El castillo de las almas ( Am...

Von sterbj

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El dí­a de la boda de su hermana, Nalasa es sacada a bailar por un apuesto joven desconocido. Es alto, rubio... Mehr

Capitulo uno
Capitulo dos
Capitulo tres
Capitulo cuatro
Capitulo cinco
Capitulo seis
Capitulo siete
Capitulo ocho
Capitulo nueve
Capitulo diez
Capitulo once
Capitulo doce
Capitulo trece
Capitulo catorce
Capitulo quince
Capitulo dieciseis
Capitulo diecisiete
Capitulo dieciocho
Capitulo diecinueve
Capitulo veinte
Capitulo veintiuno
Capitulo veintidos
Capitulo veintitres
Capitulo veinticuatro
Capitulo veinticinco
Capitulo veintiseis
Capitulo veintisiete
Capitulo veintiocho
Capitulo veintinueve
Capitulo treinta
Capitulo treinta y uno
Capitulo treinta y dos
Capitulo treinta y tres
Capitulo treinta y cuatro
Capitulo treinta y cinco
Capitulo treinta y seis
Capitulo treinta y siete
Capitulo treinta y ocho
Capitulo cuarenta
Capitulo cuarenta y uno
Capitulo cuarenta y dos
Capitulo cuarenta y tres
Capitulo cuarenta y cuatro
Capitulo cuarenta y cinco
Epilogo

Capitulo treinta y nueve

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Von sterbj

Naburus

Un solo sonido.

Un sonido que perforó los oídos de Araziel haciendo que un grito se atascara en su garganta.

Sus diablillos con los ojos llenos de lágrimas se acercaron al cuerpo moribundo e inerte de Nalasa intentando protegerla. Una risa malvada y vil resonó en el aire. El demonio era incapaz de apartar la mirada del rostro de Nalasa que miraba a un punto fijo con el rostro blanco y lleno de sudor. De la comisura de sus labios manaba un hilo de sangre. 

Con la respiración entrecortada se acercó con dos grandes zancadas al cuerpo de su amada y se arrodilló a su lado. Los diablillos le miraron con los ojos brillantes y llenos de lágrimas mientras él intentaba tocarla nuevamente en vano.

Qué más da si no la puedo tocar - se dijo -. Lo único que quiero es salvarla.

Desesperado, Araziel extendió las manos sobre el vientre de ella y cerró los ojos para concentrar todo su poder. Buscó en su interior la magia de sanar sin encontrarla y abrió los ojos. Sintió que algo descendía de sus ojos y que se le humedecían las mejillas. Volvió a buscar dentro de él su poder curativo incapaz de darse por vencido y aceptar que ya no poseía aquel don.

 - Pero si esta mañana estaba rebosarte de fuerza - murmuró entre dientes para si mismo -. Vamos - se apremió - ¡cúrate! - Un sollozo salió de su boca mientras intentaba con sus manos hacer desaparecer aquellas grotescas hendiduras del vientre de Nalasa. Ni siquiera se le habían manchado las garras de sangre.

¿Dónde está Samael? - pensó con la mente turbia como un río lodoso. ¿Dónde estaba su mejor amigo cuando más lo necesitaba? Él tenía el poder de curar y estaba seguro que la salvaría si él se lo pedía. Pero Samael no estaba. Él lo había echado del castillo porque su amigo no quería que se autodestruyese a sí mismo y porque odiaba a Nalasa. Si, Samael odiaba al amor de su vida y por ello no la salvaría.

Solo él, Araziel,  podía hacerlo y aquel poder se escurría de sus dedos.

Fuera de sí, Araziel dejó escapar un alarido lastimero junto con más lágrimas. Era la segunda vez que lloraba en toda su vida. La segunda vez que sentía que se le desgarraba el corazón y lo llevaban a algún lugar que iba más allá del oscuro abismo.

- ¿Por qué no puedo curarla? - se preguntó a sí mismo -. Cúrate, ¡cúrate maldita sea!  

- Es inútil mi querido Araziel - dijo una voz jocosa  muy cerca de él-. Esa humana está más que muerta.

Naburus hizo acto en escena y contempló a su mayor enemigo con una sonrisa socarrona en sus labios. Araziel, aún de rodillas, contempló el extraño cuerpo de Naburus con la respiración embravecida como la de un toro acorralado. El cuerpo de su archienemigo era más horrendo que el de antaño. Su piel estaba cuarteada y de un color tremendamente oscuro como si estuviese ennegrecida por el sol. Sus ojos ya no eran azules sino blancos y no tenía ni cabello ni cejas. En vez de eso tenía dos cuernos en cada extremo de su cráneo. Sus garras eran  retorcidas y huesudas y sus dos alas no tenían plumas y se asemejaban a la de los murciélagos. Solo eran cartílago y membrana. Y para acabar en la base de su espalda solo había una cola muy gruesa y con la punta muy afilada.

- ¿Qué me dices de esto Araziel? - le preguntó Naburus -. ¿No te lo esperabas verdad? Y quien podría ¿cierto? Vamos confiésalo. Tú esperabas a tus dos patéticos diablillos y no a mí.

El interpelado se incorporó lentamente sin apartar la mirada de los blancos ojos del otro demonio. Ahora entendía porqué no habían regresado los dos diablillos hydrus. Él los había matado.

Naamah y Jezebeth no tardaron en rodear a Naburus cada uno en un extremo. Pero él no les hizo caso, de echo no le importaba nada aquellos débiles demonios. Solo tenía ojos para Araziel.

- Incluso yo estoy sorprendido por haber podido volver. Cuando me mataste nunca llegué a imaginar que podría regresar algún día para vengarme.

Naburus dibujó una ancha sonrisa en su ajado rostro antes de proferir una estruendosa carcajada. Araziel le miró con las entrañas revueltas y un odio creciente en su pecho. Su corazón latía tan fuerte que no sabía como era que no perforaba su pecho y salía volando.

- Supongo que querrás saber toda la historia antes de morir - continuó el abyecto ser del más profundo de los avernos -. Y lo cierto es que yo también me muero por explicártelo solo para disfrutar viendo tu cara de horror. - Miró de reojo a Jezebeth y a Naamah -. Con vosotros también disfrutaré - dijo y volvió a clavar la mirada una vez más en Araziel.

 Recuerdo la negrura y el frío. 

Todo a mi alrededor era silencio y soledad y solo había en mí odio. Pero no podía moverme ni hacer nada. Estaba como en una especie de limbo del cual no podía moverme ni liberarme. Tampoco podía pensar. Solo podía sentir y padecer y lo que más sentía era odio y sed de venganza. ¿Cuanto tiempo estuve sintiendo aquel desasosiego sin fin? ¿Cuántos años estuve sumido en un letargo lleno de corrosivo veneno? Yo no podía ser consciente del paso del tiempo. De lo único que era consciente era del modo en el que había muerto. No podía olvidarlo en ningún segundo.

Y así fue pasando una eternidad hasta que, un día, escuché un cántico. En un principio era muy tenue y duraba tan poco tiempo que no le di importancia. Hasta que el cántico fue subiendo de volumen y perforando mi alma. Aquella tenebrosa melodía me prometía delicias y sueños maravillosos a la vez que una voz me llamaba con urgencia. 

Unas campanas repiquetearon y pude abrir los ojos. Me encontraba en una especie de corriente, atrapado en una espiral gris. Me percaté de que no me había ido, de que mi alma no había muerto ni se había fundido de nuevo con el universo. Adiviné el motivo. Era un alma atormentada que no había podido abandonar de todo el mundo. Puede que mi cuerpo fuese polvo pero mi esencia estaba viva y me acababan de despertar. Mejor dicho, me estaban invocando. Un hechicero humano estaba invocando mis poderes demoniacos.

No me resistí a la llamada, pero unas cadenas invisibles me retenían en aquella espiral. Comencé a desesperar. Quería volver. Quería volver a ostentar todo mi poder para vengarme de Araziel. Tal era todo mi odio y sed de venganza, que un súbito poder floreció de mí y pude salir de allí. Mis ataduras se rompieron y emergí como un espectro al mundo de los vivos hacia el mortal hechicero que me había invocado para arrebatarme mi poder y hacerse así más fuerte. 

Pero no contaba con un echo fundamental: ningún humano podía igualar el poder de un demonio. A pesar de mi debilidad y de que carecía de cuerpo, doblegue la voluntad de aquel necio humano y lo convertí en mi siervo. Gracias a Jioe conseguí hacerme fuerte. Siguiendo mis instrucciones se hizo pasar por sacerdote de un nuevo dios y gracias a ello conseguí fortalecerme poco a poco. En estos últimos veinte años he arrasado con aldeas enteras alimentándome del odio que Jioe sembraba en los débiles corazones humanos y devorando sus almas cuando el horror les hacía sucumbir.

Me convertí en un Dios para centenares de mortales y gracias a su devota devoción, estoy hoy de nuevo entre vosotros y no volveré a irme jamás.

No podía apenas respirar.

El dolor de su vientre era tan inmenso que se había acabando insensibilizando a él a medida que la vida se le escurría de entre los dedos. La sangre seguía manando de su herida y su vista era nula. Pero no podía morir aún, no sin saber qué había sido de su hermana. Había escuchado el relato de Naburus con los ojos semicerrados y con la respiración prácticamente nula.

- ¿Ves Araziel? - prosiguió el demonio resucitado -. De nada te sirvió acabar conmigo aquella vez y ahora es mi turno.

Tenía que hablar. Tenía que preguntar qué había echo con los habitantes de Sanol. Abrió la boca y un ruido ronco salió de su garganta. Algo se le subió por el esófago y un sabor a hierro le inundó el paladar. Entre toses, Nalasa expulsó una gran cantidad de sangre que se derramó por su barbilla. Le pareció sentir  como muchos pares de ojos la observaban aunque ella ya era incapaz de ver nada aparte de una nebulosa neblina blanquecina.

- Vaya aún está viva - escuchó que decía Naburus -.  Que resistencia. Si Jioe pudiera verte te maldeciría de nuevo. El pobre estaba tan consternado por cómo sobreviviste al ataque de los lobos, que él mismo provocó para matarte, que no pudo dormir durante noches enteras. Pero ya no esta. ¿Ves? Este es su cuerpo con mi esencia dentro.

Nalasa - reuniendo fuerzas de quien sabe qué lugar - dijo entre jadeos:

- ¿Qu..é le h..as hech…o a m… mi herm…ana? - dijo como pudo sudándole todo el cuerpo por el enorme esfuerzo.

- La he matado como a todos los demás. He devorado su alma  -confesó sin tapujos el demonio.

Una solitaria lágrima cayó de su ojo izquierdo. Lo sabía, en el fondo de su corazón sabía que su hermana estaba muerta al igual que los demás aldeanos. Lo supo cuando aquel monstruo la atravesó con sus garras. Y sin embargo no perdió la fe. La esperanza de que no fuese así. Solo se alegraba del final de Jioe que había sido devorado por su Dios.

“Yo también me estoy muriendo”. Lo sentía en cada fibra, en cada poro de su piel. Era demasiado tarde para ella. La herida era demasiado grave para que pudiese sobrevivir. 

Una brillante luz se alzó sobre ella y una figura borrosa se fue acercando. Sabía que la muerte venía a reclamarla. Su tiempo se había agotado. Ojalá pudiese tocarle por última vez.

- Ar… Araziel - le llamó con un esfuerzo inconmensurable. Sintió la presencia de éste y su olor a jazmín que tanto adoraba. La luz cada vez era más brillante y la figura con alas se acercaba a ella cada vez más. Solo tendría aquella oportunidad -. Te amo.

El cuerpo de Nalasa se tornó pesado y su respiración cesó al igual que el lento latir de su corazón. De su cuerpo aún manaba sangre pero su vida ya no estaba. La figura con alas blancas se praró frente a ella y una mano nívea y dorada se extendió hacia su dirección. Nalasa tomó la dulce mano y esta la alzó sin esfuerzo sacándola de su cuerpo muerto. La muchacha miró una vez atrás y vio como ahora, rota la maldición por su muerte, Araziel era capaz de tocar su cuerpo.

- Ven conmigo - dijo una dulce y melodiosa voz. Un destello dorado lo iluminó todo y Nalasa se dejó llevar.

Sus ojos estaban abiertos pero no había vida en ellos. Con su último hálito de vida, Nalasa le había dicho que lo amaba. Pero él había sido incapaz de responderle antes de que expirase. Su cuerpo yacía flácido y su corazón ya no latía.

Había muerto.

Se había ido de su lado.

No había podido protegerla.

“No…”

Alzó una garra temblorosa y rozó suavemente su mejilla manchada de tierra y sangre. Su piel estaba fría y sudorosa. ¿Por qué tenía que poder volver a tocarla ahora que estaba muerta? 

¿Por qué?

La maldición se había roto con su muerte.

Un vacío llenó su pecho y comenzó a verlo todo rojo. Nalasa había desaparecido para siempre. Su cuerpo estaba allí, a su lado. Pero ella ya no estaba. Se había ido a un lugar en que jamás podría alcanzarla. Aunque él muriese en aquel momento jamás volvería a reencontrarse con ella. Eso solo eran cuentos románticos que no eran ciertos. Cuando uno moría desaparecía para siempre.

Pero Naburus no lo hizo y había vuelto para arrebatarle su vida, su corazón y todo lo que era gracias a Nalasa. ¿Por qué aquel cruel destino? ¿Por qué aquel castigo? Tendría que haber echado a Nalasa de su lado para que rehiciese su vida en algún otro lugar. Al menos ahora viviría si la hubiese apartado de su lado. Transformando sus garras en manos de nuevo, Araziel abrazó con fuerza el cuerpo inerte de Nalasa y lo pegó a su pecho. Sus ojos castaños miraban el infinito sin poder ver nada ya.

- Perdóname - le susurró en el oído sabiendo que nunca había sido culpable para Nalasa. Ella no le había maldito y lo había amado tal como era. Y aquel consuelo sería su mayor tortura -. Yo también te amaba. Te amaba tanto que me dolía algo que nuca creí poder tener. Y a pesar de estar tan cerca, siempre estuvimos lejos por mi miedo. Y ahora que te has ido sé que nunca podré olvidarte. Nunca querré olvidarte.

Unos aplausos hicieron ensombrecer el rostro de Araziel. El demonio se incorporó lentamente con el cuerpo de Nalasa entre sus brazos. El señor del castillo depositó el cuerpo profanado de la joven humana sobre tres diablillos opiuchus que lo tomaron que reverencia y con el semblante desconsolado.

- Ponedla en un lugar seguro - pidió a los diablillos mientras le cerraba los ojos con ternura. Estos asintieron y se marcharon bajo el sauce llorón. Araziel los vio marchar antes de encararse a Naburus.

- Que espectáculo tan tierno. Perdóname si me dan arcadas. No soporto las sensiblerías.

Araziel apretó los dientes  antes de volver a extender sus garras.

- Te mataré - juró más que dijo.

- Eso está por ver - objetó el otro.

- Que nadie se meta - ordenó Araziel a los otros dos demonios.

Naamah quiso decirle que estaba en desacuerdo, pero Jezz la tomó del antebrazo y tiró de ella.

- Suéltame Jezz. Es una locura dejarlo solo. Ni los tres seríamos capaces de matarle.

- Lo sé pero tenemos que dejarle. Ahora está poseído por el dolor y si queremos tener alguna posibilidad de vencer, tenemos que obedecer.

- ¿De qué hablas? - inquirió la diablesa.

- Araziel está roto por el dolor y eso le está dando poder. Una poderosa rabia lo ha invadido. Puede que vuelva a ser el de antes. Si eso llega a suceder podemos hacernos con la victoria.

Araziel tensó los músculos y concentró su poder sin quitarle los ojos de encima a su enemigo. Naburus le esperaba con los brazos cruzados y la confianza en la mirada. La furia palpitaba en cada fibra de su cuerpo y cuando cada una de las gotas de su sangre estuvo en punto de ebullición, no pudo esperar más y Araziel se precipitó al ataque.

Las alas negras dieron un fuerte aleteo que le proporcionaron al demonio una asombrosa velocidad. Araziel apretó el puño y se disponía a propinarle un puñetazo bestial a Naburus en las costillas cuando él se apartó con agilidad y retomó el vuelo hacia el tejado de su castillo. Renegando, Araziel le siguió sin poder parar de escuchar la risa de su enemigo. 

Naburus se posó sobre el tejado de pizarra del castillo y esperó a que Araziel estuviese a punto de aterrizar para arremeter contra él. El pobre señor del castillo no pudo ni ver el ataque, tal era la velocidad de Naburus. El horrendo demonio le golpeó con la palma abierta en el pecho y una onda expansiva hizo que todos sus órganos internos vibrasen y se degradasen. Araziel salió volando por los aires por la brutal fuerza del ataque de Naburus y chocó brutalmente contra una de las torres de su castillo. 

El aire le salió por la boca de forma violenta y le entró un convulso ataque de tos. Sin poder casi ni parpadear, Araziel vio un borrón con alas de membranas que se acercaba a él. Con un gran esfuerzo dio un salto y una voltereta en el aire para volver a posarse sobre el tejado. Iba a tocar la pizarra con los pies cuando Naburus le atacó por la espalda con su dura cabeza. Los hueso de su espalda protestaron y sintió que algunas vértebras se rompían. Ayudándose con sus cuatro colas para no perder el equilibrio, Araziel se mantuvo encorvado pero estable mientras Naburus preparaba otro ataque.

Con la frente perlada de sudor y de sangre, Araziel esquivó un puñetazo de Naburus y le envió una descarga de poder. Naburus abrió la garra derecha y extendiéndola, paró el ataque con la palma. 

- ¿Solo sabes hacer esto? - se burló. Los finos labios del malvado demonio sonrieron en una mueca perversa. 

Araziel soltó un gruñido de furia y se abalanzó sobre Naburus. Un increíble vaivén de puñetazos y patadas volaban sobre el cuerpo deforme de Naburus pero éste paraba cada uno de los golpes con una rapidez y facilidad pasmosa.

“ ¿Por qué es tan rápido? ¿Cuántas almas habrá ingerido en todos estos veinte años para ser tan poderoso?” Si al menos pudiese tocarle, golpearle y infringirle algún tipo de daño. Pero era imposible. Naburus paraba todos sus ataques y por mucho que Araziel estaba utilizando todo el poder que había conseguido a través de su amor y dolor era inútil. Ahora se arrepentía de no haberse alimentado de almas humanas. 

¿Pero qué estaba pensando? La locura de verse superado por aquella alimaña le estaba nublando el sentido común. No, jamás se arrepentiría de la decisión que había tomado en su día. De lo único que se arrepentiría para siempre es de haber puesto a todos sus amigos en peligro. Araziel atacó con más fuerza entonces. No podía permitir que Naburus ganase. Él era el único que podía vencerle. Él y solo él. 

Sus manos quedaron a escasos centímetros del cuerpo de su enemigo, atrapadas sus muñecas por las asquerosas garras afiladas de Naburus. Araziel tiró de sus brazos para intentar liberarse sin éxito. Naburus le enseñó los dientes mientras apretaba su agarre y le clavaba las uñas en la carne. Araziel apretó la mandíbula y dejó escapar un reniego.

- ¿Quieres que te suelte verdad? - dijo con suficiencia Naburus -. Pues no lo aré. Vamos intenta soltarte Araziel, tira más fuerte para que pueda arrancarte las garras.

Con que era eso. Muy bien - se dijo Araziel -. A ver quien suelta a quien.

Alzando las piernas hacia arriba y haciendo oídos sordos al crujido de los huesos de su espalda, Araziel colocó sus pezuñas afiladas sobre la cara de Naburus y comenzó a hacer fuerza. Los brazos de su enemigo se pusieron en tensión mientras él proyectaba toda la fuerza que podía a sus piernas y empujaba. Naburus contuvo el aliento mientras tiraba de las muñecas de Araziel y este le clavaba las uñas de sus pezuñas en las mejillas. El demonio con sangre de ángel movió un poco sus pezuñas hasta que colocó las uñas a centímetros de las cuencas de los ojos de Naburus. Éste intentó cerrar los parpados pero fue demasiado tarde. Araziel hizo fuerza y clavó las uñas en los blancos ojos de su enemigo. Naburus gritó de rabia y dolor pero parecía negarse a soltarle. Araziel hizo más fuerza a la vez que Naburus también la hacia. 

Los músculos de Araziel estaban tremendamente hinchados y grandes hilos de sangre descendían de sus muñecas. Haciendo un ultimo esfuerzo, Araziel tiró y las garras de Naburus resbalaron de sus maltrechas muñecas a causa de la sangre y pudo liberarse. Ayudándose con las alas, Araziel apartó las pezuñas de los ojos de Naburus para propinarle una fuerte patada que lo catapultó hasta la torre sudoeste. La espalda de Naburus chocó contra la torre de piedra y esta se resquebrajó por la mitad y una lluvia de rocas lo sepultaron con un fuerte estruendo.

Araziel, resollando y encorvado, miraba el montón de piedras y polvo. ¿Lo habría logrado? ¿Habría vencido a Naburus? No lo creía. Puede que lo hubiese herido pero dudaba que hubiese podido acabar con él. 

Las piedras que había encima del todo del montón comenzaron a moverse y las más pequeñas cayeron sobre el tejado de pizarra. La estructura de escombros vibró y las piedras salieron volando en todas direcciones a la vez que la figura de Naburus resurgía. 

Araziel contempló estupefacto que lo único que tenía su enemigo eran rasguños causados por las piedras filadas. Lo más grabe que tenía eran los ojos heridos, pero de una pasada de su deformes garras, Naburus sanó sus malheridos ojos. Araziel no pudo evitar que le invadiese el horror. No se esperaba que Naburus hubiese logrado conseguir el poder para sanar. 

“ Así no podré ganarle nunca”.

- ¿Cómo te has atrevido a lastimarme los ojos gusano? - dijo Naburus con la voz entrecortada y rasposa. Estaba furioso -. Me he contenido para hacer durar el placer de matarte lentamente, pero he cambiado de opinión. ¡ACABARÉ CONTIGO AHORA MISMO!

Sin darle tiempo de pestañear, Naburus alzó sus alas y con un fuerte pisotón sobre el tejado - que hizo saltar la pizarra en pedazos - se impulsó sobre Araziel. Cogió el cuello de éste y lo apretó con fuerza cortándole la respiración al rubio demonio. Con el puño libre, Naburus comenzó a arremeter contra Araziel puñetazo tras puñetazo contra su estómago, tórax, cara y así sucesivamente hasta que todo en su cuerpo era una explosión de dolor y sangre. Notó como la mayoría de sus órganos vitales se desgarraban en su interior.

Cansado ya de golpearle, Naburus lo lanzó al vacío de la noche y maltrecho y sin fuerzas,  Araziel cayó al jardín donde se partieron los huesos de sus dos alas. Sus profundidades grises estaban dilatadas y lo veía todo borroso. Araziel sabía que estaba perdido. Ya no podía moverse y tampoco tenía ya ni una gota de fuerza. 

Todo se había ido. 

Todo estaba perdido.

Todos iban a morir.

Dos borrones que identificó como Naamah y Jezebeth desobedecieron su orden de no interferir y fueron a luchar contra Naburus. Quería gritar que se detuviesen, que fuesen en busca de Marduk y de las almas y huyeran a un lugar seguro. Pero de su boca solo salió una gran burbuja de sangre y líquido escarlata en tropel ahogándole. Araziel se giró como buenamente pudo y comenzó a toser la sangre que obstruía sus vías respiratorias. Un grito le hizo volver a intentar moverse pero fue inútil. Parpadeó para intentar aclarar su vista y lo logró. 

- Señor Araziel - dijeron dos vocecitas preocupadas. Araziel miró sobre su cabeza y vio a dos almas flotando en forma de luz. No tuvo ni que pensar en quien podrían ser, estaba claro que eran Fava y Kimi.

- ¿Se puede saber qué hacéis aquí? Iros ahora mismo a la torre - dijo sin dejar de escupir sangre.

- No podíamos dejarte solo - dijo Fava.

- ¿Es que no sabéis el peligro que corréis? - dijo haciendo un gran esfuerzo por seguir hablando. Aquellos estúpidos lo estaban sacando de sus casillas -. Naburus podría devoraros sin pestañear y desapareceríais para siempre. ¿Es qué no lo entendéis?

- No nos importa - argumentó Kimi -. No nos iremos.

Sabiendo que era inútil seguir discutiendo, Araziel buscó con la mirada a los tres demonios y los encontró a escasa distancia luchando encarnecidamente.  A Jezebeth le colgaba un brazo flácido y a Naamah le chorreaba sangre de una pierna. Tenía que ayudarles, tenía que levantarse y alzar el vuelo junto a sus amigos. Pero sus alas estaban rotas y su cuerpo estaba tan maltrecho que nunca se recuperaría al cien por cien si lograba sobrevivir. 

Ayuda, que alguien lo ayudase.

Naamah atacó a Naburus con un grito de guerra cuando vio como de un zarpazo le cortaba a Jezz jirones de carne y tendones de su brazo. En sus delgados dedos se formó unas bolas de fuego que le arrojó al malito demonio y este los apartó como si solo fuesen polillas molestas, como si nada. Aquello no hizo más que enfurecerla y atacó con más ímpetu. Ahora las bolas de fuego eran como grandes pompas de jabón y se las lanzó a una velocidad estratosférica. Pero de nuevo Naburus las apartó como si nada y le enseñó la palma de su asquerosa garra sin rastro de quemaduras a modo de prueba. La diablesa miró de soslayo a su compañero sin poder dejar de apretar los dientes. Jezebeth se apretaba con fuerza la herida del brazo mientras pensaba alguna forma de acabar con él aunque sin ninguna esperanza. Ella podía leerlo en sus ojos. 

Sin disimulo, bajó la mirada al maltrecho Araziel que parecía suplicar a alguien sin dejar de mirar a las estrellas. La diablesa frunció el ceño asimilando que todo estaba prácticamente perdido. ¿Qué podían hacer ellos contra un demonio que había dejado a Araziel moribundo? Él que era el favorito del señor del infierno. Él que había sido más poderoso que el mismísimo Samael. Araziel que no fue príncipe por el amor de una humana. No - se dijo -. Me niego a declararme vencida. Me niego a que esta cosa que no es ni un demonio acabe conmigo. Con todos nosotros.

Quería gritar y zarandear a Araziel para que se levantase. Tenía que hacerlo, no podía quedarse de brazos cruzados aunque fuese algo inútil. Nalasa estaba muerta bajo el sauce llorón. Los diablillos a su alrededor lloraban mientras le limpiaban la sangre del rostro. Ella tampoco pudo evitar llorar al mirarla. La brisa nocturna le levantaba los cabellos y su cara estaba tan llena de paz que parecía dormir. Pero la sangre que manchaba su vestido demostraba todo lo contrario al igual que el nulo latir de su corazón. “Aunque sea inútil no voy a dejarlo. No voy a dejar de luchar y moriré si hace falta pero no consentiré que Naburus se salga con la suya”.

- Es inútil - dijo Naburus enseñando los dientes en una sonrisa cruel -. Nada de lo que hagáis podrá conmigo. Soy demasiado fuerte para vosotros.

Naamah concentró energía en las palmas de sus manos y su cabello como el fuego revoleteó en su rostro como un incendio en mitad de la noche. Iba a callarle la boca a aquel cerdo, iba a… Un movimiento a su izquierda completamente inesperado cortó el ataque que estaba preparando. Con un gesto veloz de su mano sana y manchada de su propia sangre, Jezz le había lanzado a Naburus el líquido escarlata ensuciando así todo su deforme y arrugado rostro. La sangre de Jezebeth comenzó a carcomer la carne del otro demonio y éste se pasó rápidamente la mano para eliminarla y curar la carne de su rostro.

- Nunca nos rendiremos - dijo Jezz con aplomo y se acercó a Naamah en ademán protector.

- Eso ya lo veremos cuando estés como tu amiguito - repuso Naburus con una mueca desagradable y amenazadora.

El demonio, sin tardar en cumplir su amenaza, se abalanzó sobre ellos alargando sus afiladas garras sangrientas con más sed de destrucción y muerte. Jezz estaba delante de ella intentando protegerla y Naamah supo que él moriría. Naburus le atravesaría el corazón y lo mataría. No podía permitirlo. La mujer demonio se apartó del cobijo del cuerpo de su amado y se interpuso entre él y Naburus. Con los ojos violeta desorbitados Jezebeth gritó:

- ¡Naamah!

Ya era demasiado tarde para que él volviese a interponerse entre ella y Naburus. La diablesa cerró los ojos esperando el golpe fatal, pero no llegó. En vez de eso Naburus salió despedido hacia uno de los muros del castillo que se hizo añicos a su paso. Jezebeth la tomó en sus brazos y ella se asió con fuerza a él antes de fijar la vista al recién llegado.

- ¿Se puede saber que haces Naburus? Ese no era el trato.

Samael había entrado en escena.

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