EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |

By wickedwitch_

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El Imperio se formó años atrás, nacido de la codicia de un hombre. Con la ayuda de unas fuerzas imp... More

| EXTRA 01 ❈ EL IMPERIO |
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By wickedwitch_

          

Dejé que Vita se adelantara lo suficiente para hacer las presentaciones mientras yo componía a toda prisa una convincente máscara de atolondramiento, como si el hecho de encontrarme ante aquella chica —más joven que yo y, sin lugar a dudas, mucho más insoportable— me tuviera aterrada y atolondrada a partes iguales.

El estómago me dio un vuelco cuando Aella se giró hacia atrás, permitiéndome contemplar su avispada mirada de color azul. Un azul que compartía indudablemente con el perilustre del mercado, que había resultado ser el heredero de aquella poderosa gens; supuse que debían ser hermanos, pues era indudable el aire de cierta similitud que compartían ambos.

Entrelacé mis manos sobre mi estómago y erguí mi espalda ante la inquisitiva mirada a la que aquella chiquilla estaba sometiéndome mientras Vita hablaba con un tono que pretendía enmascarar el nerviosismo que se adivinaba en sus asustadizos ojos; era evidente que le tenía miedo a Aella, que la chiquilla perilustre era quien se encontraba con todo el poder en sus inexpertas manos.

—Ella es Jedham, señorita —dijo Vita a media voz.

Las otras doncellas me observaban con diversas expresiones. Una rubita con ojos castaños estaba cruzada de brazos y sus ojos no eran capaces de ocultar el desdén que le provocaba mi presencia; sus generosos labios estaban fruncidos en una línea. Una morena, con unos ojos cuyo color castaño era un tono más oscuro que los que su compañera rubia, tampoco parecía muy feliz de verme allí.

Ninguna de ellas, a excepción, quizá, de Vita, estaba conforme con el hecho de que me uniera a sus filas.

Recordé que aquel puesto no estaba al alcance de todo el mundo, y que aquellas chicas que me fulminaban con la mirada debían haber trabajado duro —o quizá haber utilizado la influencia de sus respectivas familias— para encontrarse en aquella posición. Bajo las órdenes de aquella caprichosa perilustre que proseguía con su silencioso escrutinio, ajena a la nube de tensión que parecía haberse congregado sobre nuestras cabezas.

Aella ladeó su cabeza como si así tuviera un mejor ángulo de visión.

—Jedham —repitió, con un tono de voz casi aterciopelado.

Me sonó algo forzado, pero hice que mis labios formaran una temblorosa sonrisa mientras me aferraba las faldas de la vaporosa túnica y me doblaba en una respetuosa reverencia que, deseaba, fuera suficiente.

—A vuestro servicio, señorita —contesté, intentando emular el mismo tono que había visto emplear a Vita cuando había empezado a presentarme ante ella.

Alcé el cuello lo suficiente para ver cómo los ojos de Aella se entrecerraban con una expresión casi de sospecha. El resto de sus doncellas permanecían en un tenso silencio, sin perderse detalle de lo que sucedía entre las dos; había un brillo ansioso en la mirada de algunas de ellas, como la rubita de labios generosos.

—Vita ha afirmado que no pertenecéis a ninguna familia —comentó Aella fingiendo que era de manera casual.

Mis ojos se vieron de manera inconsciente atraídos por la misma muchachita rubia que antes había mostrado su disconformidad ante mi llegada; sus ojos castaños ya se encontraban clavados en mí con ambas cejas enarcadas, formando un inconfundible gesto cargado de burla.

Rompí el contacto visual para poder centrarla de nuevo en Aella, que parecía interesada por conocer mi respuesta.

—Así es —confirme con tranquilidad, sin avergonzarme en afirmar que no era como ninguna de ellas.

Por algunas expresiones de sorpresa, adiviné que no esperaban lo que había dicho. Quizá habían creído que mentiría, que ocultaría mis raíces porque eso me ayudaría a encajar mejor entre ellas; que les brindaría un arma contra mí. Una vulnerabilidad que podrían explotar más adelante.

Contuve una sonrisa de satisfacción y me obligué a sostenerle la mirada a Aella, que había fruncido sus cejas hasta casi unirlas en el centro de su frente. Procuré no mostrar la leve alteración que me provocaba contemplar sus iris de color azul, el escalofrío que recorrió mi espalda al compararlos con los de su hermano.

La chica mostró un gesto contrito.

—No es muy frecuente que alguien de tu posición termine siendo doncella —repuso, cruzándose de brazos y analizándome de nuevo con su cerúlea mirada—. Sin embargo, no tuve ni voz ni voto en la decisión.

No percibí resquemor en sus palabras, como tampoco en su mirada. Me resultaba muy complicado adivinar si Aella estaba enfurecida por el hecho de que no se le hubiera permitido decidir sobre ese asunto o si le resultaba indiferente; no estaba resultando ser tal y como la había ideado dentro de mi mente.

—¿Cómo es posible que no esté con el resto de los esclavos? —la pregunta vino de la doncella rubia, su cabeza hizo un gesto despectivo en mi dirección.

Aella apretó los labios, pero no dijo nada; su mirada se limitó a oscilar entre su doncella y mi rostro con una expresión de casi aburrimiento.

Dejándome a mí para que solucionara mis propios problemas, o quizá probándome para ver si era capaz de hacerlo o no.

O quizá demostrando lo poco interesada que se encontraba en nosotras. En mí.

Decidí concentrarme en el rostro de la doncella que había decidido lanzar la insidiosa pregunta. Sus labios luchaban para no formar una sonrisa que delataba su satisfacción por creer que había logrado ponerme contra las cuerdas, puede que nerviosa por lo que se escondía tras sus palabras.

Eso demostraba lo poco que me conocía.

O lo estúpida que era.

—Estoy tan sorprendida como tú —le contesté con dulzura—: lo único que puedo decir es que estoy aquí gracias a un favor.

La doncella rubia alzó ambas cejas de nuevo.

—¿Favor? —repitió y en su mirada relució un brillo desdeñoso—. ¿Qué tipo de favor?

Las palabras se me atoraron en mitad de la garganta. Con ellas tampoco sería seguro compartir que todo aquello había sido gracias a la ayuda de Perseo, quien había usado sus contactos y persuasión para conseguir que me brindaran aquel puesto de doncella, un trabajo que me permitiría alejarme de mi supuesta vida con Al-Rijl.

Un trabajo que me brindaría un futuro muy distinto al que habría seguido si hubiera estado todavía en aquel burdel.

Al igual que había sucedido con mi padre, tendría que guardar silencio.

—No lo sé —respondí—. Cuando llamaron a mi puerta no me dieron muchas más explicaciones.

—Ya es suficiente, Sabina.

Aella decidió intervenir en aquel preciso momento, cortando en seco nuestra conversación. La doncella rubia bajó la cabeza de manera sumisa, pero vi la fugaz sombra de una sonrisa en sus labios antes de que tuviera que atender a la chica perilustre, a quien no debía haber perdido de vista en ningún momento.

Su mirada se había cubierto de una familiar capa de hielo, provocándome otro escalofrío.

—Su origen o el modo en que ha terminado aquí no son importantes —prosiguió Aella con un tono que no admitía réplica alguna—; ahora es una más de vosotras y, como tal, la respetaréis.

Un leve sentimiento de gratitud despertó en mi interior al escuchar cómo la perilustre parecía haber salido en mi defensa. Apreté los dientes con frustración y traté de eliminar aquel sentimiento de mi interior, recordándome que aquella chiquilla no era mi amiga; que era una más de aquellos perilustres que disfrutaban de la comodidad de sus vacuas vidas a costa del sufrimiento de mi pueblo.

Aquel pensamiento aplacó aquella gratitud que antes había aparecido.

Asentí en su dirección de manera forzada, fingiendo estar agradecida por aquel gesto por su parte. Aella no pareció verlo, ya que chasqueó sus dedos en un imperioso gesto para que sus doncellas se pusieran en pie a la par; presioné mis palmas hasta hacerme daño y me aparté del camino de Aella cuando encabezó la marcha de regreso hacia el interior de la enorme mansión.

Vita se apresuró a seguir a su señora, pero la doncella rubia de antes, y cuyo nombre había averiguado gracias a Aella, se inclinó hacia su amiga morena con una expresión insidiosa, susurrándole al oído; sus palabras me llegaron perfectamente, tal y como aquella maldita víbora deseaba:

—Fíjate en su aspecto —apreté los dientes hasta hacerme daño, controlándome a duras penas—, es fácil adivinar qué clase de favor tuvo que hacer para terminar aquí.

Hizo una pausa para poder alzar la mirada y encontrarse con la mía; no parecía en absoluto avergonzada de que estuviera escuchándola con claridad.

—La cuestión es a quién de todos se lo hizo —apostilló con maldad—. ¿Al dominus? ¿Al joven amo? ¿O quizá al padre de Aella? Todo el mundo sabe que el matrimonio de sus padres es una farsa, un acuerdo entre familias.

Sentí las llamas de mi enfado recorrer mis huesos, incluso mis venas. Un chispazo de dolor proveniente de mi pecho se extendió por todo mi cuerpo, aplacando aquella ira que las insinuaciones de Sabina habían despertado como si fuera un volcán; jadeé mientras me llevaba una mano a la zona, sintiendo el contorno de mi colgante bajo la tela de la túnica.

Como si aquel objeto hubiera sido el causante de aquella dolorosa sensación.

Aguardé a que el grupo se adelantara unos pasos, los suficientes para que me sintiera cómoda sacando de su escondite el colgante que me había regalado mi madre. Aún recordaba las acusaciones de Darshan sobre aquel objeto, afirmando que poseía magia negra; entrecerré los ojos para contemplar la piedra de color sangre y, de nuevo, no encontré nada que pudiera dar algún tipo de veracidad a las sospechas que guardaba el chico sobre el colgante.

Rocé con el pulgar la superficie de la piedra, casi rezando para que sucediera algo, por nimio que fuera. Me tragué la decepción y aquel tenue alivio que la acompañaba antes de deslizar el colgante bajo la tela del vestido, apresurándome a alcanzar a las otras doncellas.

Ya me encargaría más delante de ese misterio, ahora debía preocuparme por mantener mi puesto de doncella y no ceder a una insidiosa vocecilla que me susurraba al oído que me vengara de Sabina.

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Vita se encargó de echarme una generosa mano para que me acostumbrara a mis nuevas responsabilidades como doncella de Aella. Cuando la chica nos despachó en la puerta de su dormitorio, afirmando que necesitaba dormir sin sentir las respiraciones de todas ellas en su nuca, Vita me acompañó de regreso a mi pequeña habitación mientras el resto del grupo se disgregaba en distintas direcciones.

Sabina me dedicó una sonrisa mordaz antes de desaparecer escaleras abajo, quizá yéndose de nuevo hacia los amplios jardines con los que contaba la propiedad. Vita dejó escapar un suspiro, testigo de cómo su compañera había decidido convertirme en la diana de sus perversas intenciones.

—Sabina es muy... competitiva —me explicó, con dificultades para suavizar lo que realmente quería decir de ella.

Me giré hacia Vita cuando me senté al borde de la cama, permitiendo que la tensión que me había acompañado desde que me hubiera cruzado con aquel perilustre se marchara de mi cuerpo lo suficiente para dejar en su lugar un doloroso agarrotamiento de mis músculos.

—Es evidente —contesté, arremangando la tela de la falda para poder masajear mis gemelos con fruición.

Vita se mordió el labio inferior con desazón, gesto que había aprendido que significaba que no estaba segura de si continuar hablando o callar.

—He escuchado lo que han dicho sobre ti —me confió en voz baja, como si alguien pudiera oírnos.

Ladeé la cabeza en su dirección, las mejillas de la chica se encontraban coloreadas y sus ojos rehuían los míos. Todo en Vita parecía gritar a los cuatro vientos lo incómoda que se sentía por haber decidido sacar el tema.

Las insinuaciones de Sabina no me habían afectado en absoluto, a pesar de los intentos de la muchacha por intentar hacerme sentir fuera de lugar, como una intrusa. Si eso era lo mejor que sabía hacer, tendría que esforzarse conmigo; no en vano había crecido en un ambiente muy distinto al mío, donde las palabras se convertían en afiladas armas y no se recurría a los puños con facilidad.

—Sabina debería ser un poco más imaginativa la próxima vez que intente algo así —repliqué con desdén, hundiendo los dedos en la carne de mi gemelo como si fuera el cuello de la susodicha.

Porque sabía que la doncella me había declarado la guerra en el preciso momento que vio que no iba a permitir que me mangoneara como al resto de chicas. Vita estaba en lo cierto al afirmar que Sabina era demasiado competitiva y que la osadía que había mostrado cuando nos enfrentamos en los jardines, en presencia de la propia Aella, me había convertido automáticamente en su enemiga. Sabina estaba acostumbrada a sobreponerse ante el resto, mostrando así su liderazgo; pero yo no estaba dispuesta a seguirla como las otras.

Que me hubiera granjeado un rival en aquel primer día tampoco me convenía lo más mínimo. Conocía el tipo de persona que era Sabina y era consciente de que la disputa de los jardines no caería en el olvido: la doncella esperaría su oportunidad para vengarse mientras afilaba sus garras.

Al ver que Vita continuaba en silencio, sin tan siquiera atreverse a mirarme, empecé a sentir un cosquilleo por todo el cuerpo. Ella, al igual que el resto de doncellas que Aella tenía bajo su mando, pertenecía a una familia acomodada que buscaba cualquier hilo suelto que le permitiera vincularse con alguna de las grandes gens; en cambio, yo había salido de la nada, sin esconder mis raíces humildes y sin dar muchas explicaciones sobre cómo había podido convertirme en la doncella de una chica como Aella.

Sabina había sido astuta al soltar todas aquellas mentiras porque ¿de qué otro modo habría sido capaz de hacerlo? No era como ellas, no poseía su educación y mucho menos su ambición de utilizar aquella posición para conseguir más poder, empleando su cercanía ante alguien que pertenecía a una de las grandes gens a su favor para que se le abrieran las puertas y tuvieran alguna oportunidad real.

La ficticia historia que Sabina había dejado flotando en el aire gracias a sus insinuaciones encajaba perfectamente con las lagunas que existían en mi pobre explicación: una pobre prostituta de los barrios más bajos que había aprovechado el desliz de alguno de los señores para conseguir aquel puesto de trabajo. Una buscona que se había valido del chantaje para ello.

Mi cuerpo se quedó congelado al comprender que Vita, aunque no lo había expresado abiertamente, había empezado a creer las insinuaciones de Sabina. Quizá el hecho de que sintiera más que un profundo interés por el joven amo había ayudado a que el veneno de Sabina arraigara en su interior, después de habernos visto a ambos interactuar en el pasillo.

Quizá eso había despertado sus celos y ahora me consideraba una amenaza.

Mi rostro se endureció al comprender las reservas que mostraba Vita. La chica había sido amable y servicial conmigo al inicio, ofreciéndose para ayudarme a que me acostumbrara a las tareas a las que tendría que hacer frente como doncella de Aella; sin embargo, ahora que las mentiras de Sabina la habían convencido de algo que no era cierto... Todo se había desvanecido: cualquier indicio de compañerismo había quedado reducido a nada. La posible ayuda por su parte había quedado anulada porque Vita creía que sería un obstáculo en su camino.

Apreté los labios al comprobar lo rápido que aquella chica había cambiado de parecer, y el hecho de que también me pusiera las cosas difíciles de ahora en adelante, tal y como esperaba de Sabina.

—Mentiría si dijera que me sorprende —comenté a media voz, más para mí misma que para ella.

El sonido de alguien aporreando a la puerta nos sobresaltó a ambas. Vita se apresuró a apartarse de mi camino cuando me puse en pie para ir a comprobar quién era; ni siquiera me molesté en dirigirle una mirada al pasar por su lado y me concentré en abrir la puerta.

Mis cejas salieron disparadas hacia arriba cuando me topé con el familiar rostro de otra de las doncellas de Aella. Bajó inmediatamente la mirada, como si mi simple presencia la amedrentara; al contrario que Sabina, y ahora Vita, aquella muchachita no parecía que iba a darme ningún problema en el futuro.

Oí los tímidos pasos de Vita a mi espalda, pero la ignoré.

La chica que aguardaba en el pasillo empezó a retorcerse las manos mientras reunía el valor suficiente para transmitir su mensaje. Un escalofrío de advertencia me bajó por la espalda, poniéndome todo el vello de punta. ¿Y si Aella había decidido eliminarme de su círculo de doncellas? Bien era cierto que le habían obligado a aceptarme como una más, pero tenía la sensación de que la chica era capaz de salirse con la suya siempre que se lo propusiera.

La siguiente posibilidad que se me pasó por la cabeza me golpeó en el vientre con fuerza: ¿y si había creído las insinuaciones de Sabina sobre cómo había conseguido aquel favor? Apenas había sido capaz de brindarle una historia lo suficientemente sostenible, sin apenas detalles porque no podía mencionar a Perseo y el nexo que nos unía. La odiosa doncella de cabellos rubios y labios generosos lo habría tenido muy fácil para hacer que su señora la creyera.

El nudo que había empezado a constreñir la boca de mi estómago se tensó cuando la chica alzó la mirada con timidez y dijo:

—La señorita Aella quiere verte —abrí la boca, pero volví a cerrarla de golpe cuando añadió—: A solas.

Tragué saliva y me obligué a mantener una apariencia de absoluta tranquilidad aunque, por dentro, me hubiera convertido en una maraña de nervios.

«Oh, dioses —pensé con horror—. Estoy fuera. Se acabó.»

En mi mente se formaron las imágenes de mi padre y Cassian, a quienes decepcionaría enormemente si me veían regresar con las manos vacías... y tan rápido; luego llegó el turno de Darshan, quien probablemente sonreiría, pagado de sí mismo, y afirmaría ante todo el mundo que él había sabido de antemano lo que iba a suceder. El poco tiempo que iba a durar dentro de aquella enorme mansión.

Dioses, no quería tener que darle la razón.

Asentí con rotundidad y me giré hacia Vita, que continuaba dentro de la habitación. Ella captó el mensaje implícito de mis ojos, apresurándose a salir en primer lugar y tomando el pasillo destinado al servicio que había cerca del balcón del final del corredor; tomé una bocanada de aire antes de cerrar la puerta a mi espalda y cruzar la poca distancia que me separaba de las habitaciones de Aella. La chica que me había transmitido el mensaje no me siguió, lo que hizo que mis nervios aumentaran un poquito más.

Me recoloqué el vestido y alisé la falda de manera inconsciente para adecuar mi aspecto, recordándome que no podía permitirme perder aquella oportunidad; que no permitiría que mi misión pudiera acabar por tierra. Golpeé con los nudillos la madera, esperando a que me dieran permiso para entrar desde el interior.

La voz de Aella se coló desde dentro, concediéndomelo. Su tono plano no me transmitió ninguna pista sobre su humor, sobre lo que podía esperarme de aquella reunión en privado.

Empujé con cautela una de las puertas, abriendo un pequeño resquicio. El lujo que reinaba dentro de los aposentos me pilló desprevenida, igual que había sucedido la primera vez que puse en un pie en el vestíbulo de abajo; pestañeé para salir de mi estupor y me concentré en las baldosas del suelo, un terreno lo suficientemente seguro para impedir que volviera a distraerme.

Avancé con lentitud hasta encontrarme en una sala donde Aella debía llevar a cabo gran parte de su rutina diaria, a juzgar por la bandeja de fruta que alguien había depositado sobre la mesa baja de cristal frente a la que estaba sentada sobre un cómodo cojín y el pequeño desorden que se apreciaba sobre la superficie de la misma; no me permití observar el resto de la sala, sino que mantuve mis ojos clavados en la figura de la chica perilustre que me devolvía la mirada con una expresión inquisitiva.

Su cabello castaño desordenado, y el hecho de que vistiera un vestido mucho más cómodo y liviano que el que había visto llevando en los jardines, indicó que no había mentido al habernos despachado de su presencia para poder descansar.

Aella hizo un gesto con la mano, señalando una pila de cojines dispuestos a unos pocos metros de donde estaba detenida.

—Jedham —me saludó con educación—. Siéntate, por favor.

No me gustó el modo en que pronunció mi nombre, y mucho menos que me hubiera pedido que me sentara. Como si ambas estuviésemos a la misma altura dentro de la jerarquía de poder que imperaba en nuestra sociedad; como si se hubiera olvidado que era su nueva doncella, aunque quizá no por mucho tiempo más.

Dudé unos segundos antes de deslizarme sobre los cojines, cuidando que la falda del vestido que se nos obligaba a llevar como símbolo de nuestro status de doncella no mostrara demasiado.

Aella ladeó la cabeza con curiosidad, provocando que el corazón me diera un vuelco.

—Tienes un aspecto poco común —no supe si tomarme aquello como un halago o un insulto—; no es que esté acostumbrada a abandonar esta zona de la ciudad, pero conozco el aspecto que presentan aquellos habitantes de la periferia.

Mi cuerpo se irguió de manera inconsciente. Había sido cuidadosa a la hora de expresar su mensaje, procurando no sonar ofensiva cuando había hecho mención a los barrios más pobres de Ciudad Dorada; me fijé en su gesto contrito, en el modo en que sus manos entrelazadas reposaban sobre la mesa de cristal que había colocada entre ambas.

La idea que había creado en mi cabeza sobre ella estaba empezando a fracturarse al comprobar que no tenía un comportamiento como el que había imaginado.

—Siento un especial interés por ti —Aella se inclinó hacia delante para observarme mejor—. Sobre todo después de que me obligaran a aceptarte dentro de mi círculo de doncellas, a pesar de mis protestas sobre que no necesitaba ni una sola más.

Tragué saliva, sin saber qué decir.

Todo aquel asunto me había tomado por sorpresa después de que aceptara a ciegas la ayuda que me había ofrecido Perseo.

—Mi maldito primo fue bastante insistente con nuestro abuelo, presionándole para salirse con la suya —pestañeé a causa de la sorpresa y de haber descubierto que aquel perilustre y Aella eran, en realidad, primos. Sin embargo, no tuve tiempo de seguir con aquel pensamiento, ya que la chica añadió—: Conozco a mi primo y pondría mi mano sobre el fuego para defender que no os conocisteis en un prostíbulo.

Aella pareció percibir mi confusión, ya que esbozó una amplia sonrisa en la que pude ver sus perfectos dientes.

—También conozco lo suficiente a Sabina para saber que todo estos rumores que han empezado a circular sobre ti los ha iniciado ella —prosiguió, alargando mi mutismo a causa de la impresión—. Es evidente que no le ha sentado nada bien ver cómo alguien como tú —no lo dijo como un insulto, sino como una observación; aquello me recordó de nuevo la gran distancia que me separaba de todas ellas— ha conseguido un puesto tan fácilmente cuando a su familia le costó algo más.

Sus labios se curvaron en una sonrisa de disculpa, pero aquel gesto no ayudó a que los nervios que se agitaban en mi interior se aplacaran: aún continuaba sin saber con exactitud por qué me encontraba allí.

Aún existía una posibilidad de que lo hubiera echado todo a perder.

—La cuestión es —Aella tomó una bocanada de aire, haciendo una breve pausa—: ¿por qué estás aquí, Jedham?

La miré a los ojos, intuyendo que estaba caminando sobre la cuerda floja. ¿Qué podía decirle? La verdad era lo suficientemente complicada como para que Aella no me terminara de creer.

Lo que suponía que mi misión pudiera finalizar en aquel preciso instante.

Aella entrecerró los ojos y se inclinó todavía más para reducir el espacio que nos separaba. Aquellos ojos azules me inquietaron, lo mismo que la intensidad con la que me observaba; en aquellos segundos me encomendé a todos los dioses para que me brindaran una segunda oportunidad.

—¿Qué tipo de relación te une a Perseo, Jedham? —presionó.

Mi cuerpo se quedó congelado al escuchar ese nombre saliendo de los labios de Aella. En un principio pensé que lo había oído mal, que no era posible que ella conociera al nigromante que había salvado mi vida en dos ocasiones, el mismo con el que... en aquel callejón...

La conmoción y el horror empezaron a batallar en mi interior mientras intentaba digerir aquella explosiva información que aquella chica había soltado con aquella tranquilidad, sin poder saberlo. Mis ojos se quedaron clavados en el rostro de Aella, abiertos de par en par a causa de la sorpresa; ella ladeó la cabeza, sin entender a qué venía aquella reacción por mi parte.

—¿Perseo? —se me escapó en un hilo de voz casi chillona. De manera inconsciente, todavía con aquel pensamiento clavado en mi mente.

Sus ojos azules —esos ojos azules que tendría que haber reconocido— relucieron con sospecha al oírme pronunciar el nombre de su primo con tanta familiaridad. El nombre del nigromante que había salvado mi vida en dos ocasiones y con el que había compartido fogosos besos en el fondo de aquel callejón.

Pero también era el nombre de aquel perilustre con el que me había topado en el mercado, después de haber atacado de ese modo a su amigo cuando me había visto la marca de Al-Rijl.

El mismo con el que Eo y yo casi nos habíamos cruzado, de nuevo, en el mercado antes de que los nigromantes irrumpieran, haciéndonos huir despavoridas y eliminando cualquier oportunidad de que se nos hubiera acercado.

Apreté los puños sobre mi regazo mientras el rostro cubierto con la máscara de Perseo oscilaba con el rostro del misterioso perilustre que no había parado de cruzárseme en mi camino. La vergüenza empezó a hacer cosquillear la piel de mi cuello cuando las imágenes de ambos se superpusieron dentro de mi mente, coincidiendo; me sentí estúpida cuando caí en la cuenta de que la verdad siempre había estado delante de mí, en aquellos ojos de color azul.

Las piezas fueron encajando poco a poco dentro de mi cabeza, provocándome un vuelco en el estómago. Perseo no había acudido a ningún amigo para que me aceptara en su servicio: había utilizado su posición dentro de su familia para brindarme un trabajo que me permitiera salir adelante y tenerme cerca para poder protegerme.

Porque Perseo era el heredero de la gens Horatia, una de las gens más poderosas dentro del Imperio. Además de un nigromante al servicio del Emperador.

—Jedham.

Parpadeé hasta regresar al presente, todavía sintiendo los restos de la conmoción aferrándose a mis huesos. La atención de Aella estaba fija en mi rostro, a la espera de que le brindara una respuesta.

Y yo, de nuevo, no iba a ser capaz de decir la verdad. No cuando las insinuaciones de Sabina estaban cerca de lo que había sucedido, el motivo por el que nuestros caminos se habían cruzado aquella noche en el palacio del Emperador; cuando Perseo había decidido salvar mi vida, ayudándome a escapar.

—Nos conocimos durante la Rajva —la media verdad brotó de mis labios con una facilidad insultante y me obligué a no apartar la mirada—. Fue algo... algo de una noche, algo sin importancia, en que me permití hablarle de mis problemas... No pensé... No llegué a creer que sucediera nada de esto.

Aella no dijo nada. Por unos segundos temí que aquella media verdad que había empleado para intentar justificar mi relación con Perseo no hubiera servido para lo más mínimo; por unos segundos temí que todo hubiera acabado.

A pesar de lo que había sucedido con Perseo, lo que había descubierto gracias a ella.

Pasaron los segundos hasta que los labios de Aella formaron una sonrisa comprensiva que aligeró parte del peso que se había instalado en mi estómago, aunque no todo.

—No es usual que mi primo haga este tipo de cosas, y mentiría si dijera que no siento curiosidad por todo este asunto —sentenció con seriedad, luego añadió con soltura—: Además, me gusta tu arrojo. Creo que tu presencia aquí animará las cosas de ahora en adelante.

Apenas escuché sus palabras, como tampoco aquel torpe intento de halagarme por no hacer cedido frente a Sabina, todavía dándole vueltas al juego que se había traído entre manos. Todavía conmocionada con la idea de que Perseo hubiera estado protegiendo su verdadera identidad, que hubiera decidido mantenerme en la ignorancia respecto a quién era en realidad.

«Maldito hijo de puta.»

* * *

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