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Me desperté al amanecer, enredada con el cuerpo desnudo de Perseo y ambos cubiertos por las cálidas mantas de su cama

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Me desperté al amanecer, enredada con el cuerpo desnudo de Perseo y ambos cubiertos por las cálidas mantas de su cama. Tras ver el deplorable estado emocional en el que se encontraba Perseo, había decidido permanecer a su lado el resto de la noche; decisión en la que después me reafirmé cuando el nigromante me aferró, demostrándome que no quería estar solo. Que me necesitaba.

Las primeras luces de la mañana iluminaron la habitación, advirtiéndome de que no tenía mucho tiempo si quería volver a mi propio dormitorio para prepararme; por no hacer mención de los esclavos que habrían madrugado y que ya estarían pululando por la casa para realizar sus tareas.

Intenté moverme con sigilo, procurando no hacer movimientos bruscos que pudieran despertar a Perseo, pero los brazos del nigromante se apretaron con firmeza alrededor de mi cintura. Maldije para mí misma: Perseo siempre había mostrado tener predisposición por el sueño ligero.

Todo mi cuerpo se quedó congelado cuando sentí a mi espalda al nigromante, la cálida caricia de su aliento en la piel expuesta de mi cuello. Di gracias en silencio de que no pudiera ver mi rostro completamente sonrojado.

—Huyamos juntos, Jem —su petición rebajó de golpe el calor que había empezado a arder dentro de mí—. Viajemos lo más lejos posible, donde podamos crear una nueva vida sin emperadores y muerte.

Mordí el interior de mi mejilla al ser consciente de la huella de tristeza que se adivinaba en su voz. ¿Habría llegado a esa conclusión en algún momento de la noche? ¿Realmente estaba dispuesto a dejarlo todo...?

¿Estaba hablando en serio o se trataba de la frustración que le acompañaba desde ayer, después de ser consciente de lo ciego que había estado en el pasado respecto a quién le habían obligado a ser?

Giré la cabeza para poder observarlo por encima del hombro. Me sorprendió encontrar marcas oscuras bajo sus ojos, señales de que no había sido una noche fácil; que su mente no le había dado tregua ninguna, atormentándolo con todo lo que había sucedido. Con todo lo que había hecho.

—Le partirías el corazón a tu familia —repuse, pensando en Ptolomeo y en Roma.

La mirada de Perseo se enturbió cuando la mencioné. Sabía por los chismorreos que había tenido problemas con su abuelo debido a sus posturas, tan contrarias la una de la otra; también sabía que el problema de aquella separación entre ambos radicaba en la oferta que les había hecho llegar el Emperador mediante la nigromante, un jugoso compromiso entre la princesa y el propio Perseo.

Un compromiso que el heredero de Ptolomeo se negaba a aceptar.

—Quizá haya llegado el momento de que piense un poco más en mí.

Rodé de costado hasta quedar cara a cara con Perseo, pudiendo ver desde mucho más cerca su rostro fatigado y las ojeras que habían aparecido bajo su cansada mirada.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora