EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |

By wickedwitch_

420K 51K 9.4K

El Imperio se formó años atrás, nacido de la codicia de un hombre. Con la ayuda de unas fuerzas imp... More

| EXTRA 01 ❈ EL IMPERIO |
❈ 01
❈ 02
❈ 03
❈ 04
❈ 05
❈ 06
❈ 07
❈ 08
❈ 09
❈ 10
❈ 11
❈ 12
❈ 13
❈ 14
❈ 15
❈ 16
❈ 17
❈ 18
❈ 19
❈ 20
❈ 21
❈ 22
❈ 23
❈ 24
❈ 25
❈ 26
❈ 27
❈ 28
❈ 29
❈ 30
❈ 31
❈ 32
❈ 33
❈ 34
❈ 35
❈ 36
❈ 37
❈ 38
❈ 39
❈ 40
❈ 41
❈ 42
❈ 43
❈ 44
❈ 45
❈ 46
❈ 47
❈ 48
❈ 49
❈ 50
❈ 51
❈ 52
❈ 53
❈ 55
❈ 56
❈ 57
❈ 58
❈ 59
❈ 60
❈ 61
❈ 62
❈ 63
❈ 64
❈ 65
❈ 66
❈ 67

❈ 54

3.9K 576 55
By wickedwitch_

— Igual que el sábado pasado, hay doble actualización, siendo este el segundo capítulo. Además, siempre que pueda, los sábados habrá dos capítulos de El Traidor por la finalización de TLC y para darme algo de tiempo a avanzar con Peek a Boo —

Perseo y yo nos miramos, en silencio. El sonido volvió a repetirse, delatando la urgencia del desconocido y provocando que un nudo empezara a formárseme en mitad de la garganta. El número de posibilidades sobre la identidad de la persona que podría encontrarse al otro lado de la puerta de la entrada era muy corto; las razones que le hubieran empujado a presentarse allí...

—Deberías ir a comprobar quién es.

Creí haber escuchado mal. El instinto no cesaba de mandarme advertencias sobre lo peligroso que resultaba la idea del nigromante; mi padre se encontraba ausente y mi presencia allí no era un asunto de dominio público, exactamente.

Valoré la idea de ignorar a quienquiera que hubiera fuera y fingir que allí no había nadie, pero los golpes cada vez sonaban más desesperados y, estaba segura, que la puerta terminaría por ceder. Conteniendo una retahíla de calificativos de lo más imaginativos, salí de la cama y busqué algo con lo que cubrir mi evidente desnudez.

Sentí la ardiente mirada de Perseo en mi espalda y aferré la primera prenda que encontré arrugada cerca de mi pie, que resultó ser la camisa del nigromante. La pasé por mi cabeza mientras salía al pasillo y tiraba de la tela hacia abajo, llegando a cubrir hasta gran parte de mis muslos.

Traté de domar la maraña de tirabuzones pelirrojos en el que se había convertido mi cabello tras la noche anterior, pero me resultó tarea imposible. Encomendándome a los cinco dioses para que la persona que hubiera al otro lado no resultara ser una de mis agradables vecinas, me armé de valor y abrí la puerta de un enérgico tirón.

Los ojos de Cassian se agrandaron cuando me vio en el umbral y su mirada no pudo evitar clavarse mi pelo desordenado y la ancha prenda de ropa con la que cubría mi cuerpo, y que era evidente que no me pertenecía. Un delator rubor se extendió por sus mejillas al contemplarme con aquel aspecto, al entender a qué se debía.

Durante unos segundos ninguno de los dos supo qué decir.

—Yo no... Pensaba que... —el rubor pareció disminuir, dejando en su lugar una palidez que no me gustó lo más mínimo—. Estaba buscando a tu padre, Jem.

Un escalofrío bajó por mi espalda cuando le mencionó. Perseo se encontraba a pocos metros, en mi dormitorio, quizá comprobando desde allí que todo se desarrollara con normalidad, que no hubiera ningún tipo de amenaza; era posible que estuviera escuchándolo todo, y eso suponía que descubriera partes de mí que yo no había compartido con el nigromante.

Empujé de manera inconsciente a Cassian para que retrocediera y le seguí hacia el exterior, dejando la puerta entreabierta. Espié por encima de la línea de mi hombro de manera inconsciente, buscando cualquier señal que delatara a Perseo; una vez comprobé que contábamos con toda la privacidad que podía brindarnos la situación, me crucé de brazos y dije:

—Es evidente que sigue en las cuevas.

Aquel entramado de pasillos que recorrían todo el subsuelo de la ciudad y que conducían a las cuevas que existían en la periferia, más allá de sus muros que rodeaban y protegían la capital, se convirtió en el refugio de mi padre después de que mi madre desapareciera y comprendiéramos que había muerto. Ahora que yo me encontraba lejos de allí mi padre prefería emplear su tiempo completo en la Resistencia y evitar el largo trayecto que tendría que hacer desde nuestro hogar hasta llegar a las cuevas.

Cassian sacudió la cabeza, como si estuviera espantando los pensamientos que pululaban dentro de su mente, y me miró con una expresión que denotaba cierta urgencia. La misma que había empleado cuando aporreaba la puerta.

Le hice un gesto que indicaba que no hablara muy alto, ya no solamente por Perseo, sino también por cualquier oído indiscreto que pudiera haber en aquel lugar tan abierto.

—Nos ha llegado el soplo de que van a realizar otra redada... aquí, en el barrio —me explicó apresuradamente.

El vello se me erizó al imaginar una patrulla de Sables de Hierro acompañando a una pareja de nigromantes para llevar a cabo la operación. Aquello era inusual... hasta hacía un tiempo, según me había confesado mi padre cuando nos reencontramos, casi dos meses atrás; la presencia de los perros del Emperador se había incrementado en aquella zona y eso no podía significar nada bueno.

Recordé las desapariciones de las que mi padre había querido mantenerme al margen, además de los rumores que corrían sobre posibles traidores dentro de la Resistencia; la presencia de las huestes del Emperador peinando la zona daba veracidad a las historias sobre ello: de algún modo, alguien estaba vendiéndonos al Imperio.

Durante el tiempo que estuve ausente, fingiendo ser una de las chicas de Al-Rijl, mi padre me informó de un desagradable y triste suceso en aquella zona, donde habían sido ejecutados un joven matrimonio por supuestos vínculos con la Resistencia. El estómago se me agitó con violencia al ser consciente de que no podía ser una coincidencia que el Emperador hubiera enviado a sus perros hasta aquí por segunda vez.

Aquella decisión parecía hacer inclinar a pensar que estaba buscando algo.

—Sabe que hay rebeldes en este lugar —caí en la cuenta, haciendo que el rostro de Cassian se ensombreciera.

—Aún no lo sabemos con certeza —me contradijo mi amigo, demasiado rápido.

Pero, en el fondo, no podía evitar que mis palabras estuvieran en lo cierto, que mis sospechas no fueran infundadas: las redadas tenían como único propósito el encontrar posibles rebeldes.

Gracias a los dioses que mi familia había tenido la precaución de mantener lejos de nuestro hogar cualquier objeto que pudiera incriminarnos como aliados del movimiento rebelde. En especial mi padre, quien era un activo muy importante dentro de la organización gracias a su facilidad para obtener información de sus distintas y variopintas fuentes.

—¿Por qué hacer tantas redadas en el mismo lugar, en un lapso de tiempo tan corto? Él sabe que hay rebeldes viviendo aquí porque alguien está vendiéndonos —le corregí y mordí mi labio inferior por la desazón que me produjo ese pensamiento.

La idea del traidor volvió a resurgir con energía dentro de mi cabeza, quedándose fija. Había dejado que los rumores sobre esa posibilidad cayeran en el olvido, me había centrado en otros asuntos, pero ahora regresaban después de que Cassian me hubiera advertido sobre una nueva redada y los motivos que se escondían tras esa decisión por parte del Emperador.

—¿Y quién puede ser el traidor? El asunto todavía no está claro, Jem: solamente contamos con sospechas, y muchas de ellas infundadas —repuso Cass con paciencia, como si estuviera dirigiéndose a una niña pequeña—. Los únicos que podrían ser capaces de obtener tal cantidad de información sobre todos nosotros serían nuestros superiores.

Los hombres que habían creado la Resistencia. Incógnitas rodeadas de un halo brumoso que quedaban fuera de mi alcance puesto que todos ellos eran un auténtico misterio —a excepción de Ramih Bahar, a quien había tenido el no tan gustoso placer de conocer— gracias a la gran red en la que habían transformado su movimiento contra el Emperador. Se me hacía muy complicado creer que alguno de ellos hubiera decidido traicionar a sus compañeros, y a todos aquellos que les habíamos seguido en aquel camino hacia la libertad de nuestro país. Pero ¿quién si no? Los soldados rasos, los jefes de facciones... Ninguno de ellos tenía el suficiente poder y categoría para abarcar semejante cantidad de información.

Pensé en Ramih Bahar, el único líder que había conocido. El hombre tenía al alcance de su mano todo lo que necesitaba el Emperador, pero no le veía traicionándonos: había perdido a su hijo en una misión y esa pérdida le habría alejado aún más de querer colaborar con el Imperio.

Mordí mi labio inferior con ahínco, reacia a creer que alguno de los líderes que habían formado la Resistencia se hubieran aliado con el Emperador y estuvieran dándole lo que quería: las herramientas para nuestra destrucción. Vidas a las que poder sacrificar para su satisfacción personal.

Cassian colocó una mano sobre mi hombro, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.

—Darshan ha estado informando a tu padre de todos y cada uno de tus movimientos en la mansión perilustre —me confesó y su mirada se desvió momentáneamente por encima de mi hombro, provocando que todo mi cuerpo se tensara—. Por eso mismo creí que le encontraría aquí: porque Darshan le habría avisado de tu... permiso.

Pensé en el rebelde y no pude evitar que un ramalazo de desconfianza y calor me sacudiera de pies a cabeza, sentimientos demasiado opuestos que siempre se encendían cuando le tenía demasiado cerca. Nuestros caminos se habían cruzado de manera accidental y no había sabido que se trataba de otro rebelde hasta que uno de los cabezas de la rebelión nos había emboscado para interrogarnos; a pesar de haber demostrado su inocencia, guardaba la sospecha de que Darshan no había querido compartirlo todo. Mi maldito contacto había resultado ser un auténtico misterio, y un rompecabezas; además de alguien que no había dudado un segundo en salir en mi defensa y brindarme su apoyo cuando me presenté ante el jefe de mi facción para proponerle la idea que me condujo a aceptar el puesto de doncella de Aella.

Me sacudí la mano de Cassian al temer que pudiera percibir el contorno de mis cicatrices bajo la camisa que llevaba y fingí que cambiaba de peso de un pie a otro. El castigo al que había sido sentenciada era un tema que no pensaba compartir con mi amigo por saber cómo reaccionaría y yo no podía abandonar mi misión. Aún no.

Me concentré en el hecho de que Darshan hubiera decidido espiar para mi padre.

—Así que ha estado controlando todos y cada uno de mis movimientos —repetí.

Vi un brillo extraño en la mirada de Cassian.

—¿Qué? —le pregunté.

Mi amigo se encogió de hombros.

—Hay algo en él... que no termina de encajarme, Jem.

Me satisfizo saber que no era la única que tenía esa sensación respecto a Darshan, pero también me provocó un escalofrío ante la cantidad de piezas sueltas que quedaban sobre el chico. La gran cantidad de cosas que desconocía sobre él.

El inconfundible sonido de algo cayendo en el interior de mi casa me recordó de golpe la presencia de Perseo. Lo mismo sucedió con Cassian, cuya mirada se desvió rápidamente por encima de mi hombro, como si tuviera un gran interés en conocer la identidad de la persona con la que había pasado la noche.

En sus labios se formó una sonrisa maligna y el ambiente que nos había rodeado al mencionar a Darshan y su aura de secretos se desvaneció.

—¿Es ahora el momento en el que tengo unas palabras con tu acompañante y le amenazo con dejarle sin ambas piernas como se atreva a partirte el corazón? —me preguntó en voz suficientemente alta para que Perseo pudiera escucharlo sin problemas.

Le solté un puñetazo en el brazo, arrancándole un satisfactorio quejido.

Tras la aparición de Cassian en la puerta de mi hogar con tan funestas noticias, llegó el momento de partir. Perseo no me preguntó sobre la visita de mi amigo y yo tampoco le di importancia, pese a que la tenía: la angustiosa sensación de la inminente llegada de los Sables de Hierro y los nigromantes no se había despegado de mi nuca desde que hubiera cerrado la puerta al despedirme de mi amigo y le informara a Perseo de que debíamos marcharnos de allí. Era posible que no tuviéramos ninguna prueba entre aquellas cuatro paredes que pudieran delatarnos como rebeldes, pero la presencia de Perseo llamaría la atención de sus compañeros si lo descubrían a mi lado. Y eso supondría hacer ojos ajenos estuvieran atentos de mí... de mi familia, lo que no nos beneficiaba lo más mínimo a ninguno de los dos.

Por eso mismo nos apresuramos a dejar atrás la casa y aventurarnos en las cálidas calles de la ciudad. Perseo se limitó a pegarse a mi costado, dejando que fuera yo quien tomara las decisiones sobre qué rumbo seguir; una luz se iluminó dentro de mi mente mientras aprovechábamos los últimos momentos a solas antes de regresar a nuestras respectivas responsabilidades.

Mis pasos nos condujeron hacia un pequeño herbolario y noté el desconcierto de mi acompañante al descubrir nuestro destino. Giré el rostro hacia Perseo, dedicándole una sonrisa traviesa.

—Creo que es demasiado apresurado convertir a tu abuelo en bisabuelo —dije, enarcando una ceja de forma elocuente.

El nigromante se detuvo abruptamente, haciéndome trastabillar. Su mano tomó la mía para acercarme hacia su pecho y poder observarnos cara a cara mientras la gente que nos rodeaba seguía su curso, ajeno a nosotros; eché la cabeza hacia atrás para contemplar mejor sus ojos azules y saber qué se le estaba pasando por la mente.

La mano que tenía libre se coló por el interior de mi capa, rodeándome la cintura y pegándome aún más a su cuerpo. Me mordí el labio inferior al recordar lo bien que habían encajado la noche anterior, en la azotea.

—¿Tan malo sería? —me insinuó.

Me puse de puntillas, ganando unos centímetros.

—En mis planes de futuro todavía no entran los niños —le contesté, acariciándole por encima del tejido de la capa.

Recordé la broma que había hecho sobre cuatro niños con mi cabello y sus ojos. No había estado hablando en serio, ¿verdad? Yo lo había dicho totalmente en serio unos segundos antes, cuando había afirmado que la idea de convertirme en madre no era algo con lo que soñaba. Al menos en aquellos momentos.

Perseo se limitó a esbozar una sonrisa y a sacudir la cabeza, poniendo algo de espacio entre los dos. Sentí un delicioso cosquilleo en la piel justo donde sus dedos presionaban en mi cintura, a pesar de la tela de la camisa que me cubría; pero el nigromante me soltó y señaló con la cabeza la entrada al establecimiento.

—Ve a por lo que necesites —me dijo—, yo te esperaré aquí.

❈ ❈ ❈

Observé el interior de la tienda, anonadada por la cantidad de plantas que colgaban de las paredes o de la surtida colección de tarros de cristal que cubría parte de la pared que quedaba tras un desgastado mostrador de madera lleno de diversos utensilios. Podía escuchar el ligero trasteo que provenía de la discreta puerta que estaba casi escondida al fondo, tras una cortina, y que debía conducir a la trastienda; me acerqué hasta el mostrador haciendo todo el ruido posible para anunciar mi presencia y luego me apoyé sobre la superficie de madera, dejando que mi mirada vagara de nuevo por las hileras de tarros y plantas resecas que cubrían cada palmo.

Sentí una punzada en el pecho al recordarme qué buscaba. Mis planes de venganza continuaban adelante, mis intenciones respecto a Roma no habían variado ni un ápice a pesar de todo lo que había sucedido entre Perseo y yo; sin embargo, después de la noche anterior...

—Hola.

Pestañeé cuando una niña de unos doce años apareció tras el mostrador, con sus penetrantes ojos castaños clavados en mí, obligándome a salir de mi propia cabeza y a centrar toda mi atención en ella.

Aclaré mi garganta y me erguí, apoyando las palmas sobre el mostrador. La niña ladeó la cabeza, a la espera de que desvelara qué era lo que buscaba; mi voz no titubeó cuando empecé a enumerarle la lista de hierbas que necesitaba para poder preparar el tónico que Silke me había enseñado cuando empecé a interesarme en chicos y llegó el momento de enfrentarme a la charla. La chiquilla se limitó a moverse tras el mostrador, tomando de los estantes las plantas que yo recitaba y depositándolas con sumo cuidado frente a mí.

Sin embargo, un ligero temblor sacudió mi voz cuando llegué al último de mis objetivos:

—Belladona.

La mano de la niña se quedó congelada a medio camino, sorprendida por mi petición. Estaba claro que reconocía todas las plantas a las que había hecho mención, además de conocer su uso; que hubiera añadido esa planta en concreto, que nada tenía que ver con las que ya reposaban sobre el mostrador, había conseguido despertar su recelo.

La vi girarse hacia mí con una expresión cauta.

—Es una planta muy peligrosa —insinuó, sin quitarme la vista de encima.

Probé a esbozar una sonrisa lo suficientemente convincente.

—Lo sé —contesté.

La niña se mantuvo inmóvil y en silencio, calibrándome. Un extraño cosquilleo se extendió por debajo de mi piel: necesitaba que me proporcionara la belladona en cantidad suficiente para que resultara mortal; no podía marcharme de allí sin ella, obligándome a tener que arrastrar a Perseo hacia otro herbolario que pudiera proporcionármela. Lo que podría despertar la curiosidad del nigromante por saber qué era lo que estaba buscando con tanto ahínco.

Ante la inmovilidad de la niña saqué la bolsa que me había llevado conmigo de casa tras haber dejado una generosa cantidad de oro en un lugar donde mi padre pudiera encontrarlo fácilmente junto a una apresurada nota garabateada en la que explicaba la presencia del oro y lo que Cassian me había contado sobre una nueva redada en el barrio.

—Pagaré lo que haga falta —dije, procurando que no viera la leve sensación de desesperación que empezó a embargarme ante la posibilidad de que mis planes se torcieran a causa de su negativa a darme lo que quería—. Pero necesito esa belladona.

Los ojos de la niña me juzgaron en silencio y me dije que no me importaba lo más mínimo: su mano reanudó su camino, alcanzando uno de los estantes y sacando un frasco lleno de un turbio líquido. Sin apartar la mirada de mí, tomó una redoma de cristal y la rellenó en silencio; luego la selló, colocándola junto al resto de mi compra.

Saqué las monedas de oro cuando escuché el precio, sin protestar lo más mínimo. La niña tampoco dijo una sola palabra más: se limitó a tomar las monedas y a darme la espalda, dando por finalizada la transacción. Me pregunté si, cuando los rumores sobre la muerte de Roma empezaran a circular por la ciudad, aquella niña lo relacionaría directamente conmigo.

Me repetí que no me importaba lo más mínimo, que la sombra de decepción que había visto en su mirada había sido producto de mi imaginación; que mi venganza debía ser lo primero. Que no debía importarme nada más; que lo que estaba haciendo era un acto legítimo por una vida arrebatada injustamente.

Guardé con cuidado la redoma de belladona en primer lugar en el fondo de la bolsa que llevaba a la cintura y me apresuré a salir del herbolario sin mirar atrás para reencontrarme con Perseo lo más pronto posible.

Pero las dudas ya habían echado raíces en mi interior.

Continue Reading

You'll Also Like

589K 57.6K 27
Siempre se ha creído que la Atlántida era un mito, una simple leyenda. ¿Qué sucedería si ese mítico continente fuera un lugar real, escondido hace...
4.8M 200K 41
Ella, una chica divertida, dulce y hermosa El, arrogante y mujeriego... Serán hermanastros y tendran que vivir juntos. Tan ve habrá peleas, risas, l...
3K 372 44
Finalista de los Wattys 2023✨ Kara estuvo a punto de convertirse en la hija extraordinaria de la mano derecha del Káiser del reino de Prakva, pero en...
22.2K 2K 21
Yo, Nerina Bexter, nunca creí en cuentos de hadas. En mi niñez siempre fui una niña demasiado escéptica por lo que fui rechazada varias veces. Y sinc...