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Tenía que huir de allí, inmediatamente. Lo más lejos posible.

Aquel pensamiento se repitió en bucle dentro de mi cabeza mientras le sostenía la mirada a aquel tipo, el perilustre que se había cruzado en mi camino más veces de las que habría podido desear.

—Amo —saludó Vita, todavía arrodillada en el suelo y con la cabeza gacha.

Mis pies seguían clavados en el suelo, mi espalda bien erguida y mis ojos fijos en el recién llegado, que había reducido su velocidad y bajaba lentamente cada escalón que le restaba hasta alcanzar el descansillo del segundo piso donde nosotras nos encontrábamos. Notaba la garganta seca y un estruendoso aporreo dentro del pecho, donde mi corazón había arrancado a latir desenfrenadamente. ¿De entre todas las posibilidades que existían, cómo era posible que hubiera terminado en el hogar de aquel tipo?

El rostro del recién llegado se retorció en una mueca de incomodidad cuando desvió su mirada hacia Vita, que seguía en aquella posición de sumisión. Sin embargo, aquel gesto no consiguió eliminar el estupor y la rabia que habían despertado en mi interior tras aquel reencuentro.

—Vita, sabes que detesto estos formalismos —protestó.

Eso hizo que la muchacha alzara la cabeza y pudiera ver el sonrojo que había cubierto sus pálidas mejillas. Se levantó con un gesto elegante y fluido, alisándose con recato la falda de su túnica larga.

—Es la costumbre, amo —repuso.

El chico puso los ojos en blanco y, por el rabillo del ojo, no se me pasó por alto la sonrisita que Vita trataba de ocultar. Interesante.

No tuve tiempo de seguir desarrollando aquel pensamiento, ya que los fríos ojos azules del muchacho se desviaron hacia mí de nuevo, obligándome a erguirme aún más y a alzar levemente la barbilla en un gesto cargado de obstinación. Había algo en aquel perilustre que me ponía el vello de punta.

«Pero Perseo acudió a él...»

Maldije al nigromante y me maldije a mí misma por haberme permitido delegar en sus manos la ayuda que me ofreció en aquel callejón. Sin lugar a dudas, el Destino tenía una curiosa forma de burlarse de mí.

Entrelacé mis manos con fuerza cuando los ojos del perilustre bajaron por mi cuerpo, sometiéndome a un exhaustivo examen visual. El primer día que se cruzaron nuestros caminos apenas pudo echarme un vistazo antes de que yo saliera huyendo, temiendo que los Sables de Hierro decidieran intervenir por orden de su amigo humillado; la segunda ocasión, y en la que había estado Eo junto a mí, había sido salvada gracias al aviso de la llegada de los nigromantes.

Mi buena suerte se había acabado, al parecer.

Vita fue consciente del escrutinio al que su señor estaba sometiéndome, alternando la mirada entre ambos con expresión cuidada, aunque delatando su preocupación por el modo en que la línea de sus hombros se tensó.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora