. Lancé algunas patadas, con la intención de alejarlo de mi cuerpo. Pero como era de esperarse, ninguno de mis débiles esfuerzos logró impedir que clavara la aguja sobre la parte inferior de mi cuello.
Quise gritar de dolor al sentir el líquido atravesar mis venas. Con el corazón más acelerado, y el miedo a flor de piel, empezaba a creer que la muerte ya no era una buena opción. No al menos si venía incluida con una dosis de tortura previa.
—Tranquila, esa era la última que tenía— susurró. Acercó su cuerpo al mío y sostuvo mis dos manos con firmeza. Con un movimiento rápido, las ató al barandal de la cama—. Es hora de comenzar.
Empecé a sentir como la visión se iba distorsionando. Scott quitó el cinturón de su pantalón y lo dobló a la mitad. Me regalo una mirada alarmante junto a una sonrisa perversa.
Golpeó mi cuerpo una vez. Intenté gritar pero la mordaza me impedía hacerlo. Volvió a golpearme, esta vez en mis costillas, haciéndome soltar un par de lágrimas. Acercó sus manos hacia mi pecho y terminó de romper lo que antes era mi blusa favorita. Me dejó semidesnuda ante él.
La tortura no duró poco. Travis parecía no aburrirse de verme sufrir. Al contrario, cada vez lo disfrutaba más.
Dejó cada centímetro de mi cuerpo golpeado. Para ese entonces, estaba empezando a perder el conocimiento. Todo se sentía en cámara lenta, al igual que la primera vez. Sus manos calientes y repletas de mi sangre, se dedicaron a acariciar cada parte de mi piel, haciéndome sentir completamente horrible.
Intenté resistirme con las pocas fuerzas que me quedaban cuando lo observé quitarse la ropa interior. Arrancó la mía de un tirón y con fuerza me dio la vuelta, haciéndome quedar pegada al colchón.
Lloré en silencio, porque creí que ya nada podía detenerlo. Que había conseguido lo que estaba buscando. Que de una vez por todas, ya no quedaba absolutamente nada para destruir.
Lo había destrozado todo.
El movimiento que sentía con cada penetración era lo único que me mantenía despierta. Los ojos se me cerraban a cada segundo y mi cuerpo aún no dejaba de doler.
—¡Mierda!— gritó Travis cuando un estruendo se oyó a lo lejos. Sentí como salía de mi y sin decir absolutamente nada, salió corriendo del cuarto.
Mi corazón se aceleró e inmediatamente me mantuve alerta. Intenté levantarme, o al menos moverme, pero además de estar atada, mi cuerpo no me respondía.
Logré oír gritos y más estruendos, que parecían ser disparos, pero todo se sentía tan lejano que ponía en duda si era real.
Parpadeé y sin darme cuenta, mis ojos quedaron completamente cerrados. Ya no encontraba la forma de volverlos a abrir.
No fui capaz de reconocer cuánto tiempo había pasado. Pero cuando volví a abrir los ojos, pude caer en cuenta que finalmente todo había terminado.
Cuando reconocí el rostro de Matthew entre tanta distorsión, pude darme cuenta que por fin había llegado al cielo.
Que de una vez por todas, mi vida había terminado.
Y se sentía extrañamente asombroso.
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