El castillo de las almas ( Am...

By sterbj

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El dí­a de la boda de su hermana, Nalasa es sacada a bailar por un apuesto joven desconocido. Es alto, rubio... More

Capitulo uno
Capitulo dos
Capitulo tres
Capitulo cuatro
Capitulo cinco
Capitulo seis
Capitulo siete
Capitulo ocho
Capitulo nueve
Capitulo diez
Capitulo once
Capitulo doce
Capitulo trece
Capitulo catorce
Capitulo quince
Capitulo dieciseis
Capitulo diecisiete
Capitulo dieciocho
Capitulo diecinueve
Capitulo veintiuno
Capitulo veintidos
Capitulo veintitres
Capitulo veinticuatro
Capitulo veinticinco
Capitulo veintiseis
Capitulo veintisiete
Capitulo veintiocho
Capitulo veintinueve
Capitulo treinta
Capitulo treinta y uno
Capitulo treinta y dos
Capitulo treinta y tres
Capitulo treinta y cuatro
Capitulo treinta y cinco
Capitulo treinta y seis
Capitulo treinta y siete
Capitulo treinta y ocho
Capitulo treinta y nueve
Capitulo cuarenta
Capitulo cuarenta y uno
Capitulo cuarenta y dos
Capitulo cuarenta y tres
Capitulo cuarenta y cuatro
Capitulo cuarenta y cinco
Epilogo

Capitulo veinte

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By sterbj

Lo que se necesita para poder sobrevivir

Las estrellas y la luna menguante ya estaban instaladas en el cielo cuando Araziel aterrizó sobre el tejado de pizarra. El demonio hizo desparecer sus alas y se sentó sobre el tejado sin soltar a Nalasa que se quedó entre sus brazos y sentada sobre su regazo.

Se sentía tan bien estando recostada sobre su pecho que no quería separarse de él. Al menos no aquella noche cuando más le necesitaba. El corazón le latía fuertemente y  aunque el pecho de Araziel estaba inerte, el suyo parecía latir por los dos.

El demonio acarició su cabello despeinado y a Nalasa la invadió una tranquilidad abrumadora que consiguió que sus ojos dejasen de derramar lágrimas amargas.

Ninguno de los dos había abierto aún la boca, pero todavía no había llegado el momento de hablar. ¿Cómo atreverse a romper aquel silencio que les unía hasta límites insospechados? ¿Cuándo un silencio había dicho más que mil palabras? 

Una ráfaga de viento hizo que la joven tiritase y el cuerpo del demonio se tensó. Alejando sus poderosos brazos de ella, se quitó la chaqueta y se la pasó por los hombros. Ella se sonrojó y le sonrió con timidez. A pesar de que estaba sucia de hollín, Araziel no se alejaba de ella y le ofrecía su chaqueta. Era muy atento y eso hacía que el alma de la muchacha se llenase de un dulzor parecido a la miel. Toda ella se volvía como un terrón de azúcar entre sus brazos.

 - Muchas gracias - dijo ella rompiendo el silencio impuesto entre los dos. Había llegado el momento de hacerlo, ya no podía prolongarse más.

El demonio la miró con las facciones de su rostro serio y con sus ojos grises brillantes.

- ¿Por qué te has ido corriendo del castillo sin decirle nada a nadie? ¿Sabes lo preocupados que estaban todos cuando no te han encontrado por ninguna parte?  - la estaba regañando y ella aguantó su mirada sin apartarla ni un instante. Era cierto, había sido una insensata por haberse marchado tan precipitadamente. Pero Samael había sido tan cruel y era una cuestión vital que ella se cerciorase de que le estaba diciendo la verdad.

- Siento que os hayáis preocupado pero… es que…

- ¿Es que qué? - le urgió él.

Nalasa le miró algo perdida. ¿No sabía nada de su conversación con Samael? ¿Nadie la había visto mientras conversaban en el jardín? Un escalofrío le recorrió la espalda y, muy lejos, tras Araziel, distinguió una figura humana con alas. Samael les estaba observando en la distancia y sabía que la estaba fulminando con la mirada. ¿La querría amenazar en la lejanía o ponerla a prueba? Fuese lo que fuese haría lo que le dictase el corazón y la razón.

- Necesitaba comprobar una cosa - le respondió a Araziel apartando la mirada de sus profundidades grises.

- ¿El qué?

Parecía tan enfadado y desesperado que se le aceleró la respiración. Se aferró con más fuerza a la manga de la camisa de seda de él.

- Necesitaba comprobar si todo seguía igual - le explicó manteniendo parte de la verdad oculta.

- ¿En qué sentido?

Aunque le dolía tuvo que seguir mintiéndole en parte. No le diría nada sobre su conversación con Samael. Aquello era algo entre el demonio de ojos como perlas y ella. 

- No lo sé - mintió -. Quizás solo quería volver a ver mi casita.

Él asintió mientras le acariciaba la espalda bajo la chaqueta.

- Eso me imaginé y por eso salí a buscarte al pueblo. Pero estabas… - no terminó la frase esperando a que ella le explicase.

- Sobre los restos de mi casa. La han quemado para limpiar mi pecado hacía el gran Dios. - Su voz sonó tan vacía y carente de expresión que, por unos instantes, pareció que otra persona había hablado. Pero no, había sido ella.

Araziel la estrechó con más fuerza contra su pecho y notó su aliento contra su frente. Sus labios estaban tan cerca de su piel y deseaba tanto sentirlos.

- Podrías habérmelo dicho, yo te hubiese llevado.

Ahora le tocaba a ella reprocharle.

- ¿Cómo si hace dos semanas que no te dignas a verme?

El demonio suspiró y escondió su cara en la clavícula de ella. Nalasa le pasó los brazos por el cuello y pasó sus dedos por su melena rubia.

 -¿Tanto te molestó que cantara? ¿Tanto te sigue molestando?

Él no se movió de su postura pero ella notó como su cuerpo se volvía flácido y vulnerable como un niño indefenso.

- No es molestia lo que experimenta mi cuerpo. Tu voz hace que desee cosas que me juré no volver a sentir.

¿Qué quería decir con aquellas palabras? ¿Qué es lo que él sentía cuando ella desnudaba su alma?

- Mi alma está sucia Nalasa - le dijo entre murmullos - y tú estas llena de una calidez que me absorbe y me hace desear más. Pero estoy condenado y no quiero condenarte a ti también. Por eso e intentado mantenerme alejado.

Araziel alzó la cabeza y Nalasa dejó que sus manos se posasen sobre sus anchos hombros. Los ojos grises de él parecían más grandes que nunca y se le notaban las venitas rojas.

- Cuando cantas eres tan sincera que me hieres y a la vez haces que quiera estar a tu lado como si fueses una droga de la que yo soy convicto. Cada vez que estoy a tu lado necesito más de ti, algo que está más allá de la simple amistad. Cuando Naamah a aparecido diciéndome que hacía horas que habías desaparecido y que no te encontraban por ninguna parte… ha sido como si me arrancaran la mitad de mi cuerpo. Por unos instantes angustiosos creí que te habías marchado para siempre. 

La joven tragó saliva mientras su estómago revoloteaba.

- Araziel yo… - él la calló poniendo un dedo sobre sus labios.

- No lo digas Nalasa porque te arrepentirías de ello.

Ella negó con la cabeza.

- Nunca me arrepentiré de lo que siento por ti - le confesó llena de pasión. Lo amaba por como era y por lo que era.

Él le dio un leve beso en la frente y la abrazó de nuevo como si se le fuese la vida en ello. Aquel abrazo le dolió a la joven. El dolor de Araziel le escocía hasta las entrañas.

- Créeme, algún día te arrepentirás y cuando lo hagas yo no seré capaz de levantarme y seguir.

¿Por qué le decía aquellas cosas? ¿Por qué tenían que poner distancia si los dos se querían? No lo comprendía.

- ¿Cómo puedes saberlo? ¿Cómo estas tan seguro de que todo fracasara entre los dos? ¿No podríamos intentarlo?

Araziel le acarició la mejilla con dulzura mientras le dedicaba una sonrisa triste.

- Tú y yo no somos iguales. Yo soy un demonio y tu un ser humano y algún día esa diferencia nos costará todo. Es mejor ahorrarnos el sufrimiento Nalasa. 

Pero ella ya sufría. Estar alejada de él era un tormento para ella. Su lejanía la hería más que ciento de lanzas clavadas en su cuerpo. A ella poco le importaba que fuere cada uno de los dos. Sintió como le comenzaba a faltar el aire y que sus ojos rojos he hinchados querían volver a llorar. Pero no lloró. Estaba tan cansada por todo y parecía haberse quedado sin lágrimas que derramar.

- Ya es muy tarde. Te llevaré a tu habitación para que descanses.

Nalasa se sujetó de nuevo a él mientras Araziel se dejaba caer hasta el balcón que daba a los aposentos de ella. Cuando el demonio la soltó y le abrió la vidriera, la joven vio que habían encendido los candelabros y que sobre la mesa había pan y dulces por si tenía hambre. Un bonito gesto de Jezebeth que era incapaz de digerir en aquel momento.

Lo que más necesitaba en aquel preciso instante no era comida, lo que necesitaba estaba tras ella dispuesto a marcharse y dejarla sola nuevamente.

No podía soportarlo. La palabra le quemaba demasiado para continuar guardándola dentro de ella.

Araziel estaba a punto de marcharse y le estaba dando las buenas noches. Pero ella no escuchaba, ella solo necesitaba decírselo. Él estaba ya de espaldas y sus ojos secos volvieron a llenarse de lágrimas. Y pensar que había sido tan boba de pensar que ya no le quedaba ninguna.

Era ahora o nunca.

- Te amo.

El demonio se detuvo en el aire y dejó escapar un sollozo. La luz de los candelabros de la habitación iluminaron media parte de su rostro cuando se giró para mirarla con expresión dolida y rencorosa. Una lágrima como el diamante cayó por la mejilla pálida de él. Algo que pensó que jamás vería en un ser demoníaco.

- ¿Por qué has tenido que decirlo?

Dicho esto se esfumó y ella se derrumbó con las manos sobre el rostro.

¿Qué otra cosa podría haber hecho cuando la desesperación era tan fuerte?

¿Por qué todo tenía que ser tan difícil?

A su espalda, alguien la llamó por su nombre y ella se precipitó hacia el cuerpo de Naamah sin poder dejar de llorar. La diablesa respondió a su abrazo y la estrechó con fuerza. 

Le pareció que ella también lloraba. Aunque no sabría asegurarlo al cien por cien. A fin de cuentas los demonios no lloraban.

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