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           En el camino de regreso nos vimos interrumpidos por un grupo de soldados que no llevaban máscaras

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En el camino de regreso nos vimos interrumpidos por un grupo de soldados que no llevaban máscaras. Eso significaba que no eran nigromantes, pero no les quitaba peligrosidad; llevaban en el cinto una pareja de cimitarras y por encima del hombro les sobresalía el mango de otra arma.

El nigromante que llevaba a la chica rubia desnuda fue el encargado de impartir las órdenes pertinentes:

—Id a los aposentos que usa el Emperador para este tipo de visitas —los ojos de los soldados se desviaron hacia nosotras—. Hay un cadáver y nuestro señor exige que alguien se deshaga de él. Máxima discreción.

Los soldados asintieron con severidad antes de echar a andar en la misma dirección por la que habíamos venido nosotros.

—Malditos bastardos —blasfemó.

—Tranquilo, Cleitus —dijo el nigromante que me llevaba a mí—. No me gustaría estar en la piel de ningún Sable de Hierro.

Debía estar refiriéndose al cuerpo de élite del Emperador, aquel que se encargaba de las ejecuciones públicas y persecución de los nombres que dictaba su señor. Las mismas personas que habían acompañado a aquella nigromante a apresar a mi madre en el mercado, acusada de estar vinculada con la rebelión.

Fingí no estar prestando atención a su conversación y reanudamos la marcha.

—¿Dónde... dónde nos lleváis? —escuché que tartamudeaba la chica rubia.

El nigromante que la acompañaba soltó un bufido desdeñoso.

—Con Al-Rijl —contestó.

La rubia se encogió visiblemente entre los brazos del nigromante al escuchar nuestro destino. A pesar de ser su primera fiesta en aquellos círculos tan lujosos, era evidente que llevaba atrapada en las redes de Al-Rijl lo suficiente para saber que no nos iba a recibir con los brazos abiertos, precisamente; sus ojos estaban desorbitados por el horror y había empezado a debatirse.

El nigromante que se encargaba de llevarme me lanzó una mirada de aviso, advirtiéndome de que lo que podría sucederme en caso de intentar escapar. A mis espaldas resonaban los quejidos y súplicas de la chica, quien no estaba dispuesta a regresar junto a Al-Rijl.

El estómago volvió a retorcérseme al ver aparecer a otro nigromante por el pasillo, con la vista clavada en nosotros. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza al reconocer la fría mirada que se ocultaba tras la máscara de plata; los ojos de color azul que me observaba con suma atención. Por unos segundos tuve el temor que hubiera podido descubrir que yo también formaba parte de los rebeldes, aunque no hubiera acudido allí para asesinar al Emperador.

Mi escolta soltó una carcajada al ver al otro nigromante, el mismo que me había conducido hasta los aposentos imperiales donde el Emperador se reunía con sus diversiones para pasar un buen rato.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora