El castillo de las almas ( Am...

By sterbj

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El dí­a de la boda de su hermana, Nalasa es sacada a bailar por un apuesto joven desconocido. Es alto, rubio... More

Capitulo uno
Capitulo dos
Capitulo tres
Capitulo cuatro
Capitulo cinco
Capitulo seis
Capitulo siete
Capitulo ocho
Capitulo nueve
Capitulo diez
Capitulo once
Capitulo doce
Capitulo trece
Capitulo catorce
Capitulo quince
Capitulo dieciseis
Capitulo diecisiete
Capitulo dieciocho
Capitulo diecinueve
Capitulo veinte
Capitulo veintiuno
Capitulo veintidos
Capitulo veintitres
Capitulo veinticuatro
Capitulo veinticinco
Capitulo veintiseis
Capitulo veintisiete
Capitulo veintiocho
Capitulo veintinueve
Capitulo treinta
Capitulo treinta y uno
Capitulo treinta y dos
Capitulo treinta y tres
Capitulo treinta y cuatro
Capitulo treinta y cinco
Capitulo treinta y seis
Capitulo treinta y siete
Capitulo treinta y ocho
Capitulo treinta y nueve
Capitulo cuarenta y uno
Capitulo cuarenta y dos
Capitulo cuarenta y tres
Capitulo cuarenta y cuatro
Capitulo cuarenta y cinco
Epilogo

Capitulo cuarenta

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By sterbj

Demasiado poco

Samael, con los brazos cruzados y la ira carcomiéndolo por dentro, esperaba a que el maldito de Naburus tuviese la decencia de salir de los escombros. Había llegado al castillo justo a tiempo de salvar la vida de Naamah. El demonio miró de reojo a sus otros dos congéneres que se abrazaban con una desesperación tan palpable que algo en su interior dolía profundamente.

- ¿Se puede saber que pretendías burra? ¿No ves que podrías haber muerto si no hubiese llegado Samael? - le decía Jezebteh con desesperación sin dejar de besarle las mejillas.

- No me importaba morir con tal de salvarte Jezz - respondió ella -. No podría vivir sin ti, te quiero.

Algo dentro de Samael se rompió y miró con la respiración agitada el agujero de la pared donde había estampado al demonio traidor . Así que al final Naamah se había arrojado a los brazos de aquel desdichado cocinero. ¿Bueno y a él qué? ¿Qué le importaba que la estúpida de Naamah se hubiese enamorado de otro? Apretó los puños.

Si le importaba.

Le importaba porque él la quería. Ahora, viendo su inminente muerte, había sido lo bastante sincero consigo mismo y lo había podido admitir. Él la había amado durante todos aquellos años en silencio, renegando de ese amor sin querer aceptarlo. Por eso la había abandonado por una de sus hermanas, para sacarse aquel extraño sentimiento que lo dejaba debilitado y dolorido. Aquel extraño sentimiento que se apoderaba de él cada vez que ella le sonreía, cada vez que ella lo tocaba. Cada vez que hacían el amor. 

Había sido amor. 

Un amor tan grande que ni con todas las mujeres que había estado jamás lo había podido borrar de su alma.

Y aquel era el motivo por el cual odiaba a Nalasa. 

Ella exudaba amor. Cada poro de su cuerpo expulsaba aquel dulce efluvio que se transformaba en ponzoña cuando tocaba su piel. La odiaba porque la envidiaba. Él quería poder llegar a ser como ella. Ser capaz de abrir su corazón de tal modo que otro corazón lo aceptase. Samael miró hacia el sauce llorón. El cuerpo de Nalasa reposaba allí con los ojos cerrados y el rostro en paz. Parecía dormir envuelta en una extremada belleza. El demonio apartó la mirada incapaz de seguir contemplando aquel hermoso cadáver lleno de una extraña pureza. Se sentía sucio.

¿Qué había hecho? 

- Vosotros dos - les dijo a Naamah y a Jezebeth - fuera de aquí. Yo me ocuparé de Naburus.

- Pero… - dijo Naamah dubitativa.

- Es mejor hacer lo que dice Naamah, Araziel nos necesita - intervino el cocinero.

Araziel. 

Samael no quiso ni mirar a su mejor amigo pero se obligó a hacerlo. Estaba tremendamente malherido y él no había querido aceptar su ayuda. Antes de intervenir en el último ataque de Naburus, había acudido junto a su amigo para curarle.

- Araziel - le dijo aterrizando a su lado y agachándose con las manos extendidas a pos de curarle. Pero Araziel le había aferrado la muñeca con una gran fuerza y le había mirado con los ojos llenos de esperanza.

- Sálvales Samael porque yo no puedo. No quiero que me cures, no te debilites pos mí, solo quiero que los salves a todos.

Sus ojos estaban llenos de lágrimas y eso le turbó. ¿Un demonio llorando? Los demonios no lloraban, no poseían corazón para poder hacerlo. Pero Araziel ahora tenía uno y estaba completamente desgarrado por su culpa. Había cometido un error. Había condenado a su mejor amigo, a su único amigo a la muerte y todo por un odio irracional a una mujer humana. A la única mujer que podía salvar a Araziel.

Demasiado tarde había comprendido la verdad.

- Al menos déjame curarte las heridas más grabes - suplicó.

- No - dijo con contundencia. 

Y él no pudo negarse. Su amigo quería salvar a los que quería y seguir en la muerte a la mujer que amaba.

- Perdóname Araziel. He vuelto a fallarte como hace cien años - le dijo en un susurro.

- ¿Qué quieres decir con eso?

- Te he traicionado. Yo descubrí a Naburus y me alié con él para que matase a Nalasa. Lo siento, creí hacer lo correcto.

Araziel le miró con horror y apartó sus atrofiados y sangrantes dedos de la muñeca de Samael. Negó lentamente con la cabeza mientras luchaba con su debilidad para poder arremeter contra él. Pero en vez de eso, la resignación se apoderó de los músculos de Araziel y se limitó a cerrar los parpados para dejar que más lágrimas corriesen por sus mejillas.

Y sin hacer ni decir nada más Samael fue en busca del traidor de Naburus.  Y allí estaba viendo como Naburus se levantaba de entre los escombros y le miraba con odio.

- Samael - dijo cada letra con tono poderoso.

- Habíamos quedado en que no le harías daño a Araziel.

- ¿Y pensabas que iba a cumplir aquella estúpida promesa? - dejó escapar una estentórea carcajada -. No me hagas reír, es demasiado cómico. Si hay algo que los demonios no tenemos es palabra.

- Y por eso acabaré contigo tal y como te advertí.

 - Eso me gustaría verlo.

Y los dos demonios se precipitaron el uno contra el otro.

¿Por qué Samael? -se preguntaba Araziel una y otra vez. El demonio abrió los ojos y vio dos borrones enzarzados en una cruenta lucha. ¿Por qué le había hecho eso? ¿ Tanto odio y rencor había habido dentro de su alma para propiciar la muerte del ser humano que más amaba en el mundo? ¿Tal era su convencimiento de hacer lo correcto que no le importó aliarse con su mayor enemigo y traicionarle?

Otro nuevo dolor le recorrió todo el cuerpo y se sumó al que ya sentía. Fava y Kimi revoloteaban alrededor inquietos. Los dos pequeños sufrían por él tanto física como emocionalmente. Araziel sabía que querían ayudarle, que querían hacer algo por él. Pero ya no había nada que nadie pudiese hacer por él. Tan solo sería mínimamente recompensado si Samael eliminaba a Naburus y aún así jamás podría perdonarle su traición. 

Su amistad con él había terminado.

- Araziel - le llamó una voz. 

A unos metros de distancia de él, Naamah y Jezebeth aterrizaron en el jardín y el cocinero se dejó caer al suelo sudoroso y con el brazo ensangrentado. Naamah se agachó a su lado - haciendo una mueca de dolor a causa de la herida de su muslo - y le arrancó la manga destrozada de la camisa y le hizo un rápido torniquete con la tela rasgada y sucia.

- Tranquila - dijo él con una sonrisa tirante en los labios - me pondré bien.

Ella asintió sin mucho convencimiento y se acercó a Araziel. 

Con mucho cuidado la mujer demonio le ayudó a incorporarse contra el tronco de un pino joven y apretó la mandíbula cuando sus alas rotas quedaron apoyadas contra la madera.

- Araziel, Samael ha venido a ayudarnos - le dijo con un tono de esperanza en su timbre de voz.

- Lo sé -se limitó a responder él mientras le entraban arcadas y vomitaba sangre. Ella le miró entonces sin comprender -. Antes de comenzar a luchar contra Naburus vino para curarme.

- ¿Y por qué no lo hizo? - exclamó ella indignada -. Te estás muriendo.

Incorporándose con dificultad Jezebeth se unió al grupo.

- Porque no se lo permití. Él me ha traicionado vilmente al aliarse con Naburus. Él es el culpable de la muerte de Nalasa.

Naburus apretó los dientes y se hizo sangre en las encías por la potente fuerza con que los apretaba. ¿Cómo podía ser Samael tan terriblemente fuerte? El demonio se pasó una garra por la pierna izquierda y la curó no así como antes. Sus poderes se estaban agotando por momentos. El príncipe del infierno le miraba con una sonrisa indolente y un brillo de superioridad. Solo polvo cubría su semblante y vestimenta y le miraba desde arriba con los brazos cruzados. 

Era increíble la paliza que le estaba propinando el demonio. ¿Cómo era posible? Él acababa de arrasar con las almas de un pueblo entero y no podía con un demonio que se alimentaba solo de un alma cada equis años. ¿Por qué? ¿Era porque era un príncipe y él no? ¿O sencillamente aún no había recuperado todos sus poderes? Araziel no había podido con él, eso quería decir que se había hecho más fuerte ¿no?

- ¿Qué te pasa Naburus? ¿No te gusta lo que está pasando? Supongo que no contabas con mi fuerza.

Como un perro rabioso, Naburus se precipitó al ataque y materializó una espada que desprendía rayos. La empuñó con las dos manos contra su contrincante. Samael hizo una pirueta en el cielo y evitó la estocada. Pero Naburus no se dio por vencido. Una y otra vez fue propinando estocadas y tajos sin poder darle a Samael ni una sola vez. Llenó de rabia y frustración hizo aparecer otra espada gemela en la otra garra y le atacó de nuevo.

Samael hizo aparecer a su vez una espada que parecía estar fabricada con centenares de diamantes. 

Sin esfuerzo, el príncipe paró el filo de una de las espadas con la hoja de la suya y Naburus aprovechó esto pensando que podría herirle con la otra. Nada más lejos de la realidad. De un giro de muñeca, Samel apartó con la hoja de su espada la de Naburus y paró la segunda con tanta fuerza que saltaron chispas. El brazo de Naburus se engarrotó y perdió unos segundos preciosos los cuales aprovechó su contrincante. Samael arremetió contra él y Naburus fue casi incapaz de parar los golpes. Se llevó más de un tajo superficial y perdió la espada de su mano izquierda junto con la mano cuando, de un limpio tajo, Samael se la cortó. 

Gritó de dolor y de coraje.

Samael le sonrió de lado y le puso la punta de su brillante espada al cuello. Un hilillo de sangre ensució la hoja brillante.

- Ríndete Naburus, es lo mejor que puedes hacer.

- Nunca - repuso él entre dientes.

- Pues peor para ti. Te mataré de forma lenta y dolorosa y lamentaras haber tenido la osadía de enfrentarte a un príncipe del infierno. ¿Qué creías? ¿Que un ente como tú lograría matar a uno de lo más poderosos demonios que existen?

No lo creía, lo sabía. Él era perfectamente capaz de acabar con la vida de todos aquellos patanes en un abrir y cerrar de ojos. Lo malo es que no podía comprender porqué no era capaz de quitarse de encima a aquel maldito de Samael. Necesitaba más almas, comprendió. Necesitaba más poder ¿pero donde encontrarlo? Su mirada se posó a una alejada torre de donde salía una luz plateada. Una figura con alas  - a todas luces Marduk - parecía estar haciendo guardia. 

Inhaló el aire de aquella dirección y sonrió para sus adentros. No le cabía duda: allí había almas. Muchísimas almas muertas de terror. Solo tenía que hacerse con ellas y podría acabar con aquello de una vez por todas. Cuando les matara a todos ocuparía el cuerpo de Araziel y volvería al infierno para hacerse con el control de todo. Soltó la espada.

Samael pudo ver en sus ojos que aquel indigno ente demoníaco no estaba dispuesto a rendirse. Y eso que él tenía la “espada” por el mango y nunca mejor dicho. Por muy rápido que pudiese ser Naburus ahora, él lo era el triple. Aunque lo había desarmado del todo,  Samael no se confió. Algo en el brillo de sus ojos le decía que Naburus estaba planeando algo.

No quería rendirse. Su orgullo y su sed de venganza no se lo permitían. Y tampoco su obstinación en creerse el más fuerte. ¿Pero qué creía? Solo por devorar una masa considerable de almas humanas nadie se hacía más fuerte. Se necesitaban - aparte de un total cuerpo de demonio - años o siglos de amasar poder, energía y como no, de tener el talento innato adecuado y un secreto más. 

Una pequeña semilla del poder de Satanás. 

Aquel era el secreto de los príncipes del infierno: Satanás les proporcionaba una parte de su infinito poder demoníaco que hacia que cada alma que ingiriesen o cada sentimiento que les impulsase poder, se multiplicara por diez. De ahí que ellos fuesen los que menos almas ingerían. Y Samael llevaba treinta años sin hacerlo. 

Tampoco me haría falta para eliminar a esta babosa - se dijo para si mismo -. Nadie puede superar mi poder.

- ¿Unas últimas palabras antes de morir? - le preguntó con sorna tensando los músculos del brazo para dar el golpe fatal.

- Por supuesto - susurró Naburus con la mirada ensombrecida y la cabeza gacha.

El pellejudo demonio alzó la cara y sin importarle la espada de Samael, dejó que la hoja le atravesase el cuello mientras él acercaba su rostro al de su contrincante. Samael no supo como reaccionar ante aquello y se quedó paralizado unos instantes. Naburus abrió la boca y escupió un corrosivo líquido verde que cayó en los ojos color perla de Samael y también en su rostro. El príncipe del infierno tuvo entonces que soltar la espada a causa del agudo dolor que le estaba corriendo por el rostro. Aquel líquido le había desecho los ojos y ahora le estaba deshaciendo la piel. Se llevó las dos manos a la cara y utilizó sus poderes curativos para sanarse y eliminar los restos de aquel ácido.

Cuando tuvo ojos y párpados de nuevos, los abrió y miró a su alrededor en busca de Naburus. Aquel maldito se había clavado la espada en el cuello a sí mismo para poder atacarle de aquel modo tan rastrero. Su paciencia se había acabado, descuartizaría sin compasión a aquel engendro y aún así sería demasiado poco. 

Pero no estaba.

Miró y miró pero no le vio por ningún lado. Olfateó el aire y giró en la dirección correcta cuando escuchó la voz de Naamah que le gritaba:

- ¡Va hacia la torre de plata!

¡A la torre de plata!

Samael se precipitó tras Naburus a la torre iluminada por las luces de las almas que allí residían. Aquel sucio demonio planeaba devorarlas.

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