El Viaje De Ereas

By AugustoGodoysinn

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Escapando de su pasado, Ereas, el último de una raza olvidada, deberá emprender la mayor travesía de su vida... More

INTRODUCCIÓN
EPÍGRAFE
PRÓLOGO
I - El Bosque Sombrío
II - El pantano
III - Aceite Perfumado
IV - Tormena
V - El Mago Que Enfrentó a La Oscuridad (Pt.1)
V - El Mago que Enfrentó a la Oscuridad (Pt.2)
VI - Arrow
VII - El Paso de Lahar (Pt.1)
VII - El Paso de Lahar (Pt.2)
VIII - Antímez (Pt.1)
VIII - Antímez (Pt.2)
IX - Bajo las Estrellas (Pt.2)
X - Othila, el Ocioso
XI - Los Bosques Mágicos de Valahall (Pt.1)
XI - Los Bosques Mágicos de Valahall (Pt.2)
XII - La Tierra de los Gigantes (Pt.1)
XII - La Tierra de los Gigantes (Pt.2)
XIII - El Valle Pantanoso (Pt.1)
XIII - El Valle Pantanoso (Pt.2)
XIV - El Polvo de las Hadas (Pt.1)
XIV - El Polvo de las Hadas (Pt.2)
XV - Morbius (Pt.1)
XV - Morbius (Pt.2)
XVI - Bajo Fuego y Ceniza (Pt.1)
XVI - Bajo Fuego y Ceniza (Pt.2)
XVII - El Paso de la Muerte
GLOSARIO
CURIOSIDADES

IX - Bajo Las Estrellas (Pt.1)

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By AugustoGodoysinn

Solari y Evitha Condujeron a Ereas por los lugares más hermosos de la ciudad, Ereas disfrutó cada uno de ellos. Recorrieron las calles, el parque, la laguna, los jardines flotantes más bellos, sus fuentes de agua y un sinnúmero de monumentos. Los elfos eran grandes arquitectos, los que devotamente creían que todo trabajo, profesión o quehacer diario debía hacerse en pos de alabar a su dios y esta creencia se transmitía claramente a través de sus obras, las cuales se mantenían en perfecta armonía con la naturaleza, con sus necesidades y por sobre todo, con su creador.

Una vez concluido el paseo matutino, almorzaron en casa de Evitha quien había insistido en invitarlos para que su familia pudiese conocer al gorgo. La elfa y su familia vivían en una hermosa, pero sencilla casa de dos plantas. Tenía su propio patio interior con su jardín floreado y una huerta donde cultivaban gran parte de sus alimentos. La familia de la elfa era modesta, sencilla y bastante joven aun considerando la gran cantidad de años que solían vivir los elfos. Evitha había sido su primer retoño y hacía algunos meses acababa de nacer su segundo hijo, una pequeña y risueña criaturita de orejas puntiagudas que habían llamado Deb.

Los padres de Evitha recibieron a Ereas con diligencia y alegría, de cierta forma se sentían halagados de que éste aceptase su invitación "No todos los días se puede compartir con el último miembro de una raza milenaria" habían dicho. Al parecer y al igual que la gran mayoría de los elfos, lo veían como un prodigio de la creación de Thal, aunque Ereas no se sentía así para nada. La comida fue excelente, un suculento plato de legumbres perfectamente aderezado con productos que Ereas fue incapaz de reconocer, acompañado con un jugo de frutas, miel y una gran variedad de frutos secos. La forma de cocinar de los elfos era suave y equilibrada, privilegiando la armonía a los sabores fuertes, para alguien acostumbrado a la carne y la condimentación excesiva de seguro encontraba sus platos desabridos, a Ereas en cambio le parecieron exquisitos.

El resto del día lo pasaron en juegos, paseos, cantos y bailes. Solari y Evitha tenían un gran círculo social y eso se hizo evidente a cada instante, Ereas prácticamente había perdido la cuenta de cuantos elfos había saludado y hablado durante el transcurso de aquel día. Todos querían conocerlo, tocarlo, hablar con él, al parecer era la nueva gran novedad, lo que no le hacía sentirse nada cómodo, sin embargo, los elfos eran amables, respetuosos y muy educados, por lo que Ereas se limitaba a contestar sus preguntas de buena gana y de la mejor forma posible. Lo demás fue perfecto, Evitha y Solari le hicieron olvidar sus penurias por completo sumiéndolo en un éxtasis de felicidad y alegría. Desde que todo había comenzado jamás se había imaginado poder volver a sentirse así, como alguien normal. Había sido casi igual a aquellos dichosos días en los que jugaba en el bosque con su hermana a escondidas de su madre, aquellos días en los que las preocupaciones y la hora parecían no importar, sólo estaban los juegos, la risa y la dicha de ser niño. Para cuando el día finalizó volvió a sentirse vivo, aquel día había sido uno de aquellos que hacían que la vida valiera la pena ser vivida, aquellos días de los que el sólo recuerdo posterior te hacen sonreír y lo demás no importa. De cierta manera y cuando el sol se escondió en el horizonte Ereas sintió que moría, moría y volvía a perder todo aquello que Solari y Evitha le habían entregado con tanto cariño, debía volver a la realidad, al día siguiente y con los primeros rayos del sol se iría de Antímez, abandonando definitivamente el lugar que le había devuelto un pedacito de su alma.

Una vez que el sol terminó de ocultarse y regresaron al castillo, el rey Volundir citó a todos los guerreros al salón real, donde les habían preparado una grata sorpresa como motivo de acogida y despedida a la vez, un gran banquete al puro estilo élfico. En el cual les habían reservado puestos de honor en la cabecera junto al venerado rey. Esa fue la primera vez que Ereas vio a Volundir y para su sorpresa éste era totalmente distinto a como se lo había imaginado. Según lo que le había relatado Eguaz, el rey ya tenía más de quinientos años, por lo que él se había imaginado un decrepito anciano de orejas puntiagudas y pelo cano, pero no fue así, Volundir era un elfo gallardo, más alto que el común de sus congéneres y de contextura musculosa, su cabello era gris, el cual denotaba que alguna vez en los días de sus juventud debía haber lucido un radiante negro, se conservaba perfectamente en forma y tenía una mirada orgullosa y segura como todo rey amado. La corona que utilizaba era una fina pieza de oro blanco, delicada y complejamente hecha, no tenía ninguna piedra preciosa que la adornase, vestía un traje gris plateado, nada exuberante, pero diseñado elegantemente con runas élficas que mostraban su profunda dedicación al reino y a su dios Thal.

El banquete comenzó con un breve, pero ameno discurso de Volundir, habían acudido todos los guerreros presentes, además de los elfos más connotados, entre ellos el príncipe Gabriel con sus hermanos Othila y Mina, también Solari, su maestro User, algunos sacerdotes, pintores, poetas, músicos, entre otros elfos de renombre. El rey presentó a todos los huéspedes entre aplausos, comenzando por el ya afamado Eguaz, el cual había mantenido contacto con los elfos desde tiempos inmemoriales por lo que necesitó escasa presentación, lo llamaban Valani Agsonur –El gran sabio– debido a sus vastos y significativos conocimientos. Las veces que solía visitarlos era muy común verlo rodeado de elfos que competían por el privilegio de atenderlo para así aprovechar de interrogarlo, sus respuestas por lo general eran esclarecedoras, profundamente reflexivas y cargadas de ejemplos sencillos.

El último en ser presentado fue Ereas y aparentemente él era el personaje que todos estaban esperando, su raza se había extinguido hacía tanto que su presencia era una misteriosa novedad "¿De dónde había salido aquel gorgo si supuestamente todos ellos se habían extinguido hacía más de un milenio?" "¿Quiénes habían sido sus verdaderos padres?" "¿En qué lugar había sido encontrado?" "¿cómo había llegado a los brazos del rey Edón?"... entre otras muchas preguntas que rondaban entre los elfos y que lamentablemente ni el mismo Ereas era capaz de responder, sus antepasados eran un misterio incluso para él. De todos los elfos que había conocido hasta ese momento la gran mayoría lo había mirado de forma curiosa y fascinada, pero a la misma vez manteniendo el decoro, sin embargo, esa vez, cuando Volundir orgullosamente lo había presentado, muchos se habían dedicado a observarlo atentamente y sin ningún disimulo, por lo que Ereas no pudo dejar de sentirse incomodo, la excesiva atención le abochornaba y le hizo sentir casi un atractivo de feria. Después de todo él no se sentía tan diferente, pues más allá de sus peculiares características físicas no había nada que lo hiciese realmente distinto; pensaba, sentía y amaba igual que los demás, o al menos eso pensaba él.

Después de aquella incomoda presentación y cuando ya habían comenzado a probar el suculento banquete que les tenían preparado, Ereas advirtió para su sorpresa que Sophía, la princesa de Tormena, también estaba en la mesa junto a su criada y un grupo de bellas elfas de alta alcurnia. La habían vestido hermosamente con un típico vestido élfico color azul claro de seda, el cual al ser largo, delgado y un tanto sugerente hacía perfecto contraste con su figura, en su cuello colgaba un fino collar de oro fino y le habían dejado caer suavemente su rojiza cabellera hacía el lado izquierdo, se veía hermosa... cuando Ereas la notó se dio cuenta de que también lo observaba fascinada, no pudo evitar sentirse cohibido por completo, era la primera vez que volvía a sentir su mirada posada sobre él.

—Parece que estas causando furor, muchachito —dijo el enano de manera picaresca mientras le señalaba a la más bella de las elfa que Ereas jamás había visto hasta ese entonces. Estaba sentada a tan sólo unos puestos de Sophía, por sus elegantes características y su altiva mirada el gorgo pudo intuir que debía ser una de las hijas de Volundir, la cual lo observaba con unos coquetos ojos verde almendrado y una armoniosa sonrisa bajo una boquita de piñón roja capaz de sacudir hasta el más frío de los hombres. Ereas se sonrojó por completo cuando la vio, era demasiado bella.

—¡La viste! ¿Eh? —dijo Demethir levantando sus espesas cejas con simpatía— Para nosotros una hembra no tiene ningún valor si no tiene una suave y sedosa barba, pero considerando que ambos son orejapicuda... ¡Creo que harían una buena pareja! —rió.

Ereas no supo que decir, de pronto se sintió torpe y avergonzado. La elfa en tanto conversaba animada y entre risitas con sus amigas, pero no dudaba en mostrarle su cautivadora sonrisa cada vez que se le presentaba la ocasión.

—Creo que así estoy bien, gracias —dijo Ereas por decir algo. Lo que estaba sucediendo lo tenía de cierta forma confundido y en su torpeza, no lograba comprender bien el extraño comportamiento de la chica.

—Ja ja —rió el enano mientras se empinaba su jarra rebosante de cerveza. El desafortunado Demethir era de los pocos que no había disfrutado su estadía en Antímez, la comida le sabía a nada, las modestas porciones no lograban satisfacer su hambre y hubiese matado por un buen pedazo de carne, y por si esto no bastaba, los elfos solían beber escaso alcohol y el poco que bebían era en su mayoría vino por lo que el enano prácticamente había tenido que exigir que le trajeran una cerveza, y una vez que habían logrado darle en el gusto, éste había descubierto que la escasa cerveza que tenían los elfos era aguada y sin cuerpo. Sin contar además el estigma que debía sufrir dentro de la cultura élfica, los enanos y los orejapicuda, como solían llamarlos, no habían tenido muy buenas relaciones hasta ese entonces y esto en parte se debía a las grandes diferencias culturales y a varias viejas rencillas que no terminaban de sanar entre ambos pueblos.

—Tomate uno de estos, amigo —dijo Demethir señalándole su cerveza a Ereas— ¡Se te acabarán todas tus inhibiciones!

—No, gracias —contestó Ereas— Yo nunca...

—¿¡NUNCA HAS PROBADO UNA CERVEZA!? —exclamó Demethir espantado. Los enanos solían, por lo general, comenzar a beberla desde temprana edad y en parte debido a su resistente genética como a su cabeza dura, se necesitaban grandes cantidades de alcohol para llevarlos a la borrachera, por lo que para ellos era algo más que normal— ¡Esto no puede ser... muchacho! ¡Es momento de que pruebes este maravilloso brebaje! —enfatizó levantando uno de sus regordetes dedos y sin esperar comentario al respecto tomó un vaso llenándoselo a Ereas de espumeante cerveza hasta el borde.

Ereas quedó mirando al enano incrédulo, jamás había bebido alcohol en su vida, era algo que sus padres le tenían prohibido, sin embargo, ellos ya no estaban con él y Ereas tampoco quería ser descortés con el enano, dejo pasar unos momentos indeciso... "Tal vez no sea tan malo" pensó, después de todo el enano se veía bastante alegre con su jarra en la mano... se llevó el vaso a los labios con diligencia... el primer sorbo le supo amargo, claramente no le gustó para nada y aquello se evidenció indudable cuando frunció su hermoso rostro.

—Lo sé —le dijo el enano apesadumbrado mientras se limpiaba la espuma del bigote— Esta cerveza de elfos deja mucho que desear, pero espera a que vayamos a mi pueblo ¡Te juro que beberás la mejor cerveza que jamás hayas probado! —haciendo especial énfasis en "la mejor cerveza". Al parecer el enano asumía que el rechazo del gorgo hacia la cerveza se debía a la calidad de ésta, siendo completamente incapaz de imaginar a alguien que no disfrutara de tan maravilloso brebaje. En ese instante Insgar, quien se encontraba al lado izquierdo de Ereas, los interrumpió intrigado.

—¿Qué es lo que le estas dando de beber, enano? —preguntó. Hasta ese entonces Insgar había estado ocupado manteniendo una vivida conversación con Volundir y el mago.

—¡Una espumosa cerveza! —respondió Demethir alegremente, levantó su jarra con inocencia.

—¿¡Cómo!? —preguntó Insgar evidentemente sorprendido— ¡¡Ereas es sólo un niño!! —protestó.

El enano lo miró desconcertado, sin poder comprender cuál era el problema. En ese instante Eguaz, percatándose de la situación, sabiamente interrumpió.

—Demethir —dijo con su típico tono calmo— Lo que Insgar intenta decir es que nuestro deber como compañeros de viaje es cuidar y proteger a Ereas ¡No darle a beber alcohol! —recalcó.

El enano quedó perplejo un instante, rascándose la cabeza pensativo como si estuviese tratando de resolver un complicado puzle en su mente.

—¡Entiendo! —dijo finalmente y sin perder su alegría— Pero cuando todo esto acabe tendrán que dejarme invitarlo aunque sea una cerveza allá en mi pueblo ¡No puedo permitir que este muchacho se vaya a la tumba algún día sin probar tan maravilloso brebaje! —recalcó dándole unas suaves y cariñosas palmaditas en la espalda.

—Por supuesto —le dijo Eguaz sonriendo— Sólo procura devolvérnoslo sano y salvo.

—¡De eso no habrá problema! —respondió el enano— ¡Va a estar conmigo! —se golpeó el pecho con orgullo.

Una vez concluida la cena, el rey Volundir le solicitó a Ereas una pequeña charla en privado, a lo cual el gorgo accedió sin objeción. No sabía porqué, pero de cierta forma le ponía nervioso estar a solas con el rey elfo, Volundir era demasiado importante, temía decepcionarlo, no obstante, estaba en su tierra y en su casa, por lo que no hubiera sido de muy buena educación de su parte el haberse negado, por lo que acompañó a Volundir junto a uno de sus elfos de confianza a través de un pasillo, hasta una especie de despacho ricamente decorado y plagado de los más variados libros. Una vez que se acomodaron dentro, el rey Volundir fue extremadamente amable y se mostró muy interesado en lo que Ereas tenía para decirle. Le preguntó lo que sabía de su origen, sus padres, su familia, algunos datos de su infancia, entre otras cosas propias de interés. De cierta forma Ereas lo sintió similar a su conversación con el rey Sentos, con la única diferencia que Volundir jamás abandonó su diplomática y formal manera de comunicarse, poniendo especial cuidado en no tratar temas que lo incomodasen o le hicieran sentir mal. Por lo que no abordó ni preguntó en ningún momento detalles respecto a la destrucción de Drogón, la muerte de su familia, ni de su travesía a través el bosque sombrío y aquello Ereas lo agradeció enormemente. Sin embargo, hizo que sintiera a Volundir mucho más distante y ajeno que al rey Sentos... y a diferencia de Sentos, Volundir era más bien serio, sonreía poco. Ereas se esforzó en contestar sus preguntas de la manera más satisfactoria posible, sin guardarse nada, conocía de antemano el gran poderío de los elfos y ya había visto las maravillas y riquezas que poseían. Por lo que de cierta manera terminó sintiendo aquella conversación más como una entrevista, una especie de medición. Algo que lo mantuvo nervioso durante todo el encuentro.

Una vez que concluyeron la conversación, el rey Volundir se mostró de cierta forma conmovido con lo que Ereas le había relatado, por lo que lo felicitó por su gran valentía al ser tan joven y comprometerse en tan peligroso viaje, pero a la misma vez le recalcó que jamás debía dejar de ser fuerte ya que aún tenía mucho camino por recorrer y él sabía que no sería fácil, le pidió que se cuidara y fuera prudente, procurando no separarse jamás de su buen amigo Insgar ni del mago, ya que ellos se habían comprometido personalmente con él para protegerlo y hacerlo regresar sano y salvo, que una vez que todo aquello concluyese él y su pueblo estaban más que dispuestos a recibirlo como uno más de sus propios hijos, concediéndole todos los derechos y responsabilidades que ello implicaba. "Yo y mi pueblo nos sentiríamos inmensamente honrados de tenerte" le había dicho, a lo que Ereas quedó profundamente asombrado, al punto que no supo que responder. Le había encantado Antímez sin duda, pero la idea de quedarse a vivir allí como hijo de Volundir le asustaba, apenas comenzaba a conocer la cultura élfica y aun desconocía todo lo que aquella posición que le ofrecía podía implicar, por lo en su nerviosismo, ante aquellas ideas, solo se limitó a expresar gratitud como mejor pudo, le prometió que en cuanto volviera lo honraría como a su padre, procurando enaltecer su nombre, su casa y su familia como designase. Volundir recibió con gusto sus palabras, entregándole la primera gran sonrisa de la velada, luego le besó amorosamente la frente prometiendo cuidarlo hasta el final de sus días.

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