El castillo de las almas ( Am...

By sterbj

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El dí­a de la boda de su hermana, Nalasa es sacada a bailar por un apuesto joven desconocido. Es alto, rubio... More

Capitulo uno
Capitulo dos
Capitulo tres
Capitulo cuatro
Capitulo cinco
Capitulo seis
Capitulo siete
Capitulo ocho
Capitulo nueve
Capitulo diez
Capitulo once
Capitulo doce
Capitulo trece
Capitulo catorce
Capitulo quince
Capitulo dieciseis
Capitulo diecisiete
Capitulo dieciocho
Capitulo diecinueve
Capitulo veinte
Capitulo veintiuno
Capitulo veintitres
Capitulo veinticuatro
Capitulo veinticinco
Capitulo veintiseis
Capitulo veintisiete
Capitulo veintiocho
Capitulo veintinueve
Capitulo treinta
Capitulo treinta y uno
Capitulo treinta y dos
Capitulo treinta y tres
Capitulo treinta y cuatro
Capitulo treinta y cinco
Capitulo treinta y seis
Capitulo treinta y siete
Capitulo treinta y ocho
Capitulo treinta y nueve
Capitulo cuarenta
Capitulo cuarenta y uno
Capitulo cuarenta y dos
Capitulo cuarenta y tres
Capitulo cuarenta y cuatro
Capitulo cuarenta y cinco
Epilogo

Capitulo veintidos

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By sterbj

El dolor que nos hace fuertes

Aún no sabía que fuerza poderosa fue la que la arrastró a seguir a la mujer demonio, pero allí estaba al lado de Naamah con Samael frente a ella. Araziel, con un aspecto deplorable, estaba tras el demonio de ojos perla y tras él Marduk y Jezebeth con los ojos muy dilatados y los músculos hinchados. La piel del rostro se les había llenado de vetas moradas y había oscurecido.

Samael dejó escapar una risotada macabra y puso lo brazos extendidos dejando a la vista su pecho desprotegido. Miró a Naamah entrecerrando los ojos.

- Vamos querida, entierra el puñal en mi pecho. Como puedes ver no estoy dispuesto a ofrecer demasiada resistencia.

La respiración de la diablesa se agitó de un modo casi imperceptible y aferró con más fuerza el mango de su puñal. Se le pusieron los nudillos blancos.

- Preferiría ahorrarme el mancharme con tu sangre viscosa - le replicó ella dignamente.

- Siempre te a encantado el sabor de mi sangre y todo lo referente a mí mismo. Así que no mientas y sé sincera contigo misma: no quieres hacerme daño, es más; jamás me atacarías aunque te arrancara la cabeza y destruyera todo lo que te importa.

Un gruñido animal y lleno de rabia reverberó en la lujosa y espaciosa habitación. La figura aterradora y aumentada de Jezebeth se precipitó contra Samael y lo empotró contra el suelo donde le propinó un fuerte puñetazo. La sangre brotó por la nariz rota del demonio mientras sus labios seguían dibujando una sonrisa lobuna. Jezebeth golpeó otra vez el rostro de Samael y cuando lo iba a golpear por tercera vez, Araziel le aferró de la muñeca con conmensurable esfuerzo.

- Es suficiente Jezebeth, no quiero derramamiento de sangre inútil entre mis amigos.

Naamah se acercó a Jezebeth y le agarró por el otro brazo con los ojos brillantes por algo más que la humillación.

- Déjalo Jezz no vale la pena.

El herido se levantó del suelo y se pasó una mano por la cara amoratada y sangrante. Cuando retiró la mano, su rostro volvía a ser el de antes a excepción de la sangre que le mancillaba la piel. Nalasa, estupefacta, se pegó contra la pared. Era increíble que se hubiese curado tan deprisa. ¿Qué tipo de poder oculto poseía aquel demonio?

- Eso - dijo Samael con voz burlona - déjalo Jezz porque no podrás conmigo. Tus puñetazos parecen los golpes de una niña babeante de tres años.

Los tres demonios miraron a su compatriota aguantándose las ganas de molerlo a golpes y para ver eso no hacía falta tener demasiada vista. Marduk apareció al lado de Nalasa y se colocó muy cerca de ella en actitud protectora.

Araziel soltó la muñeca del cocinero y se acercó un paso a Samael.

- Creo que es mejor que te marches de mi castillo por una temporada Samael. No toleraré más problemas.

El susodicho se limpió la sangre de su rostro con un pañuelo de seda del bolsillo de su chaleco.

- Así que te pones en mi contra - le recriminó el demonio. El señor del castillo asintió.

- Ellos son mi familia, los que han estado a mi lado en los momentos más insoportables de mi existencia.

- ¿Y yo que soy Araziel? - quiso saber tirando el pañuelo a un lado. Nalasa se acercó a la espalda de Marduk y aferró entre sus dedos la manga de la chaqueta del mayordomo. En el aire se respiraba demasiada tensión y estaba comenzando a marearse.

- Yo estuve a tu lado desde que éramos niños - prosiguió -. Siempre te liberaba de las ataduras y de los rencores de tu padre.

- Y siempre te estaré agradecido por ello, pero la amistad es algo más que sentirse en deuda.

Samael comenzó a asentir con la cabeza lleno de perplejidad. 

- Está bien.

El demonio miró a los presentes y taladró con absoluto rencor a Nalasa que no pudo evitar temblar cuando la recorrió un escalofrío siniestro en la base de la espalda. Esto no quedará así, parecía estar diciéndole con la mirada. Tú y yo tenemos un asunto pendiente.  Samael se volvió hacia Araziel.

- Si crees que lo que acaba de pasar son problemas prepárate para la guerra.

Y sin decir nada más desapareció envuelto en un halo de humo denso con olor a azufre.

El aire enrarecido y ponzoñoso que había inundado la habitación, pareció desvanecerse poco a poco mientras los ánimos de los presentes iban recobrando algo la normalidad. Jezebeth  y Naamah fueron los primeros en marcharse con los brazos entrelazados. La diablesa sollozaba y Jezebeth parecía consolarla.

Nalasa también deseó marcharse pero sus pies se mantenían anclados en el suelo. A su lado, Marduk le dedicó una media sonrisa antes de ir al lado de su señor.

- ¿Os encontráis bien amo? - le preguntó a Araziel con preocupación honesta. El demonio rubio asintió con la cabeza mientras seguía sin mirarla.

El corazón de la muchacha pareció encogerse. Tenía que marcharse de allí cuanto antes. Sabía que no era bienvenida a los dominios de Araziel. Ella lo había vuelto a alejar de su lado al entregarle sus sentimientos y su amor.

Pero lo cierto es que no quería marcharse. 

No quería volver a estar separada de Araziel por amarle.

Marduk se volvió hacia ella de nuevo y le ofreció su mano elegante.

- La acompañaré a su dormitorio.

Nalasa negó con la cabeza.

- Necesito hablar con Araziel.

El mayordomo hizo un gesto de asentimiento y miró a su señor. Araziel estaba estático en el sitio dándole la espalda a los dos.

- Déjanos solos Marduk - dijo finalmente el demonio.

El mayordomo no parecía tenerlas todas consigo y parecía dudar de si obedecer o no.

- ¿Estáis seguro?

- Siempre estoy seguro de lo que ago.

Marduk apretó los labios para no dar su propia opinión y se marchó cerrando la puerta sin hacer ruido.

Nalasa, se dejó caer con suavidad hacia el suelo y se abrazó por los codos. Ahora que había dado el paso más difícil, se sentía desfallecer y carente de toda valentía. Puede que hubiese cometido otro error al quedarse y no aceptar el ofrecimiento del mayordomo.

- Parece que hoy no es el día para ninguno de los dos - dijo Araziel rompiendo el silencio incómodo.

- Supongo que no - convino ella exhausta. 

Araziel por fin dio media vuelta y la miró. Parecía tan indefenso y desvalido que el corazón de la muchacha se llenó de desazón. Como deseaba envolverlo entre sus brazos y absorber lo que fuese que cargaba en su conciencia. El demonio se acercó a ella y se sentó a su lado aunque con una separación considerable. Nalasa expulsó el aire por la nariz y cerró los ojos unos momentos.

- Estas agotada deberías irte a dormir.

Ella hizo un amago de sonrisa y abrió los ojos de par en par.

- ¿Tanto te molesto?

La pregunta salió de su boca antes de que su cerebro se parase a pensar si tendría que hacerla o no. Los sentimientos que la invadían estaban comenzando a tomar el control de su razonamiento. El cansancio y la extenuación le estaban pasando factura. El demonio se pasó una mano por su deslustrado cabello rubio y se colocó un mechón tras la oreja.

- Es demasiado complejo para que llegues a entenderlo - dijo Araziel con un extraño tono de voz. Él también parecía terriblemente cansado.

- Tampoco estas dispuesto a molestarte a explicármelo. ¿Quién sabe? Quizás te dé una sorpresa y si que logre comprenderlo.

Araziel hizo un sonido de fastidio con la boca y cruzó las piernas.

- ¿Por qué te empeñas en revolver en mis heridas?

- Quizás porque quiero curártelas.

- ¿Y si yo no pretendo ser curado? ¿Y si prefiero seguir así hasta el fin de mis días?

¿Por qué se empeñaba en ser tan tajante y anularse por completo? ¿Por qué se obstinaba a esa soledad autoimpuesta y a esa autotortura? 

Los brazos de Araziel la acercaron a su cuerpo masculino y la abrazó con fuerza rayando la desesperación. A la joven comenzó a faltarle el aire. No me abraces - quería gritar a pleno pulmón -. No me abraces para luego abandonarme a la fría soledad del mundo.

- Eres demasiado buena Nalasa, te mereces algo mejor que yo.

¿Y si ella no quería nada mejor? ¿Y si su corazón le había escogido a él por encima de todo?

- Te juro que desharé la maldición que pesa sobre ti y podrás volver a mezclarte con los tuyos. ¿Qué te parece vivir en la ciudad de Hllowhill? Es la capital de la moda y allí están los mejores jóvenes casaderos. Allí encontrarás un buen marido.

Nalasa sintió como su corazón se revelaba y como sus mejillas se encendían a causa del hervidero que era su sangre en las venas. Se apartó a empujones del cuerpo de Araziel y deseó abofetearlo.

- Yo no quiero vivir en Hllowhill ni en ninguna otra parte que no sea aquí. ¿Qué pasa? ¿Me estas echando como a Samael?

El demonio pareció ofendido y se paso la lengua por los labios.

- Por supuesto que no te estoy echando. Puedes permanecer aquí tanto tiempo como gustes.

- ¿Entonces por qué hablas de que me vaya a otro sitio y de que me case?

Araziel se pasó los dedos por la sien para masajeársela.

- Algún día tendrás que marcharte y proseguir con tu vida. Este no es lugar para los humanos.

Aquella excusa era muy pobre.

- ¿Por qué?

Aquel mísero por qué pareció hacer estallar el autocontrol de él.

- ¡Porque llegará el momento en que estar juntos llegará a ser insoportable! Nunca podré darte lo que deseas y llegarás a maldecirme y a odiarme hasta el fin de tus días y no deseo cargar con ello hasta mi propia muerte.

Ella también perdió su autocontrol y se levantó del suelo echando chispas.

- ¿¡Cuantas veces tengo que repetirte que yo jamás te odiaré!?

Él también se levantó.

- ¡Nunca puedes decir de esta agua no beberé!

- ¡Que otra te odiara no significa que yo haga lo mismo!

Al salir aquella frase de sus labios todo cobró sentido. El rostro de Araziel se ensombreció y todas las piezas del rompecabezas encajaron a la perfección. Había habido otra mujer en su vida, o mejor dicho, en su pasado y esa mujer había odiado a Araziel. Tenía miedo de que se repitiese la misma historia.

El demonio le dio la espalda y concentró su mirada en algún punto de la habitación en penumbra.

- Merecí aquel odio - murmuró con la voz apagada y resignada -. Merecí incluso más que su simple odio.

- Nadie se merece ser odiado - dijo Nalasa alargando la mano para tocarle. Él rehuyó su contacto.

- ¿Ni siquiera cuando te traicionan? ¿Ni siquiera cuando te utilizan para herir a otro a base de que te torturen? Yo condené al amor de mi vida por haberme cruzado en su camino. La engañé creyendo que jamás sabría lo que yo era y me engañé a mi mismo creyendo que nada ensombrecería la devoción que sentía por ella. Pero me equivoqué.

Nalasa quiso decir algo para reconfortarle y hacerse la heroína. Pero no encontraba nada para decir y ante aquella situación ella no era capaz de imaginar qué sentiría al respecto. Puede que también fuese victima del odio y que todo su amor se corrompiera y se transformara en un veneno mortal que la corroyese por dentro.

- Yo la condené a muerte por amor. Mi amor egoísta la llevó al sufrimiento e hizo que su alma se perdiese para siempre. ¿Quién era yo para condenarla? ¿Quién era yo para arrebatarle su futuro? ¿Solo por amarla tenía derecho a hacerla mía? Ella me entregó todo su ser y yo la traicioné de la peor manera: la puse en el punto de mira de mi enemigo.

El demonio acarició la mejilla húmeda de Nalasa y acarició sus labios como si fuesen pétalos de flor.

- ¿Lo comprendes ahora? ¿Entiendes por qué no quiero aceptar lo que sientes y lo que siento? Los humanos y los demonios no fueron hechos para amarse entre ellos. No fuimos creados para estar juntos.

La joven sorbió por la nariz intentando contener las lágrimas. Comenzaba a dolerle terriblemente la cabeza por llorar tanto.

- Comprendo tus miedos y tus razones pero no tiene porqué suceder lo mismo entre nosotros - dijo con un tinte desesperado en la voz.

- Prefiero no arriesgarme. Tiendo a llenarlo todo de sufrimiento ¿no te ha bastado con tu maldición? Aunque no me lo hayas dicho sé que fue por mi culpa.

Ella negó con la cabeza y le tomó de la mano.

- Eso no es cierto - mintió.

- Lo es. Envié a dos diablillos hydrus a que investigaran al sacerdote de Sanol y allí descubrieron el por qué de tu estado actual. Fue por mi actuación el día de la boda de tu hermana.

Así que ya lo sabía todo. Entonces quizás ya nada tuviese sentido al igual que no tenía sentido intentar perseguir el deseo de su corazón. De todos modos estaba destinada a no alcanzarlo nunca si las palabras de Jioe eran ciertas:

y tú jamás conseguirás alcanzar el gran deseo que oculta tu corazón. 

Entonces lo mejor era marcharse.

Marcharse de nuevo de un lugar que había sido un acogedor hogar.

- Nada es para siempre Nalasa. Algún día las cosas tienen que acabar.

- ¿Crees que eso me consuela? - le preguntó apretando la mandíbula -. ¿Crees que me consuela el hecho de volver a perder? ¿Por qué siempre tengo que perder?

- Volverás a amar - le aseguró -. Conocerás a alguien que te ame como mereces y te olvidarás de mí. El dolor que sientes te hará fuerte.

Ella sonrió con sarcasmo.

- Sí, por supuesto. Es tan fácil para ti decirlo. Es tan fácil hablar así cuando alguien se a rendido.

Araziel apartó la mirada.

- No me he rendido: me he resignado.

- ¿Acaso no es lo mismo? ¿Acaso el conformismo te hace ser menos cobarde? ¿Por qué te engañas a ti mismo y no te concedes el beneficio de ser feliz?

Sin poder soportar más el coraje ardiente que impregnaba su corazón, Nalasa se puso de puntillas y besó los labios entreabiertos de Araziel. Él no se resistió y la abrazó por la cintura estrechándola contra su pecho y correspondiendo su beso. Entre beso y beso el fue necesitando más de ella y deseando todo lo que ella le ofrecía sin resistencia.

Sin esfuerzo, la tomó en sus brazos y la llevó hasta la cama para ponerla contra el colchón de plumas. Cuando los dos se separaron para poder volver a respirar, brotaba una lágrima solitaria del ojo izquierdo de Araziel.

- No puedo Nalasa ¿por qué me haces esto? ¿Por qué herirnos de este modo? Hagamos lo que hagamos todo será inútil.

- Porque nada es para siempre y antes de que todo acabe quiero entregarte todo lo que hay en mí. Quiero que me ames una vez antes de que todo termine. 

Antes de que el baile de las flores acabara y con él su estancia en el castillo de las almas.

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