El Viaje De Ereas

By AugustoGodoysinn

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Escapando de su pasado, Ereas, el último de una raza olvidada, deberá emprender la mayor travesía de su vida... More

INTRODUCCIÓN
EPÍGRAFE
PRÓLOGO
I - El Bosque Sombrío
II - El pantano
III - Aceite Perfumado
IV - Tormena
V - El Mago Que Enfrentó a La Oscuridad (Pt.1)
V - El Mago que Enfrentó a la Oscuridad (Pt.2)
VI - Arrow
VII - El Paso de Lahar (Pt.2)
VIII - Antímez (Pt.1)
VIII - Antímez (Pt.2)
IX - Bajo Las Estrellas (Pt.1)
IX - Bajo las Estrellas (Pt.2)
X - Othila, el Ocioso
XI - Los Bosques Mágicos de Valahall (Pt.1)
XI - Los Bosques Mágicos de Valahall (Pt.2)
XII - La Tierra de los Gigantes (Pt.1)
XII - La Tierra de los Gigantes (Pt.2)
XIII - El Valle Pantanoso (Pt.1)
XIII - El Valle Pantanoso (Pt.2)
XIV - El Polvo de las Hadas (Pt.1)
XIV - El Polvo de las Hadas (Pt.2)
XV - Morbius (Pt.1)
XV - Morbius (Pt.2)
XVI - Bajo Fuego y Ceniza (Pt.1)
XVI - Bajo Fuego y Ceniza (Pt.2)
XVII - El Paso de la Muerte
GLOSARIO
CURIOSIDADES

VII - El Paso de Lahar (Pt.1)

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By AugustoGodoysinn

El mago dirigió al grupo cabalgando un elegante caballo blanco mientras Ereas procuraba mantenerse a su lado, algo que debido a sus limitadas habilidades ecuestres le resultó complejo, pero al menos le ayudó a conocer mejor a su caballo. Un poco más atrás cabalgaba Teddy y el príncipe Gianelo seguidos de cerca por la carroza guiada por el viejo criado de rostro amable, su nombre era Rusandín, un viejo bastante humilde y respetuoso, hablaba sólo cuando se lo pedían y no se entrometía en ningún asunto que no fuera su carroza y los cuidados de la princesa y la criada. Detrás de la carroza venían Insgar, Demethir y Orfen. Al parecer el elfo y el enano venían conversando animadamente, pese a que ambas culturas no solían tener buenas relaciones.

Cabalgaron a paso rápido e incesante, comenzando cada día desde antes del alba y desmontando recién al anochecer; sólo se detenían lo estrictamente necesario, comían dos veces al día y dormían bajo las estrellas. El invierno ya había abandonado los campos de Tormena por lo que lentamente las noches comenzaban a tornarse más cálidas. No se detuvieron ni desviaron hacia ninguna aldea, granja u hospedaje, por lo que el contacto con otras personas fue escaso. La idea era llamar el mínimo de atención, por lo que Ereas, el elfo y el enano viajaron a cabeza cubierta, su presencia era demasiado llamativa e inusual para aquellos parajes, si los veían de seguro levantarían preguntas o incertidumbre entre los curiosos.

Por otra parte, la princesa Sophía y su criada tuvieron estrictamente prohibido abandonar la carroza o tener contacto con los demás miembros de la comitiva en todo momento por lo que únicamente el viejo Rusandín se encargó de atender sus necesidades. Ambas debieron contentarse con tan solo abrir un poco la ventana y correr mínimamente la cortina para dejar entrar un poco de aire fresco de vez en cuando.

Ereas, en tanto, fue uno de los que menos disfrutó de todo aquello, no estaba acostumbrado a cabalgar tan seguido ni de forma tan prolongada, por lo que al final de cada día se sentía destruido, con sus muslos y verijas enrojecidas y un pronunciado dolor en la espalda baja. Además el mago con ayuda de Insgar había comenzado a instruirlo activamente durante la marcha, el elfo lo entrenó en el uso correcto del arco y la espada al final de cada día y para asombro del gorgo, Insgar era un maestro sin igual, su manejo de las armas era metódico, elegante, rápido y eficiente, por lo que a pesar del cansancio y el reducido tiempo que le quedaba cada noche para cenar y dormir, se sintió feliz de que lo aleccionara. El mago por su parte lo instruía en los asuntos restantes, era casi como su viejo maestro Peter, pero infinitamente más elocuente. La primera lección que recibió fue acerca de los elfos y enanos instruyéndolo en muchos detalles de sus creencias y costumbres que Ereas desconocía por completo, algo de suma importancia considerando el gran acercamiento de culturas que, debido a los últimos acontecimientos acaecidos, se estaba produciendo en la Tierra Conocida. También le habló de la magia, su poder y lo peligroso que podía llegar a ser el uso de ella de manera inescrupulosa, advirtiéndole que jamás se dejase engañar por cualquier mortal que se declarase mago, los siete auténticos habían muerto o desparecido hacía mucho y el poder de la magia podía provenir de muchas fuentes, muchas de las cuales no tenían nada que ver con la divina gracia del Dios Thal, sino que de algo muy distinto y demoniaco, sin embargo, aunque todo aquello a Ereas le pareció inmensamente interesante, no fue sino hasta al tercer día que Eguaz comenzó a abordar aquel tema que a él tanto le desvelaba, su verdadero y misterioso linaje, y aunque las cosas que le dijo fueron tremendamente reveladoras, estas a su vez le generaron nuevas interrogantes que hasta ese entonces jamás se había planteado...

"Los gorgos, después de la tierra, habían sido la primera creación de Thal -mucho antes que los elfos, los enanos, los humanos o los mismos gigantes- Y como tales habían sido creados con el amor más puro e incorruptible que alguna vez se pudo concebir. Eran una raza hermosa y perfecta, armoniosa y feliz, amaban la naturaleza y poseían una devoción profunda e incomparable a su creador, correspondiendo en cada sentido a todo el apego que Thal sentía por ellos. Así fue como crearon y construyeron las más hermosas ciudades, templos, palacios y jardines, además de innumerables obras artísticas, música, artefactos y monumentos de belleza sin igual. Todo en pos de la gloria de su dios. Vivieron en la más bella y prospera de las tierras, la llamaron la tierra de Thal; los elfos, Cedivín; los humanos, Gargalia...

Vivieron allí por incontables milenios en completa paz y armonía, llevando vidas felices y plenas, prosperando, creando, amando... desconocían la tristeza y el sufrimiento, así como la existencia del odio, el uso de las armas y la guerra, sin embargo, algo extraño y misterioso había sucedido, algo de lo que se había perdido registro hacía mucho. Algunos aseguraban que había sido una peste, otros un gran cataclismo, o la misma llegada de los humanos con sus viciados corazones, la propagación de las criaturas de las sombras, la caída de Lufer... pero lo cierto era que misteriosamente habían desaparecido sin dejar rastro. Su tierra se había corrompido, la vegetación se había marchitado, sus obras abandonadas fueron reducidas a ruinas o fueron dejadas en el completo olvido; hasta la mera existencia y ubicación de su tierra se había perdido. Algunos aseguraban que habían morado en lo que ahora se conocía como el Desierto Infinito y que sus vestigios aún se hallaban allí; otros en cambio creían que su reino aún se hallaba en inaccesibles parajes de las Tierras Bárbaras, en algún lugar secreto sobre las montañas de Eferón, en alguna isla misteriosa y errante oculta bajo el poder de la magia, o en dimensiones inaccesibles para toda criatura terrenal. No obstante, aunque muchas de aquellas teorías eran relativamente plausibles, el mago aseguraba que, tras largas investigaciones, había llegado a la conclusión de que aquella mítica tierra de los gorgos se hallaba en algún lugar de lo que ahora se conocía como Tierra Oscura. Algo que había dejado a Ereas completamente desconcertado, negándose a creerlo por instantes. Sea como fuere, él seguía siendo el último vestigio de que la existencia de su raza no era una simple leyenda, era real y estaba dispuesto a hacer lo necesario para llegar al fondo de todo ello, debía saber que había sucedido con el resto de su especie."

Al final del quinto día llegaron a los pies de las montañas de Anagram, un par de millas más adelante se adentrarían en el famoso Paso de Lahar. Al igual que los demás, aquel día había sido de intensa cabalgata, sin embargo, algo bastante peculiar había ocurrido horas antes de que cayera la noche, algo de lo que solo Ereas había prestado atención y que solo más tarde le cobró sentido; un extraño hombre se había cruzado en su camino. Había algo raro e inexplicable en él que a Ereas le produjo una extraña inquietud, no pudiendo sacársela de la cabeza hasta horas más tarde. El hombre caminaba a paso lento y un tanto aletargado, casi como sonámbulo, de cierta forma le recordó al Taka de sus sueños y eso le asustó. Lo vieron venir desde varias millas atrás, caminando hacia su encuentro de forma semiparalela, pareció querer toparse con ellos adrede. Ereas lo observó curioso todo el trayecto, hasta que sus caminos se cruzaron. Eguaz le saludó, el hombre se limitó a mover toscamente una mano, quedándose tranquilamente a una orilla esperando a que pasaran, vestía ropas sucias, algo harapientas y cubría su cabeza con una capucha negra, se veía alto, de contextura fuerte, pero no portaba armas ni ningún objeto que resultara amenazante por lo que nadie le prestó debida atención, no obstante, aquel hombre los miró con la expresión propia de una bestia que mide a su presa, una llama asesina que espera su momento para desatar su furia. Ereas pudo notarlo y precisamente aquello fue lo que lo dejó tremendamente desconcertado, algo parecía estarse gestando. El resto del grupo siguió su camino apresurado olvidándose rápidamente de él, atrás, las repetitivas canciones del elfo y el enano continuaron escuchándose ya casi como competencia. El misterioso hombre, en tanto, continúo su camino lánguidamente a través de los campos, al parecer se dirigía hacia el tupido bosque aledaño.

Aquella noche Ereas entrenó arduamente con Insgar como comúnmente habían estado haciendo. Primero comenzaban practicando metódicamente el tiro con arco, para luego pasar al uso de la espada. El gorgo hubiera preferido utilizar su espada corta, no obstante, el elfo había sido muy enfático en el asunto; "Debía comenzar a acostumbrarse a utilizar una espada de verdad", por lo que Ereas se había visto forzado a practicar con la espada nueva, luchando por dominar su peso y longitud, que era prácticamente de más del doble de la que le había regalado su padre. Cada practica parecía una carnicería, si aquello hubiera sido real él ya habría muerto innumerables veces.

Los demás en tanto comían y conversaban animadamente junto a la fogata. El gorgo era incapaz de entender como aquellos guerreros tenían tanta energía, aun después de cabalgar el día entero bajo el sol no mostraban el menor indicio de agotamiento. Ereas en cambio estaba completamente exhausto, daba casi cualquier cosa por estar en ese momento descansando junto a ellos, y para su mala suerte aquella noche iba a ser la primera vez que haría guardia junto al elfo. Eguaz les había pedido que tuvieran especial cuidado aquella noche, era el plenilunio de la luna del pez y aunque el cielo estaba cubierto con espesas nubes que impedían verla, no se sabía lo que ésta podía traer. El enano, en tanto, ya había comenzado a entonar otra de sus pegajosas canciones con su divertida voz de barítono acompañándola con vigorosas palmas, la había repetido tantas veces esa tarde que Ereas prácticamente se la había aprendido a la fuerza, no pudo evitar seguir la melodía mientras blandía su espada inútilmente contra el elfo. Pronto Teddy y Gianelo también se sumaron al canto del enano riéndose a viva voz de la boba e infantil letra de la tonada, la que sin lugar a dudas era bastante peculiar.

El enano Upalup en su cueva triste está

No tiene con quien jugar ¡Oh que inmensa soledad!

Siempre quiso amistad, jamás él la pudo hallar

Hasta que un día cayó en gran desesperación.

Entonces se fue a buscar aventuras sin igual

"Yo me voy ¡Oh sí, señor! ¡En busca de una razón!"

"Empaco mi acordeón, mi ropita y un jamón"

Pronto enanos encontró y a su canto él sumó.

"Tralala tralala ¡no soy uno, somos dos!

Cantaremos a la par, bailaremos sin parar.

Tralala tralala ¡Mira ahora somos tres!

Queremos llegar al diez, amigos sin interés.

Tralala tralala ¡Mira ahora somos cuatro!

Podemos armar teatro, bailaremos sin recato.

Tralala tralala ¡Mira ahora somos cinco!

Cantaremos con ahínco, bailaremos dando brincos..."

... y así seguía la infantil canción del enano, de melodía sencilla y pegajosa. Desde ese punto en adelante la lírica era repetitiva, variando algunas frases para hacer rimar el seis con "¡amigos como ya veis!", el siete con "¡baila, no seas zoquete!" y así sucesivamente. El enano había comenzado a cantar el once cuando Orfen, que hasta ese entonces había permanecido silencioso y atareado afilando su espada con la esperanza de que la canción finalizara al llegar al diez, se levantó de forma brusca llevándo su manta consigo.

—Con su permiso señores, creo que me iré a dormir ¡Su empalagosa cancioncita me está hartando! —dijo con voz seca y desdeñosa. En seguida se alejó buscando un lugar apropiado donde tenderse.

El enano y los demás detuvieron su canción abruptamente al escuchar aquello, no lograron entrever si su comportamiento era algo propio de él o si lo estaba haciendo a propósito.

—¡Ese humano es un aguafiestas! —dijo Demethir enfadado una vez que Orfen se había alejado lo suficiente— ¡Es un idiota! ¡La próxima vez juro que le clavo mi hacha en el trasero! ¡Hablo en serio! —sentenció.

—Cuidado con Orfen, enano —le dijo Teddy comenzando a juguetear inofensivamente con el filo de uno de sus cuchillos como de costumbre— ¡Su reputación le precede!

—¿De qué hablas? —Preguntó Demethir extrañado— ¿Crees que un enano como yo no podría derribarlo? Para que sepas los enanos somos grandes guerreros ¡Los mejores de la Tierra Conocida! —afirmó orgulloso blandiendo su hacha al aire.

—Tal vez tengas razón enano —replicó Gianelo— Pero Orfen es más que un simple humano ¡es una... bestia! ¿Nunca has oído hablar de sus hazañas?

—¡No! ¿Por qué debería? —dijo el enano alzándose de hombros.

Y de cierta forma tenía razón, hasta ese entonces los enanos se habían relacionado escasamente con los humanos, por lo que había muchas cosas que desconocían los unos de los otros, más aun las historias y leyendas de sus héroes y guerreros.

—Si no hubiese sido por Orfen probablemente todos estaríamos muertos ahora, enano —dijo Gianelo— Teddy y yo le debemos la vida y creo que tú, como los demás, también.

—¿Por qué? —lo cuestionó el enano con incredulidad— ¿Qué es lo tan sorprendente que ha hecho este humano?

—¡Mató al "Gran Terror"!—dijo Teddy adelantándose a la obvia respuesta que daría Gianelo.

—¿¡Qué!? —exclamó Demethir confuso. No tenía idea de lo que le estaban hablando.

—¡Mató al dragón de Rostiana! —Dijo Gianelo reafirmando las palabras de Teddy— Aquel que devastó nuestras tropas antes de que ustedes llegaran.

—¿¡En serio!? ¿¿Cómo?? —preguntó el enano pasmado y curioso a la vez.

—Nadie lo sabe —contestó Gianelo— Pero al atardecer del tercer día llegó con su cabeza y lo más sorprendente... sin recibir ningún rasguño.

—¿Pero, cómo? Alguien debió verlo... ¡Ayudarlo! —replicó Demethir— Tal vez el dragón ya estaba muerto ¡No sé! ¿Qué ha dicho él?

—Nada, no ha dicho nada. Aunque lo ayudaron tres de sus hombres y uno de mis... de mis... ¡Debiste haber estado allí y lo comprenderías enano! —dijo Gianelo. Su voz repentinamente comenzó a temblar, al parecer aquella conversación le estaba despertando recuerdos poco agradables.

—¡No pudo haber estado muerto! Ese dragón... ese dragón... ¡Era imposible! ¡Incluso para mil hombres! ¡Ese dragón nos masacró! aniquiló a más de la mitad de nuestras tropas en un pestañeo, despedazó la muralla y redujo la ciudad de Rostiana a ruinas... ¡Aquel dragón se llevó a tres de mis hermanos! —suspiró Gianelo cabizbajo— Dos aquella noche y otro más cuando Orfen fue por su cabeza... ¡Bredo! Estaba tan resentido con la muerte de mis hermanos que, haciendo caso omiso de las advertencias de mi padre, juró venganza... Orfen regresó por la tarde bañado en sangre y con tan solo uno de sus hombres, los otros dos habían caído y el que aún vivía estaba bastante malherido, traían la cabeza de la bestia y a mi hermano agonizando... los había seguido y ni siquiera había alcanzado a divisar al dragón cuando algo más lo atacó ¡Orfen y su hombre lo hallaron de regreso! murió esa misma tarde en los brazos de mi padre... nunca lo había visto en aquel estado ¡Tan afectado! fue como si todo los años de su vida se le hubieran venido encima de golpe... desde entonces, jamás ha vuelto a ser el mismo.

Un prolongado silencio le siguió a las palabras de Gianelo. El crepitar del fuego y los jadeos de Ereas que se esforzaba por mejorar su manejo de la espada en la distancia fue lo único que se escuchó por un instante. Tras un momento el enano fue el primero en volver a tomar la palabra.

—Lo siento —dijo Demethir tratando de ser empático.

Gianelo tenía los ojos vidriosos, intentó devolverle una sonrisa que más bien pareció una mueca dolorosa.

—¡Hombre! No sabía de todo aquello —se sumó Teddy colocándole una mano en el hombro en un intento de consuelo.

—Hasta el día de hoy me sigo preguntando como lo habrá hecho Orfen para terminar con aquella bestia —dijo el príncipe intentando recomponerse de aquel inesperado y nostálgico estado al que lo había inducido la conversación— No le logro encontrar la lógica al asunto ¿Cuatro hombres contra aquella bestia? ¡Orfen es algo más, enano! Un simple mortal jamás podría haber sido capaz de acabar con algo tan monstruoso como eso ¡Y menos volver sin ni un rasguño!

—¿Dónde quedó la cabeza? —preguntó Demethir con curiosidad.

—Orfen se la obsequió a mi padre —contestó Gianelo— Si no hubiese sido por Orfen aquel dragón habría regresado aquella noche ¡Y ninguno de nosotros estaría vivo!

—Al parecer lo pasaron bastante mal allá —notó Demethir— ¡Ojala los enanos hubiésemos estado ahí para ayudar!

—Ahora lo están —dijo Gianelo intentando sonreír.

—¿Y tú, Teddy? ¿Alcanzaste a ver al dragón? —preguntó el enano.

—¡No! Pero deberías haber visto con el terror con que los hombres hablaban de él, varios quemados, moribundos... los más supersticiosos incluso aseguraban que era el mismo Lúfer en persona que había venido a cegar almas ¡Esa gente estaba realmente aterrada!

—¿Cómo es que no lo viste? —lo cuestionó Demethir— Tengo entendido que las tropas de Caliset ya habían llegado para entonces.

—¡Claro! —dijo Teddy— Pero nosotros estábamos ocupados repeliendo a las criaturas del límite fronterizo con Drogón ¡Un lugar bastante jodido! Pero creo que fue un paraíso comparado con lo que tuvieron que soportar en Rostiana.

—Ya veo —dijo Demethir— Quisiera haber estado allí para ver a ese dragón ¡Sólo para hacerle probar el sabor de mi hacha!

—Créeme ¡No querrías! —dijo Gianelo.

—¿Me estas llamando cobarde? —preguntó el enano con aire ofendido.

—Para nada, Señor Enano —contestó Gianelo— ¿Has oído hablar de la bestia de Amendur? —preguntó cambiando inteligentemente de tema. Lo que menos deseaba era entrar en un conflicto directo con Demethir por una insignificancia.

—¿Qué es eso? ¿Una especie de alimaña? —preguntó desentendido.

—¡No! —rió Gianelo— Fue otra de las criaturas que mató Orfen. De hecho era su hazaña más famosa hasta que mató al dragón. La verdad es que se le atribuyen varias; una serpiente gigante, la bestia de Amendur, Bogrus el gigante, Babalí el ladrón, la doma de Lufer, su caballo... entre otras que ya no recuerdo.

—¿Lu... Lufer? —preguntó un sorprendido Demethir.

—¡Claro! Si no te has dado cuenta ese es el nombre de su caballo —contesto Teddy mientras se limpiaba las uñas pulcramente con la punta de su cuchillo.

—¡Vaya nombre! —exclamó Demethir.

A la mayoría de los enanos no le agradaba los caballos, así como cualquier otra cosa que no les hiciera sentir la tierra bajo sus pies y Demethir no era la excepción, sin embargo, debido a su orgullo y para evitar depender de alguien más durante el viaje se había visto obligado a vencer su temor, cuestión que se hacía bastante evidente por su torpe, y un tanto brusco, manejo del animal.

—¿No pudo llamarlo de otra manera? ¿Sirenito? ¡No sé! —agregó de forma irónica.

—Ja ja —rió Teddy— ¿Escalofriante verdad? Yo ni en broma le pondría aquel nombre a un animal ¡Menos a un caballo! ¡De hecho ese animal me aterra! —dijo mirando de reojo al caballo de Orfen que pastaba serenamente algunos metros más allá. Era un caballo negro, hermoso, de formidable altura y aire arrogante, parecía poseer de alguna forma aquella personalidad característica de su amo.

—¿Por qué el nombre? —preguntó el enano.

—En realidad Orfen no fue quien se lo eligió —aclaró Gianelo— ¡Fue la misma gente! El caballo estaba destinado especialmente para el rey y cuando llegó el tiempo de la doma descubrieron el verdadero temperamento del animal ¡Era imposible domarlo! Dejó gravemente heridos a tres hombres y a otro lisiado de por vida ¡Parecía que no había otra opción que sacrificarlo! Pero el caballo valía una fortuna, por lo que el rey ofreció una buena recompensa a quien lograse el cometido... ¡Muchos lo intentaron! Algunos incluso viajando desde muy lejos, hombres expertos y otros probando suerte ¡Nadie fue capaz de montarlo más que unos pocos segundos sin sufrir su salvaje furia! Los hombres caían y el dichoso animal atacaba con bravura ¡Dos hombres murieron! haciendo que la fama del animal se extendiera por varios reinos, la gente comenzó a temerle ¡Decían que estaba endemoniado! ¡Que era el caballo de Lufer! ¡Y empezaron a pedir su cabeza! El rey finalmente perdió la paciencia y para no sacrificarlo prometió, aparte de la recompensa, regalar el animal a quien sea que lograse la doma. Aquello fue suficiente motivación para Orfen... y aunque lo siguiente no me lo creo, dicen que lucho un día entero sobre el animal ¡Hasta que no le quedaron más fuerzas para encabritarse! El caballo de Lufer finalmente había sido domado y aunque pueden verlo ahí calmo y fiel a su dueño... —dijo apuntando al animal que pastaba plácidamente junto a los demás— ...todavía perdura su nombre.

—¿El caballo de Lufer? ¡Vaya historia tonta! —dijo el enano escéptico tras un momento— No se ustedes, pero cualquier cosa relacionada con ese demonio trae mala suerte ¡A veces tan sólo pronunciarlo trae desgracia y peor aún si tenemos entre nosotros a un animal con semejante nombre! ¡Traerá problemas! —señaló al caballo, el cual ignorante a las palabras, seguía pastando tan plácidamente como había estado haciendo.

—¡No seas gallina, enano! —rió un burlesco Teddy— Son meras supersticiones de viejas chismosas ¡Pronunciar su nombre no significa nada! ¿En qué mundo viven ustedes los enanos?

—¡Trae desgracia, te lo aseguro! —replicó Demethir abrazando su hacha con fuerza.

—¡Ja ja ja! —rió Teddy— ¡Que estupidez! ¡Lufer! ¡Lufer! ¡Lufer!... —repitió burlesco.

—¡CALLATE IDIOTA! —lo interrumpió el enano— ¡Esto no es un maldito jue...!

Pero en ese instante y para su sorpresa un largo y sobrecogedor aullido rompió el silencio de la noche, dejando a todos sus oyentes mirándose asustados y la frase de Demethir inconclusa.

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