❈ 56

4.4K 578 277
                                    

Para cuando llegué a mi dormitorio, Perseo ya se había marchado y la conversación que teníamos pendiente —azuzada ahora por la insinuación de Aella— quedó en suspenso

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Para cuando llegué a mi dormitorio, Perseo ya se había marchado y la conversación que teníamos pendiente —azuzada ahora por la insinuación de Aella— quedó en suspenso. Y así había continuado durante aquella última semana, donde la presencia del nigromante había brillado por su ausencia. Después de aquella noche de revelaciones, Aella se convirtió de nuevo en la criatura infernal a la que me había acostumbrado; apenas quedaban un par de días para la fecha límite y la familia de Perseo presionaba al servicio para que todo quedara perfecto. Incluyendo a la joven, quien parecía haber puesto especial interés en sacar de quicio a su madre... y a todo aquel que estuviera cerca de ella.

Descubrí, gracias a los chismorreos de los esclavos y de las doncellas, que el Emperador no acudiría solo a la finca: su esposa, junto a sus dos hijos, también nos deleitarían con su ilustre presencia. Aquel hecho puntual, extraño en sí, hizo que las alarmas saltaran dentro de mi cabeza. La Emperatriz y sus dos vástagos no solían mostrarse mucho en público, quizá por el peligro que pendía sobre sus cabezas; el Emperador a veces requería la presencia de su hijo en algún asunto, quizá para mostrarle lo que le esperaría en el futuro, cuando ocupara su lugar, pero la princesa siempre había sido recluida tras las gruesas paredes de su palacio, protegida de cualquier amenaza.

Ante la ausencia de Perseo, me volqué en mis tareas, agradeciendo la distracción que me proporcionaban aquellas horas duro trabajo. Aella nos había informado que, al contrario que la última fiesta que se celebró allí, no se nos permitía asistir: aquel evento estaba destinado a las familias más pudientes del Imperio, y era evidente que ninguna de nosotras pertenecíamos a alguna de ellas. El resto de doncellas de Aella se miraron compungidas, pensando en lo útil que habría resultado asistir y codearse con las gens que ayudaban a sostener el Imperio; lo orgullosas que habrían hecho sentir a sus familias menores, quienes tampoco tendrían el placer de acudir a la tan esperada cita.

Pero yo no necesitaba asistir en calidad de invitada, y aquella advertencia solamente sirvió para que el plan que había empezado a idear desde aquella noche que me topé con mi dormitorio vacío tuviera otra pieza encajada en su lugar. Un plan espoleado por la rabia que sentí al descubrir que Perseo había optado por huir de nuevo, dejándome sin respuestas...

Aplastando las dudas que hubiera podido sentir por el daño que iba a causarle.

❈ ❈ ❈

Desde niña había sido sigilosa. Quizá por eso no me costó tanto colarme donde guardaban las extrañas prendas que los elegidos para servir en la reunión debían llevar y robar uno conjunto de ellos... para mí. Solamente restaban horas antes de que las puertas del vestíbulo se abrieran de par en par para recibir a los primeros invitados; allí dos esclavos con capas negras y grotescas máscaras con forma de cabeza de cuervo los recibirían, haciéndoles pasar al interior de la propiedad, donde un nutrido grupo de personas —también esclavos y disfrazados de forma similar, aunque con máscaras de diferentes especies de ave— se encargaría de mantenerlos entretenidos con copas llenas de exquisitas bebidas procedentes de la reserva de Ptolomeo, quien había decidido agasajar a su ilustre invitado con lo mejor.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora