El castillo de las almas ( Am...

By sterbj

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El dí­a de la boda de su hermana, Nalasa es sacada a bailar por un apuesto joven desconocido. Es alto, rubio... More

Capitulo uno
Capitulo dos
Capitulo tres
Capitulo cuatro
Capitulo cinco
Capitulo seis
Capitulo siete
Capitulo ocho
Capitulo nueve
Capitulo diez
Capitulo once
Capitulo doce
Capitulo trece
Capitulo catorce
Capitulo quince
Capitulo dieciseis
Capitulo diecisiete
Capitulo dieciocho
Capitulo diecinueve
Capitulo veinte
Capitulo veintiuno
Capitulo veintidos
Capitulo veintitres
Capitulo veinticuatro
Capitulo veinticinco
Capitulo veintiseis
Capitulo veintisiete
Capitulo veintiocho
Capitulo treinta
Capitulo treinta y uno
Capitulo treinta y dos
Capitulo treinta y tres
Capitulo treinta y cuatro
Capitulo treinta y cinco
Capitulo treinta y seis
Capitulo treinta y siete
Capitulo treinta y ocho
Capitulo treinta y nueve
Capitulo cuarenta
Capitulo cuarenta y uno
Capitulo cuarenta y dos
Capitulo cuarenta y tres
Capitulo cuarenta y cuatro
Capitulo cuarenta y cinco
Epilogo

Capitulo veintinueve

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By sterbj

Notas de una triste infancia 

El niño tocaba las teclas del piano con delicadeza y soltura. Aquel día estaba muy inspirado y los acordes fluían de su cuerpo mientras su mente las grababa a fuego en la memoria. Su desayuno aún reposaba sin tocar sobre una mesa cercana, pero aquel no era el momento para comer. Cuando la música lo reclamaba él tenía que acudir al instante.

Alguien entró en la habitación - notó que era Marduk - y se quedó a unos metros observándole en silencio. Sabía que su sirviente no le molestaría hasta que él dejase de acariciar las teclas del piano y eso hacía que se olvidara de su presencia y solo existiesen la música y él.

Sabía por que había ido Marduk a buscarlo. Pronto llegaría la hora de arreglarse para la fiesta que se celebraba en la mansión de su padre. Pero él no quería ir. Deseaba quedarse en su modesta casita tan lejos de la mansión del duque Abigor. Su padre no le tenía estima ninguna y sus hermanos mayores siempre lo atacaban. Si al menos su madre estuviese aún a su lado… Pero había muerto cuando él solo tenía seis meses de vida.

Aún la recordaba vagamente ya que su memoria no era igual que la qué tendría un bebé humano. Recordaba sus afables ojos grises y su corto cabello rubio que parecía hilo de oro. Las facciones de su cara eran hermosas y estaban llenas de bondad. A ella le tocaba todas las melodías de piano que sus dedos creaban como por arte de magia.

A ella y solo a ella.

Y nunca podría escucharlas.

Araziel finalizó la canción y retiró los dedos de las teclas. Marduk se acercó a él entonces con su desayuno en la mano. Obediente - aunque el demonio adulto no se lo había ordenado - se tomó el desayuno rápidamente.

- Ha sido una melodía espléndida - lo elogió Marduk -. ¿A sido para su madre?

El niño acabó de tragarse el trozo de leche frita que tenía en la boca.

- Siempre son para ella.

- A Asbeel le encantarían, estoy completamente seguro.

Araziel sonrió con tristeza. Marduk era el único que le hablaba de su madre. Su padre le había prohibido mencionarla y no era ningún secreto que la odiaba profundamente aunque él aún desconocía el motivo. Él sería incapaz de odiarla al igual que no odiaba a su padre. Por lo que le había contado el mayordomo, Asbeel fue en su día un ángel al servicio de los dioses pero que cayó al infierno.

- ¿Por qué cayó del cielo? - preguntó inocentemente. Aunque había ángeles caídos en el infierno no era algo demasiado común.

El mayordomo le acarició el largo cabello que caía por sus pequeños hombros y le hacían cosquillas en sus alas negras.

- Porque se enamoró de un demonio - le explicó con una media sonrisa triste.

- ¿De mi padre?

Cuando dijo aquello, los ojos de Marduk parecieron perder brillo y se le ensombreció la mirada no así su sonrisa que pareció entristecerse más.

- Por supuesto.

Y ahí quedó todo.

Marduk llevó al pequeño a su dormitorio y le ayudó a cambiarse de ropa: un traje chaqueta de terciopelo azul marino con una camisa blanca. Araziel escondió las alas y las colas hasta que su mayordomo le puso bien la ropa. Después los hizo aparecer y pasaron por las oberturas de las prendas al igual que dejó que sus dedos con forma humana se transformaran en pequeñas garras. No era muy cómodo tocar el piano con aquellas uñas tan largas y afiladas.

Cuando tuvo el visto bueno de Marduk, los dos salieron de la casita donde les esperaba un enviado del duque. Araziel miró al mayordomo con pesar en sus espléndidos ojos grises. Quería que él le acompañara a la mansión de su padre, pero Abigor había prohibido la entrada de Marduk. Si el demonio se atrevía a poner un pie en las inmediaciones de los terrenos del duque, sus siervos tenían ordenes de matarlo.

- ¿Por qué eres así con Marduk? - le preguntó un día a su padre cansado de su maltrato -. Él cuida de mí: le tendrías que estar agradecido.

No tardó en arrepentirse de sus palabras. Su padre le propinó tal bofetada que siempre que lo recordaba, sentía la quemazón y el ramalazo de dolor. La mejilla pareció partírsele en dos y un incesante hormigueo le recorrió por media cara. La mejilla se le hinchó al momento al igual que comenzó a aparecerle un derrame. Abigor le cogió por la pechera de la camisa completamente enloquecido.

- No vuelas a pronunciar el nombre de ese bastardo en mi presencia. ¿Agradecido? ¿A ese? Mas bien es al revés. Es él el que tiene que agradecer a Satanás el seguir con vida y tú te tendrías que arrodillarte también ante nuestro señor por seguir conservando tu vida y de que me ocupe de ti.

¿Qué quería decir el duque con aquella diatriba llena de odio? Había pasado dos años de aquel episodio y aún lo asaltaba el miedo. ¿De verdad lo quería saber? No estaba demasiado seguro.

El mayordomo se despidió de él con una sonrisa afectuosa y Araziel siguió al enviado de su padre por el cielo anaranjado del infierno. La gran mansión de su padre no estaba lejos y en diez minutos llegaron a destino. Todo el edificio brillaba intensamente como un arco iris gigantesco. La mansión estaba hecha completamente de oro y de piedras preciosas de todos los colores. Era una estructura descomunal y tan brillante que deslumbraba a quien la veía por primera vez. Pero aquella belleza y brillantez era fría y solitaria. Aquella mansión más que un paraíso parecía una jaula dorada que te encarcelaba sin que tú te percataras de ello.

El niño aterrizó a unos metros de la descomunal puerta dorada de la entrada. Caminó hasta los escalones con resignación y preparándose para una velada insoportable. La puerta se abrió con lentitud a causa de su peso y el niño esperó con cada de póquer. Cuando la rendija fue suficientemente ancha para pasar, entró en el largo vestíbulo dorado con arañas en el techo y una alfombra roja en el suelo. Recorrió los veinte metros de vestíbulo y entró en el gran salón que ya estaba infestado de demonios. 

Vio que el duque estaba rodeado de sus más fieles aliados. Su hijo primogénito y heredero de todo, Orias, estaba a su derecha bebiendo sangre de una copa de cristal. A su izquierda estaba el comandante Beleth con su traje negro impoluto y una espada ancha y larga colgada a su espalda entre sus alas. Había más demonios a su alrededor que él no conocía ni deseaba conocer. 

Miró a su alrededor buscando algún lugar solitario en el que situarse y esperar a que la fiesta terminase y pudiese irse de nuevo a su casita junto a Marduk. Frunció los labios mientras caminaba entre el gentío. No había ningún lugar lo suficientemente apartado para poder situarse y estar a solas. ¿Y ahora qué? Tendría que actuar deprisa si no quería que su hermano Guta lo encontrase. No quería que volviese a pegarle hasta que le hubiese dejado ensangrentado, amoratado, humillado y dolorido para una semana. La última vez le rompió los dedos y estuvo dos semanas sin poder tocar el piano.

Fue una experiencia horrible que prefería evitar.

Alguien le dio un golpecito en el hombro y sintió que todo él se tornaba tan helado como un cubito de hielo. No podía ser que Guta le hubiese localizado ya. ¿Y si echaba a correr? No, no sería buena idea. Si armaba alboroto su padre le castigaría más cruelmente de su hermano mayor. Se iba a zafar del contacto cuando se percato que no era Guta sino Caym, su otro hermano.

- Hola Araziel - le saludó con simpatía. Caym era el único de sus hermanos que solía portarse bien con él y no lo menospreciaba en exceso.

Caym era muy alto con un cuerpo fibroso que muchos envidiaban. Era el demonio más bello del infierno y casi todos le deseaban con fervor. Su cabello azul eléctrico acentuaba su tez blanca con vetas negras y sus ojos azabache, aunque pequeños, estaban bordeados de unas largas y espesas pestañas. Sus labios carnosos eran la comidilla de todas las diablesas.

El niño hizo una inclinación de cabeza incapaz de hablar a causa del tremendo alivio que le recorrió por entero.

- Será mejor que te escondas rápidamente. Guta no tardará en llegar y no está de muy buen humor estos días. A tenido un encontronazo con un demonio demasiado poderoso para él y está que trina.

¿Alguien más poderoso que Guta le había dado su merecido? ¿Quién había impartido justicia? Necesitaba saberlo.

- ¿Quién a sido?

Su hermano sonrió y le revolvió el pelo con una sonrisa maliciosa en los labios.

- Un demonio que aún está en la pubertad pero que apunta maneras. El señor Satanás espera mucho de él. Se llama Samael.  

Samael.

Sí había escuchado cosas de él. Era el hijo mayor de Furcas uno de los comandantes más prestigiosos de todo el infiero. Furcas era un demonio gigantesco de piel oscura y con unas alas robustas y fuertes que provocaban fuertes vendavales. Siempre iba acompañado de su monstruosa lanza con restos de sangre en la hoja. Se decía que Samael poseía más talentos que su padre y que su poder era grandioso para ser tan joven. También era un libertino de cuidado para su corta edad de veinticinco años.

Caym dejó de revolverle el pelo y le señaló un lugar apartado. Se encontraba al fondo del salón y había una figura solitaria envuelta en la penumbra.

- ¿Por qué no te escondes allí? - le propuso. Araziel frunció el ceño sin tenerlo claro. El demonio que estaba allí anclado desprendía una esencia aterradora y muy inquietante. Seguro que era un demonio mayor.

- No sé, hay un demonio allí.

Su hermano ensanchó más la sonrisa.

- Seguro que no le importará y ni se percatará de que estas allí. Yo de ti iría ya antes de que te vea Guta.

Araziel sintió un escalofrío en la nuca y se dio la vuelta. Su hermano mayor acababa de llegar con su mirada arrogante y sus ojos morados turbios y llenos de ira. Me está buscando - pensó aterrorizado. Lo sabía sin necesidad de que nadie se lo dijese. Podía palparlo en el aire, en su paladar y es su cuerpo. Era mejor hacerle caso a Caym si querías salir indemne aquella noche.

Se despidió de su hermano con un movimiento rápido de cabeza y se apresuró a llegar al rincón donde se encontraba aquel demonio más sombrío de lo que era habitual. Utilizando a la multitud para que Guta no le localizase, se escurrió entre las sedas y terciopelos hasta el recóndito lugar en penumbra. Con los nervios a flor de piel se pegó a la pared y se sentó apretando las rodillas contra su pecho. Ahora solo cabía esperar a que todo pasase y que su hermano no le encontrase.

- ¿De qué te escondes pequeño? - le preguntó una voz melodiosa.

Araziel alzó la cabeza de entre sus rodillas y miró al esbelto demonio que estaba allí antes que él. Ahora que estaba cerca de él podía distinguir sus facciones y se quedó sorprendido. Nunca había visto a otro demonio como él. Tenía una belleza joven, dura, poderosa y afilada como el filo de una espada. Su cabello negro con mechones blancos le llegaba hasta las rodillas y lo llevaba sujeto a la altura de los omoplatos con una cinta de cuero. Su rostro era alargado y anguloso y poseía unas cicatrices negras en cada mejilla como si fuesen los cortes de una espada ardiente. Sus ojos remarcados con khol, estaban inundados de unas espesas pestañas y cada uno de ellos era de un color distinto: el derecho era dorado como el resplandor de un rayo de sol y el otro era de un profundo azul nocturno. En sus orejas llevaba unos pendientes en forma de pinchos. Vestía completamente de cuero negro y sobre los hombros llevaba una basta capa gris. En su espalda descansaban cuatro deslumbrantes alas negras con un resplandor dorado como el fuego.

Jamás había visto nada semejante y estaba completamente fascinado. 

Aquel demonio era más hermoso que su hermano pero aquel te producía un terror irracional y las ganas de salir corriendo, cosa que no poseía Caym. La belleza de aquel demonio era semejante a la de la preciosa señora de las diablesas -o mujeres demonio - Lilith.

El pequeño, completamente anonadado, solo podía mirar al desconocido. El demonio se acuclilló al lado del niño y le miró fijamente. Su mirada tan penetrante escocía y tuvo ganas de apartar la mirada. Pero no lo hizo. Marduk le había enseñado que era de mala educación apartar la vista y que también era sinónimo de debilidad. El desconocido le sonrió con una mezcla de curiosidad e interés.

- Eres el hijo menor de Abigor ¿cierto? - Él asintió -. ¿Cómo te llamas?

- Araziel - respondió intentando encontrar su voz. Tenía un profundo mal sabor de boca.

- ¿De quien te escondes Araziel?

El niño se sintió estúpido. No pudo evitarlo. ¿Cómo sabía él que se estaba escondiendo? ¿Tan evidente era el miedo que le tenía a su hermano mayor? Quiso demostrar que no era ningún cobarde.

- Yo no me estoy escondiendo de nadie ¿y usted?

Aquel arrebato hizo que el demonio adulto parpadease y se echase a reír. Su risa era como el repiqueteo de una campanilla y al niño le gustó su sonido. No sabía por qué pero le recordó a la risa de su madre. El demonio dejó de reír pero no borró la sonrisa divertida de su rostro.

- Has sido muy perspicaz al pagarme con mi misma moneda. Aunque tengo que decirte que yo no me estoy escondiendo exactamente. Más bien me he aislado del tumulto.

- ¿Por qué? - Estaba convencido que aquel demonio era poderoso y estaría en un alto escalafón en la jerarquía demoníaca. Posiblemente trabajaría para el señor Satanás.

- No me gusta ser el centro de atención y que me hagan la pelota con halagos y más halagos. Llega un momento que esas farsas acaban con tu paciencia.

Araziel asintió imaginando lo que él sentiría si le hiciesen lo mismo. Sí, también acabaría con los nervios de punta igual que le pasaba a su padre. El demonio dejó escapar un suspiro y se sentó al lado del niño.

- ¿Y bien? Yo te e confesado que hago aquí. Ahora te toca a ti.

El pequeño se miró la palma de las garras recordando el dolor que sintió cuando Guta le rompió cada dedo uno a uno.

- Estoy evitando a uno de mis hermanos - confesó a media voz. El demonio enarcó una ceja negra completamente perfilada. Araziel le miró por el rabillo del ojo y vio que tenía las manos en forma humana en vez de las garras demoníacas. La piel del dorso de sus dos manos estaban llenas de tatuajes intrincados en forma de líneas y runas.

- Supongo que quieres evitar problemas - comentó el desconocido. El niño se encogió de hombros con una opresión en su pecho.

- Si.

El demonio de extraños ojos asintió y le puso una mano en la cabeza. El contacto de aquella mano tan grande le trasmitió comprensión. Cuando apartó la mano - demasiado pronto para el gusto del pequeño -, Araziel sintió que había ganado y perdido algo dentro de él.

- Tienes un gran potencial dentro de ti Araziel, no deberías desperdiciarlo por temor. A la larga el ser evasivo no soluciona la crueldad que imparte el infierno.

Esas palabras hirieron al niño que miró con furia al desconocido demonio.

- ¡Él es mayor que yo y más fuerte! Estoy cansado de que me golpee y no quiero que vuelva a partirme los dedos - dijo más despacio y con la voz apagada.

Se hizo el silencio entre los dos hasta que escucharon los pasos de demonios acercándose a ellos. Un corpulento y bajito demonio que Araziel reconoció como Paymon - maestro de ceremonias y sirviente del gran señor - iba acompañado de su padre Abigor y de su hermano Orias entre otros. Araziel se levantó como un resorte y miró a su padre con profunda seriedad e intentando esconder su miedo. Abigor le dedicó una mirada sombría y furibunda llena de reproche. La misma que le mostraba cuando hacía alguna travesura inaceptable. El niño trago saliva mientras Orias se mordía el interior de la mejilla.

Todos clavaron la mirada en el demonio que aún permanecía sentado y Paymon le hizo una reverencia.

- Mi señor Satanás: el duque y su séquito han querido venir a saludarle.

Araziel palideció y no se atrevió a mover los ojos. Aquel demonio era Satanás, el creador de la raza de los demonios y él le había hablado con petulancia y de tu. ¿Pero cómo iba a saber que era él si jamás le había visto antes? Su hermano lo había sabido desde el principio. Ahora entendía aquella sonrisita dibujada en sus labios seductores. Maldito fuera. Que el ángel de la muerte se apiadase de él.

Satanás se levantó del suelo y le pasó su brazo derecho por los hombros. Araziel se quedó más quieto que una estatua incluso dejó de respirar.

- Es muy amable por venir a saludarme y por haberme invitado a su hogar.

Abigor le hizo una profunda reverencia a Satanás y fijó unos segundos la mirada en el brazo del señor de todos que reposaba en los hombros flacos de su hijo menor. No pareció gustarle demasiado. 

- Me alegro que haya decidido aceptar mi invitación. Espero que esté disfrutando de la velada y que nadie le esté perturbando. - Miró a Araziel intensamente y el niño pudo leer en sus ojos lo que estaba pensando su padre: como hayas molestado a Satanás te torturaré hasta que te haya extirpado todos los dientes y todas las plumas de tus alas.

La respiración de Araziel se agitó.

- He estado un poco aburrido hasta que vuestro hijo ha venido para hacerme compañía. La verdad es que tiene un hijo precioso y con mucho potencial. Se parece mucho a Asbeel.

El rostro del duque se ensombreció y apartó la mirada. Las palabras del señor Satanás le habían incomodado y la sangre le hervía sin control bajo las venas. Satanás se apartó de Araziel y se acercó al duque.

- Me temo que tengo que retirarme. Hay asuntos que requieren mi atención.

- Por supuesto señor - dijo Abigor con la voz entrecortada.

El señor de los demonios dio unos pasos - con Paymon a su lado y con su padre y su séquito a su espalda - pero se detuvo para mirar a Araziel una última vez.

- Adiós Araziel. Espero volver a verte pronto. - Dicho esto se marchó con los demás tras de si.

El niño se quedó solo y no apartó la vista de la alta figura de Satanás. Había hablado con el señor del infierno e incluso lo había defendido ante su padre. Una extraña emoción recorrió todas las células de su cuerpo. Y ese fue su error, bajar la guardia cuando Satanás había sido el centro de atención de todos. No se percató de que su hermano Guta le había localizado y que se acercaba a él con deleite. Cuando supo de su presencia fue demasiado tarde. Guta lo agarró con fuerza del brazo y tiró de él sin compasión. 

- Hola hermanito - le saludó alegremente -. Tenía muchas ganas de verte.

A Araziel lo invadió el pánico y comenzó a resistirse y a intentar soltarse de su hermano. Pero Guta era terriblemente fuerte y tiraba de él como si fuese un muñeco. Su hermano lo sacó sin contemplaciones del salón y lo llevó al jardín. Sin soltarle todavía, le propinó una patada en la espalda y dejó que cayese por su propio peso al suelo. Una vez tendido he indefenso, Guta le pisó la cabeza y restregó su zapato sin cesar en su cuero cabelludo. Araziel clavó las uñas en la tierra dura del jardín e intentó levantarse y sacarse a su hermano de encima.

Pero no pudo.

El pie de Guta continuó aplastándole la cabeza contra el suelo y la boca se le llenó de tierra y polvo.

- ¿Sabes que eres más inteligente de lo que creía? - dijo su hermano clavándole el grueso tacón de su bota -. Te habías reunido con el señor Satanás en secreto. ¿Qué buscas? ¿Qué te conceda el título de príncipe del infierno? - Se echó a reír estruendosamente mientras Araziel se mordía sin querer el interior de la mejilla y la boca se le llenó de sangre. Una piedra se estaba clavando muy cerca de su ojo izquierdo.

- Nunca conseguirás nada hermanito - continuó con su voz gutural llena de rabia ciega -. No eres nada Araziel.

Sin dejar de pisarle la cabeza, su hermano cogió su ala derecha con las dos manos. El niño comenzó a temblar y el pánico hizo que se resistiese con más ímpetu. Tenía que soltarse. Tenía que zafarse de él si no…

Un tirón, un chasquido y un dolor insoportable. Araziel gritó cuando Guta le rompió los huesos y las articulaciones de su ala. Se le saltaron las lágrimas y todo él comenzó a sudar como un cerdo en un espetón sobre un fuego abrasador. Algunas plumas cayeron a unos centímetros de su mejilla. ¿Por qué tenía que vejarlo de aquel modo? ¿Por qué aquel desprecio? Eran hermanos por parte de padre, una parte de ellos mismos eran iguales. No lo entendía, no podía comprenderlo. Los demonios de una misma familia se odiaban entre sí, era normal que hubiesen odios ¿pero agresiones? Casi nunca. Entre ellos se tenían que proteger de los distintos clanes rivales y las deferencias eran debilidades que podían utilizar en tu contra. Pero a Guta no parecía importarle. Él solo quería hacerle sufrir y, algún día, matarle.

Y aquel día parecía haber llegado.

Pero él no quería morir así. Indefenso y humillado. No, él no quería morir así.

Algo dentro de él pareció cobrar vida y una onda de energía salió de su cuerpo y la presión de su hermano desapareció. Araziel se incorporó pesadamente con los ojos inyectados en sangre y vio a Guta de espaldas contra el suelo. El niño se pasó el dorso de la mano por la frente para secarse el sudor y la sangre que caía desde el corte que su hermano le había hecho en la cabeza con su bota.

Guta se enderezó y le enseñó los dientes. Las fosas nasales se le habían dilatado y daba resoplidos como un toro enfurecido. Pero en su mirada había sorpresa y desconcierto. ¿Cómo a podido liberarse de mí? - estaría pensando. ¿Cómo a podido hacerlo?

Araziel se puso en pie y vio la sombra de su ala rota. Estaba en un ángulo extraño y estaba goteando sangre. Guta le imitó y sus dos colas se movieron restallando en el aire y soltando chispas al igual que sus ojos morados.

- Te arrepentirás de esto estiércol -. Guta cogió carrerilla apretando la mandíbula y fue a por él con la garra preparada para atravesarle el pecho. 

Araziel cerró los ojos esperando el final.

Un golpe sordo hizo que abriese los ojos y lo que encontró ante él hizo que separase ligeramente los labios llenos de tierra. Frente a él había un joven demonio bien vestido y con el cabello castaño claro - como el color de la canela mezclada con azúcar - corto peinado hacia atrás. Tenía las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones de pinza. Su ancha camisa con chorreras le daban un aire exquisito y a la vez indolente. Peligroso. Pero lo que más le llamó la intención fueron el color de sus ojos. Eran de color blanco perla.

Aquel demonio era Samael.

El recién llegado se acercó a Guta que estaba en el suelo y parecía incapaz de levantarse. Samael le propinó una patada y de la boca de su hermano saltaron dientes con sangre de propina. El joven demonio le dedicó una sonrisa al caído y le propinó un fuerte pisotón en el brazo. Araziel pudo escuchar el chasquido de los huesos al romperse.

- Tendría que darte vergüenza el medir tus poderes con un simple niño - dijo Samael con una dulzura sarcástica -. Es mejor medirte con alguien de tu condición o superior ¿no crees? 

Guta dejó escapar un gruñido teñido de humillación y dolor antes de caer en el trance del dolor.

Samael escupió sobre su hermano y se acercó a él. Araziel dio un paso atrás he intentó planear una forma de huir. ¿Pero cómo saldría de allí. No podía volar y aún no sabía materializarse en otros lugares. ¿Qué le quedaba entonces? ¿Gritar? Algo le tendría que valer el ser hijo de un duque y que además era dueño de la casa. Pero no hizo falta nada de eso. 

Samael le miró con compasión y le sonrió. Aquella sonrisa se grabó en el interior del niño y sintió una especie de conexión con aquel demonio.

- ¿Estas bien pequeño? - le preguntó.

Él, completamente mudo, solo atinaba a mirarle. Estaba demasiado sorprendido y dolorido como para poder reaccionar. Por primera vez alguien que no era Marduk le había ayudado. Alguien se había preocupado por su bienestar.

¿Qué pasó después? Samael lo sacó del jardín y lo llevó a una habitación vacía. Allí le curó su maltrecha ala con sus poderes y el corte de su cabeza, algo que no solía hacerse por otro ser demoníaco. Y aquello selló la relación de los dos. Curar a alguien que no fuese uno mismo era una clara muestra de afecto. De amistad.

A partir de ese día Samael y Araziel forjaron una amistad que perduraría a pesar de todo. Aunque Samel le traicionase, Araziel siempre le agradecería los años que pasaron juntos. Sus idas y venidas y las ayudas de su amigo para evitar los maltratos de su padre y de sus hermanos. Gracias a Samael decidió hacerse fuerte, despertar el potencial oculto que dormía en su interior. No volvería a dejarse pisotear ni humillar mientras le quedase aliento. 

Aquella noche juró que sería un demonio mayor y que lucharía para ser nombrado príncipe en el infierno y ser más importante que su padre y todos sus hermanos juntos. Solo tenía ocho años pero tenía muchos por delante para lograrlo.

De vuelta a su casita y abrazado a Marduk, juró no volver a ser débil. 

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