EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |

By wickedwitch_

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El Imperio se formó años atrás, nacido de la codicia de un hombre. Con la ayuda de unas fuerzas imp... More

| EXTRA 01 ❈ EL IMPERIO |
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By wickedwitch_

Sentí algo húmedo deslizándose por mi rostro, arrancándome de la oscuridad a la que Perseo me había condenado gracias a su poder, gracias a su velocidad.

Gracias a mi titubeo.

Entreabrí los ojos con esfuerzo, descubriendo el rostro descubierto y sin máscara del nigromante inclinado sobre mí. Tomé consciencia de lo sucedido cuando vi las paredes de piedra, cuando sentí a mi espalda la dureza de la madera... el inconfundible aroma a podredumbre que viciaba el ambiente: estaba en una celda. Pero no una de las que pertenecían a las cuevas, otra distinta.

Un gemido de horror brotó de mis labios mientras mi cuerpo se deslizaba por el asiento donde estaba tendida, apartándome de él. Chocando contra la pared que había a mi espalda. No se me pasó por alto el brillo de dolor que pasó por su mirada al ver mi reacción, pero el temor que se agitaba en mi estómago, revolviéndomelo, por el lugar donde había terminado hizo que apenas sintiera un pellizco en el pecho.

—Cuidado —me pidió a media voz, respetando la distancia que había entre los dos.

Busqué apoyo en la pared, colocando una mano sobre la fría piedra. Me permití unos segundos para contemplar el reducido espacio de aquella celda donde Perseo me había llevado; había briznas de paja dispersas por el suelo... algunas de ellas manchadas de rojo. Aparté a toda prisa la mirada, devolviéndola al rostro pálido y ensombrecido del nigromante.

—¿Dónde estoy? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

Simplemente necesitaba una confirmación por su parte.

—Estamos... estamos en las mazmorras del palacio —contestó Perseo, bajando aún más la voz.

Me alejé aún más, reuniendo las fuerzas suficientes para deslizar mis inestables piernas hasta el suelo y ponerme en pie. Tuve que ayudarme de la pared para avanzar por allí, alejándome mucho más de donde Perseo se encontraba acuclillado; a través de las rejas pude ver un largo pasillo, con otras celdas dispuestas a ambos lados. Algunas de ellas ocupadas.

Rebeldes.

El aire se me atoró en mitad de la garganta al ver rostros que no me resultaban indiferentes, rostros que había visto aquella misma noche, antes de que los hombres del Emperador irrumpieran en las cuevas. Antes de que Perseo usara su magia para detenerme, condenándome a aquella celda y lo que vendría después.

Di la espalda a las celdas contiguas, enfrentándome al nigromante, que continuaba inmóvil en la misma posición. Sus ojos azules me seguían en silencio, con un poso de tristeza y arrepentimiento en el fondo de ellos.

—Me has condenado —le acusé.

Aquellas palabras hicieron que Perseo reaccionara, poniéndose en pie y dirigiendo sus pasos hacia donde yo estaba detenida, con la espalda presionada contra la pared cubierta de barrotes.

—He salvado tu vida —me corrigió, tenso.

Porque me había detenido antes de que el cuchillo se adentrara en mi carne, derramando mi sangre e impidiendo que este funesto destino se cumpliera. Ahora me había encerrado en aquella celda, junto a otros rebeldes, a la espera de que se decidiera qué iba a ser de mí.

—Para que el Emperador pueda arrebatármela cuando me envíe a Vassar Bekhetaar, si no decide ejecutarme antes —escupí con resentimiento.

No pude esquivarlo cuando vi que se acercaba a mí, no contaba con el espacio suficiente para impedir que sus brazos volvieran a rodearme como lo habían hecho en las cuevas, mientras intentaba huir; mis malditos sentimientos volvieron a agitarse en mi interior, el corazón aumentó su ritmo ante su familiaridad, pero yo me mantuve firme, con los brazos pegados obedientemente contra mis costados.

—Jem, estoy intentando protegerte —trató de convencerme, con sus dedos presionando mis brazos—. Todo lo que he hecho es intentar protegerte.

Me rebatí entre sus brazos. Al percibir mi resistencia, Perseo los estrechó a mi alrededor, impidiéndome poder deshacerme de él y su abrazo.

—Mientes —siseé.

Los ojos del nigromante resplandecieron de molestia.

—Después de que te ayudara a escapar de palacio, el Emperador dio orden para que retuviéramos a todas las chicas de Al-Rijl —me relató, tensándose al recordar—. Quería que las interrogáramos una a una, que descubriéramos si había más... infiltradas —mis movimientos se detuvieron en seco y tragué saliva—. Lo hicimos, Jem, y una de ellas confesó... Confesó mientras le retorcían los huesos, señalándose a sí misma como una rebelde cuya misión era obtener toda la información posible sobre el palacio, el Emperador y sus relaciones. También dijo que no había ido sola... que tenía... que tenía una compañera —no quise seguir escuchando, no quise saber nada más—. La descripción que nos dio coincidía contigo, Jedham. Pero todo el mundo creyó que estabas muerta porque les mostré un cadáver con el cabello oscuro y convenientemente en avanzado estado de descomposición gracias al calor.

Pensé que el corazón estaba desgarrándoseme dentro del pecho. Cassian me había asegurado que Enu estaba bien, que pronto la sacarían de aquel horrible lugar; la posibilidad de que Perseo estuviera engañándome de nuevo se disipó como bruma cuando vi el dolor reflejado en su mirada. La pena. La compasión.

Apreté los dientes al imaginar el tormento al que debía haber sido sometida, la agonía de sentir sus huesos retorciéndose mientras ella pedía clemencia y, finalmente, cedía al dolor. La soledad y el desconcierto de no saber qué estaba sucediendo, sin nadie que estuviera a su lado.

—Empecé a buscarte porque tuve miedo —la respiración de Perseo se le aceleró y su mirada pareció ponerse vidriosa—. Tuve miedo por ti, Jedham, por lo que podría sucederte si alguien era capaz de relacionarte con aquella chica y se descubriera mi mentira. Pasé mucho tiempo ideando un plan que pudiera mantenerte a salvo, lejos de la Resistencia y sus peligros.

Jadeé cuando las piezas fueron encajando dentro de mi cabeza.

—Fingiste creer que yo era una pobre prostituta y me ofreciste el trabajo no para alejarme de Al-Rijl, sino para tenerme controlada —comprendí, sintiendo la garganta reseca.

—Para mantenerte a salvo —puntualizó Perseo, confirmando mis sospechas—. Si aceptabas mi oferta y te trasladabas a la villa, podría vigilarte... aunque tú no supieras quién era yo en realidad y dándome un pequeño margen para poder decirte la verdad, al menos sobre mi identidad.

—¿Qué hay de Darshan?

El rostro de Perseo se ensombreció y su cuerpo se puso rígido.

—Que vuestros caminos se cruzaran fue una coincidencia —respondió casi con renuencia, como si fuera un tema que prefiriera no tocar—, pese a que luego la utilizamos a nuestro favor; le hablé de ti y supo quién eras. Cuando le expuse mi decisión a tratar de que estuvieras a salvo, él estuvo de acuerdo conmigo.

Porque yo había salvado su vida en aquel callejón y sabía que existía una deuda entre nosotros: Darshan quiso mantenerme apartada de todo lo que sucedía dentro de la Resistencia porque conocía los planes del Emperador, el modo en que todo saltaría por los aires cuando hubieran recabado información suficiente sobre nosotros. Darshan quería devolverme el favor protegiéndome de aquel destino que les aguardaba a los rebeldes.

—También os beneficiaba a ambos tenerme allí —añadí, sorteando el nudo que se había instalado en mi garganta—. Os permitía intercambiar mensajes y Darshan podía fingir que estas visitas que realizaba a la villa.

El silencio que me siguió a continuación fue confirmación más que suficiente para hacerme saber que también la oferta servía a los secretos propósitos que compartían tanto Perseo como Darshan.

—Mis sentimientos por ti son reales, Jedham —dijo al cabo de un rato y sus dedos presionaron con firmeza mis brazos, como si quisiera subrayar sus palabras—. Es posible que no haya sido sincero, que te haya ocultado ciertas cosas —su mano buscó la mía, colocándome justo donde latía su corazón—, pero esto es verdadero. Te quiero, Jedham, y todo lo que he hecho ha sido para protegerte.

»Estaba hablando en serio cuando te dije que estaba dispuesto a huir contigo, lejos... de aquí. Pero luego las cosas se torcieron y yo... yo cometí tantos errores, haciéndote daño...

Me encogí sobre mí misma al recordar la noche en la que se pretendía anunciar su compromiso con la princesa. Aella había intentado protegerme de ese dolor, negándonos la oportunidad de asistir a la fiesta bajo falsos pretextos; sin embargo, yo no había cumplido con sus órdenes y me había colado en la celebración, utilizando las absurdas prendas que los esclavos debían llevar... y que habían servido para ocultar a los rebeldes.

—Confieso que le pedí a Aella que os restringiera acudir aquella noche porque... porque era egoísta y estaba avergonzado por no haber podido hablar contigo antes —las palabras le salieron con esfuerzo—. Pero también para que el Emperador no pudiera verte y te reconociera, a pesar del tiempo que había pasado.

El estómago se me retorció cuando escuché otro de los motivos que habían empujado a Perseo a mantenerme lo más lejos posible, cuando en mi mente se formaron imágenes del Usurpador encima de una cama y apretando con fuerza sus dedos alrededor del cuello de Melissa.

Me incliné de manera inconsciente hacia la seguridad que me había proporcionado su cuerpo, tratando de alejar los pensamientos que me asolaban; estremeciéndome de pies a cabeza.

—Lo tenía todo preparado para nosotros, Jedham —alcé la mirada, buscando sus ojos azules, que estaban casi nublados—. Pensé que podría aprovechar los días que aceptaste quedarte en la villa para tratar de arreglar las cosas... y todos mis planes se echaron a perder cuando te vi aquella noche, en la nave. En mitad de la emboscada, herida.

»Estaba todo dispuesto para que nos marcháramos. Estaba todo dispuesto para que dejara atrás... esto y que pudiéramos estar juntos sin que nadie se interpusiera entre nosotros —sus brazos me aferraron de manera férrea—. Nunca me importó que pertenecieras a la Resistencia, Jem. Lo único que quería era verte a salvo.

Aquello me hizo regresar al presente, a salir de aquella burbuja en la que me habían introducido las palabras de Perseo y volver a aquella celda donde él mismo me había encerrado al impedirme salirme con la mía.

Empujé su pecho con ambas manos, tratando de alejarlo de mí.

—¿Y cómo piensas hacerlo ahora? —le espeté—. ¿Entregándome al Emperador en bandeja de plata?

—Te pedí que confiaras en mí, Jedham —repitió con voz urgente—. Y vuelvo a pedírtelo una vez más: confía en mí.

El sonido pesado de unos pasos hizo que Perseo me condujera de manera apresurada hacia el camastro del rincón. El espacio de la celda pareció encogerse a mi alrededor cuando un grupo de Sables de Hierro aparecieron en el pasillo; una figura vestida de negro esperaba entre ellos, mirándonos con sus ojos grises fijamente a través de la máscara plateada que cubría la parte superior de su rostro.

Roma.

—El Emperador ha ordenado que llevemos a los rebeldes capturados ante su presencia —fue lo único que dijo.

La vi sacar un manojo de llaves para abrir la puerta. Después hizo un gesto en dirección a su hijo, indicándole que me sacara de allí para poder acudir ante el Usurpador; de manera inconsciente me resistí cuando Perseo trató de obedecer, agitándome entre sus brazos mientras me arrastraba hacia la puerta, hacia el pasillo donde nos esperaban aquellos hombres y su madre.

Los ojos de Roma me contemplaron con un brillo de preocupación, sin ser consciente de lo que planeé para ella en la celebración que fue interrumpida por el intento de asesinato del Emperador.

—Llevad al resto de prisioneros —ordenó a los Sables de Hierro.

Después de ello, Perseo tuvo que cargar conmigo por el pasillo, llamando la atención de los otros, que se abalanzaban contra los barrotes de sus celdas para contemplar nuestra extraña marcha lejos de las mazmorras.

Roma alzó la barbilla con altanería cuando algunos de los rebeldes más valientes se atrevían a insultarla, reconociéndola.

—Si no puedes controlarla, inmovilízala —siseó a Perseo al ver los problemas que tenía para contenerme.

Pero su hijo se limitó a estrecharme con fuerza, tratando de limitar mis movimientos, y yo fui consciente de un pequeño detalle que había pasado por alto hasta ese momento, mientras me retorcía inútilmente.

Mi costado estaba curado.

❈ ❈ ❈

Jadeé de horror cuando traspasamos las enormes puertas que conducían al salón del trono. El interior estaba completamente iluminado gracias a las poderosas llamas que se agitaban en las paredes, cubriéndolo todo de una capa dorada; los pasos de Perseo y Roma resonaban contra las paredes blancas y sus miradas no se apartaron en ningún momento de lo que nos esperaba al final de aquel eterno trayecto.

Del trono labrado en oro macizo y la persona que aguardaba sentada sobre él.

Por no hacer mención del grupo de Sables de Hierro que estaban congregados a los pies de la tarima, todos con las manos cerca de las empuñaduras de sus cimitarras a modo de silenciosa advertencia. Mis ojos se abrieron de par en par al reconocer un rostro conocido entre ellos, alguien que ya estaba contemplándome desde su posición.

¿Darshan...?

¿Darshan siempre había sido un maldito Sable de Hierro? Apreté los dientes cuando aquel descubrimiento pareció encajar en la información con la que había contado Ramih Bahar desde que el supuesto rebelde estuvo cara a cara con él: los Sables de Hierro también estaban destinados a Vassar Bekhetaar, y también debían ser marcados con aquel tatuaje que Darshan tenía en el cuello.

Como los nigromantes.

Me agité entre los brazos de Perseo, rabiosa por la aparente calma que envolvía a Darshan. Por haberme permitido sentir un leve acceso de remordimientos cuando los hombres del Emperador irrumpieron en las cuevas, arriesgándome a ir hasta las celdas para poder liberarle.

Pero él ya se había encargado de liberarse solito, corriendo hacia su señor como un maldito perro.

—¡Hijo de puta! —le grité, imprimiendo más energías en intentar soltarme para poder abalanzarme sobre Darshan—. ¡Traidor...!

Mi voz se ahogó cuando el poder de uno de los nigromantes que me acompañaban se enredó alrededor de mi garganta como una soga, apretándola hasta que hizo que mis cuerdas vocales se vieran obstruidas, impidiéndome que pudiera seguir despotricando contra aquella maldita sanguijuela.

Abrí y cerré la boca como un pez al que hubieran sacado del agua, sin voz.

Las energías de seguir debatiéndome me abandonaron cuando mis ojos se cruzaron con los del hombre que esperaba en el trono, cuya atención estaba clavada ya en mí. Un escalofrío de horror se deslizó a lo largo de mi espalda por ser el centro de esa inquietante mirada; imágenes de lo sucedido en aquel dormitorio privado pasaron de nuevo por mi mente.

Roma, responsable de mi repentina mudez, fue la primera en hincar la rodilla en el suelo y bajar la cabeza de manera sumisa frente a su señor. Perseo me dejó en el suelo, tomándome por la parte superior de los brazos y obligándome a imitarlo; no tuve más opción que hacerlo, fijando mis ojos en el suelo de mármol blanco veteado con grietas de color ébano.

—¿Es una de los rebeldes capturados? —mi cuerpo se sacudió al escuchar de nuevo su voz.

—Así es, mi señor —respondió Roma con tono comedido.

—¿Creéis que tiene algún tipo de información útil sobre el posible paradero de los líderes que lograron escapar? —inquirió con impaciencia.

Percibí las dudas de la nigromante, los segundos que dejó pasar hasta que dio su respuesta.

—No estoy segura.

Me atreví a alzar la mirada con timidez, escrutando el rostro del Emperador, que tamborileaba sus enjoyados dedos sobre los brazos de su trono. Sus ojos, que ardían de furia contenida, estaban clavados en Roma, quien parecía haber perdido la seguridad de la que siempre había hecho gala; percibí por el rabillo del ojo el modo en que sus dedos se retorcían entre el tejido de su capa negra. La soga que sentía rodeando mi cuello, robando mi voz, se soltó de golpe, permitiéndome dar una gran bocanada de aire y un gemido dolorido.

—Entonces, si no es de utilidad, mandadla junto a los otros para que sea ejecutada —dictaminó el Emperador, casi con aburrimiento.

Luego chasqueó los dedos, ordenando a los Sables de Hierro que estaban congregados a sus pies que cumplieran con su deseo. Roma, Perseo y yo nos tensamos cuando un par de ellos avanzaron hacia nosotros; un instante después, la inconfundible capa de Perseo se movía por la periferia de mi campo de visión, interponiéndose entre los Sables de Hierro y yo.

Roma miró a su hijo con una expresión conmocionada, sin entender aquella reacción por su parte.

—Mi señor, por favor —intervino Perseo con voz firme, mirando al Emperador directamente a los ojos—. Ella no puede morir.

El Usurpador enarcó una ceja, curioso.

—¿Por qué no debería hacerlo? —preguntó, ligeramente irritado—. Pertenece a la Resistencia: es una traidora contra el Imperio, contra .

Perseo dio un paso hacia delante y Roma se incorporó, tensa y acechante como un depredador a punto de abalanzarse contra el primero que supusiera una amenaza contra su hijo.

El brazo del nigromante se extendió en mi dirección, señalándome.

—Ella es la heredera de una de las gens de nigromantes más poderosas del Imperio —anunció y sus palabras reverberaron por todo mi cuerpo; Roma dejó escapar una exclamación ahogada—. Es descendiente directa de la gens Furia.

Algo cambió en el ambiente cuando pronunció aquellas dos últimas palabras.

El rostro de Roma se puso pálido y sus ojos grises no pudieron ocultar el horror de aquella demoledora revelación. El Emperador, por el contrario, se levantó de su trono con un gesto iracundo y apresurado; su expresión estaba contraída en una mueca de rabia contenida. Retrocedí de manera inconsciente cuando sus pasos lo dirigieron directamente hacia mí, temiendo el fuego que ardía en aquella mirada que estaba clavada en mi rostro y que luego pasó a mi cabello pelirrojo.

Jadeé cuando la mano del Emperador me tomó con brusquedad de la muñeca, obligándome a tambalearme en su dirección y quedar más cerca.

Los ojos del Usurpador volvieron a recorrerme, logrando que mi estómago se revolviera por la cercanía... y por el odio que adiviné en el fondo de sus iris de color castaño oscuro.

Luego, una chispa de reconocimiento.

—Eres su viva imagen —dijo, casi para sí mismo. Un segundo después dijo en voz alta—: Traed a Galene a mi presencia inmediatamente.

Escuchar ese nombre después de tanto tiempo fue como si alguien me hubiera golpeado en mitad del plexo solar.

Apenas fui consciente de cómo dos de los Sables de Hierro salían apresuradamente del salón del trono, dispuestos a cumplir lo antes posible aquella simple orden. Todo pareció detenerse a mi alrededor, oyendo una y otra vez aquel nombre en el interior de mi cabeza; un nombre que llevaba años grabado a fuego en mi mente... en mi corazón.

No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que las puertas del salón se abrieron de nuevo, trayendo consigo el sonido de varios pares de pasos y el susurro de una capa sobre el mármol.

—¿En qué puedo ayudarle, Majestad...?

Mi cuerpo se quedó rígido al reconocer aquel tono ronco. Era la misma voz que había escuchado en el vestíbulo de la villa de Ptolomeo, en un discreto rincón junto a Roma; el aliento se me entrecortó cuando miré por encima del hombro, descubriendo a la misteriosa mujer sin la protección que aquella noche la había brindado la capucha.

Mis ojos recorrieron con ansiedad el inconfundible cabello rojo que enmarcaba un rostro familiar y, a la vez, extraño debido a la carne maltrata que marcaba la mitad de su rostro, y que yo sabía que continuaría por el resto de su cuerpo. Los suyos, de un color azul, me devolvieron la mirada con un brillo de conmoción al ser consciente de lo evidente: el gran parecido físico que compartíamos y que los años no habían hecho más que acentuarlo, haciendo que los lazos que compartíamos fueran incuestionables.

Mis piernas no pudieron seguir sosteniendo mi peso, haciendo que mis rodillas golpearan el suelo con un sonido sordo. No tenía fuerza suficiente para levantarme, no cuando aquella visión continuaba hostigándome, como si estuviera atrapada en una terrible pesadilla.

La garganta me raspó cuando conseguí decir:

—¿Madre?

FIN DEL PRIMER LIBRO

* * *

¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! Madre mía, hace nada le decíamos adiosito a TLC y hoy ha llegado el momento de decirle hasta luego a El Traidor.

Sé que se me fue la pinza y que hice creer que era libro único, pero no: en realidad son dos libros y un tercero a modo de spin off, pero que debe leerse al final para no comerte spoilers de tamaños de puños.

También soy consciente que normalmente suelo subir las siguientes partes pero, en este caso, me temo que vamos a tener que esperar porque quiero poder subir otras de mis obras que, espero/rezo/suplico, no sean tan largas.

Por tanto, no tengo fecha para la segunda parte de la historia y tampoco puedo dar muchos datos sobre ella... Pero ¿quién sabe? Conociéndome, quizá tengamos alguna pista sobre lo que nos espera en el próximo libro.

Avisar que por la cercanía de mis exámenes finales tendré que ponerme en hiatus, aunque no sé por cuánto tiempo. Aunque siempre podréis encontrarme por IG o Twitter cuando los estudios intensivos me lo permitan si tenéis alguna duda o cualquier cosa.

(Pssst: ¿recordáis el extra del inicio? Ahí había una pequeña pista sobre esta –no– bomba)

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