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Dejé que Vita se adelantara lo suficiente para hacer las presentaciones mientras yo componía a toda prisa una convincente máscara de atolondramiento, como si el hecho de encontrarme ante aquella chica —más joven que yo y, sin lugar a dudas, mucho más insoportable— me tuviera aterrada y atolondrada a partes iguales.

El estómago me dio un vuelco cuando Aella se giró hacia atrás, permitiéndome contemplar su avispada mirada de color azul. Un azul que compartía indudablemente con el perilustre del mercado, que había resultado ser el heredero de aquella poderosa gens; supuse que debían ser hermanos, pues era indudable el aire de cierta similitud que compartían ambos.

Entrelacé mis manos sobre mi estómago y erguí mi espalda ante la inquisitiva mirada a la que aquella chiquilla estaba sometiéndome mientras Vita hablaba con un tono que pretendía enmascarar el nerviosismo que se adivinaba en sus asustadizos ojos; era evidente que le tenía miedo a Aella, que la chiquilla perilustre era quien se encontraba con todo el poder en sus inexpertas manos.

—Ella es Jedham, señorita —dijo Vita a media voz.

Las otras doncellas me observaban con diversas expresiones. Una rubita con ojos castaños estaba cruzada de brazos y sus ojos no eran capaces de ocultar el desdén que le provocaba mi presencia; sus generosos labios estaban fruncidos en una línea. Una morena, con unos ojos cuyo color castaño era un tono más oscuro que los que su compañera rubia, tampoco parecía muy feliz de verme allí.

Ninguna de ellas, a excepción, quizá, de Vita, estaba conforme con el hecho de que me uniera a sus filas.

Recordé que aquel puesto no estaba al alcance de todo el mundo, y que aquellas chicas que me fulminaban con la mirada debían haber trabajado duro —o quizá haber utilizado la influencia de sus respectivas familias— para encontrarse en aquella posición. Bajo las órdenes de aquella caprichosa perilustre que proseguía con su silencioso escrutinio, ajena a la nube de tensión que parecía haberse congregado sobre nuestras cabezas.

Aella ladeó su cabeza como si así tuviera un mejor ángulo de visión.

—Jedham —repitió, con un tono de voz casi aterciopelado.

Me sonó algo forzado, pero hice que mis labios formaran una temblorosa sonrisa mientras me aferraba las faldas de la vaporosa túnica y me doblaba en una respetuosa reverencia que, deseaba, fuera suficiente.

—A vuestro servicio, señorita —contesté, intentando emular el mismo tono que había visto emplear a Vita cuando había empezado a presentarme ante ella.

Alcé el cuello lo suficiente para ver cómo los ojos de Aella se entrecerraban con una expresión casi de sospecha. El resto de sus doncellas permanecían en un tenso silencio, sin perderse detalle de lo que sucedía entre las dos; había un brillo ansioso en la mirada de algunas de ellas, como la rubita de labios generosos.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora