EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |

By wickedwitch_

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El Imperio se formó años atrás, nacido de la codicia de un hombre. Con la ayuda de unas fuerzas imp... More

| EXTRA 01 ❈ EL IMPERIO |
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El tiempo pareció detenerse cuando las palabras de aquel hombre llenaron la sala de interrogatorios; mi cuerpo se tensó cuando las miradas de todos los presentes en aquella habitación se desviaron hacia mi persona, cada una representando una emoción diferente.

Las yemas de mis dedos empezaron a cosquillearme, anhelado el contacto de cualquier arma que pudiera brindarme una mínima defensa en caso de encontrarme metida en problemas.

El recién llegado, aparentemente ignorando la conmoción que había despertado su inocente intervención, dio un paso adelante. La sonrisa que mostraba era afable, a pesar de las circunstancias; de manera inconsciente me vi retrocediendo un paso, con un ojo atento a Ramih Bahar, que continuaba a mi espalda y todavía sentado al otro lado de la mesa.

—Por supuesto que me resultas familiar: ese cabello rojo tuyo es inconfundible —continuó parloteando, como si no hubiera interrumpido un interrogatorio donde las cosas podrían haberse puesto muy feas—. Eres la chica de Bhasvah, ¿verdad?

El nombre de mi padre hizo que el estómago me burbujeara de manera desagradable. Mis vanas esperanzas de que se tratara de un error fueron aplastadas cuando hizo mención a mi delator tono de cabello y que confirmara que conocía a mi padre; los guardaespaldas de Ramih Bahar empezaron a cuchichear mientras su líder fruncía el ceño y Darshan entornaba los ojos, aunque no sin antes de que fuera consciente del recelo que transmitían.

Lo único que formaron mis labios fue una débil sonrisa.

—Hanif —la voz de Ramih Bahar resonó contra la piedra como el chasquido de un látigo.

El aludido se irguió tras ser reprendido por su superior. La afabilidad de la que había hecho alarde segundos antes se desvaneció, dejando en su lugar un gesto adusto; los gorilas que custodiaban a Ramih Bahar también tuvieron el sentido común de silenciar sus susurros, cerrando sus bocazas.

—Lo siento, señor —se disculpó Hanif—. No quise molestar...

El rostro de Ramih Bahar no parecía ser capaz de ocultar lo irritado que se encontraba tras aquella revelación sobre mi posible identidad y vinculación con la organización. El nombre de mi padre era bastante conocido en la Resistencia tras los años de colaboración, por las informaciones que lograba obtener. Su carácter abierto y su risa fácil normalmente eran sus mejores armas para conseguir que la gente lograra abrirse y hablar más de la cuenta; el hecho de que mi padre pusiera especial atención en sus objetivos también ayudaba a que recabara historias que podían resultar de utilidad para la Resistencia.

El cantor, le decían. Pues aún no se había topado con nadie que pudiera resistirse a sus habilidades para hacer a la gente hablar.

—Di lo que tengas que decir y márchate —le ordenó Ramih Bahar—. Estamos en medio de un asunto de suma importancia.

La mirada de Hanif se entretuvo en el elemental de fuego, apretando los labios para impedir quedarse boquiabierto. De igual modo que yo, sabía que la presencia de un elemental en una sala de interrogatorios nunca significaba nada bueno; sin embargo, las sospechas las dirigió hacia Darshan, que aún permanecía en su sitio, masticando todo lo que había sucedido para sacar sus propias conclusiones.

Para buscar una ventaja para sí mismo.

—Han llegado los mensajeros que esperabais, mi señor —pronunció con cautela, cuidando cada palabra.

Los ojos de Ramih Bahar se tornaron calculadores ante la noticia. A mí, por el contrario, me levantó un molesto picor de sospecha; en la Resistencia no solíamos enviar mensajes —y mucho menos recibirlos— por el peligro que desentrañaban en caso de caer en manos equivocadas.

De repente quise saber la identidad de aquellos mensajeros, y por qué uno de los líderes de la Resistencia habría decidido tomar tan arriesgada decisión de empezar a enviar mensajes, sabiendo las nefastas consecuencias que traería consigo que alguno de ellos pudiera terminar con el destinatario incorrecto.

El líder hizo un gesto de agradecimiento con la barbilla, indicándole con un aspaviento de mano que podía marcharse. Hanif me lanzó una última mirada —y lo que pareció ser el intento de una sonrisa— antes de salir por la puerta; tragué saliva, pues toda la atención volvía a recaer en mí.

En quién era en realidad.

Ramih Bahar empezó a tamborilear los dedos sobre la mesa, alternando la mirada entre Darshan —que continuaba mudo— y yo —que comencé a inquietarme ante su inquisitiva mirada—.

—Así que... ¿por dónde íbamos? —preguntó a nadie en particular; sus ojos recayeron en Darshan unos instantes antes de desviarse bruscamente hacia mí—. Al parecer, tenemos que abordar nuevos asuntos.

Entrecerré los ojos, advirtiendo el leve brillo amenazador que había aparecido en la mirada de Ramih Bahar.

—Si se me permite...

—Hanif tenía razón: tu cabello rojo es inconfundible, las pocas mujeres y chicas con las que contamos no poseen un color tan atípico —me cortó Ramih Bahar como si yo nunca hubiera intervenido—. He oído hablar de ti, chica; tienes un carácter difícil, por lo que he podido escuchar. Te metiste en varios problemas mientras estabas instruyéndote, ¿no es cierto?

Alcé la barbilla y recé a los dioses para que mis mejillas no se colorearan a causa de la vergüenza. Ramih Bahar no había errado en ninguna de sus apreciaciones: había sido gracias a mi carácter intempestivo por lo que había terminado con algunos problemas, básicamente participar en peleas con otros que buscaban formar parte de la Resistencia y que, como yo, también tenían un temperamento un poco volátil... Por no hacer mención de las hormonas, responsables de que algunos de ellos hubieran terminado con la nariz partida después de que hubieran decidido divertirse sin contar con mi consentimiento.

Había sido gracias al encanto de Cassian por lo que las consecuencias no habían sido tan terribles y había podido continuar dentro de la instrucción donde nos enseñaban a pelear y a manejar algunas armas.

—Eso fue hace mucho tiempo, señor —contesté.

Ramih Bahar enarcó una ceja.

—Creo recordar que hace escasos minutos has tenido una salida de tono conmigo, jovencita —sus labios formaron una media sonrisa punzante—. Tus problemas de disciplina aún perduran.

Apreté los labios. Una vocecilla insidiosamente similar a la de Cassian me pidió que no cayera en sus provocaciones; por eso mismo mantuve mi boca cerrada y dejé que aquel tipo se hiciera con la victoria.

Si Ramih Bahar estaba decepcionado por no haberse salido con la suya, demostrando que tenía un carácter intempestivo, no lo mostró. Continuó mirándonos a Darshan y a mí como si ambos fuéramos piezas de un complicado puzle.

—Mhaar Asaash es el líder de tu facción, ¿no es cierto? —prosiguió interrogándome.

—Así es —confirmé.

La Resistencia estaba organizada en distintas facciones, cada una lideradas por una persona diferente que, a su vez, quedaban subordinadas a las decisiones de otros; era una complicada red escalonada que intentaba proteger a los miembros, impedir que fuera sencillo identificarlos. Sin embargo, si no pertenecías a las cúpulas de poder, era complicado seguirles la pista a todos ellos.

La cautela seguida, lamentablemente, no siempre funcionaba.

Los métodos seguidos por los nigromantes y los Sables de Hierro eran demasiado persuasivos, consiguiendo que los que caían presos no tardaran mucho en hablar. Lo mismo que aquellos que vendían a sus compañeros por concesiones que les brindaba el Emperador a cambio de información.

Ramih Bahar ladeó la cabeza, pensativo.

—Las últimas noticias que...

La puerta se abrió por segunda vez con menos cuidado que en la primera ocasión, cuando Hanif había acudido para transmitir el mensaje a su líder; mi rostro perdió el poco color que tenía cuando aquella segunda visita cruzó el umbral como una exhalación, con el enfado congestionando sus facciones. Sus ojos verdes —familiares y casi idénticos a los míos— estudiaron a todos los presentes, dejándome a mí para el final. Provocando que se me formara un nudo en el estómago por la decepción que se apreciaba en ellos.

Mi padre no dudó cuando eliminó la distancia que nos separaba y se situó a mi lado, conteniéndose para no perder la compostura.

Su mirada se desvió entonces hacia Ramih Bahar, que parecía encontrarse tan sorprendido como yo por la repentina llegada de mi padre.

—¿Qué significa esto? —la voz de mi padre tronó contra las paredes de piedra.

Ramih Bahar apoyó las palmas contra la mesa y se puso en pie, dedicándole una sonrisa que hizo que la cicatriz de su piel se estirara y deformara. Apreté los puños contra mis costados, sin querer despegar la mirada del rostro de mi padre, quien no parecía en absoluto cohibido por encontrarse en presencia de uno de los líderes de la Resistencia. De uno de sus fundadores.

—Bhasvah Devmani —saludó con fría cortesía—. Justo la persona que necesitaba.

Los ojos verdes de mi padre volvieron a mí.

Recordé las promesas que le había hecho en la pequeña cocina de nuestro hogar, el modo en que había tenido que ceder después de que mi padre me confesara que los nigromantes habían estado rondando cerca de nuestra casa; del miedo que había sentido en aquel instante al creer que nos habían descubierto.

Mi padre había tenido una poderosa revelación en aquel momento de absoluto pánico: debía apartarme del peligro; alejarme de la Resistencia y mi venganza contra la mujer que se llevó a mi madre. Y eso suponía tener que mantenerme lejos de la vida clandestina que había llevado aquellos últimos años.

—¿Qué has hecho, Jem? —me exhortó, con voz dura.

«Gracias por la confianza, papá.»

—¡Me prometiste que te mantendrías al margen! —continuó mientras yo procuraba no encogerme ante el tono que estaba empleando conmigo; la decepción que impregnaba todas y cada una de sus palabras, haciéndome desear desaparecer—. Ahora soy consciente de lo que valen tus promesas y...

—No seas tan dura con la chica, Bhasvah —intervino Ramih Bahar, interrumpiendo a mi padre; en su mirada había aparecido un brillo de interés—: la hemos traído aquí por precaución, creyendo que se trataba de una muchachita tonta que se había mezclado con la compañía inadecuada.

Pasé por alto su insulto, pero el ceño fruncido de mi padre me indicó que él no lo haría. Aferré a mi padre por la muñeca, dándole un apretón para pedirle que no perdiera el tiempo saliendo en mi defensa; que no merecía la pena hacerlo. Mi padre resopló, pero decidió seguir mi consejo.

—Me han informado de que iba a ser interrogada —repuso, hablando entre dientes.

Ramih Bahar se cruzó de brazos con absoluta tranquilidad.

—No podíamos correr riesgos, Bhasvah —se defendió—. Ella en ningún momento desveló ser una de los nuestros... y yo no tengo el poder de recordar a todos los miembros, viejo amigo. ¿Puedes culparme por querer protegernos?

En aquella ocasión no pude callarme.

—¿Me habríais creído cuando afirmara ser una de vosotros, mi señor? —le pregunté con fría cortesía—. ¿O habríais creído que estaba mintiendo para salvar mi cuello?

El hombre me dirigió una sonrisa cargada de condescendencia.

—Por suerte para ti, hemos conseguido aclarar el asunto antes de que llegara demasiado lejos —contestó.

Me obligué a morderme la lengua mientras Ramih Bahar hacía un gesto al elemental de fuego. El tipo aferró por el hombro a Darshan, obligándole a que tomara asiento; mi padre me tomó por el codo para hacerme retroceder, no me costó mucho adivinar sus intenciones: sacarme de allí para tener otra discusión sobre lo sucedido en un sitio mucho más privado y sin público.

Aquello tampoco se le pasó por alto a Ramih Bahar, que esbozó una escalofriante sonrisa en nuestra dirección.

—Me gustaría que os quedarais un poco más —dijo—. Será interesante escuchar lo que este chico tiene que contarnos.

Los ojos plateados de Darshan se cruzaron con los míos mientras su cuerpo impactaba contra la silla a la que le habían obligado a sentarse. El elemental de fuego mantuvo sus dedos clavados en el hombro del muchacho, un sutil modo de insinuar que utilizaría su poder cuando Ramih Bahar diera la orden.

Un improvisado instrumento mucho más efectivo que los que reposaban en aquel rincón de la habitación.

Ramih Bahar se inclinó hacia Darshan, apoyando parte del peso de su cuerpo en el canto de la mesa. El muchacho no pareció en absoluto atemorizado por la amenazadora presencia del hombre con aquella espeluznante cicatriz que le cruzaba la mandíbula y avanzaba por parte del cuello; vi cómo su cuerpo adoptaba una postura desenfadada mientras dejaba que el silencio se extendiera por toda la habitación.

—Antes de que fuéramos interrumpidos, y tuviéramos que despejar algunas dudas —la mirada de Ramih Bahar se desvió hacia mí de manera elocuente—, tenías algo que contarnos.

Darshan tuvo la osadía de reclinarse sobre la silla.

—También, creo recordar, dije que no era una historia agradable —apostilló.

Los nudillos de la mano de Ramih Bahar se pusieron pálidos sobre la madera de la mesa mientras el hombre fingía mantener la compostura. Continuaba sin entender el interés directo que podía mantener en aquella misión en la que supuestamente había participado Darshan por órdenes de la Resistencia, pero lo que sí podía ver era el modo en que el chico jugaba con Ramih Bahar, demostrando que tenía el poder de afectarle hasta hacerle perder el control.

—No juegues conmigo, chico —le advirtió en un tono bajo y amenazador.

Darshan se permitió una media sonrisa.

—Simplemente estaba dándoos un pequeño aviso, por si cambiabais de opinión.

Por un breve instante temí que Ramih Bahar ordenara al elemental de fuego que usara su fuego contra Darshan por su insubordinación manifiesta.

Pero el hombre no dio ninguna orden.

—Pertenezco a la facción liderada por Ferwed Khakebaz —empezó Darshan su relato, sin apartar los ojos de Ramih Bahar—. Nos había llegado el soplo de que había rebeldes encarcelados en Vassar Bekhetaar; recuerdo que la discusión se alargó varios días debido a las distintas posturas que había al respecto. Finalmente se llegó a la conclusión de que no podíamos arriesgarnos a que desvelaran la información que poseían, si es que ya no habían hablado; por eso mismo se decidió que dos de nosotros —entendí aquel «nosotros» como la facción a la que pertenecía— se infiltrarían en la prisión como meros presos para buscar la localización de los rebeldes encarcelados e intentar sacarlos de allí...

Ramih Bahar enarcó una ceja.

—¿Intentar? —repitió, haciendo hincapié en la palabra—. ¿Qué sucedería en caso de no poder sacarlos, chico?

Darshan alzó la barbilla.

—Si no nos fuera posible liberarlos, se dio la orden de que debían ser silenciados para siempre —contestó y el estómago me dio un desagradable vuelco—. Antepusieron la seguridad de todos a la de los pobres desgraciados que estaban en aquel lugar.

El sabor a bilis rozó la punta de mi lengua cuando me imaginé a los líderes de la facción a la que pertenecía Darshan mostrando una actitud inflexible cuando condenaron las vidas de los rebeldes que se encontraban atrapados en Vassar Bekhetaar; una diminuta parte de mí entendía la difícil decisión, el proteger el bien común —la Resistencia, el resto de miembros— a costa de vidas inocentes. De otros compañeros que no habían tenido la suerte de poder escapar de las garras del Emperador.

El rostro de Ramih Bahar se ensombreció y luego le ordenó a Darshan que continuara.

—No hubo muchos voluntarios —prosiguió el chico, obedeciendo—: solamente Siraj y yo.

Percibí el cambio en la postura del hombre. El modo en que se inclinó hacia delante cuando Darshan pronunció ese nombre, el nombre del compañero que le había seguido hasta Vassar Bekhetaar... pero no había logrado salir.

Todos nos pusimos tensos cuando el brazo de Darshan se alzó, dirigiéndose hacia su nuca. Vi sus dedos apartar los mechones de su cabello, los trazos de tinta que conformaban aquel tatuaje que tantos problemas nos había causado a Eo y a mí después de que el sanador lo descubriera.

En los labios de Darshan apareció una peligrosa sonrisa.

—Eh, chico de fuego —se dirigió hacia el elemental que estaba a su espalda—. Échale un vistazo y dime qué ves.

El aludido titubeó, mirando a Ramih Bahar en busca de una confirmación o cualquier otro tipo de orden; el hombre le conminó a que hiciera lo que Darshan le había pedido con un rápido movimiento de cabeza. Los ojos del elemental de fuego se desviaron entonces hacia la nuca, viendo lo que yo sabía que había ahí grabado en su piel: un sol partido por los picos de una montaña.

El inconfundible emblema de Vassar Bekhetaar.

Los ojos del elemental se abrieron de par en par al descubrirlo.

—Tiene el tatuaje, señor —confirmó.

Aquella inesperada información hizo que Ramih Bahar mostrara sus primeras dudas respecto a lo que había creído hasta el momento: que Darshan era un impostor. La complacencia iluminó los ojos de plata del muchacho, pero vi cómo contenía una sonrisa de satisfacción.

—Tuvimos que entrar como todos los desgraciados que terminan allí: como vulgares delincuentes —Darshan retomó el relato—. Se nos cacheó y desnudó. Se nos condujo a las duchas, donde nos rociaron con agua helada mientras los hombres allí apostados para vigilarnos se reían de los que se retorcían del dolor o no podían contener sus propios gritos de angustia; les escuché hacer apuestas sobre cuánto aguantaríamos, quién sería el primero en morir. Luego nos grabaron como si fuéramos animales de ganado, confinándonos después en pequeñas celdas en lo más profundo, donde no llegaba ni un mísero rayo de luz.

Aquellos detalles me pusieron el vello de punta, lo mismo que la entereza que estaba mostrando Darshan a la hora de contarnos los horrores que había vivido por la misión que se le había encomendado. Me removí junto a mi padre, que también parecía encontrarse conmocionado por lo que estaba escuchando.

—No fue sencillo —prosiguió Darshan y a mí se me formó un nudo en la garganta—. En Vassar Bekhetaar tienes que considerarte afortunado si amaneces al siguiente día, aunque muchos presos te dirán que la fortuna la encuentras cuando mueres y quedas definitivamente liberado.

Ramih Bahar tragó saliva con disimulo, ligeramente afectado por la vivencia de Darshan en la prisión.

—Nos llevó meses obtener una pizca de información o tan siquiera un mísero rumor sobre los rebeldes que había en Vassar Bekhetaar. Eran tres y habían sido torturados a manos de los nigromantes; uno de ellos había perdido la cordura debido al dolor que se le había infligido al torturarlo y los otros restantes no tardarían mucho en seguir sus mismos pasos —hizo una pausa, mirando a Ramih Bahar—. ¿Estáis seguro de que queréis que continúe? Os veo mala cara.

La mano del hombre salió disparada hacia la garganta de Darshan. Sus dedos se clavaron con firmeza en la carne mientras Ramih Bahar acercaba su rostro al de su presa, que mantuvo una expresión tranquila y relajada. En los ojos del rebelde había aparecido una sombra en la que se entremezclaban la ira y el dolor; Darshan no trató de sacudírselo de encima.

—No intentes jugar conmigo, muchacho.

Empujó a Darshan con violencia hacia atrás, haciendo que su espalda chocara contra el respaldo de la silla que ocupaba. El elemental de fuego se acercó un paso más hacia el chico y distinguí un brillo ambarino en la punta de sus dedos; magia ígnea lista para entrar en contacto con la carne.

—Como podréis imaginar, las cosas no salieron como lo habíamos planeado —el ceño de Darshan se frunció, atrapado de nuevo en su historia—. Era imposible que pudiéramos sacar a los tres rebeldes de allí, por lo que Siraj y yo nos vimos en la obligación de cumplir con lo que se nos había ordenado en caso de no poder seguir el plan inicial —los ojos plateados de Darshan bajaron hacia sus manos y las contempló como si estuvieran cubiertas de sangre—. En cierto modo, quiero creer que nos apiadamos de ellos; ya no tendrían que continuar sufriendo: los habíamos liberado.

»Una vez hecho, Siraj y yo empezamos a planificar nuestra huida. No contamos con lo que nos haría Vassar Bekhetaar durante aquellas semanas; aquel lugar te consume poco a poco, clavándote sus garras en lo más profundo de tu ser. Negándose a soltarte y reclamándote como suyo.

El ambiente dentro de la habitación pareció decaer, incluyendo la temperatura. Ninguno de los presentes éramos indiferentes a lo que Darshan no se atrevía a verbalizar en voz alta: los castigos a los que tendría que haberse enfrentado; las condiciones deplorables en las que había vivido... La decadencia que llenaba las celdas de Vassar Bekhetaar.

Las náuseas agitaron mi estómago, haciéndome temer que pudiera vomitar a causa de las imágenes que formaba mi cabeza, sacadas directamente del desgarrador relato de Darshan.

—Tratamos de huir, aprovechando un pequeño altercado que hubo entre algunos presos... pero Siraj y yo no nos encontrábamos en las mismas condiciones que cuando pusimos un pie allí, meses atrás —un escalofrío bajó por mi espalda, sabiendo lo que venía a continuación—. Los Sables de Hierro nos alcanzaron cuando estábamos cerca de la salida que habíamos descubierto, y que permanecía escasamente vigilada; luchamos con todas nuestras fuerzas, pero mi compañero estaba débil... y no lo consiguió. Yo, en cambio, recibí una herida en el abdomen.

Ramih Bahar cerró los ojos cuando supo el trágico final de Siraj. Su máscara se rompió, desvelando el sufrimiento que yo había atisbado fugazmente en algunos breves instantes; Darshan retorció las manos, demostrando que tampoco era indiferente.

Mostrando su vulnerabilidad.

—Murió entre mis brazos —se obligó a continuar hablando, aunque se notaba su esfuerzo—. Pero antes me dio un último mensaje que quería que transmitiera cuando saliera de allí —Darshan alzó la mirada y clavó sus ojos directamente en los de Ramih Bahar—: «Lo único que quería era que te sintieras orgulloso de mí, y te he fallado.»

Una lágrima resbaló desde la comisura derecha del ojo de Ramih Bahar, entendiendo el mensaje. Con un movimiento brusco, se separó de la mesa y nos dio a todos la espalda, dejando que su rostro quedara encarado contra la piedra de la pared; el resto nos quedamos en silencio, digiriendo todo lo que habíamos escuchado.

—La herida del abdomen se me infectó en el viaje de regreso a Ciudad Dorada —me obligué a despegar la mirada de la espalda de Ramih Bahar y dirigirla hacia el rostro de Darshan, que alzó sus ojos hacia los míos—. En un pútrido callejón me resigné a morir... hasta que ella me encontró —me señaló con la barbilla y yo me sentí absurdamente agradecida de que no hubiera mencionado a Eo, implicándola.

Me crucé de brazos, sintiéndome en la obligación de decir algo.

—No supe en ningún momento que pertenecía a la Resistencia.

La mirada que me dirigió Darshan estaba cargada de acusación.

—Yo tampoco tenía idea de que pudiera formar parte de los rebeldes —capté la insinuación porque sus ojos se desviaron apenas unos fugaces segundos hacia el antebrazo donde la tela ocultaba el tatuaje que todas las chicas que trabajaban para Al-Rijl debían grabarse.

Noté a mi padre apartarse de mi lado, con su atención fija en Ramih Bahar, que continuaba conmocionado por el crudo relato de aquellos meses que Darshan había pasado encerrado en aquella prisión. Me removí con cierta incomodidad al recordar ciertas partes.

—Nuestra presencia aquí no es necesaria —declaró con rotundidad—. Sabemos que, al ser de facciones distintas, las probabilidades de que pudieran reconocerse entre ellos era casi nula; mi hija actuó de buena fe con el muchacho, cuidando de su delicada salud debido a la herida que había recibido. No hay más que contar.

Mi padre estaba ansioso por marcharse de allí... y yo, me di cuenta, también; teníamos pendientes algunos asuntos y eso parecía augurar una nueva discusión. Le había prometido mantenerme alejada un tiempo, dándole un margen para poder maniobrar a mis espaldas y dejarme fuera de la organización definitivamente.

No en vano le había pedido a Cassian que no compartiera conmigo ciertos asuntos, como la desaparición de algunos rebeldes.

—No voy a detenerte, viejo amigo, si es eso lo que deseas —fue la respuesta de Ramih Bahar, que parecía haber perdido toda la fuerza y bravuconería que había mostrado antes.

Escuché a mi padre mascullar un rápido agradecimiento antes de que su mano me tomara por la parte superior del brazo, instándome con un elocuente tirón a que le siguiera en silencio; abrí la boca, dispuesta a sacar a Darshan de aquella sala junto a nosotros, pero una simple mirada por su parte me hizo cerrar el pico.

Darshan apartó la mirada cuando mi padre se me llevó de allí como si fuera una niña pequeña a punto de ser regañada.

Los pasos de mi padre se convirtieron en largas zancadas cuando salimos al pasillo. Reconocía vagamente las paredes de piedra que nos rodeaban, los túneles que recorrían aquellas montañas donde la Resistencia se había escondido desde años atrás, cuando empezaron a mostrar su reticencia a aceptar a su nuevo emperador como tal.

—¿Cómo sabías que estaba allí? —le pregunté, incapaz de seguir cumpliendo con mi voto de silencio autoimpuesto—. ¿Te ha avisado Hanif?

Mi padre frunció el ceño y aceleró el paso.

—¿Hanif? —repitió con confusión—. No, Jem, ha sido Cassian quien me ha dado la voz de alarma.

Ahora fui yo quien repitió con incredulidad:

—¿Cassian? —el alivio empezó a abrirse paso en mi interior—. ¿Le has visto? ¿Está bien?

Ramih Bahar nos había obligado a separarnos a modo de precaución; el enorme vestíbulo de aquel traicionero mercante había sido el último lugar donde nos habíamos visto, antes de que nos viéramos arrastrados hasta allí y yo hubiera exigido —de malas formas— saber dónde estaba mi amigo, ya que él no estaba en aquella sala donde nos habían metido a Darshan y a mí.

—Tuvo suerte de toparse con Munsif —reconocí el nombre como uno de los hombres que pertenecían a la facción que compartíamos Cassian y yo—; el tipo le reconoció y su captor tuvo que soltarlo a regañadientes. Munsif lo condujo directamente hacia mí, pudiendo explicarme parte de lo que había sucedido.

Me prometí a mí misma que, nada más ver a mi amigo, iba a cubrirle de besos por el inmenso favor que me había hecho. De no haber sido por su buena fortuna, yo continuaría en aquella sala de piedra... probablemente siendo utilizada como conejillo de indias con aquellos espeluznantes instrumentos de tortura que mantenían allí a modo disuasorio.

Miré a mi padre, compungida; y una idea pasó fugazmente por mi mente, haciéndome continuar rompiendo el silencio al que debería estar sometida por la situación.

—Ese chico... el compañero de Darshan... Siraj —recordé el nombre en el último momento—. ¿Tenía algún tipo de relación con ese hombre?

El rostro de mi padre se ensombreció cuando mencioné al rebelde que había muerto.

—Siraj Bahar era el único hijo de Ramih Bahar —respondió en voz baja, apenada—. También era la única familia que le quedaba.

La verdad me golpeó como un puño en mitad del pecho.

Seguimos avanzando por el estrecho túnel iluminado con antorchas.

—Jem, me gustaría que no te acercaras más de lo necesario a él...

La extraña —y repentina— petición de mi padre me pilló con la guardia baja. Pestañeé para despejarme. ¿De verdad creía que mi relación era tan estrecha con Darshan? Temía desilusionarlo en tal caso: nuestros caminos se habían separado en el mismo momento que había abandonado la sala, y rezaba a los dioses para no volvérmelo a cruzar de nuevo.

—Quiero a ese chico lo más lejos de mí, puedes estar tranquilo.

La mirada de mi padre se ensombreció y sus dedos apretaron la carne de mi brazo de manera inconsciente.

—No estaba refiriéndome a ese muchacho, precisamente.

* * *

Un capítulo emocionante, sin lugar a dudas.

Pero, por favor, contengamos el aliento para el siguiente, porque es algo que hemos estado esperando MUCHO tiempo.

PERSEO, ¿DÓNDE ESTÁS QUE NO TE VEOOOOOOO?

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