El castillo de las almas ( Am...

By sterbj

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El dí­a de la boda de su hermana, Nalasa es sacada a bailar por un apuesto joven desconocido. Es alto, rubio... More

Capitulo uno
Capitulo dos
Capitulo tres
Capitulo cuatro
Capitulo seis
Capitulo siete
Capitulo ocho
Capitulo nueve
Capitulo diez
Capitulo once
Capitulo doce
Capitulo trece
Capitulo catorce
Capitulo quince
Capitulo dieciseis
Capitulo diecisiete
Capitulo dieciocho
Capitulo diecinueve
Capitulo veinte
Capitulo veintiuno
Capitulo veintidos
Capitulo veintitres
Capitulo veinticuatro
Capitulo veinticinco
Capitulo veintiseis
Capitulo veintisiete
Capitulo veintiocho
Capitulo veintinueve
Capitulo treinta
Capitulo treinta y uno
Capitulo treinta y dos
Capitulo treinta y tres
Capitulo treinta y cuatro
Capitulo treinta y cinco
Capitulo treinta y seis
Capitulo treinta y siete
Capitulo treinta y ocho
Capitulo treinta y nueve
Capitulo cuarenta
Capitulo cuarenta y uno
Capitulo cuarenta y dos
Capitulo cuarenta y tres
Capitulo cuarenta y cuatro
Capitulo cuarenta y cinco
Epilogo

Capitulo cinco

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By sterbj

Confesiones del corazón

Nalasa no podía recordar un día más largo que aquel. Cuando tomo la decisión de marcharse, se cambió de vestido y se puso uno más viejo y resistente para su viaje al igual que se quitó los zapatitos de tacón y se calzó sus botas de montaña.

No tardó mucho en preparar su pequeño equipaje en un petate echo con una de las sabanas de su cama y en el cual metió dos vestidos y una rebanada de pan y queso. Cuando acabó con aquella única tarea, se sentó en su cama y miró la pequeña casa que había compartido con su hermana durante diez años. Parecían tan pocos cuando echaba la vista atrás.

El rugido de su estómago vacío la hizo volver al presente y aunque no tenía apetito, se sirvió un poco de embutido y una manzana amarilla. Comió mecánicamente mientras planeaba lo que haría cuando se marchara del pueblo. ¿A dónde podía ir? ¿A otro pueblo? ¿Y si allí tampoco podían verla? No creía que tuviese esa suerte, sería demasiado fácil y sabía que el gran Dios y sus siervos no eran de los que hacían las cosas a medias. La decisión era difícil, pero lo más lógico que podía hacer era establecerse en algún lugar solitario igual que si fuese un ermitaño. 

Tienes otra opción - le dijo una vocecita en su cabeza. Nalasa apretó la mandíbula antes de acabar de tragar el último bocado de su manzana. No, decididamente no. La otra opción era impensable: no pensaba ir al castillo de las almas. Aunque Araziel no hubiese sido malo con ella, aquel castillo estaba embrujado con las almas atormentadas que el demonio arrancaba de sus víctimas.

Pero eso es algo que dice Jioe, nadie lo a comprobado nunca - le dijo nuevamente la vocecita. ¿Pero que significaba aquel brote de su interior? ¿Es que acababa de volverse loca del todo? Aquel castillo estaba infestado de otros demonios y diablillos además de las almas tortuosas. Si iba al castillo, sería como ofrecerse en bandeja de plata y a pesar de la maldición que acarreaba marcada en su frente, apreciaba demasiado la vida.

Ella no era de las que se rendían.

Si lo eres - le dijo de nuevo la vocecilla - te rendiste en el tema del amor.

- ¡Basta! - gritó a la nada. ¿Qué importaba el amor para querer seguir viviendo? El amor estaba sobrevalorado. 

Mira donde la había levado una mala aspiración amorosa.

No, se marcharía al bosque y allí buscaría donde vivir. Seguro que encontraría alguna cueva confortable o ella misma podía construirse una casita de madera. Leña no le faltaría y herramientas podría cogerlas prestadas en el pueblo o dejar algunos de los ahorros que tenía antes de llevárselas. Porque no pensaba robarlas. De eso nada, pensasen lo que pensasen de ella, Nalasa sería incapaz de robar.

¿Y qué pensarían ahora de ella? Pestes seguramente. A las jóvenes de su edad ya nos le remordería la conciencia por no querer su amistad, ahora creerían que habían obrado bien por la gracia del gran Dios al igual que lo hombres. Se imaginaba a los muchachos del pueblo diciéndoles a sus madres: te lo dije madre, esa chica nunca a sido trigo limpio ¡estaba con un demonio! Y las madres asentirían y se sentarían tan tranquilas para ofrecerles otra muchacha casadera. 

Muy a su pesar, sonrió y se levantó de la mesa para recoger lo poco que había ensuciado. Cuando acabó de secarse las manos, buscó papel, pluma y tinta para escribirle una carta a su hermana. No creía que la maldición afectase los escritos así que desnudó su alma como nunca lo había hecho y no pudo evitar que le escocieran los ojos con cada trazo de pluma. Esperó a que la tinta se secara y dobló la nota para meter en un sobre donde puso: Para Casya de Nalasa. Terminada aquella ardua tarea, limpió la pluma con un trapo y la guardó junto con la tinta en un cajón. 

Aún era pronto para marcharse, había decidido hacerlo al anochecer cuando todos estuviesen en sus casas y no sintiese la soledad de verse aislada en contra de su voluntad. Además, creía que no sería muy recomendable que viesen un petate flotar por las calles. 

Tampoco quería volver a cruzarse con la mirada dura y oscura del sacerdote y su altivez. No quería ver su cara victoriosa por haberla reducido a menos que polvo. La había aplastado, él había ganado y ella había perdido.

Sin nada más que hacer, decidió descansar hasta la hora de su partida, pero no podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos veía el rostro lleno de lágrimas de su hermana, las caras de asco de sus vecinos, las palabras de Jioe y por último, como Casya la había atravesado aquella mañana.

Abrió los ojos y se encogió en la cama tapándose la cara con las manos. No pienses en nada - se dijo una y otra vez. ¡No tenía que pensar en nada! Pero volvió a pensar aunque esta vez el recuerdo fue muy distinto. Dentro de su cabeza comenzó a escuchar la música melodiosa de un vals y su cuerpo recordó la cercanía de la calidez de un cuerpo fuerte y ágil. También recordó una alegría que había salido de lo más hondo de su corazón. En aquel momento se había sentido aceptada y completamente viva, sin restricciones y sin complejos. 

Pero aquello no era lo más bello de recordar.

Lo más bello eran los ojos grises tan brillantes y de largas pestañas que la habían mirado fijamente con una dulzura inusitada y unos labios tan suaves y calientes que la habían echo volar y expandidse más allá de su cuerpo. Lo más hermoso del recuerdo era Araziel y todo lo que él había despertado en ella.

Con aquel recuerdo en la mente, consiguió cerrar los ojos, dormir y soñar con música suave de caja de musical mientras ella bailaba y bailaba sin para en un precioso jardín lleno de flores e iluminados por la luz del atardecer. Su corazón estaba rebosante de felicidad y su alma era libre y estaba en paz.

Cuando despertó ya había anochecido.

Nalasa se frotó los ojos y se puso en pie. Cogió el petate, la carta para su hermana y se dirigió a la puerta. Miró su pequeña casita por última vez y no pudo evitar recordar la última vez que se despidió de un hogar. Sus padres murieron cuando ella aún no había cumplido los diez años y ella y Casya abandonaron la casa que no podían pagar y emigraron hasta Sanol para comenzar de cero. La pequeña Nalasa había llorado a moco tendido de la mano de su hermana y con una muñeca de trapo contra su pecho, pero la Nalasa adulta simplemente miró la casa con expresión fría y cerró la puerta tras de sí.

Las calles desiertas y oscuras solo eran iluminadas por la luz que se filtraba a través de las ventanas de las casas y Nalasa caminó por ellas con paso firme hasta el camino que llevaba a la granja de Rale. Recorrió la distancia hasta la entrada principal a paso ligero y una vez frente a la puerta, se agachó para dejar su carta. Miró el solitario sobre al lado de la puerta y dio tres pasos hacia atrás sin dejar de mirar la parte frontal de la granja. La miró durante un momento antes de darse la vuelta y despedirse.

- Adiós hermana.

Escondido en la oscuridad lo vio todo. 

Había sido de lo más patético y lo cierto es que aquellas muestras de cariño lo asqueaban terriblemente. Aquella niña era demasiado orgullosa y no había querido admitir la derrota ni lo inevitable. Bueno, peor para ella. Dentro de un tiempo desearía haber claudicado o haber muerto y ese día su gran señor se alimentaría de su profundo dolor para ganar más poder. 

Jioe salió de las sombras y se acercó a la entrada de la granja. Sin apenas agacharse, cogió la carta solitaria que habían dejado allí y abrió la solapa del sobre con sus gruesos dedos. No necesitó más luz que la que iluminaba el farolillo encendido sobre la puerta para leer el contenido de la carta.

Querida Casya:

Sé que crees que lo ocurrido el día más importante de tu vida, fue algo premeditado por mí para hacerte daño. Que yo cité al demonio para que mancillara tu unión.

Pero no es cierto. 

Yo no sabía que aparecería Araziel y no me importa decirlo cuantas veces hagan falta, pues es la pura verdad. Sé que no me crees y que estás cegada por las crueles palabras que te dijo Jioe. Con estas letras no quiero suplicarte que me creas, solo deseo que mires en tu interior y que creas lo que el instinto te dice de mí. Tú me conoces aunque no sepas todos los secretos que guardo en mi interior.

Hermana: todos tenemos secretos. Algunos son luminosos y otros son oscuros pero te juro que los míos solo pueden herirme a mí misma. Por eso voy a confesarte algo que me corroe por dentro: creo que me gusta Araziel. Sé que es un error y una estupidez, que solo le he visto por unos instantes y que no es un ser humano. ¿Pero quien dicta sobre el corazón? Tú te enamoraste de Rale en la cosecha del otoño pasado cuando se acercó a ti para ofrecerte un vaso de sidra después de tu baile con Deft, el joven que tanto te gustaba. En aquel momento te percatase de la existencia de un buen hombre que suspiraba por ti y te enamoraste de él. 

Sé que lo mío es distinto, la parte racional de mi ser me dice que me he vuelto loca, que es imposible que me atraiga un ser infernal. Pero estoy cansada de negarme a mí misma, de negar mi yo auténtico. Por eso antes de marcharme para siempre, e querido desnudarte mi corazón.

Te deseo toda la felicidad del mundo. 

 

Nalasa

Jioe dobló la carta y con la cara ensombrecida por la oscuridad, apretó con fuerza el papel escrito entre sus dedos. De su mano comenzó a salir un humo negro y cuando abrió la mano miró la ceniza que manchaba su palma. Con un movimiento, tiró la ceniza al suelo que acabó por desaparecer antes de tocar el suelo. La niña esperaba que la dejaría marchar como si nada al lado del demonio que le había hecho mella en el corazón. 

Qué ilusa.

Los caminos estaban plagados de bestias feroces con ansia de carne tierna y sangre caliente.

Con una sonrisa de satisfacción, el sacerdote se internó nuevamente en la oscuridad a reunirse con su dios.

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