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No pensé en las consecuencias, ni siquiera valoré la posibilidad de que las cosas pudieran salir horriblemente mal

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No pensé en las consecuencias, ni siquiera valoré la posibilidad de que las cosas pudieran salir horriblemente mal. Quería aprovechar las horas que me restaban de libertad antes de tener que volver a retomar mi trabajo como doncella de Aella; quería mostrarle a Perseo una parte de mí, un pequeño trozo que no supusiera ningún peligro para nadie.

Quería que conociera a la auténtica Jedham, la chica que se había criado en un barrio humilde y alguna vez dejado volar su imaginación...

El nigromante se había criado en un ambiente muy distinto al mío y ahora tenía la oportunidad de cumplir con la promesa que le había hecho en aquel callejón, después de escuchar su súplica desesperada por romper las murallas que me protegían; además, sus palabras habían logrado hacer que mi corazón arrancara a latir mucho más rápido.

El hecho de que estuviera listo para que sortear la última línea de nuestra relación, y que quisiera que fuera especial. Nuestra primera vez.

Perseo entrecerró los ojos ante mi petición y un nudo empezó a formárseme en la garganta. ¿Demasiado apresurado...? Quizá me había mostrado desesperada al ofrecerle que viniera conmigo, como si lo único que tuviera en mente fuera desnudarlo y arrastrarlo a algún lugar lo suficientemente privado para continuar lo que habíamos dejado pendiente.

El deseo de seguir con ello aún latía con vigor dentro de mí, hasta casi volverse doloroso, pero no quería que Perseo tuviera esa sensación: mi oferta iba más allá del sexo.

—Quiero demostrarte que estoy dispuesta a confiar en ti —añadí al ver que no decía nada al respecto—. Voy a abrirte la puerta a una parte de mi vida, Perseo; si me lo permites.

Sus ojos azules se volvieron tiernos al escucharme hablar y, como única respuesta a la pregunta que todavía flotaba entre nosotros, se inclinó para depositar un breve beso en mis labios. La silenciosa confirmación que necesitaba para saber que no regresaría... que sería mío en aquellas horas del día que todavía nos quedaban.

Nos separamos para colocar las capas sobre nuestros hombros y su mano buscó la mía una vez estuvimos listos para abandonar aquel lugar y su triste historia. Mientras deshacíamos nuestros pasos hacia el vestíbulo, no pude evitar mirar por encima de mi hombro, dirigiendo mis ojos hacia la escalera de caracol que conducía a los pisos superiores; hacia los retratos de aquella misteriosa chica que seguramente se convirtiera en una víctima más de la locura del Emperador y su sed de poder.

Abandonamos la vieja mansión y salimos de nuevo a la calle, que había empezado a llenarse otra vez gracias a la pequeña tregua que la tormenta había dado a la ciudad. Aún había nubes encapotando el cielo, señal de que podía descargar otra tromba de agua en cualquier momento; alcé la cabeza y las contemplé mientras avanzábamos por la calzada, alejándonos de allí.

—Mi padre solía decir que la lluvia eran las lágrimas de Gaiana —comenté en un impulso, envolviéndome de aquellos recuerdos donde contemplaba las tormentas desde el cristal de mi dormitorio, atemorizada—. Mi madre creía que era el modo en que la diosa nos hacía saber de que la habíamos decepcionado.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora