El castillo de las almas ( Am...

By sterbj

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El dí­a de la boda de su hermana, Nalasa es sacada a bailar por un apuesto joven desconocido. Es alto, rubio... More

Capitulo uno
Capitulo dos
Capitulo tres
Capitulo cuatro
Capitulo cinco
Capitulo seis
Capitulo siete
Capitulo ocho
Capitulo nueve
Capitulo diez
Capitulo once
Capitulo doce
Capitulo trece
Capitulo catorce
Capitulo quince
Capitulo dieciseis
Capitulo diecisiete
Capitulo dieciocho
Capitulo diecinueve
Capitulo veinte
Capitulo veintiuno
Capitulo veintidos
Capitulo veintitres
Capitulo veinticuatro
Capitulo veinticinco
Capitulo veintiseis
Capitulo veintisiete
Capitulo veintiocho
Capitulo veintinueve
Capitulo treinta
Capitulo treinta y uno
Capitulo treinta y dos
Capitulo treinta y cuatro
Capitulo treinta y cinco
Capitulo treinta y seis
Capitulo treinta y siete
Capitulo treinta y ocho
Capitulo treinta y nueve
Capitulo cuarenta
Capitulo cuarenta y uno
Capitulo cuarenta y dos
Capitulo cuarenta y tres
Capitulo cuarenta y cuatro
Capitulo cuarenta y cinco
Epilogo

Capitulo treinta y tres

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By sterbj

Notas de una historia de amor

¿Cómo definir un cortejo? ¿Cómo comprender los hilos de una historia de amor? El cortejo es la transición que lleva a las historias de amor. Primero se ahonda en uno mismo y en la persona a la que se ama y se la mima y seduce para conseguir llegar al éxtasis final: el romance y la plenitud.

Eso fue lo que hicieron Araziel y Laris respectivamente.

Cada vez que se veían - que solía ser cada dos días - hondonaban en el otro y se explicaban sus deseos, sus sueños, sus gustos y pasaban el tiempo juntos disfrutando de los días primaverales y del aroma de las flores. Muchas veces solo había silencio entre los dos, un cómodo y apacible silencio que les llevaba hasta el alma del otro forjando una confianza mutua y absoluta. Algunas tardes, cuando el tiempo era inestable o sus padres le invitaban a tomar el té en la casa, Araziel tocaba el piano y componía canciones para ella y le habría algo que no creyó tener: su corazón. Puede que físicamente, careciese de ese órgano vital que poseían los humanos pero los sentimientos que te proporcionaba el tener “corazón” él los poseía. 

Gracias a Larias había comenzado a sentir las hermosas emociones por las cuales valía la pena levantarse cada día y contemplar el cielo anaranjado del infierno. 

¿Cómo podían los demonios soportar el tedio de la vida solo con odio y maldad? ¿No se sentirían vacíos y viciados solo con eso dentro de ellos? Puede que por eso hubiese tanto odios, rencillas y rencores entre los suyos. Puede que si hubiese un poco de amor todo sería un poco más llevadero. Más sencillo.

Los días que no visitaba a Laris se los pasaba en el infierno interactuando con otros como él: con enamorados. Dejando a un lado a su fiel Marduk, algunos días visitaba a Naamah - la ex de Samael - y charlaban de trivialidades o se quedaban en silencio contemplando el paisaje. Poco a poco entre ellos comenzó a establecerse un vínculo al igual que con Jezebeth. Visitaba con mucha frecuencia al demonio cocinero más famoso de todo el infierno. Sus dulces y platos no tenían paragón y siempre iba a encargarle pasteles y otros dulces para regalarle a Laris. ¿Lo que más le gustaba de aquel demonio aparte de su arte para la repostería? Que no hacía preguntas.

A Jezebeth no le importaba para qué quería Araziel los dulces que le encargaba. Él solo se limitaba a prepararlos y a entregárselos cuando acudía a buscarlos en su lugar de trabajo un edificio cuadrado que siempre olía a vainilla. Y aquel día fue a buscar una tarta de manzanas con mermelada de albaricoque. 

- Buenos días - saludó a Jezebeth con la voz alegre. Estaba feliz porque iba a pasar el día entero con Laris en el lago de excursión. Aunque también acudiría su madre y su hermana menor eso no le importaba, todo lo contrario. Le parecía maravilloso que le hubiesen aceptado en aquella familia. Fue un sentimiento encontrado y totalmente nuevo para él. Estaba seguro que así sería si su madre aún continuase con vida.

- Buenos días señor - le respondió Jezebeth entregándole una caja blanca con motivos florarles y con un lazo azul alrededor.

- Como siempre vas al grano.

El demonio de ojos violeta sonrió y se puso un mechón de su cabello color ceniza tras la oreja.

- Es mi trabajo y sé que tienes prisa.

Araziel no escondió su enorme sonrisa y le pasó unas monedas a Jezebeth.

- Creo que estamos comenzando a entendernos muy bien ¿no crees?

- ¿Me estás diciendo que hemos estado intimando entre encargo y encargo?

Los dos estallaron en carcajadas y otro hilo invisible les unió a los dos sin poder imaginarlo aún. Araziel cogió la caja y se dispuso a marcharse pero antes le dijo:

- ¿Quién sabe? La vida está llena de sorpresas.

Marduk, que le esperaba en la puerta, tomó la caja mientras Araziel se colocaba una sencilla capa antes de partir al mundo mortal. Su mayordomo le devolvió la caja y le deseó que tuviese cuidado y que se lo pasara bien.

- ¿A dónde vas querido Araziel? - dijo una repugnante voz que hacía meses que no escuchaba.

Ante él estaba la grotesca figura de Naburus. Su cara estaba llena de protuberancias y cicatrices causadas por los escarceos que había protagonizado para llegar al poder. Sus ojos eran grandes como canicas y de un azul oscuro como el mar en la noche y sus pupilas estaban siempre muy dilatadas, como las de los humanos que tomaban opio u otras drogas. En su cabeza no tenía ni un solo cabello y sus alas negras siempre estaban deslustrosas y con las plumas despeinadas. Verle no era ninguna alegría y no por que fuese feo - por que en el infierno daba igual como fuese un demonio, eran seres del mal y del terror contra más horrendos mejor- sino que era tan desagradable y odioso que le entraban arcadas cada vez que lo veía.

El odio que sentían el uno por el otro era igual de intenso y mutuo.

- No creo que te importe mucho Naburus - le contestó sin esconder su profunda aversión hacia su persona. Se conocían y se odiaban desde hacía demasiados años como para intentar ser amables el uno con el otro. 

Naburus sonrió de oreja a oreja.

- Pues claro que me importa - dijo él con retintín -. Piensa que hemos sido la comidilla de todo el infierno para ver quien llegaba a convertirse en príncipe durante muchos años. Y ¿qué a pasado al final? Ninguno de los dos lo a logrado. - El odio le tiñó la voz en la última frase.

- Son cosas que pasan. Si fuese tan sencillo convertirse en príncipe del infierno, casi todos lo serían ¿no crees?

Naburus achinó sus enorme ojos en dos finas rendijas.

- Que fácil es hablar Araziel. Tú que no acudiste a la audiencia de Satanás sin ningún motivo aparente. El que ya no parece querer ser príncipe.

- Eso no es de tu incumbencia - atajó Araziel arto de tener que hablar con él y de estar en su presencia. 

La advertencia de Satanás parecía palpitarle dentro de su cerebro. No quería estar junto a ese demonio demasiado tiempo y menos aquel día en que tenía una cita e iba a llegar tarde.

- No claro que no - convino Naburus asintiendo con la cabeza -. Lo único que a mí me convenía no a sucedido. No soy príncipe y tú has renunciado a ello dejándome en ridículo. Como si todo lo ocurrido entre nosotros fuera una broma.

Araziel soltó un resoplido mientras Marduk contemplaba la escena tensando todo su cuerpo.

- Señor será mejor que os marchéis - le dijo el mayordomo.

- Tu cállate entrometido, esto no va contigo - le espetó Naburus a Marduk apretando los puños. El mayordomo no se encogió ni mostró temor, es más, sus ojos rojos mostraron desprecio.

Cansado de aquello, Araziel decidió ponerle punto y final a la conversación. No quería caer en las provocaciones del desgraciado de  Naburus y proporcionarle el placer que buscaba. Si esperaba que hubiese una pelea abierta él no le iba a darle el gusto de conseguirla.

- Mira la situación por el lado bueno Naburus: ninguno de los dos será príncipe jamás.

La cara de Naburus pareció hincharse y  su piel aceitunada tornarse más oscura. Se le hincharon las venas del cuello y también las de las muñecas al apretar tanto los puños. Toda la furia que contenía aquel cuerpo grotesco pareció expandirse y envenenar la posible razón que le quedase al horrendo demonio. Solo fue una frase, unas palabras inofensivas que desencadenaron la tragedia que estaba a punto de ocurrir. 

- ¿El lado bueno? - inquirió incrédulo -. ¿Dices que mire el lado bueno? ¡No hay nada bueno en eso! Pero claro, a ti que te importan las metas. Al fin de cuentas, sigues siendo el favorito del señor Satanás. Araziel, hijo de un duque y de un ángel caído. El niño mimado del amo del infierno.

- ¿Por qué siempre tienes que tergiversarlo todo? - quiso saber Araziel -. Yo no tengo la culpa de tus desgracias ni de tus artes despreciables y asquerosas.

Asquerosas como tú - añadió para sí mismo teniendo el buen juicio de no decirlas en voz alta.

- Es muy fácil culpar a los demás de tus errores y fracasos Naburus - continuó Araziel -. Y ahora - tanto si me disculpas como si no -, me marcho.

El demonio de cabello dorado como un ángel extendió sus alas y las batió con fuerza para ganar altura y velocidad. Marduk, imperturbable e inmóvil vigilaba con celo el despegue de su señor al igual que Naburus que temblaba de rabia.

- ¡Eso, vete! - gritó el demonio con la mandíbula desencajada y los ojos fuera de órbita -. Pero óyeme lo que voy a decirte Araziel: algún día pagaras tu osadía y el haberte cruzado en mi camino. Te destruiré sin contemplaciones y me alzaré príncipe del infierno. ¡Lo juro!

Y los demonios de pura cepa no juraban en vano.

El día era soleado y tan agradable que daban ganas de permanecer todo el día bajo la luz del sol contemplando las nubes. El carruaje que Araziel había alquilado para aquel día, era muy lujoso y con unas grandes ventanillas para que entrase el fresco. Kitsa, la pequeña hermana de Laris, no dejaba de contemplar el paisaje maravillada al vislumbrar las montañas y los bosques de las cercanías. Laris y su madre Cesa - sentadas una frente a la otra - comentaban animadamente la calidez de los rayos del sol mientras él permanecía callado admirando a las mujeres que lo acompañaban. A sus pies, había una gran cesta de picnic con pan, queso, embutido, mermelada y la tarta de manzanas con mermelada de albaricoque. Una buena comilona para disfrutar en la orilla del lago.

Estaba seguro que aquel día iba a ser maravilloso.

Cuando llegaron a destinación, el sol iluminaba la superficie del lago y el manto de hierba y flores de su alrededor. El aire traía el olor de las hojas de los árboles, el de la hierba mezclado con el de las flores y el del agua dulce. Araziel ayudó a bajar del carruaje a Cesa - Kitsa no necesitaba ayuda, es más, había sido la primera en bajarse de un salto - y después a Laris. La pequeña y suave mano de la joven hizo que todo dentro de el se desajustara y que un hambre voraz le consumiera. Su aroma delicado se le estaba subiendo a la cabeza y eso hacía que todo él desease estrecharla entre su brazos. Aún no lo había hecho y se moría por hacerlo.

Pero quería hacer las cosas bien. Estaba tratando con seres humanos y ellos eran diferentes. Y Laris era demasiado especial como para precipitarse. Ella era como una flor con el tallo roto, necesitaba que fuese delicado, especial, dulce y que se tomase su tiempo.

Y desde que se conocieron ya habían pasado cinco meses.

Araziel estaba decidido a dar el primer paso aquella tarde.

Renqueando tras ellos, el cochero les siguió hasta la orilla del lago con todos los bártulos en los brazos. Cuando los cuatro decidieron donde pasar el día, el hombre extendió una manta en el suelo y colocó allí la gran cesta de picnic llena de víveres. Araziel le dijo al cochero que podía retirarse para ocuparse de los caballos y para que disfrutase de la naturaleza mientras les esperaba. El hombre se retiró hacia el carruaje y Laris dejó que su madre la ayudara a sentarse. Con una sonrisa de oreja a oreja, Kitsa se quitó las botas y se marchó a mojarse los pies. La niña chapoteó en el agua llena de alegría y Araziel quiso imitarla.

- ¿Te apetece mojarte los pies Laris? - le preguntó.

Ella asintió con las mejillas llenas de color y su madre le quitó las botas. Araziel se puso en pie y la ayudó. Las manos de Laris se colocaron en sus hombros y sintió como los dedos de la joven le acariciaban lentamente. Los dos estaban muy cerca, más de lo que habían estado en todo aquel tiempo en que se cortejaban y se conocían mutuamente. Tan cerca estaba que con solo agachar la cabeza, él podría besarla. Pero en vez de eso disfrutó en silencio de su cercanía unos instantes antes de apartarle las manos para poder guiarla hacia el agua.

- No tardéis mucho - les dijo Cesa -. Pronto será la hora de comer. Y por favor  Araziel, cuide de mis hijas.

- Descuide señora.

La mañana se le pasó volando. 

Antes de comer él, Laris y Kitsa jugaron cerca de la orilla con los pies metidos en el agua y la ropa arremangada para que no se mojase. En todo aquel rato las manos de los dos habían estado unidas y no se soltaron hasta que Cesa les llamó a gritos para comer. La comida transcurrió muy animada y las risas fueron grandes protagonistas.

Cuando terminaron de comer y de guardar los platos y los cubiertos dentro de la cesta de mimbre, Kitsa se quedó dormida sobre la manta y Cesa sacó un libro y se puso a leer. 

- ¿Podemos dar un paseo Araziel? - le preguntó Laris con una sonrisa en los labios. El demonio la miró no muy convencido.

- Si claro, pero ¿no estas cansada?

Ella negó con la cabeza.

- En absoluto. Hoy me siento tan llena de energía que me siento incapaz de quedarme quieta. - Se acercó mucho a él y le susurró -. Quiero pasar un rato contigo a solas.

Todo el se estremeció de pies a cabeza y sintió que el pequeño paquetito que reposaba dentro del bolsillo de su chaleco se hacía tremendamente pesado. El pecho se le agitó y cuando se puso en pie estuvo a punto de perder el equilibrio. Sin la ayuda de él, Laris se levantó y su madre la miró.

- ¿Adónde vais? - les preguntó sin interés aparente.

- A dar un paseo. No soporto quedarme sin hacer nada estando tan llena de energía y en un lugar tan magnífico. Nunca había salido de la ciudad - dijo llena de excitación.

La mujer asintió y continuó leyendo.

Los dos se cogieron de la mano y se alejaron de la pequeña y dormida Kitsa y de Cesa. Laris - con los ojos cerrados -  cogió aire por la nariz y lo expulsó por la boca con la cara alzada hacia la luz del el sol. Sus ojos ciegos resplandecían.

- Me encanta que los rayos del sol calienten mi piel - le dijo. Él asintió con una sonrisa en los labios.

- ¿Estas sonriendo? - le preguntó ella sin abrir los ojos y con una ceja alzada. Sus pestañas negras brillaban intensamente iluminadas por el sol.

- ¿Por qué preguntas si sabes que lo hago? Me encanta que sepas siempre que cara pongo sin la necesidad de verme.

- Pero si te veo - dijo ella abriendo los ojos ciegos de par en par -.Simplemente te veo de otra manera. Utilizo los ojos del corazón y mis otros sentidos. Siempre sé cuando la gente me está mirando.

- Eso me encanta, así no tengo que fingir que no lo hago.

Ella rió y el se le unió mientras pasaban bajo las sombras de unos cerezos en flor. Los pétalos rosas de las flores se mecían al compás de la brisa y algunos caían y se posaban en la hierba o en el cabello de Laris.

- Tú nunca harías eso - dijo ella convencida de lo que estaba diciendo -. No serías capaz de mentir o de fingir.

Un puñal invisible atravesó por entero a Araziel y su sonrisa murió. Por supuesto que era capaz de mentir y de fingir. Esas dos cosas las ponía en practica cada vez que iba a verla. La estaba engañando respecto a todo lo que refería a él mismo menos en sus sentimientos. ¿Cómo podía ser tan rastrero?

No - se gritó a sí mismo. No estaba mintiendo a Laris en ningún aspecto. Solo le estaba ocultando la verdad - por su propio bien - y eso era muy distinto a mentir. Sería una completa locura confesarle que era un demonio del infierno. Al igual que sería un suicidio confesar que aunque era hijo de un duque - del infierno por supuesto - nunca tendría un ducado ni en el infierno ni en la tierra mortal. En realidad solo poseía lo que él mismo se había ganado con esfuerzo y dedicación. No era ningún heredero como había hecho creer a los padres de Laris.

Pero no podía decir la verdad. 

No podía adoptar su verdadera forma y decirle a la familia de Laris y a ella misma lo que en realidad era. ¿Qué malo tenía en que ocultara la verdad? Hacerlo no era un engaño, era solo omitir la verdadera naturaleza de su ser.

La voz de ella lo sacó de aquellos oscuros pensamientos que solían asaltarlo unas cuantas veces al día.

- Estas muy callado - comentó Laris apretándole la mano.

- Solo estaba contemplando el paisaje - respondió él para salir del paso.

- No sabes mentirme - canturreó ella alegremente.

Él no estaba tan seguro de eso por mucho que se engañase a sí mismo para poder continuar con su propósito. Era demasiado perceptiva para ser humana y eso hacía que, a veces, se sintiese pura escoria. Laris hizo que se detuviese y acarició su mejilla. Su cara risueña se tornó confusa. Al parecer había notado su seriedad al tocar su piel. Estaba demasiado rígido.

- ¿Qué te ocurre?

Araziel cerró los ojos saboreando su contacto y le besó la palma de la mano. Ella no la movió ni se asustó por aquel atrevido gesto.

- Nada. Solo pensaba que tienes una opinión de mí demasiado buena y no estoy seguro de merecerla.

Laris apoyó su frente contra su pecho y aspiró con fuerza.

- Tengo la opinión perfecta de ti. Eres la persona más buena que he conocido. El único que a intentado conocerme - dejando aparte a mi familia - a pesar de mi ceguera.

Él no estaba tan convencido de ello y comenzaron a asaltarle las dudas respecto a lo que antes estaba tan seguro. 

Era un mentiroso. 

Un embustero.

- ¿Cómo puedes estar tan segura? Yo no soy más… yo no soy más que un… - calló sin poder decir la palabra demonio. Le había fallado la voz y faltado coraje para confesar la terrible verdad. Apretó el puño de su mano libre.

- ¿Por qué eres tan duro contigo mismo Araziel? ¿De qué tienes miedo?

¿Miedo? ¿Sería eso lo que le estaba atenazando desde que se había estrechado su relación con ella? Era posible, lo más probable de echo. El paquete en su bolsillo se hizo más pesado aún.

- Tengo miedo de que puedas odiarme - confesó sin pensar y al decirlo, sintió que era la dura verdad. Tenía miedo de que, de un modo u otro, ella supiese lo que era y le odiara por ello. Y si ella llegaba a odiarlo él… No quería ni pensarlo.

- ¿Cómo iba a odiarte? Tienes un corazón puro y noble. - Pero en realidad él no poseía corazón -. Sería incapaz de odiarte por mucho que me dejaras en este instante. - Laris hizo una pausa -. ¿Es eso? ¿Quieres dejar de verme?

- ¡No! - negó él con rotundidad -. ¿Cómo podría dejar de verte amándote tan intensamente?

Laris abrió  los ojos y sus mejillas se encendieron como dos farolillos. Araziel cogió la mano que descansaba en su mejilla y volvió a besarla. Primero la palma y después cada uno de sus dedos. La respiración de ella se agitó y su corazón de disparó.

- ¿No lo sabías? - le preguntó Araziel con la voz ronca. Ella se pasó la lengua por los labios resecos -. ¿No sabías que me moría por ti?

Laris completamente estática y sonrojadísima se mordió el labio.

- No - murmuró.

El rió sarcásticamente.

- Que raro, sueles saberlo todo.

Ella hinchó los mofletes por su pulla. Ahora las tornas habían cambiado y el miedo se instaló en Laris y se evaporó de Araziel. 

- Esas cosas no son fáciles de saber - contrarrestó ella intentando soltarse de su agarre. Él la soltó y rápidamente se metió la mano en el bolsillo y extrajo el anillo que reposaba en el paquetito. Le colocó la bella joya en el dedo anular de su mano izquierda sin dejar de mirar su rostro.

Laris no pudo contener su sorpresa al sentir el contacto de la sortija y su boca se entreabrió y su corazón se volvió literalmente loco.

- ¿Qué…? - murmuró sin saber bien que decir.

- Te amo con toda mi alma Laris y quiero casarme contigo.

Aquella confesión hizo que algo dentro de él quedase en paz por haber dado el paso. Había callado durante demasiado tiempo y había sido una agónica eternidad.

Los ojos claros de Laris comenzaron a brillar desmesuradamente y pronto las lágrimas se desbordaron y recorrieron sus mejillas. Una tímida e incrédula sonrisa se dibujó en su rostro mientras acariciaba el anillo puesto en su dedo.

- ¿De verdad me amas? - le preguntó entre hipidos.

- Si.

- ¿De verdad quieres casarte conmigo?

- Si.

Laris sonrió de felicidad sin poder dejar de llorar y se arrojó a sus brazos. Araziel la apretó contra su pecho y sintió cada curva y milímetro de su cuerpo. Las manos de ella se aferraban fuertemente a su ropa mientras sollozaba de dicha. Con ternura, Araziel apartó su bello rostro de su pecho y tomó su mentón mientras acercaba su rostro al suyo. Sus bocas se rozaron antes de que se uniesen en un cálido beso que confirmaba los sentimientos de los dos. Se amaban de manera intensa, de un modo loco que ninguno de los dos había sido capaz de imaginar.

Y aquel amor acabaría con ellos.

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