El castillo de las almas ( Am...

By sterbj

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El dí­a de la boda de su hermana, Nalasa es sacada a bailar por un apuesto joven desconocido. Es alto, rubio... More

Capitulo uno
Capitulo dos
Capitulo tres
Capitulo cuatro
Capitulo cinco
Capitulo seis
Capitulo siete
Capitulo ocho
Capitulo nueve
Capitulo diez
Capitulo once
Capitulo doce
Capitulo trece
Capitulo quince
Capitulo dieciseis
Capitulo diecisiete
Capitulo dieciocho
Capitulo diecinueve
Capitulo veinte
Capitulo veintiuno
Capitulo veintidos
Capitulo veintitres
Capitulo veinticuatro
Capitulo veinticinco
Capitulo veintiseis
Capitulo veintisiete
Capitulo veintiocho
Capitulo veintinueve
Capitulo treinta
Capitulo treinta y uno
Capitulo treinta y dos
Capitulo treinta y tres
Capitulo treinta y cuatro
Capitulo treinta y cinco
Capitulo treinta y seis
Capitulo treinta y siete
Capitulo treinta y ocho
Capitulo treinta y nueve
Capitulo cuarenta
Capitulo cuarenta y uno
Capitulo cuarenta y dos
Capitulo cuarenta y tres
Capitulo cuarenta y cuatro
Capitulo cuarenta y cinco
Epilogo

Capitulo catorce

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By sterbj

La marca del demonio

- ¿Qué cuento estúpido es este? - la cara de Samael volvía a ser el rostro bello que mostraba en el mundo humano. La sorpresa que le habían causado sus palabras habían hecho que su ira se esfumara.

- No es ningún cuento - dijo el demonio pasando el brazo por los hombros temblorosos de la mortal. Por todos los infiernos, temblaba como la hoja de un chuchillo recién clavada en la madera después de un lanzamiento.

Aún no podía creer que su amigo hubiese intentado agredirla de aquella forma en su territorio. Aquella afrenta solía pagarse con sangre y muerte. Samael nunca podría llegar a imaginarse la suerte que tenía porque sus poderes fuesen mínimos y su autocontrol muy elevado. 

Le había costado horrores contener su forma demoníaca bajo control y solo derribar a su amigo con la poca fuerza que almacenaba en su interior. Si hubiese sido el antiguo Araziel, hijo mayor de los infiernos y adorado de Satanás, Samael hubiese muerto en el acto.

Araziel apretó con delicadeza el hombro de la joven y la pegó contra su pecho para intentar reconfortarla. Era incorregible y él lo sabía demasiado bien. ¿Por qué se empeñaba aún en tener trato con humanos? ¿Qué fuerza superior a él lo arrastraba siempre hacía la vorágine de sus pesares?

Sintió que el cuerpo de Nalasa experimentaba algo y que ella enterraba su cara húmeda contra su pecho. Si pudiese expresarle lo mal que se sentía por haber sido el culpable de su miedo y angustia. 

Maldito fuese Samael. 

Sabía que su amigo solo se preocupaba por su bienestar y también comprendía el que creyese que Nalasa estuviese  marcada por un demonio por el pequeño destello que desprendía su cuerpo. Pero aquella marca no era de posesión sino de una maldición por parte de algún humano que estuviese al servicio de alguno de sus hermanos del infierno.

Pero aquel no era el momento ni el lugar para hablar de aquello. Aún no.

Samael, totalmente en pie y con forma humana, miraba con su penetrante mirada helada a Araziel esperando a que él se explicase. Parecía haber recuperado la serenidad y las normas que marcaban la etiqueta y la educación. 

- Hablaremos más tarde - le informó secamente. A Samael no le gustaron sus palabras.

- ¿Es más importante ella que tu propia integridad?

El demonio asintió dedicándole a su amigo su mirada ardiente que asustaba incluso al más rastrero y maléfico demonio infernal. Incluso Satanás había ido con pies de plomo en su momento. Escuchó como Samael tragaba saliva y algo más - miedo - garganta abajo y hacía una reverencia con la cabeza.

- Te esperaré en la biblioteca - le dijo  dedicándole una última mirada a Nalasa que seguía aferrada a Araziel como un salvavidas. Y no era menos que eso.

- Iré dentro de una hora -acordó para que Samael se marchara algo mas apaciguado.

Su mejor amigo se retiró a grandes zancadas y cerró la puerta con un sonoro portazo. En sus brazos, la mortal dio un bote y alzó el rostro con las mejillas sonrosadas y los ojos rojos por el llanto. Él utilizó sus poderes para que una sillas se deslizase hacía su posición y se sentó a su lado.

-No te preocupes, se ha manchado y no volverá a hacerte nada.

Ella le observó con los ojos asustados de un cervatillo recién nacido y se le revolvieron las entrañas. Le afectaba sobremanera verla y sentirla tan desvalida. Le recordaba demasiado a tantos humanos que había conocido en el último siglo. 

Le recordaba a su dulce Laris.

Le recordaba a él mismo.

- ¿Qué quería de mí? - susurró ella intentando recuperar la compostura-. ¿Qué quería decir con que soy la sierva de un demonio?

Araziel suspiró y limpió con sus pulgares las lágrimas derramadas de sus mejillas.

- Solo es un malentendido que no debe preocuparte.

Ella lo miró con un brillo fiero en los ojos.

- ¿Qué no debe preocuparme? Ya es la segunda vez que me salvas la vida. Si no llega a ser por ti yo… - calló apartando la mirada y apretando los puños -. Siempre he creído que era fuerte y que podría soportar lo que me echasen por encima. Pero esto… - las lágrimas volvieron a resplandecer en su lagrimal - es demasiado para mí. Primero tú, después mi hermana y Jioe y ahora él.

El alma de Araziel pareció encogerse mientras un veneno potente lo corroía hiriéndolo de mil formas distintas. Las palabras salieron de sus labios como un torrente imparable.

- Lo siento - se disculpó acariciando una de sus manos apretadas en puños -. Sé que todo lo que te ha ocurrido es culpa mía.

Ella le miró con desconcierto y sorpresa. Pero eso no fue lo que se le clavó como un puñal en la retina. Lo que hizo que pareciese que poseía un corazón dentro de su pecho demoníaco fue la sonrisa dulce que le dedicó.

- No a sido culpa tuya. - Negó con la cabeza mientras entrelazaba sus dedos con los suyos -. Me hiciste muy feliz cuando hablaste conmigo y me sacaste a bailar. No sabes la felicidad que me inundó cuando bailábamos en la plaza aquel vals.

El demonio tuvo que morderse la lengua para no decir que si lo sabía. Él había sentido su dicha aparte de la suya propia. Hacía tantos años que no se había sentido vivo, que lo había olvidado por completo.

- No me arrepiento de lo que pasó por mucho que el sacerdote del pueblo me maldijera y que mi hermana… en fin.

Araziel se deleitó con el contacto de los dedos de ella con los suyos pero se obligó a permanecer con la cabeza fría. No podía ser tan idiota como para volver a caer en sentimentalismos. Ya había tenido bastante con la única experiencia que tuvo.

- ¿Cómo te maldijo ese sacerdote? - quiso saber. Aquel hombre era el mismo que mató indirectamente a la pequeña Fava y saberlo no hacía más que llenarlo de furia.

- Colocó una de sus manos en mi frente y todo mi cuerpo comenzó a arder como si me envolviesen miles de llamas.

Estaba claro que el sacerdote estaba bajo el yugo de un demonio y por su propia voluntad además.

-¿En qué consiste exactamente su maldición?

Ella se mordió el labio inferior y apartó la mirada vacilando sin saber si decírselo o no. Ahora que se sentía más tranquila, el demonio sabía que estaba recuperando la sangre fría. Tomó aire por la nariz antes de abrir la boca:

- Dijo que ningún humano podría verme ni oírme jamás - le contó con voz vacilante.

Él recordó los dos símbolos entrelazados que ella tenía grabados en su frente y que él había hecho desaparecer para que nadie los pudiese ver y así protegerla a la vista de los demás.

- ¿Sólo eso? - insistió. Sabía que le ocultaba algo más pero no quería presionarla. Al fin y al cabo esa maldición era suya y él no era nadie para indagar en nada que concerniese con su vida íntima así por la buenas.

Ella asintió y él lo dejó estar. Ya lo averiguaría por su cuenta. Lo primero era enviar a alguno de los diablillos hydrus a investigar al sacerdote del pueblo. Araziel sabía que aquel sacerdote llevaba en el pueblo unos veinte años y que veneraba a un tal “gran Dios”. Tendría que comenzar por ahí porque los poseídos por demonios no solían venerar a ningún tipo de divinidad.

Intentando cambiar de tema, sonrió y separó sus dedos de los suyos muy a su pesar.

- Voy a cambiar los vendajes y a comprobar que tus heridas estén cicatrizando bien. 

La humana se sonrojó sobremanera mientras acariciaba los dedos que habían estado unidos a los suyos. Aquello hizo que él se sonrojara sin saber muy bien por qué. ¿Qué tenía de malo rozar unos dedos de mujer? ¿Y por qué se le habían subido los colores al ver como ella acariciaba con la yema de sus dedos el lugar donde él y ella habían estado unidos? Que estupidez. Él nunca se sonrojaba. Los demonios no se sonrojaban. Solo se había sonrojado en una única época de su vida. En una época que creyó que él también podía llegar a ser humano.

Chasqueando los dedos, llamó a seis diablillos y les ordenó que le trajesen vendajes, el alcohol, gasas y un vestido que descansaba sobre su cama. Los diablillos, que siempre tenían prisas por todo, fueron corriendo a buscar lo que su amo les había pedido y no tardaron en volver con las vendas y un precioso vestido color bronce primaveral que Naamah le había dado hacía escasos minutos.

- Es un regalo - le había dicho la mujer demonio con una sonrisa triste en los labios-. ¿La escuchaste? - le preguntó.

Él supo al instante a qué se refería: a la dulce voz de Nalasa cantando. No iba a responder a eso y ella lo sabía.

- Yo lo hice - le confesó con los ojos muy brillantes-. Se a ganado algo más que mi respeto. - Y dicho esto cerró la puerta de su habitación.

Por supuesto que la había escuchado ¿cómo no iba a hacerlo? Sus habitaciones no estaban tan lejos y el sonido de su voz había llegado hasta él como si fuese un bálsamo de paz y un puñado de desazón.

Aquella enigmática voz lo despertó sacándolo de sus múltiples pesadillas para apresarlo de lleno en un torbellino de sentimientos oscuros y tristes. Su voz era tan hermosa y afligida que te hacía pedazos con solo escucharla. ¿De quien era aquella voz? ¿Quién cantaba de aquella forma para atormentarle despierto? 

¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser ella?

-¿Araziel?

La voz de Nalasa lo sacó del recuerdo mientras seguía con las manos en el primer botón del cuello del camisón de ella. Miró sus dedos largos sujetando el minúsculo botón y la solapa del camisón. ¿Cómo se había distraído con aquella tontería? Tenía que dejarlo atrás, tenía que seguir siendo el mismo. No tenía porqué afectarle tanto.

Concentrándose en su tarea, desabotonó el cuello del camisón de Nalasa y ella, colorada y avergonzada, dejó que él le sacase las mangas de los brazos y luego toda la prenda por la cabeza. Su cuerpo era blanco y su piel tersa y suave con un dulce aroma de mujer. Su figura era femenina, llena de curvas con unos pechos generosos y delicados como frutos maduros.

Araziel podía sentir como se le había acelerado el pulso a la joven que evitaba mirarlo a los ojos. Estaba avergonzada por estar desnuda de cintura para arriba. ¿Es que ningún hombre la había visto así de expuesta? ¿Ningún hombre la habría tocado ni acariciado queriendo sentir su perfume grabado muy dentro de él? 

Él lo deseaba. Deseaba poder acariciar otra vez un delicado cuerpo de mujer. Su cuerpo de mujer.

El demonio le quitó la venda del cuello con sumo cuidado y no pasó por alto los suspiros de ella y de cómo le subía y bajaba el pecho. Intento ignorar como temblaba bajo el contacto de sus manos pero le era imposible. Algo en su interior estaba volviendo a ajustarse, como si fuese los engranajes de un reloj que recién engrasados vuelven a funcionar bien entre sí. 

Si ella supiese lo mucho que lo perturbaba… 

Si los demás lo descubriesen…

Los puntos de sutura del cuello estaban en buen estado aunque la zona aún estaba hinchada y la carne roja desprovista de piel por el mordisco del lobo. Cogió un trozo de gasa y la impregnó de alcohol.

- Te escocerá - la informó antes de desinfectar la herida nuevamente.

- Lo sé - se limitó a decir ella sin mirarle.

Araziel se levantó de la silla y se puso tras ella para que Nalasa se sintiese algo mejor. Al parecer funcionó solo en parte. Su cuerpo tiritó una sola vez cuando él le pasó la gasa húmeda por el cuello. Pensó que ella gruñiría por el escozor, pero de los labios de la muchacha no salió sonido alguno. Lo único que se alteró un poco fue su inspiración.

No tardó mucho en vendarle nuevamente el cuello e ir en busca del vestido y de corsé. 

Nalasa se tapó el pecho tímidamente con el ceño fruncido y sin que el latido de su corazón disminuyese un ápice. Un súbito calor impregnaba todo su cuerpo a la vez que sentía un frío placentero que la recorría de pies a cabeza. Sentía la garganta seca y la voz olvidada quien sabe en qué lugar de su interior. Lo único que quería era que él dejase de mirarla con aquellos ojos ardientes y que no tocara su frágil piel desnuda con sus delicados dedos. 

Pero lo que en verdad ansiaba su corazón es que él la abrazase muy fuerte y apagase con sus manos y sus labios el fuego que la estaba consumiendo por dentro. Dentro de ella había aparecido una pasión que jamás había sentido por nadie, algo que solo sabía de oídas o por alguna novela romántica que hubiese leído. ¿Cómo podría sofocar las ganas de tocarle? ¿Cómo podía borrar de su cuerpo su contacto cálido? Se había grabado en su alma y en su corazón. 

Cada día que pasaba le gustaba más, se enamoraba más de él. 

Con sus atenciones, con su voz, su presencia, su sonrisa amable… 

Le dolía demasiado aquella situación. Él era un demonio inmortal y ella una fea humana mortal sin nada en especial. Lo suyo sería impensable.

Imposible.

Sus brazos la tomaron por las caderas y la alzó de la silla pegándola a su cuerpo. 

Pecho contra pecho. 

Corazón a mil y pecho inerte. 

Intentó como pudo no echarse a temblar en sus brazos mientras la volvía a sentar en la silla pero con el respaldo de la silla frente a su pecho desnudo. Sin decir una palabra, le pasó un corsé desabrochado y comenzó a atar los ganchos en su espalda. ¡Un corsé! Algo que nunca había podido llevar por ser tan pobre. Una prenda que solo su hermana llevaba y de la cual ella se desentendía totalmente. 

Un corsé era una prenda muy costosa para que ella pudiese comprar tantos y no le importaba llevar una fina camisola debajo de sus vestidos. Era mucho más cómodo para su trabajo. Pero ahora, al sentir como Araziel ajustaba el corsé a su cuerpo se dio cuenta de porqué su hermana estaba tan magnifica con sus vestidos escotados.

El corsé realzaba su busto juntándolo y alzándolo para que pareciese incluso más grande y su cintura se apretaba haciéndola más fina. El demonio apretó más el corsé con unas cintas antes de pasarle por los brazos y la cabeza un espléndido vestido primaveral de color bronce con escote cuadrado. Aquello la sorprendió más incluso que el corsé. La había vestido sin importarle que el fuese el señor del castillo y ella una simple recogida por compasión. Había antepuesto su decoro antes que todo. La había curado y protegido como nunca nadie lo había hecho.

Nadie.

Se le hizo un nudo en el pecho. Y entonces tuvo que preguntárselo. Se dio la vuelta en la silla y lo miró a la cara:

- ¿Me estuviste escuchando cuando canté anoche?

La cara de Araziel quedó lívida mientras la miraba fijamente. Sus brazos quedaron pegados en sus costados y apretó su mandíbula para que no le temblase. El aire de la habitación pareció espesarse y apareció un silencio incómodo el mismo que precede a una noche de fuerte tormenta. No tardó ni un segundo en arrepentirse de su pregunta.

Tendría que haberse callado. Lo acababa de  apartar de su lado por una estupidez. Por hacerle caso a las palabras duras de Samael y por el deseo estúpido de que él hubiese podido sentir lo que su corazón escondía. El dolor que la ahogaba como si tuviese una soga atada al cuello.

- Le diré a Marduk que acabe de cambiarte los vendajes - dijo con la voz provista de toda emoción.

Sin dejar que ella pudiese rogarle que no se marchase, desapareció de su vista como la primera vez que se habían conocido. Puede que Samael no estuviese tan equivocado después de todo: un demonio la había marcado para siempre.

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